Es la política
Sin ella, nos seguiremos debatiendo entre dos desamparos: el neoliberalismo y el neofascismo.
Por Carlos Raimundi para El cohete a la luna
“Malos tiempos son aquellos en los que hay que demostrar lo evidente”.
Bertolt Brecht
«¿Por qué combatimos por persistir en la servidumbre, como si esta fuera nuestra salvación?».
Spinoza
Cómo demostrar lo evidente
La revista Charlie Hebdo publicó, en su edición del 29 de junio, que la cuarentena demuestra tres cosas: que la economía se derrumba tan pronto como deja de vender cosas inútiles a personas sobre-endeudadas, que es perfectamente posible reducir la contaminación y que las personas peor pagadas son las más esenciales para el funcionamiento del sistema.
Las tres cosas son verdad. Lo de la contaminación es comprobable científicamente. La otra verdad que demuestra la cuarentena es que nuestros consumos habituales no obedecían a nuestras verdaderas necesidades, sino a las necesidades del capital globalizado. Y por último, que si la economía se ha detenido es porque lxs trabajadorxs no han podido ir a los lugares de trabajo. La curva de distribución entre capital concentrado y salarios se ha inclinado colosalmente a favor del primero, cuando son precisamente las y los asalariados quienes resultan esenciales para crear esa ganancia.
¿Cómo puede ser, entonces, que algo que es tan obvio para millones de personas comunes no pueda ser abordado por la política? Alejar a la política de las tecno-burocracias y acercarla a las necesidades de los pueblos. Siendo los pueblos quienes legitiman con su voto a esas autoridades políticas.
En su lugar, son los desquiciados del mundo y de nuestro país quienes pretenden marcar nuestras agendas.
Los desquiciados no pueden apropiarse del centro de la escena. Millones de argentinas y argentinos merecemos un debate de alta calidad, y no el asedio de las mentiras canallescas y los mensajes de odio, que, además, hablan siempre en nombre de los intereses financieros que ahogan a nuestro pueblo.
El contexto mundial, regional y nacional
Enaltecer ese debate es tarea de la política, aunque el actual contexto mundial, regional y nacional no sea el más propicio. El mundo político que más influye en nosotros, el eje Europa occidental-Estados Unidos, se debate entre el neoliberalismo clásico y opciones de ultra-nacionalismo de extrema derecha. Nuestra región también.
Y en el plano interno, el cansancio luego de varios meses de aislamiento social sumado al apremio económico, predispone más a reacciones propias del agobio que a una reflexión serena sobre la realidad.
Para quienes apoyamos con toda nuestra energía a los gobiernos populares de América Latina durante el primer tramo de este siglo, lejos han quedado, por el momento, las condiciones objetivas de esa etapa. Mirando a nuestro alrededor, hoy no sería posible la épica del No al ALCA, cuya nueva versión es el Plan “América crece” expresado por Donald Trump. El sueño de la integración energética a través de un eje que una las reservas del Orinoco con la Amazonía, el polo productivo del sur de Brasil y la cuenca hídrica del Paraná-Río de la Plata, ha sido remplazado –insisto, momentáneamente— por un Mercosur donde Venezuela está suspendida y cuya capacidad de negociar en bloque pende de un hilo.
Y en la Argentina, si bien la desmesura de adjudicar a Cristina un nuevo crimen político y acusar al Presidente de encubrirla no logró un arraigo masivo, corrió tan al extremo la aguja de la discusión política que generó un daño colateral: aquel empresario que haya saqueado al país, abusado de su posición dominante en el mercado y fugado sus utilidades hacia una guarida fiscal, se convierte en moderado por el solo hecho de no haber acusado a Cristina de asesina y se gana el derecho de participar en la mesa de la reconstrucción del país.
Días atrás, un grupo de periodistas, cuya mirada comparto, recordaba que, en 1973, en el momento de mayor adhesión en torno de la figura del General Perón, aún así, el 38% del electorado se inclinó por las opciones del antiperonismo. Es cierto, pero el clima general era distinto. Como una clara demostración de aquel clima de época, y aunque parezca inverosímil, la plataforma del partido radical propiciaba la reforma agraria.
Hoy, nuestro Presidente no cesa de expresar su afán de construir un capitalismo inclusivo, basado en la producción y el trabajo. Tal ha sido el disciplinamiento intelectual del neoliberalismo, que el objetivo es retornar a un sistema que, hacia fines de los 60 y principios de los 70, era calificado como profundamente injusto. Los trabajadores que hicieron el Cordobazo gozaban de un nivel de salarios, de sindicalización, de prestaciones sociales, de salud, de crédito y de consumo que hoy sería una quimera. Y los estudiantes acudían a una Universidad pública con menor dispersión de científicos y mayor presupuesto que la actual. Sin embargo, era precisamente por gozar de aquel status económico y de un mayor grado de organización como correlato de ello, que aumentaba la capacidad para luchar por un sistema justo.
Es decir, no contamos ni con el desarrollo ideológico de las masas de los 70, ni con el mapa político sudamericano de principios de siglo, ni con los precios internacionales de nuestros productos exportables del primer tramo del gobierno kirchnerista. ¿Qué significa esto? ¿Que debemos claudicar de nuestros principios, valores e ideales? Decididamente no. Significa ponderar correctamente cuáles son las condiciones del sujeto social y político “Pueblo” –masa más conciencia— con el que contamos para lograrlos. Y actuar inteligentemente en consecuencia.
Estado, gobernabilidad y correlación de fuerzas
Nadie que haga política puede desentenderse del concepto “correlación de fuerzas”: pero, una vez reconocido con crudeza el contexto desfavorable, la correlación de fuerzas ¿sólo se describe o también se crea?
Y es aquí donde presento algunas ideas que concluyen en un mismo objetivo que, para la política, es irrenunciable: crear las condiciones para que la correlación de fuerzas sea favorable; apelar a todas las herramientas de que se dispone para ello.
La primera idea es que tenemos la conducción del Estado, lo que nos sitúa en una mejor posición respecto de los pueblos hermanos que luchan por reconquistarlo. Aún con todas sus falencias y sabiendo que conducir el Estado no es manejar el poder, la conducción del Estado ofrece todo un dispositivo de posibilidades. Tener acceso a los gobiernos provinciales, convocar a actores políticos, económicos, sociales y sindicales, fijar estrategias de comunicación, colocar temas en la agenda pública y echar mano a múltiples instrumentos de información, legitimación y persuasión. Es decir, desde el Estado, se puede desplegar un sinnúmero de acciones. Y no nos está permitido poner como argumento de imposibilidad a una insuficiente correlación de fuerzas, sin haber hecho uso de tan diversa gama de herramientas que la conducción del Estado nos permite.
La segunda idea es que el entusiasmo es un factor principal de acumulación política, en estos momentos, más poderoso aún que los llamados aparatos partidarios. Me refiero a la motivación, a la capacidad de irradiar adhesión y transformarla en la energía necesaria para la propagación de las ideas y los contenidos. Y así como el entusiasmo genera acumulación política, el desaliento de los seguidores des-acumula, es decir, conlleva a un retroceso de eso tan importante que es la correlación de fuerzas. La necesidad de contar con quienes sostienen otras ideas encuentra su límite en la desazón de quienes profesan las propias. Debemos construir consensos, pero, al mismo tiempo, tener mucho cuidado en que lo que parece sumarse por un lado no reste por otro. Y también en que no se desvanezcan los puntos fundamentales de la agenda propia a expensas de los requerimientos externos.
El último punto a considerar en este tramo es que, partiendo de la premisa de que hay poderes fácticos que intentan amansar al Estado, no se debe ceder posiciones frente a la presión que ejercen. Con toda la experticia que estos han acumulado, saben muy bien cómo sacar ventajas cuando intuyen de un gobierno el menor signo de debilidad.
En síntesis:
—No se puede conducir el Estado y, al mismo tiempo, situarse en una posición de debilidad;
—La correlación de fuerzas no es un concepto estático. La política, tanto a través de la palabra como de la intervención, crea acontecimiento, abre camino a una nueva correlación;
—No se debe llegar al desaliento de la ‘tropa propia’; me costaría sostener que, si el encanto suma, el desencanto no resta;
—Impedir que el poder huela que, ante su presión, puede movernos de los ejes centrales.
La política como pedagogía y como liderazgo
Néstor y Cristina generaron cuatro hechos orientados a autonomizar nuestra economía respecto del desplome del capitalismo mundial que detonó en septiembre de 2008: la reestructuración de la deuda privada, la negativa a formar el ALCA, la cancelación de la deuda con el FMI y la recuperación de los fondos previsionales. Si hoy quisieran repetirse, no tendrían el mismo contexto de época. Aquel respaldo de gobiernos afines en la región está ausente, asistimos a una fuerte retracción del comercio internacional y han descendido los precios de nuestros productos exportables. Tampoco acudimos al impacto exportador surgido de la furibunda devaluación de nuestra moneda. Pretender hacer lo mismo y obtener los mismos resultados sin tener en cuenta contextos tan diferentes sería confundir peligrosamente lo imaginario con lo simbólico, en términos de Jorge Alemán.
Sin embargo, el nuevo contexto derivado de COVID-19 nos sitúa ante otras posibilidades que eran, hasta hace poco, inexistentes. Por ejemplo, relativiza el peso de la deuda argentina en medio del endeudamiento de tantos otros países; se ha legitimado la eficacia del Estado y de las políticas públicas; se han puesto al descubierto la depredación de la naturaleza, la desmesura ética de las grandes fortunas, la inoperancia de la democracia formal, el riesgo de dejar el mundo en manos de los grandes servidores digitales. En definitiva, la ilegitimidad de todo un sistema absurdo de acumulación.
Por lo tanto, puede ser que no estemos en presencia de un contexto propicio para repetir aquellas heterodoxias, pero, seguramente, hay un entorno favorable para otras nuevas. Para otros cambios de paradigma. Y es aquí donde poner en juego toda la potencia del liderazgo ético y pedagógico de la política, frente a quienes procuran su degradación definitiva. La potencia de lo colectivo y universal frente al individualismo y la fragmentación.
Cuando el FMI exija reformas previsionales y laborales en nombre del capital financiero, contrapongamos decididamente la dimensión humana. Cuando intente relajar los derechos de trabajadores y trabajadoras en nombre de las nuevas tecnologías, convenzamos de que la variable de ajuste de la nueva mediación tecnológica entre el trabajo y el capital es la tasa de renta del capital y no los ya abrumados derechos de las personas. Cuando intente suprimir los derechos de lxs adultxs mayores, en nombre de una nueva relación entre la masa salarial, el menor número de activos por cada pasivo y la mayor expectativa de vida, lo que debe ajustarse es la tasa de ganancia del capital, no la dignidad de las personas mayores. El punto fijo es el ser humano, no la acumulación desenfrenada de riqueza.
La palabra performativa no describe un significado, sino que lo crea, lo instituye. Lo que no existía comienza a existir. En el mismo sentido, la palabra enunciada desde la política con un sentido performativo tiene la misión de crear escenarios nuevos, nuevas energías sociales, nuevas correlaciones de fuerza. Aquí también, lo que no existía comienza a existir.
La democracia profunda, como expresión auténtica de los intereses de las grandes mayorías postergadas, como factor éticamente igualador de la condición humana (en todo lo que deba ser igual, para poder ser diferente en todo lo que decida ser diferente), como elemento integrador de la dimensión económica con la de los derechos y los afectos, como tendencia permanente hacia la concreción de los anhelos personales y colectivos, es una suerte de combinación entre ética y política. Pone en movimiento interactivo la valoración y la acción, el sustrato cultural de una sociedad con la administración y distribución de sus recursos materiales. Se hace cargo de resolver la pobreza interpelando y removiendo las causas de la extrema riqueza.
COVID-19 ha suscitado una mayor conciencia moral en gran parte de la sociedad acerca de valores como el Estado y la solidaridad. Pero se necesita de la intervención política para erigirla en movimiento transformador, en democracia profunda. De lo contrario, nos seguiremos debatiendo entre dos desamparos, aparentemente diferentes, pero convergentes en su efecto desarticulador: el neoliberalismo y el neofascismo.
Vale para el mundo, vale para nuestro país.
*Por Carlos Raimundi para El cohete a la luna / Imagen de portada: El cohete a la luna.