Moira Millán: “El racismo hacia nuestras niñas y mujeres resulta en crímenes de odio”
Por Ana Fornaro para Agencia Presentes
Los actos brutales de violencia policial en Chaco contra una familia de la comunidad qom que se conocieron por la viralización de un video –donde además de los golpes se denunció violencia sexual- volvió a desnudar el racismo que padece una población atravesada por el hambre y la represión estatal.
Moira Millán, weychafe (guerrera) mapuche, escritora e integrante del Movimiento de Mujeres Indígenas por el Buen Vivir, denunció -entre otras violaciones a derechos humanos- la violencia policial que sufrieron ella y sus hermanas en el marco de los confinamientos obligatorios. Mientras, muchas naciones indígenas de la región se declararon en peligro por las amenazas del coronavirus y enfrentan persecuciones por ser defensores de la tierra.
Antes de que se declarara la emergencia nacional por la pandemia, el Movimiento de Mujeres Indígenas por el Buen Vivir se preparaba para difundir una campaña por la abolición del “chineo”: la violación de niñes indígenas en el norte del país por parte de criollos, una práctica naturalizada e impune desde hace siglos. Esta campaña quedó interrumpida, pero las denuncias de las hermanas indígenas sobre la violencia patriarcal y el racismo en las comunidades no cesan. Sobre estos y otros abusos, conversamos con Moira Millán. También sobre formas de emancipación.
Argentina racista y eurocéntrica
—¿Por qué cuesta tanto hablar de racismo en Argentina?
—Una vez, con una hermana mapuche en Bariloche, entrábamos a un negocio y el guardia de seguridad la seguía por todos lados. Nuestro rostro genera en el imaginario del otre el riesgo del delito, de que somos ladronas. Siempre recuerdo el libro de Frantz Fanon, “Rostro negro máscara blanca”, donde él contaba de ir caminando por la calle y que de pronto una niña blanca al verlo, se asustara y agarrara con fuerza la mano de su mamá, porque en su imaginario ese hombre era peligroso. Eso acá es completamente natural. Acá el hombre indígena puede ser un delincuente.
—Lo vemos en los casos de violencia policial.
—Todas las mamás indígenas sienten terror de que sus hijitos salgan y no vuelvan. Como pasó con Rafael Nahuel, como pasó con Ismael Ramírez, como pasa con tantas niñas. En casi todos los hogares indígenas hay un muerto por las fuerzas represivas. Y es tremenda la soledad, inmensa. Esa soledad se empieza a resquebrajar al encontrarnos como hermanas de todos los pueblos. Nuestra historia es una sola en esta Argentina racista y eurocéntrica. Y nos empezamos a tomar de las manos y a decir “Si nos tocan a una, nos tocan a todas”. Lamentablemente, no estamos teniendo ese nivel de repercusión y de entramar en una sola lucha con las mujeres no indígenas. Además, los medios de comunicación forman opinión y la construyen desde la intencionalidad del negacionismo como política. Eso alimenta el racismo. Y el racismo contra nuestras niñas y mujeres resulta en crímenes de odio, tal como decinos cuando denunciamos los chineos.
«El chineo no sólo es una práctica sexual aberrante: son crímenes de odio, se viola en manada a nuestras niñas, con la complicidad del aparato. Estos casos no llegan a ser denunciados ni judicializados».
—¿Cómo llegan a conocerse los chineos?
—Entre nosotras nos vamos avisando. Porque cuando somos víctima de delito vamos a denunciar y los policías se te burlan en la cara. No te toman la denuncia porque no logran entender qué estás denunciando. En Argentina, no se respeta el tratado internacional por los derechos lingüísticos, y debería implementarse en todas las áreas. Si hablás wichí, guaraní, qom, tendría que haber peritos traductores, pero no hay. Es obligación del Estado ponerlo al servicio ya sea de los imputados indígenas como de las víctimas. Entonces, estos crímenes de odio tienen un montón de aristas: no sólo la violación a los cuerpitos de nuestres niñes, sino también el manto de impunidad, hay todo un aparato estatal que así lo permite. Y ese aparato estatal tiene cero presión de los organismos de derechos humanos y de las organizaciones feministas. Somos nosotras, las víctimas directas del chineo, las que estamos instalando el tema.
—Pero estos crímenes tampoco aparecen en los medios.
—Porque no ha habido una voz colectiva en Argentina que recoja nuestro dolor, que haga audible nuestro grito desesperado de justicia. Tenemos muchas denuncias de nenas violadas cuando van de su casa a la escuela. Por terror a ser violadas, terminan sin querer salir. Después no pueden estudiar. No pueden llegar a desarrollar una vida normal con garantías y derechos, porque están viviendo bajo el terror. Por ejemplo, tenemos el caso de una a quien, además de violarla, le dieron de tomar cerveza con vidrio. A otra le mutilaron los pechos. Hay niñas a las que les rapan el pelo, todo un símbolo. Lo que se ve es monstruoso, pero lo que duele aún más es la indiferencia social.
“Nuestras niñas son violadas y no hay marchas”
—¿Por qué hablar de crímenes de odio?
—Porque se podría colocar un agravante penal, así como se ha hecho con la transfobia o los asesinatos a personas LGBT. Porque queremos desnudar una verdad que de cuenta de los factores que configuran un escenario terrible. Son crímenes de odio contra cuerpitos, por racismo y con complicidad social. Las mamás sufren al ver que sus niñas son violadas y no hay marchas. Son cuerpos que no importan, vidas devaluadas. Hay que pensar cómo se construye en lo simbólico esa subjetividad, porque la emocionalidad de los pueblos es manipulada, construida.
«Es como cuando se piensa a las mujeres trans como una monstruosidad, aunque deseable, y a las mujeres indígenas como una categoría animalesca. Nos piensan como animales de carga».
“Recuperamos la visión cósmica de organizarnos en el mundo”
El Movimiento de Mujeres Indígenas por el Buen Vivir nació en 2013 y en estos años realizó una marcha multitudinaria (2015); un Parlamento de Mujeres Indígenas (2019); un Campamento de Pueblos contra el Terricidio (2020) y prepara una campaña por la abolición del chineo, además de una nueva edición del Parlamento. En el origen estuvo un viaje de Moira Millán, luchadora por los derechos de su pueblo desde sus 20 años, para su película Pupila de Mujer, mirada de la Tierra (realizada junto a Florencia Copley). Luego de la filmación, continuó sola el viaje, en contacto con muchas de sus hermanas, conociendo sus territorios, a la escucha.
“El cambio climático recae sobre los cuerpos de las hermanas”
—¿Con qué realidades te encontraste en los territorios?
—Con un país desgarrador: de violaciones, femicidios, despojo de derecho. Las hermanas son sobrevivientes porque viven en comunidades donde no hay agua. Para ir a lavar la ropa hacen 3 kilómetros de ida y de vuelta, como en África. El cambio climático recae sobre la vida y los cuerpos de esas hermanas. O en Salta, en Carboncito, en la zona de misión chaqueña, las hermanas se levantan a las 3 o 4 de la mañana para llenar un cubo de agua, porque cae casi a goteo. Amanece juntando agua, luego se levantan sus niñes y ellas tienen que empezar el día preparando la comida, asistiendo al marido, la casa. Su familia duerme, ellas no. Vas al mediodía y las encontrás agotadas, apenas hablan. Y aquel que no entiende va a decir que son vagas, por qué hablan tan poco. Las hermanas sufren mucho.
—¿Y las que viven las ciudades?
—La mayoría de ellas trabaja de empleada doméstica, en situaciones prácticamente de esclavitud, con niveles de maltrato. Les pagan en negro. Las hermanas no solo son víctimas de sus patrones y patronas, sino que viven en barrios donde la violencia social es muy fuerte, tienen maridos alcohólicos que las violentan. A veces los colectivos no entran a esos barrios. Están en una frontera invisible: bajan del colectivo muertas de miedo, atraviesan descampados, las violan, a veces las matan. Es un infierno la vida en esas ciudades. En el barrio qom de Rosario me decían que los hombres de su comunidad se reunían y decidían sin escucharlas. Cuando les pregunté cómo las miraban las mujeres blancas, decían que las miraban como patronas, siempre tutelándolas, queriendo hablar y pensar por ellas. Cuando les pregunté cómo las miraban los hombres blancos, me dijeron que ni siquiera las miraban. Las reducían a la categoría casi de animales.
—Ese racismo está invisibilizado
—En Argentina pasan muchas cosas. Hay una resistencia. Nosotras decimos que hubo un proceso de argentinización que se hizo a través de un genocidio. No quieren ser el resultado de un laboratorio sangriento, nadie quiere pensarse así a sí mismo. La perspectiva decolonial no interpela a los patriotas. Se habla de lo decolonial para la invasión de Europa a América. A veces para el imperialismo de Estados Unidos y hasta ahí. A partir de la desaparición y asesinato de Santiago Maldonado en Wallmapu una parte de la población argentina descubrió que había un conflicto por tierras en el sur del país, que ese conflicto estaba interpelando el latifundio creado por grandes empresarios, muchos de ellos extranjeros. Y eso generó solidaridad de un sector importante, pero no desde la lectura del reconocimiento pleno de nuestro pueblo sino de identificar al enemigo como el extranjero poderoso, imperialista.
—¿Cómo se organiza el Movimiento de Mujeres Indígenas?
—No somos una organización de mujeres indígenas, sino que somos mujeres indígenas organizadas de manera autónoma y sin ningún tipo de apoyo. Es importante destacarlo. Nosotras somos antipartidarias, anticlericales, antipatriarcales. Decidimos en Asamblea. No hay liderazgo. Somos autogestivas, nos autofinanciamos. Respondemos a la mapu. La madre tierra va dirigiendo nuestra agenda, nuestra vida, nuestro buen vivir como derecho. Recuperamos la visión cósmica de organizarnos en el mundo. Eso nos da mucha fuerza. Y no tenemos temor. Empezamos a hablar en voz alta con coraje. Y enfrentamos no sólo al poder blanco que nos oprime, sino también a nuestros propios hombres.
*Por Ana Fornaro para Agencia Presentes. Fotos de Maxi Sokolovski y Presentes.