Apuntes sobre cómo funcionan las cosas (I)
Hábitos
1. Hay poco tránsito y sin embargo escucho a un tipo gritarle a otro “¡no se puede estacionar en doble fila, viejo pelotudo!”. ¿Qué tiene: motivo para enojarse o un enojo que busca motivos? El ciudadano modelo ¿es agresivo? Y, mientras más modelo ¿más agresivo? ¿Hay una clase de no respeto por las reglas que, según él, justifica su manera de proceder? Si la mayoría manejara bien ¿esa agresividad desaparecería o se desplazaría?
2. “Anoche me dormí esta mañana recién a las nueve”, leí en el muro de Zsoka. Todavía sonrío cuando lo recuerdo. Si tuviera que armar un kit de supervivencia o hacer una lista de diez ítems como propuso Elisa hace poco, en la mía figuraría una persona de muy buen humor. “Reír ayuda a respirar”, escribió Marcelo Percia. Me encantó. Su nota se titula Esquirlas del miedo.
3. Me pregunto por qué alguien preferiría la sombra en vez del sol, el no movimiento en lugar del movimiento, lo que desvitaliza a lo que vitaliza. Pero ¿por qué elegiría justo ahora lo que antes no? Esperar una transformación semejante es otra ilusión: en cuarentena los hábitos se refuerzan, no se cambian.
4. Me gusta entrenar (digo me gusta para evitar dar y darme explicaciones). Igual, si llegara el fin del mundo en estos días, no quisiera que me encontrara haciendo puentes de glúteo.
Emociones y cuerpos
1. Hace poco logré un párrafo que me hizo sentir bien. Lo dejé ahí, salí con el Abel a hacer compras y cuando llegué le di la mano al verdulero. ¡Epa!, gritamos y sonreímos. Cuando estoy alegre, tiendo al contacto: ¿le hará algo a esa predisposición la cuarentena?
2. Entiendo que uno actúa las emociones porque las siente, aunque también para sentirlas. El Distanciamiento Social Preventivo y Obligatorio: ¿limitará únicamente la expresión o también la sensación?
3. Escribe Eduardo Medina en La performatividad del coronavirus: “¿Qué hay adentro del Coronavirus? Muerte, miedo, aislamiento, Estado, política, información, humor, enfermedad, Presidente, respiradores, China, Italia, España, Bolsonaro, Trump, barbijos, abuelos, estornudos, tos, calle, calle-vacía, encierro, soledad, angustia, etc. etc. ¿Quién puso todo eso ahí adentro?”. Ignoro la respuesta. Sólo se me ocurre parafrasearlo a Espinosa: nadie sabe lo que sobre los cuerpos puede una palabra.
Sensibilidad
1. Si tuviera que hacer una caracterización del sentido común, una de las cosas que diría es que es punitivista. En consecuencia, imagino muchas cabezas asentir cuando Alberto Fernández dice “por la razón o por la fuerza”, o peor todavía, que “la situación de la población carcelaria es, paradójicamente, mejor que la del resto”. Ojalá utilizara su poder político para modificarlo, no para reforzarlo (al sentido común, digo). Ojalá escuchara a alguien como Adriana Revol. Ojalá dejara de ser política penitenciaria penalizar (hasta en este gobierno y en medio de una pandemia) los reclamos de elementos de higiene. «Las muertes en las cárceles son crímenes de Estado», afirma un graffiti que de vez en cuando veo en La tinta. Comparto totalmente.
2. Suelo decir que me preocupa el abuso policial, la gente que pasa hambre y la que se encuentra presa: me veo como esos funcionarios que hablan de cosas que no viven, pero que imaginan. O más nocivo aún: afirman saber. “Sé el esfuerzo que hicieron”, repetía Macri: ¿a qué le habrá llamado saber y esfuerzo? ¿Qué se habrá imaginado? ¿Alguien se habrá sentido comprendido por él y por ese cuasi slogan? ¿Pueden contener afectivamente los slogans? ¿La frase fue parte de una estrategia de marketing y nada más o también una manifestación sobre cómo funciona la ignorancia de la propia ignorancia? Sea como fuere, imaginar no alcanza. Sirve para sentirse bien, pero como todos sabemos, no para hacer el bien.
Sospechas
1. Después de casi un mes de encierro quizás sea fácil confundir reclamos con acusaciones. Todavía ignoro las diferencias precisas, pero ya entendí que es posible reclamar sin acusar.
2. En tiempos de cuarentena a lo mejor también resulte fácil sentir dos de los placeres de la gente frustrada a causa de obedecer: tener excusa para el autoritarismo y ver el castigo de la gente que no obedece. ¿No ha sido precisamente esto último uno de los gozos prometidos a los cristianos cumplidores? Como diría Federico: sin venganza la dicha en el paraíso tampoco sería completa.
3. Alguien puede obedecer por elección o por carecer de fuerza. Sospecho que la frustración que implica lo segundo es capaz de producir, frente a la desobediencia, un deseo de sanción que roza con el sadismo. Aclaraciones: a) digo que existe un tipo de sometimiento que puede volvernos crueles, no que el sadismo sea malo. b) Crueles: portadores de una especie de sufrimiento que se nos pasa sólo si vemos a otros sufrir lo mismo.
Los morales
1. “Está perfecto: si yo me quedo en casa, ella también”: comentario a un vídeo donde dos policías tenían a una madre con su hijito contra el piso en Jujuy. Mientras uno de ellos (una mujer) le apretaba la cabeza con las manos y el hombro con la rodilla, el otro trataba de sacarle a la criatura que lloraba y gritaba. 2. Pienso en la persona que lo escribió: ojalá no tenga hijos. Lo imagino como a esos padres que, en nombre de la obediencia y del respeto, son capaces de justificar, hasta con cierto placer, casi cualquier violencia (tanto propia como ajena). A esa justificación del uso de la fuerza para generar miedo también suelen llamarle educación.
3. “Me siento un pelotudo atómico haciendo la cuarentena”, escribió otro al lado del mismo vídeo. Se siente así cumpliendo, hay que subrayarlo, lo que le es posible cumplir; convencido además de que esos que salen no entienden. Como dice Chantal Maillard: el estrecho marco de nuestras indignaciones es grave. La creencia de que la otra persona –en plural si nos referimos a las que están en las cárceles– merece el maltrato que recibe, resulta todavía más grave: conduce a relativizar la injusticia de la que es víctima.
4. La indignación de los ciudadanos cumplidores de la ley puede ser peligrosa o directamente mortífera. Ni qué decir de ese principio de distorsión, convertido en principio de análisis, que es el odio.
Definir ruidos molestos
1. Hablé con un vecino al que le molestan los ruidos de “la mujer que vive arriba”. Me pidió que le diga algo porque él no quería ponerse loco. Antonio, llamémoslo así, no sabe pedir sin amenazar.
2. Luego de nuestra conversación, comenzó a negarle el saludo y a hablar con otra vecina, a los gritos, de los ruidos de “la que vive arriba”: la facilidad con la que dejamos crecer un odio, la soltura con la que lo regamos, la rapidez con la que encontramos cómplices, me resulta asombrosa.
3. En el complejo hay otro tipo que es súper violento: creería que golpea a su pareja y no sé si a su madre. Ayer, mientras les gritaba a las dos, cuando la madre le dijo que iba a llamar a los vecinos o a la policía, él bajó el tono y le contestó: “¿¡y vos!? ¿¡No decís nada de cómo me tratás a mí!?”. El victimario, ante testigos, se presenta como víctima.
4. Antonio no subió a decirle nada. ¿No le habrán molestado esos ruidos? “La verdad no entiendo qué hace esa mujer ahí arriba”, me había dicho antes cuando se quejaba. ¿Les resultarán más entendibles los golpes y los gritos? ¿O tal vez sea capaz de justificar los ruidos que también puede hacer?
5. “La mujer de arriba”, la que tanto lo molesta, llamó a la policía. Me consta que ella no tenía dudas sobre lo que hizo, pero si la hubiera tenido, un posteo de Cecilia Solá se la hubiese quitado: “¿Te horrorizaron las imágenes de Bubblé zamarreando a Luisana? ¿Te dio rabia una mujer violentada? Mirá la casa de al lado, el departamento de arriba, la piba del kiosco. Ahí tal vez puedas dar una mano”. La indignación en las redes es fácil, exponerse y poner el cuerpo todo lo contrario.
6. “Ya me voy a enterar yo quién llamó a la policía”, gritó el tipo de arriba. Supongo que la mayoría no se hizo cargo, pero pareciera que también puede amenazarnos con impunidad. Si me pregunta, voy a decirle que fui yo, le dije a mi pareja, la mujer que llamó. De inmediato me imaginé pegando en cada puerta (son 17) un cartelito que diga “yo llamé”. Me sonó a una propaganda de televisión ineficaz, aunque también a utopía. Entonces recordé otros carteles que sí existen: “si sos médico, enfermero, farmacéutico y/o trabajás en salud… ANDATE!!! Nos vas a contagiar a todos”. Explícito o tácito, existe más apoyo para actos de violencia que para gestos de cuidado: la distopía es muchísimo más viable que la utopía.
Por Ariel Rivero para La tinta / Foto: La tinta
* Docente. Profesor de filosofía.