Desde Leticia hasta Santa Clara: un penal para la historia

Desde Leticia hasta Santa Clara: un penal para la historia
27 diciembre, 2019 por Redacción La tinta

La periodista Delfina Corti nos regala esta historia de navidad, de Cuba, de Argentina y de una nieta que viaja con su abuela. Una historia en una plaza que involucra al Che y a la pelota.

Por Delfina Corti

Era navidad y mi abuela se había puesto su mejor pilcha. “Hoy vamos a ver al Che”, me dijo mientras estrenaba un pantalón que se había llevado a Cuba para la ocasión.

Una vez sacado los pasajes, me había dicho que organizara el viaje a mi antojo, pero con una salvedad: quería ir el 25 de diciembre al mausoleo del Che.

Si le gusta el fútbol, ya debe saber que el Che jugó de portero -me comentó el conductor de la bicitaxi mientras nos llevaba a la Plaza de la Revolución.

Le contesté que había leído la historia tiempo atrás. Que en un pueblito de Colombia llamado “Leticia” el Che había jugado en un equipo que se llamaba Independiente Sporting Club. Había jugado solo un partido como arquero, posición que eligió por el asma que sufría.

-Atajó un penal en la final del torneo -agregó el conductor.

También recordaba haber leído esa parte. “Atajé un penal que va a quedar en la historia de Leticia”, escribió el Che en su diario.

Aquella tarde, después de haber recorrido Santa Clara, fui a la plaza central mientras mi abuela dormía la siesta.

-Te podrías mover, por favor. Estás sentada en la portería -me interrumpió un niño que más tarde apodaría “Capitán”.

Cuando levanté la vista, me di cuenta de que estaba en medio de una canchita. Dos bancos enfrentados de la plaza funcionaban como arcos y los equipos, menos el nene que estaba junto a mí, estaban en medio de la plaza discutiendo.


-Perdón, no me di cuenta. Aunque si llegaran a necesitar una portera, al igual que el Che, me defiendo bastante bien -le contesté.


No sé si fue mi acento argentino, o que metiera al Che en el medio, o que no les quedaba otra opción, pero mi “capitán” me miró y aceptó. Se acercó a sus compañeros y les dijo que el tema ya estaba solucionado. Que yo atajaría para ellos, que los equipos ya tenían cuatro jugadores y que nadie tenía que salir de la cancha.

Sus compañeros -ahora mis compañeros también- me analizaron primero con la mirada y después se acercaron hacia mí. Me saludaron y me explicaron que estaban perdiendo por goleada porque los otros pibes eran mucho más grandes que ellos. Que igualmente el partido iba a arrancar de nuevo, pero que así y todo yo no tenía que preocuparme por si me metían uno, dos o veinte goles.

Primero les agradecí con una sonrisa, después les respondí que yo también estaba para divertirme; pero lo que no les dije que ni ahí iba a bancarme que me metieran uno, dos o veinte goles.

Antes de que arrancara el partido me hicieron saber que yo iba a defender el arco de Ropa Vieja (nombre de una tradicional comida cubana).

-Y ellos se llaman Jamón y queso -agregó mi capitán.

-¿Y esos nombres?

-Los acabamos de inventar para jugar este partido -me dijo, sin más.

La pelota estaba desinflada y costaba lucirse. Los tres jugadores de mi equipo se quedaban todo el tiempo abajo y, cuando los grandotes que les llevaban más de una cabeza se acercaban hacia mí, salían los tres disparados a meter la pierna.

En la primera jugada, agarré la pelota sin problema. Ya en la segunda, uno de los contrarios al que yo apodé “el italiano” porque jugaba con la camiseta de Italia me amagó y se pusieron 1-0.

Mientras me clavaban los ojos como diciéndome “se suponía que ibas a atajar” y frunciendo sus labios para no dejar escapar ningún reclamo, los tres me aplaudieron. Yo no les dije nada, pero les agradecí.


En la siguiente jugada, agarré la pelota y salí jugando. Amagué al italiano y dejé mano a mano a uno de los míos. La cosa se puso 1-1 y los tres vinieron a chocarme las manos. Después, hubo un córner para nosotros. Nadie me marcó, le grité a uno de los míos que jugó con sus ojotas en las manos todo el partido que entraba sola. Me vio, 2-1.


Ahí nos agrandamos. Ahí me agrandé frente a mis compañeros de 10 años y frente a los rivales de 14.

Yo los felicitaba por más que la pelota no entrara y ellos me empezaron a gritar para que marcara al italiano que era el más grandote y el que mejor jugaba.

Cuando íbamos ganando por dos goles, Jamón y Queso reclamó un penal.

-¿Te pegó en la mano? -le pregunté al rapidito de mi equipo.

-Sí, perdón -me contestó.

La cuestión es que los goles sólo podían hacerse si pasaban por debajo del banco. Eso me favorecía porque con las manos jamás tuve reflejos.

El italiano agarró la pelota y tomó carrera. Menos mal que la pelota estaba desinflada porque eso hizo que no pudiera agarrarla de lleno y yo, que casi no tuve que moverme, la paré con el pie y, al instante, la agarré con la mano.

Como todo partido que se juega en la calle, terminó cuando ya no se veía nada. Ganamos por uno o dos goles. Les choqué las manos a mis compañeros y mi capitán me dijo que al día siguiente me esperarían a las cuatro de la tarde en la plaza para jugar la revancha.

Me acerqué a los grandotes del otro equipo y también los saludé. El italiano, apenas chocamos las manos, soltó:

-Te felicito, tenés futuro.

No quise arruinar la situación diciéndole que tenía 30 años. Además, quise creerme un poco aquello que me decía. Así que me di media vuelta y me fui con un futuro por delante y un picadito programado para el día siguiente. Y, al igual que el Che, “Atajé un penal que va a quedar en la historia de Santa Clara”. O en mi historia, da igual. Qué más.

*Por Delfina Corti (Publicado originalmente en su Facebook)

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