Hay más ministros llamados Juan que mujeres ministras en la historia de la Argentina. Desde 1983, solo hubo 16 mujeres en este cargo en diferentes gobiernos, con 154 ministros varones que se sucedieron. Tampoco hay una larga historia, la primera fue la primera fue Susana Ruiz Cerutti en 1989 y duró sólo 45 días. Hoy las mujeres son el 31% de los trabajadores totales en los cargos que componen la estructura orgánica y autoridades del poder ejecutivo nacional, sin embargo, hay solo 3 mujeres en los 23 cargos de primera línea (ministerios, gabinete y cancillería); es decir, apenas el 13%. En esta capa también hay más egresados del colegio Cardenal Newman que ministras.
Por Mercedes D’Alessandro, Aldana Vales y Andrés Snitcofsky para Economía Feminita
Las mujeres argentinas entre el techo y las paredes de cristal
La Argentina tuvo dos presidentas y actualmente tiene una vicepresidenta, pero el poder no derrama. El techo de cristal está siempre ahí, invisible pero inconmovible, marcando el límite de las carreras de las mujeres en su camino hacia la cima en una jerarquía política o empresarial. Si bien hay derechos conquistados que alientan la participación política femenina, aún hay estructuras sociales que impiden que ellas puedan acceder en igualdad de condiciones a los espacios de poder.
Uno de los factores centrales que marca el punto de quiebre entre las carreras de mujeres y varones es la maternidad; no solo porque las licencias de maternidad y paternidad son asimétricas y significan una penalización para las madres, sino porque además se asocia a la mujer con los cuidados. Se espera de ella un rol maternal o ser el sostén emocional de la familia, cuestiones que no siempre son compatibles con la figura de una mujer que ejerce el poder en la órbita de lo público. Estos aspectos, sin embargo, no parecen generarle al varón ningún tipo de desajuste en el llamado working-life balance (balance vida-trabajo). Aunque podrían redistribuir el trabajo del cuidado con su pareja, contratar niñeras o empleadas domésticas, el mandato social sigue pesando para ellas. «Quién se va a ocupar de los chicos cuando estés en campaña» es una pregunta que nunca vamos a escuchar que se le haga a un candidato varón, pero que aparece en todas las entrevistas a mujeres que se postulan en algún cargo.
Además de estos obstáculos, y otros en donde los estereotipos y el machismo juegan un rol importante, hay un prejuicio subyacente y es que las mujeres no llegan a posiciones de alto nivel porque no tienen la educación, la experiencia y/o la capacidad necesarias. Cuando se discute la ausencia de mujeres en jerarquías, algunos dicen «no importa si es varón o mujer, tienen que estar los mejores, los más calificados”. Si asumiéramos que en la cúpula del gobierno siempre están los mejores o más calificados entonces deberíamos preguntarnos por qué las mujeres son solo un 10% de los ministros que hemos tenido desde 1983 hasta aquí. Las mujeres son la mitad de la población, más del 40% de los trabajadores, tienen un año más de educación en promedio que sus pares y son el 60% de las estudiantes y graduadas universitarias. Todo esto pareciera no alcanzar.
Más todavía: a medida que bajamos en los círculos de poder, encontramos más representación femenina. El 17% de las secretarías y el 29% de las subsecretarías del gobierno están conformados por mujeres. Las directoras nacionales son el 38%. Algo similar ocurre en otras áreas. Según la carta orgánica del BCRA el directorio está integrado por 10 directores y 2 síndicos. Actualmente los directores son todos varones, el síndico también y la única excepción es la sindicatura adjunta representada por una mujer. De todos los presidentes del BCRA solo una fue mujer, Mercedes Marcó del Pont, y hubo solo dos directoras. Sin embargo, el cuerpo de asesores goza de una representación del 47% y las secretarias son el 97% conforme fuentes oficiales del BCRA. Por algún misterioso motivo (que no se explica por su educación o capacidad) quedan relegadas a asistir a varones.
En el Estado no solo hay un techo sino también hay paredes de cristal. A nivel mundial, según muestra la información relevada por ONU, las mujeres tienen mayor participación en ministerios de desarrollo social y todos aquellos que se ocupan de familia, infancia, asuntos de la mujer, educación y cultura. En el otro extremo, casi no hay ministras en medios y comunicación, defensa, transporte, economía y finanzas. En el caso de la Argentina, Desarrollo y Salud son los ministerios que más ministras han tenido y le sigue Educación. En Economía solo hubo una mujer en la historia, que cuenta 100 varones en ese cargo.
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Un camino hacia la igualdad ¡porque estamos en 2017!
El mapa de Mujeres en Política de la ONU, a enero de 2017, muestra que las mujeres tienen solo un 18,3% de los cargos ministeriales en el mundo. Además, esta proporción está estancada: de 730 ministras en 2015 se pasó a 732 en 2016. La Argentina se encuentra en el puesto 22 entre 145 países en el ranking de “empoderamiento político“ elaborado en 2016 por el World Economic Forum. En el mismo ranking ocupa el puesto 26 en proporción de mujeres en el parlamento, aunque desciende al 50 en mujeres con cargos ministeriales. Esta performance parlamentaria, que deja al país por encima de países como Inglaterra, España o Estados Unidos, fue posible gracias a que en 1991 Argentina sancionó una ley de Cupo Femenino (la ley 24.012), que establece que “las listas que se presenten a elecciones deberán tener mujeres en un mínimo del 30% de los candidatos a los cargos a elegir y en proporciones con posibilidades de resultar electas“. El resultado de la ley de cupo es contundente: en la Cámara de Diputados la participación de las mujeres pasó de 5% a 14% tras las elecciones legislativas de 1993 y llegó a 30% hacia 2001. Después de las últimas elecciones en 2015, 34% de los representantes son mujeres. En el Senado el aumento también fue abismal: antes de la ley, la representación femenina llenaba menos del 5% de las bancas y hoy el 40% están ocupadas por mujeres. Pese a que esta ley fue criticada, la implementación del sistema significó un aumento real de mujeres en el Congreso que de otro modo dudosamente se hubiera alcanzado. El contraste con lo que ocurre en cargos ministeriales -sin ningún cupo- lo deja en evidencia.
Pero el cupo por sí solo no alcanza para cambiar las cosas. En Canadá, Justin Trudeau formó el primer gabinete de su país con una composición de “50-50” (son 15 mujeres y 15 varones), entre los cuales además están incluidos representantes aborígenes y políticos sikh. Según él mismo cuenta, la mayor dificultad que tuvo en el proceso no fue encontrar mujeres capaces para ocupar esos cargos, sino más bien para encontrar mujeres decididas a hacerlo. “En general, cuando se le propone a un varón un trabajo así, la respuesta es rápida y simple: ¿hay que usar corbata? La mujer, en cambio, pregunta: ¿por qué yo?”, dice Trudeau. Suelen sentirse menos confiadas en sus propios talentos y capacidades, dudan de estar a la altura del desafío aun cuando tienen amplia experiencia y trayectoria. El primer ministro confiesa que a algunas tuvo que insistirles y que esto motivó también una campaña local llamada ask her to run, que sería algo así como “pídele que se postule”. Cuando le preguntaron por qué había armado un equipo igualitario, respondió «¡Porque estamos en 2015!». Quizás los ministerios argentinos aún están con una agenda vieja, ya que muy pocos decidieron abrir el juego a sus pares mujeres. No hay representación femenina en las primeras filas del Ministerio de Ciencia y Tecnología, Finanzas o Hacienda. Romper el techo de cristal requiere voluntad y compromiso con la idea de igualdad para remover obstáculos y luchar contra los estereotipos de género que construyen también la pared interna del techo de cristal y hacen que muchas mujeres se autoexcluyan.
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Después de un año y cuatro meses en el cargo, Macri no ha mostrado preocupación por la igualdad de género en la conducción del gobierno (ni en la políticas públicas). Hace poco se publicó una nota en La Nación que contaba que los ministros y el presidente juegan al fútbol regularmente en un campeonato que llaman «Casa Rosada» versus «Ministerios», y que en los vestuarios se dan importantes discusiones que afectan a las políticas y decisiones que se llevan adelante. De estos partidos y charlas en paños menores no participan las mujeres del equipo. Susana Malcorra hizo una sugerencia, ella podría ser arquera. Hasta el momento, no la han convocado.
*Por Mercedes D’Alessandro, Aldana Vales y Andrés Snitcofsky para Economía Feminita. Ilustración: Lina Castellanos.