Ley, orden y elecciones en Estados Unidos
Pese a la pandemia de coronavirus que asola al país y el creciente desempleo, la carrera presidencial para los comicios de noviembre sigue en marcha.
Por Gonzalo Fiore Viani para La tinta
En medio de una pandemia que en Estado Unidos no parece amainar, Donald Trump comenzó con su campaña presidencial preocupado por las encuestas. En sus rallys, no se respeta el distanciamiento ni se tienen las mínimas medidas de cuidado o aislamiento. En uno de sus últimos actos políticos, en la ciudad de Tulsa, Oklahoma, un grupo de fanáticos del género musical K-Pop se organizaron a través de Tik-Tok para comprar entradas y dejar medio vacío el aforo de 19.000 personas. A comienzos de este mes, los fanáticos del K-Pop se unieron al movimiento Black Lives Matter en oposición al mandatario.
En su célebre discurso de Gettysburg de 1863, Abraham Lincoln aseguró que “Estados Unidos es una nación concebida en la libertad y dedicada a la proposición de que todos los hombres son creados iguales”. Para Lincoln, el final de la Guerra Civil representaba un nuevo nacimiento para la libertad de Estados Unidos y la igualdad de todos sus ciudadanos, sin importar su color de piel. Desde entonces, esta idea se ve discutida cada cierto tiempo. El asesinato de George Floyd desencadenó una serie de problemas que se fueron concatenando como si fueran fichas de dominó.
Además, el asesinato de Floyd funcionó de catalizador para el descontento político, racial y económico de distintos países del mundo, como Reino Unido, Francia o, inclusive, Japón y Corea del Sur. En las protestas, subyace la idea de que Estados Unidos ya no es el principal modelo a seguir por las democracias mundiales. Mientras se discute su excepcionalidad y “destino manifiesto” en el resto del mundo, una gran parte del país sigue perdiendo su propia moral. Aunque esta tendencia existe especialmente desde la elección de Trump en 2016, se profundizó tras los hechos de las últimas semanas.
Desde los disturbios en Los Ángeles en 1992, causados por la liberación de los policías que habían sido filmados golpeando a Rodney King, que el país no vivía una situación racial tan grave. George Floyd se suma a una larga y tristemente célebre lista de hombres afroamericanos asesinados a manos tanto de las fuerzas de seguridad como de ciudadanos armados por el racismo endémico que afecta al país desde hace más de 200 años. A Big Floyd, como se lo conocía en los círculos underground del rap sureño, lo asfixió hasta la muerte un policía, debido a que intentó pagar en un supermercado con un billete falso de 20 dólares. Desde que comenzaron las protestas en todo el país, ya van dos muertos a causa de la represión policial.
Inmediatamente, vienen a la mente los nombres de Trayvon Martin, el estudiante de 17 años asesinado por la espalda por el coordinador de vigilantes de una urbanización privada; o los de Tamir Rice, Eric Harris, Walter Scott, Jonathan Ferrell, Sandra Bland, Samuel DuBose y Freddie Gray. A partir de estos casos, surgió el movimiento Black Lives Matter en 2012, con el objetivo de visibilizar la brutalidad policíaca, que afecta especialmente a los jóvenes de color. Acciones como la del jugador de fútbol americano Colin Kaepernick, de arrodillarse antes de cada partido mientras sonaba el himno, tuvieron alcance nacional y fueron rechazadas por el mismo Trump. Aunque también tuvieron el apoyo público del ex presidente Barack Obama y de distintos sectores del establishment demócrata.
Estados Unidos, con el cinco por ciento de la población mundial, concentra el 25 por ciento del total de las personas en situación de encierro del planeta. Aunque los afroamericanos y los hispanos representen el 32 por ciento del total de habitantes del país, significan el 56 por ciento de su población carcelaria. A su vez, el número de afroamericanos en prisión supera en 600.000 a aquellos que se encuentran enrolados en la educación superior. Los disturbios desatados tras el asesinato de Floyd es otro síntoma más de una larga cadena de sucesos que convierten al sector afroamericano estadounidense en extremadamente vulnerable, tanto a la pobreza como a pasar a formar parte del sistema de represión penal.
Tradicionalmente, en la política estadounidense, las protestas pacíficas fueron funcionales a los demócratas, mientras que los disturbios ayudaron electoralmente a reforzar el papel “ordenador” de los republicanos. Si bien a Trump le gusta compararse con Ronald Reagan -o, incluso, con Abraham Lincoln-, es posible encontrar su paralelo más importante en Richard Nixon. Las analogías con las revueltas de 1968 no son pocas y, en aquel momento, el mayor beneficiado de ellas fue el republicano. Mientras que los demócratas sucumbieron con un candidato de centro como Hubert Humphrey primero, y luego, de manera aún más aplastante, con un izquierdista como George McGovern. Mientras que Humphrey se parecía más a Joe Biden, podría decirse que Bernie Sanders tiene grandes similitudes con McGovern. En un contexto de polarización, caos social y brecha generacional como el de 1968, triunfaron los republicanos, estará por verse si también lo hacen en 2020.
Nixon, en su momento, triunfó contra Humphrey por 43 a 42 por ciento. En 1968, habían sido asesinados Martin Luther King Jr., provocando una serie de revueltas en todo el país, y luego Robert F. Kennedy, quien se perfilaba para ser el candidato a presidente del Partido Demócrata y heredero político de su hermano John. A su vez, se produjeron grandes desmanes en la Convención Nacional Demócrata de agosto de 1968. El rechazo de los manifestantes contra el establishment del partido era muy grande debido a la guerra de Vietnam y las críticas contra la presidencia de Lyndon Johnson que, si bien fue un presidente progresista en muchos aspectos, no pudo despegarse de las atrocidades de una guerra heredada.
Humphrey era vicepresidente de Johnson y su candidatura enfureció al sector más progresista de los manifestantes, que esperaban un candidato más cercano a la izquierda como McGovern y todavía arrastraban la desazón por el asesinato de Bobby Kennedy. De un Partido Demócrata fragmentado y una situación social extremadamente convulsionada, se benefició electoralmente Nixon, quien, finalmente, logró llegar a la presidencia tras haber perdido los comicios de 1960 contra John F. Kennedy.
Cuatro años más tarde, en 1972, el sector más radicalizado del Partido Demócrata logró imponer a su candidato, el senador del Estado de Dakota del Sur, George McGovern. El sureño fue el candidato con ideas más cercanas al socialismo o a la izquierda de toda la historia de Estados Unidos. Fue apoyado efusivamente por el ya entonces decadente movimiento hippie y por las grandes figuras de la contracultura de aquellos años. El país seguía desangrándose internamente por las protestas contra la guerra de Vietnam, que además estaba siendo perdida. En 1970, cuatro estudiantes fueron asesinados en la Universidad de Kent State, en Ohio, en medio de protestas contra el gobierno de Nixon y las fotos tuvieron repercusión tanto nacional como mundial.
El Movimiento de los Derechos Civiles se había radicalizado y el Partido de las Panteras Negras había acaparado la centralidad. Parecía un escenario propicio para la derrota del Partido Republicano y la salida del poder de Nixon. Sin embargo, la debacle electoral demócrata fue aún peor que la sufrida en 1968. El programa de McGovern, similar al de Sanders décadas después, prometía grandes reformas al sistema de salud, programas para combatir la pobreza, avanzar en los derechos civiles, reducir el presupuesto militar y salir de la guerra de Vietnam, e, incluso, despenalizar el consumo de marihuana.
Como en otros momentos donde la “ley y el orden” se ven amenazados, el establishment cerró filas detrás del cuestionado Nixon y el Partido Demócrata atravesó la peor derrota de toda su historia. Los demócratas alcanzaron apenas el 38 por ciento de los votos frente al 60 por ciento de Nixon, después de una campaña presidencial atravesada por tácticas de espionaje que terminarían desembocando en el escándalo de Watergate y la renuncia anticipada del presidente apenas dos años después. A pesar de los intentos del Partido Demócrata durante los últimos cuatro años de conseguir el impeachment de Trump, Nixon fue el único presidente estadounidense en verse obligado a renunciar debido a la amenaza concreta de ser destituido.
Trump ahora espera que el complejo escenario social que enfrenta le sea funcional de la misma manera que le fue a Nixon. Por ello, le gusta mostrarse como el presidente de la ley y el orden, tildando a los manifestantes de “saqueadores, anarquistas y terroristas”, mientras se burla de su contrincante Joe Biden, a quien califica todo el tiempo en sus redes sociales de “sleepy Joe” (Joe, el dormilón), debido a sus furcios públicos permanentes. Al mismo tiempo, el republicano apuesta a la fractura dentro del Partido Demócrata, donde golpeó duramente la derrota en las primarias de Bernie Sanders.
El veterano senador de Vermont apoyó públicamente a Biden, aunque no se sabe aún si este respaldo se trasladará a sus votantes. Esto no sucedió en 2016, cuando la juventud que lo había acompañado en las primarias no se movilizó para votar a Hillary Clinton. Aunque entonces la situación era diferente, ya que flotaba en el aire la idea de que a Sanders el establishment le había “robado” la nominación.
Joe Biden tampoco es un candidato atractivo para la juventud. Un hombre blanco, de 78 años, que si bien fue vicepresidente durante ocho años de Barack Obama y hoy tiene el apoyo público de todo el partido, tiene un track record polémico en lo que respecta a cuestiones de sensibilidad racial. En 1988, cuando era senador, impulsó una ley que establecía mayores penas para quienes traficaban con crack que quienes lo hacían con cocaína. Esto sirvió, en los hechos, para criminalizar aún más a la comunidad afroamericana. En 2002 y 2003, como senador opositor, también apoyó fervientemente las guerras fallidas en Afganistán e Irak, algo que Trump recuerda constantemente en sus intervenciones públicas.
Biden ha sido muy criticado por sus ex adversarios en la primaria demócrata, debido a sus frecuentes lapsus en sus discursos. Por ejemplo, durante la campaña, aseguró que se estaba postulando “para senador”. Al mismo tiempo, uno de sus hijos, Hunter, estuvo involucrado en un escándalo con una empresa polaca de la cual formaba parte. Conversaciones entre Trump y el entonces recién electo presidente de Polonia, para apurar las investigaciones contra el hijo de un probable contrincante político, llevaron a que los demócratas le iniciaran un juicio político al mandatario que, finalmente, fracasó en diciembre pasado.
Si triunfa, Biden se convertiría en el hombre con más edad en llegar a la presidencia por primera vez en la historia de Estados Unidos. De la misma edad que Trump, la vida del demócrata estuvo signada por grandes tragedias personales. Pocos meses después de haber sido electo senador por Delaware, a los 29 años, en medio de la derrota de su partido frente a Nixon en 1972, su esposa e hija de un año murieron en un accidente de auto. Sus dos hijos resultaron heridos y juró la banca desde la habitación del hospital donde estaban recuperándose.
Más recientemente, en 2015, su hijo Beau, una creciente figura del partido, murió a causa de un tumor cerebral, a los 46 años. Debido a estas grandes pérdidas, el candidato demócrata logra conectar como pocos con su electorado. Sin tener un gran carisma ni ser un orador demasiado sobresaliente, la principal fortaleza de Biden es el mano a mano con sus seguidores.
El establishment del Partido Republicano también se encuentra dividido respecto a la figura de Trump, a quien continúan viendo como un outsider que intenta fagocitar la estructura tradicional del partido en su favor. Si bien la mayoría de los dirigentes continúan apoyándolo, otros, como el senador republicano Mitt Romney, son cada vez más críticos de su presidencia. Ex presidentes como George W. Bush, inclusive, rompieron con la tradición tácita de no criticar a sus sucesores y apoyó a los manifestantes. A su vez, su ex Secretario de Estado Colin Powell, aseguró que votaría por Biden. Cindy McCain, viuda del histórico senador fallecido John McCain, también apoyará a Biden, mientras que la senadora republicana por Alaska, Lisa Mursowrski, reconoció que “está luchando” para mantener su apoyo a Trump.
Según la mayoría de las encuestas, Trump ronda una intención de voto del 41 por ciento, mientras que Biden lo supera en dos o tres puntos. La elección continúa profundamente polarizada y abierta. Si nos atenemos a los paralelismos históricos, la suerte del actual presidente no está echada. No obstante, el escenario social en Estados Unidos es tan complejo -en medio de una pandemia que se llevó más de 100.000 vidas, 45 millones de puestos de trabajo y una serie de revueltas populares-, tampoco sería de extrañar que Trump se convierta en el primer presidente de Estados Unidos, desde George H. W. Bush en 1992, en perder su reelección. El escenario, por ahora, permanece tan abierto como impredecible.
*Por Gonzalo Fiore Viani para La tinta / Imagen de portada: Celag