Diario de cuarentena en Venezuela: delirio sin fiebre
Desde Caracas, una periodista escribe las imágenes urgentes de un país que resiste al coronavirus y los ataques de Estados Unidos.
Por Neirlay Andrade, desde Venezuela, para La tinta
Cuando termine la cuarentena, columpiaré a M. hasta que diga basta. Una academia de béisbol decidió seguir abierta para exhibir sus talentos a reclutadores gringos. El saldo: 41 nuevos contagiados y contando… Toque de queda en Nueva Esparta. Una isla cerrada; de esto, solo pueden dar cuenta Homero, comunistas y parias. Una locutora perifonea: la Reina Isabel cumple 94 años; es dueña y señora de los delfines y las ballenas a no sé cuántas millas del reino.
Yo, a los veinte, detestaba los viernes; eran como un cese y odiaba encontrarme conmigo a solas. A los 30, amo los domingos porque son un cese y todos los días que se le parecen me resultan felices. Confieso con vergüenza que, a ratos, disfruto la cuarentena. Putin llama. ¿En la nueva vida, habrá retardos en el metro? Xi Jinping llama. ¿De dónde sacaré el dinero en efectivo para pagar el gas? Juan Guaidó anuncia un bono de 100 dólares para los médicos. Miro la resequedad en mis manos de tanto repetir el ritual del agua y el jabón, y pienso en los miles de grifos sedientos.
Paramilitares tratan de filtrarse entre los migrantes que regresan a casa. ¿Tendremos suficiente memoria para recordar sutilezas entre tanto estruendo? ¿Podré cerrar los ojos y ver El Ávila en llamas? Cerrar los ojos y abrir la memoria a la primera lluvia del año. Trump no llama. Soy hijo de la infeliz Caracas, decía Bolívar.
El mercado de futuros del petróleo texano cae a un pozo (lleno de crudo) y no flota. El fantasma del crack del 29 asecha; pero sin tanto jazz y con mucho reguetón. Europa pone sus barbas en remojo; Venezuela, no. Venezuela tiene las suyas, hace rato, ardiendo. El día después de la cuarentena debe ser indiscutiblemente un día libre: para cortarse el pelo, vagar por las calles y sonreír a extraños. Sería un horror trabajar el día después del fin del mundo; recordar que somos esclavos y que las celebraciones no nos pertenecen.
El año escolar termina en casa. Hay muchas formas de estar solo; mi favorita es con gente alrededor; hablando. Se han registrado 10 fallecidos… números, números, números… Las cadenas de mensajes por Whatsapp pronostican que, ahora sí, vamos a alcanzar el pico de la curva de contagios; así que, mejor, no salgo a hacer las compras. ¿Y si alguno de los míos enferma? ¿Y si descubro que somos mortales antes de tiempo? ¡Pero cuál tiempo! En cuarentena, aprendí que no hay “tiempo perdido”; que cada minuto ojeando un libro sin mayor objetivo que el placer ha sido un minuto “bien vivido” porque el tiempo vivido “como se debe” no me ha alejado más de la muerte. Se extiende el Estado de alarma y el confinamiento hasta el 13 de mayo.
*Por Neirlay Andrade para La tinta / Foto de portada: Ciudad Valencia