Una banda sonora para el fin del mundo

Una banda sonora para el fin del mundo
11 mayo, 2020 por Redacción La tinta

Por Juan Muñoz para La tinta

Escuchó el estruendo y subió agitado hasta la azotea. Son pocas las veces que un sonido es tan distintivo. La novedad trae consigo la sorpresa; habían chocado con las torres. William Basinski regresó a su habitación en piloto automático, tomó la cámara y arriba, desde Brooklyn, filmó cómo el humo se tendía por el World Trade Center. 

Aquel no era el primer ruido peculiar del mes. Semanas atrás, había intentado digitalizar sus loops y canciones de 1980, pero accidentalmente desprendió el magnético de la cinta mutando el sonido. 

El 12 de septiembre llegó como un impulso melancólico: The Disintegration Loops, una serie de álbumes que Basinski produciría a partir del eco roído de la cinta y las imágenes del atentado. Según él, “había creado, sin querer, la banda sonora del apocalipsis”. 

Cada catástrofe, incluso, cada hito parece tener música de fondo. Melodías que nos reivindican, nos recuerda que existimos o que hemos existido peor. Y si la historia se puede dividir, cada trozo se va enlazando con un ritmo. La realeza francesa suena como Tormenta de Vivaldi, la guerra de Vietnam como rock norteamericano y el Holocausto, a veces, como el Cuarteto para el fin de los tiempos.

Hay guerras que se quedan con un bang… bang… bang… No había música allí, dirán. Sí que había música, responderán otros, solo que no era tan fuerte como para sonar en la historia. Es culpa del cine, replicará alguno. En otro lugar, gente defenderá que hasta los planetas vibran haciendo música. Vivimos bajo la dictadura del sonido, reprocharán.

Vivimos atiborrados de ruido. Las estadísticas dicen que, hoy en día, más de un billón de sonidos salen de nuestras pantallitas planas. Ninguno es especial. Para encontrar la armonía propia de una época, de un evento, se necesita de un dote especial. 

Siempre he creído que mi abuelita tiene ese dote. Le recetaron un medicamento que le degradó la audición, ahora sufre de sordera. Sus audífonos le sirven como lupas a los oídos, puede escuchar hasta la cagada de un mosquito. Cuando quiero saber sobre el pasado, me acerco y le pregunto. 


Abuelita, ¿cómo suena este trozo de historia que nos ha tocado vivir? No escucha mayor cosa. Y es que detrás de ese discurso innovador, el de la guerra invisible y la nueva normalidad, parece no haber nada. Encerraos en casa, afortunados y afortunadas. Sobrevivid como podáis algunos y algunas. Porque esta catástrofe no tiene banda sonora. La pandemia no es el apocalipsis y no ha llegado la suerte de ningún fin. 


Toda la música ha callado. Este trocito de historia que se siente único solo puede tener un sonido, el silencio.

Silencio que despierta.

Silencio que ahoga. 

Silencio distante. 

Silencio cercano. 

Silencio que suena. 

Silencio, al fin y al cabo, porque nos hemos agotado. Y aunque se diga que cuando llega el silencio llega la muerte, dizque porque son sinónimos, la vida se agota para volver. En esta curva de frecuencia, ya hemos sonado muy alto, el ritmo disminuye y los silencios que escuchamos adquieren nuevos nombres. 

Seguramente, en un par de meses, cuando no creamos más en la guerra invisible, se nos olvidará que algún día hubo silencio. Y la nueva normalidad proclamará nuevos himnos para tapar este pedacito mudo de historia. Saldrán más Basinskis a sus azoteas y compondrán. Cuando eso pase, le preguntaré de nuevo a mi abuelita para ver si puede encontrar, quizás, la banda sonora del fin del mundo, el silencio. 

*Por Juan Muñoz para La tinta / Imagen de portada: Colectivo Manifiesto.

Palabras claves: coronavirus, Música, pandemia

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