Córdoba, ciudad yuta

Córdoba, ciudad yuta
13 julio, 2020 por Redacción La tinta

Por Ignacio Tamagno para La tinta

Segunda vez que tengo problemas con la policía en esta cuarentena.

La primera fue semanas atrás. Me pasé horas esposado arriba de un patrullero. Previamente, durante una hora, me tuvieron parado en la calle, las manos arriba del capó, rodeado de diez canas y cinco patrulleros (¿tan peligroso soy, tantos canas hay al pedo?). Me humillaron, me amenazaron, me extorsionaron, con sacarme guita, con meterme preso. Sí, mala mía, sí. Rompí la cuarentena, sí. Estaba a dos cuadras de mi casa. Me soltaron a la madrugada, dos kilómetros más allá.

El sábado por la noche, salí a caminar con Canela, mi perra. En Rondeau y Chacabuco, nos frenan dos chicas, que me preguntan si puedo llamar a la policía. Les preguntó si están bien. Me dicen que hay un tipo tirado en la calle, inconsciente, con la cabeza ensangrentada. Lo despierto. Que le duele el pecho, que se empastilló, que lo llevemos al IPAD, el Instituto Provincial de Alcoholismo y Drogadicción. Frenamos a un móvil de la policía. Lo inspeccionan.


El líquido negro alrededor de la cabeza finalmente no es sangre, son lágrimas, negras de lavarle la mugre de la cara, un charco de lágrimas negras. “¡Cuánto lloraste, negro!”, se burla el cana. Lo llevemos al hospital, les digo. No, me dice. Les insisto. Fingen un quilombo. Se fugan.


Clínica Aconcagua se niega a recibirlo, no tiene obra social. Que la cana está obligado a levantarlo, me dicen. Que llame al 136 o al 107. Llamamos, con las chicas. Esperamos horas. En la espera, el tipo vomita las pastillas, queda tirado con espasmos.

Freno a un móvil de la policía: los mismos cara de nada. Les insisto que me ayuden. Se malhumoran. Se bajan. Me arrinconan. Que les falto el respeto. Que me van a llevar. Saco el teléfono. Interviene una de las chicas. Caen más patrulleros. Que quién filmó, increpa un cara de pija. Que yo, por qué. Me empiezan a filmar. Me toman los datos. “Esto parece quién se cansa más rápido”, dice una de las chicas.

Efectivamente. Van desapareciendo los policías. Quedamos la chica, yo, los cowboys del móvil 8781 y el pobre tipo tirado en la calle, meado y vomitado, cagado de frío.

Llega el 107, al rato. Tres gordos re buena onda, que se portan de diez, que lo despiertan, lo atienden, lo tranquilizan, lo inspeccionan. El tipo no deja de decir que le duele el pecho. “Llevame al IPAD”, grita. Los del 107 hacen su trabajo. Le indican a la policía que lo lleven al IPAD, les dan el número, la dirección, le explican a la policía lo que es el IPAD. Los canas lo suben patrullero. No dejan que me suba con él. Se van.

Este domingo, a las cuatro de la tarde, llamo al IPAD. “Acá no entró nadie”.

Héctor Oliva. DNI que arranca en 31 millones. Lo levantó el móvil 8781, a las 03:42 de la madrugada del 12 de julio, luego de que lo inspeccionara la ambulancia del 107 con patente AB979IQ. Lo alzaron para llevarlo al IPAD. Al IPAD, dicen los del IPAD, nunca llegó. ¿Llegó? ¿No llegó? ¿Lo llevaron al hospital? ¿Lo tiraron por ahí?

Cada vez da más asco vivir en Córdoba, esta ciudad-yuta, gobernada por la yuta y su régimen tanático. ¿Por qué, en vez de tantos canas, no hay más gordos del 107? Hace ya rato que de «La docta» (de por sí, ya horrible) involucionamos en «La bota»: ¿qué sigue?

* Por Ignacio Tamagno para La tinta

Palabras claves: Policía de Córdoba

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