“El feminismo está en un momento de lucha abierta”
Por Kattalin Barber para Pikara Magazine
Son tiempos agitados y de profundas transformaciones. Y en este nuevo momento de lucha y deliberación política las mujeres se presentan con voz y mirada propia. Un renacer del movimiento feminista se viene gestando desde hace un tiempo en el continente americano, y Raquel Gutiérrez Aguilar (Ciudad de México, 1963) lo sabe muy bien.
Formada al calor de los movimientos sociales de los que también es parte activa, Raquel Gutiérrez Aguilar constata la gran fuerza que han conseguido las rebeliones feministas, siendo en varios de los países masivas y radicales. Especializada en movimientos indígenas, resistencia y transformación social, Raquel habla enérgica, firme y rápido, pero, de vez en cuando, cierra los ojos para concentrarse, y continúa articulando sus reflexiones. La lucha feminista en el continente ocupa gran parte de su trabajo hoy en día. Porque la lucha es por la vida y en contra de todas las violencias.
—Hablas de las rebeliones feministas en América Latina. ¿Cómo surgen y cómo se están dando?
—Van surgiendo de diferente manera en cada país, pero en casi todos hay dos cuestiones en común: una convergencia de antiguas feministas que tienen experiencia y conocimiento, a la vez que insatisfacción por cómo se ha instituido el feminismo los últimos 10 años y, por otra parte, diversas expresiones de mujeres en lucha mucho más jóvenes, no necesariamente feministas, pero que están renovando las claves del feminismo. Se empiezan a dar estas rebeliones entre el 2014 y el 2015. El hartazgo y enojo de las mujeres es el rechazo colectivo a la violencia.
—¿Por qué en ese momento?
—Ven la necesidad de movilizarse y de articular la capacidad de intervención en algún asunto muy brutal o con niveles de impunidad verdaderamente increíbles, generalmente asociado a algún feminicidio. Por ejemplo, en México este fue el preámbulo: la detención y procesamiento de una chica que secuestran en la Ciudad de México un par de tipos —fue el caso de Yakiri Rubio—. La llevaron a un hotel, la violó uno de ellos y cuando el otro la empieza a violar, ella coge el cuchillo y le corta la yugular. Ella es la procesada. Hay un muerto, un violador y una procesada. Ante tal indignación, empieza a juntarse y articularse un movimiento enorme de mujeres. No hacen una marcha únicamente a los juzgados, sino que también hacen una marcha de clausura simbólica del hotel, por complicidad en actos de secuestro. Comienzan a reunirse con la familia de la detenida, que pertenece a un barrio bravo: Tepito. Entonces, gente del barrio, colectivos lesbofeministas, académicas, mujeres vinculadas a la tradición mexica, estudiantes y otras muchas más se revuelven y empiezan a crear vínculos bajo lo que nosotras llamamos alianza insólita, una clave muy fértil creada por Mujeres Creando de Bolivia. Por lo general, una académica, una mujer del barrio de Tepito y una colectiva lesbofeminista están destinadas a no encontrarse en una ciudad de 20 millones. Pero, en una acción concreta, por la barbaridad de lo que estábamos viviendo, empieza a armarse un flujo.
—¿Qué claves en común tienen estas conexiones de luchas?
—Se regenera la capacidad de acuerpamiento. Lo que te acabo de contar es acuerpamiento, la capacidad de asociarnos para fines específicos. Es decir, suspender la diferencia en el momento de reunirse para poder cultivar el vínculo que nos permite crear una acción común. Por eso decimos que cultivamos cercanía y gestionamos distancias. Cultivamos cercanía para pelear y denunciar una acción, y gestionamos las distancias para vincularnos con las otras. Eso nos permite reconectar con la fuerza colectiva y a cada quien le permite reconectar con su capacidad de fuerza. Por eso hablamos de acciones coproducidas.
—¿Esa capacidad de acuerpamiento también ha permitido que los movimientos feministas sean tan masivos y radicales en América Latina?
—Masivos y radicales han sido, sobre todo, en Uruguay y en Argentina. En Argentina hay una larga tradición de encuentros de mujeres. De hecho, es muy interesante lo sucedido en el último. De Encuentro Nacional de Mujeres ha pasado a ser Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Trans, Travestis, Bisexuales y No binaries. Todavía más, el nombre sigue en disputa. Hay mujeres que no están de acuerdo. El mismo evento ahora tiene dos nombres, pero todas caben ahí, no se han separado. ¿Qué haría una política patriarcal? Uno de los encuentros se volvería hegemónico y habría escisiones. Se organizan cinco encuentros y listo. Pero no. Es una práctica política distinta. No rechazamos la contradicción, sino que la habitamos. Tensamente e incómodamente juntas, gestionamos la distancia.
—¿Cómo conseguir gestionar la distancia y cultivar el vínculo que nos une?
—Cuesta mucho y, a la vez, no cuesta tanto. Yo no voy a anular a la otra, voy a distanciarme y a criticarla si lo necesito, pero sin anularla. Este es un rasgo de fondo que estoy viendo en todos los movimientos y es muy interesante. Ser capaces de manejar la ambigüedad en la presencia. De este modo, comienzas a habilitar un espacio de significación que nos está permitiendo construir una autonomía simbólica. No es que esto no haya pasado antes, pero ahora sucede de manera masiva y radical. La lucha es por la vida y contra todas las violencias patriarcales. En esta forma distinta de hacer política, podemos ir tejiéndonos, podemos trenzarnos y prestarnos fuerza entre unas y otras. Es una lucha feminista en marcha y que vuelve a revitalizar los contenidos antipatriarcales de la lucha. Se están moviendo los cimientos de todas las estructuras. Algo interesante que está sucediendo ahora es que, además de llevar la lucha a cabo, estamos haciendo el ejercicio de reflexionar simultáneamente. Así es como yo te puedo contar esta reflexión trenzada.
—Históricamente, las mujeres siempre han protagonizado las luchas territoriales en América Latina. ¿Cómo ha influido?
—No es casualidad que Marichuy fuera candidata a la presidencia por el Congreso Nacional Indígena en México, ni tampoco fue casual el asesinato de la activista Berta Cáceres. Son mujeres con una voz muy potente y con una capacidad enorme de enlazar. Es por eso que se vuelven también blanco de asesinato. De todas formas, sucede algo curioso: es cierto que las mujeres casi siempre han protagonizado los inicios de las luchas territoriales y medioambientales, pero casi nunca han sido ellas las que negocian los finales. Ahí siempre acaban los varones: entre el comienzo y el final suceden muchas cosas, y en ese lugar jerarquizado las voces de las mujeres y de las disidencias se invisibilizan. Ahora, lo novedoso es que las mujeres no están cediendo la voz en las luchas territoriales y están, más bien, alterando la textura de las propias tramas comunitarias.
—Por ejemplo, las mujeres han sido clave en el movimiento de Ecuador.
—Se vio con mucha claridad cómo iban tomando la voz. No solo daban de comer, no solo organizaban, no solo reproducían la vida en medio de la lucha. Eso ya lo hacían antes. Ahora toman la voz, escuchan lo que ellas dicen, guían la discusión y, además, son súper hábiles para generar vínculos con otras. Tengo la impresión de que hubo un vínculo muy fértil entre el feminismo urbano de Quito y las mujeres que llegaron de las comunidades. En las imágenes fue muy evidente cómo el movimiento fue sostenido por mujeres. En México decimos que no solo se pone el huevo, sino que se cacarea. Antes poníamos el huevo, pero igual no lo cacareábamos, ahora sabemos cómo cacarearlo. Está siendo un momento fuerte de empobrecimiento y se está resistiendo. Fue un levantamiento contra un decreto que encarecía los combustibles; es decir, un levantamiento contra el empobrecimiento. El discurso de todas las personas que participaron y aguantaron la represión hasta el final era que no iban a volver a permitir llegar a esos niveles.
—La lucha, además, es por la vida y en contra de todas las violencias.
—Cuando tú pones la lucha por la vida en el centro, empiezas a tener una mirada anticapitalista insubordinada muy interesante. ¿Qué significado tiene defender el agua y pelear contra las transnacionales? ¿Qué pasa si llevas al centro la defensa del bosque? Se renuevan los horizontes de transformación. Estamos buscando cómo garantizar la vida por fuera del Estado. Estamos practicando una política no estadocéntrica y no necesariamente antiestatal. Es decir, se está debatiendo la necesidad de inscribir determinados derechos, por ejemplo, la despenalización del aborto o nuevas leyes del agua. La cuestión es no quedarse solo en las políticas públicas. Siempre tenemos que elegir, y nosotras decimos que no, que a nosotras nos gusta removerlo todo y que queremos salir de esa dicotomía. Quiero decir, seamos no binaries, pero en todos los aspectos. Seamos no binaries en nuestro pensamiento. Esto significa no caer en los binarios excluyentes en los que con mucha frecuencia te coloca la política patriarcal en cualquiera de sus variantes.
—También has denunciado más de una vez diversas amenazas fascistas. ¿Cómo están afectando al movimiento?
—Ya están afectando y quién sabe cómo nos vaya. Esta energía nos va a durar, este aprendizaje lo vamos a ir madurando mucho más, pero sí es cierto que estamos sintiendo ya una ofensiva muy dura. La ofensiva religiosa, más allá de su poder ideológico e histórico, tiene una cantidad brutal de dinero y eso les permite tener una parroquia en cada lugar. La ofensiva económica tampoco está pasando sencilla. Las principales herramientas para ello son el empobrecimiento y el endeudamiento. En muchos lugares de América Latina están utilizando el crédito para comprar cosas básicas. En Colombia y después en México nos han militarizado los países y los paramilitares cada vez tienen más fuerza. La cantidad de desaparecidos y asesinados es enorme. Ha habido un corrimiento a la derecha y una violencia estructurada desde el Estado.
—¿Cómo se está resistiendo?
—No es una buena situación y no es fácil hacerle frente, pero lo estamos haciendo. Es un momento de lucha abierta y por eso lo podemos plantear en términos de rebelión: porque cuando parece amainar en algún lado o cuando parece ya no expandirse más el movimiento en un lugar, otro país toma la posta. Ahora está pasando en Chile. Las tomas feministas que hubo anteriormente en las escuelas, el movimiento del ocho de marzo…. Son las que ahora están saliendo a la calle. Hemos generado capacidades colectivas para la intervención política.
—Ofreces una visión general de la rebelión feminista que se está produciendo en América Latina. ¿Cuáles son las claves organizativas?
—La clave es que los colectivos no mandan, y existen algunos dispositivos que amplifican el sentido y contribuyen a la organización. La auto organización también necesita organización, pero, ¿de que manera? La organización del movimiento no es la agregación de los colectivos; ese es el juego. En este caso, se han generado espacios de articulación que no son jerárquicos. Esta organización se parece más a la manera en la que se dan los procesos vitales. Necesitamos metáforas que provengan de la propia vida.
*Por Kattalin Barber para Pikara Magazine / Imagen de portada: La tinta.