El canto como resistencia: entrevista a la cantora mapuche Beatriz Pichi Malen

El canto como resistencia: entrevista a la cantora mapuche Beatriz Pichi Malen
19 noviembre, 2019 por Gilda

Es difícil escuchar a Beatriz Pichi Malen y no sentir algo resonando en el pecho. No sólo por las canciones que canta, sino cómo las canta y las narra: con una voz que trae la fuerza de otras voces, colectivas, ancestrales; y en una lengua originaria, el mapudungun, que es el “hablar de la tierra”, según la cultura Mapuche, presente en los actuales territorios de Chile y Argentina.

Por Rafaela Vasconcellos para Revista Amazonas

Tataranieta del cacique Ignacio Coliqueo, la cantora argentina Beatriz Pichi Malen, nacida en el 1953 en Los Toldos, provincia de Buenos Aires, aprendió desde muy chiquita con su madre a leer el cielo en las noches de verano, a escuchar los sonidos del agua, del viento, de los pájaros y de los tantos otros seres de la Ñuke Mapu (Madre Tierra). Pero todo de una forma tan natural, que conversa con ellos hasta hoy. Cantando. “El canto me eligió y se colocó en mi cuerpo para poder expresarlo”, nos cuenta ella. Es a través de la música que la habita, que Beatriz expresa sus penas y alegrías y nos conmueve.

Así es que a lo largo de los más de treinta años de carrera, la cantora premiada y conocida internacionalmente viene llevando a escenarios de diferentes países la cultura y la palabra de su gente, el pueblo Mapuche — Mapu (Tierra); Che (gente), por lo tanto, “Gente de la Tierra”. A finales de mayo de 2019, en su último concierto en Buenos Aires, antes de que viajara en gira por Chile, dijo casi susurrando al micrófono: “Tus antiguas no se fueron, están aquí”, mientras tocaba su kultrun (tambor) con un ritmo pulsado a la altura del pecho. A cada latido, el sonido se volvía más fuerte, hasta que su canto mapuche resonó en la Capilla del Centro Cultural Recoleta como si fuera un estallido, junto con proyecciones de paisajes admirables al fondo.

En una hermosa y emotiva presentación, Pichi Malen cantó para la luna llena, el sol, el río, el viento, las estrellas, el sueño, hasta para las ballenas de la Patagonia. De hecho, nos brindó un breve panorama de su discografía: “Plata” (2000), “Añil” (2005) y “Mapuche” (2015), así como poesías en mapuchedungun y fragmentos en otras lenguas originarias, como quechuatehuelche y selknam. Además de sus instrumentos, ella siempre está acompañada del músico y bailarín de origen quechua Lucho Cruz, su compañero de escenario y de la vida hace más de veinte años. Juntos, nos proporcionan un verdadero viaje sonoro-sensorial, simple y mágico a la vez, sin fronteras. Quizá porque “la tierra es una sola alma”, como dice Beatriz.

En esta entrevista, marcada por la oralidad y audios grabados en viajes en tren, Pichi Malen nos habla no solo sobre sus raíces y la relación entre música, tierra e identidad. Ella nos brinda un poco del universo de la cultura, cosmovisión y educación mapuche.

musica-mapuche-beatriz-pichi-malen—Beatriz, quisiera que empezáramos a hablar sobre tus orígenes, las de tu familia y la relación con la cultura mapuche.

Mi relación con la cultura mapuche tiene que ver desde el primer momento que nací, porque siempre se me dijo y supe que éramos una familia mapuche. Nosotros nos desarrollamos lejos de la comunidad, porque nos quitaran la tierra y nos tuvimos que ir. Además a mí me tuvieron que dar por un par de años a otra familia, ajena a nuestra cultura, porque yo había nacido muy debilitada de salud, casi desnutrida — esa es la palabra que usaron — y con 99% de posibilidad de muerte, según dijo la partera. Entonces, era muy difícil criarme a mí como una niña com mucho riesgo de vida y sin la alimentación, sin el cuidado y sin el lugar específico donde las comunidades se habían desarrollado siempre. Entonces, me iban a dejar en otro lugar y vino una persona en la Casa Cuna, que existía en esa época en el 1953 en Argentina. Una casa específica para niños y niñas de familias donde los padres no los podían tener de manera temporaria,  y ese era mi caso. Entonces, vino una persona, una tía política, digamos así, que se apiadó de esa situación y me llevó a su familia.

Yo me crié alejada un poco en los primeros años, como digo, de esa cultura nuestra. Y luego, dentro de una cultura negada, pretendidamente oculta — pero porque eso también lo supe, obedeció a tantos años de desprestigio y persecución, de locura y muerte a los pueblos originarios. Y mi familia no escapó a eso. Al contrario. Al haber sido desalojados, inclusive a punto de pistola como siempre sucedió y sucede, imaginate que no había mucho para reivindicar. Toda nuestra gente pensó: “Mejor nos mimetizamos con el sistema, tratamos de ser parte de ellos y, por lo menos, vamos a sobrevivir”. Sin embargo, la cultura subyace. Entonces, siempre estaba implícito, ya en sentencias, en palabras, en voces distintas, que eran las voces de la tierra, el hablar de la gente de la tierra, el mapudungun, el mapuchedungum, y mi madre lo tenía. Sentencias, conocimientos, como la lectura del cielo, las noches de verano, como cuando ahora en junio, decía ella: “ya vuelve la luz, regresa la luz sobre la tierra, We Xipantu

Regreso de la luz sobre la tierra significa, en el periodo de junio, que entre las noches de los días 21 y 24, hay una noche que sucede, que es la más larga de todo el calendario gregoriano. Nosotros los Mapuches le decimos We Xipantu o Wiñoy Xipantu, significa eso, el regreso de la luz sobre la Tierra. No traduce literalmente, es sobre esta parte del hemisferio. A veces, las personas dicen “Ay, es el año nuevo mapuche”. Ni es el año nuevo, ni es solo mapuche, es el momento en que el Sol está más lejos, equidistante de la tierra propiamente. Entonces eso conforma la noche más larga y, por fin, será el día más corto. Pero a partir de ahí, como la Tierra tiene la permanente rotación y movimiento de traslación, entonces ¿qué pasa? Sucede que se acerca la luz sobre la Tierra. Dicho eso, los pueblos originarios somos los que celebramos ese regreso. Brindamos con la Tierra su movimiento más lejano del sol y a la vez su renovación de acercamiento. Por eso le decimos el regreso de la luz sobre la Tierra.

Bueno, de eso, podría contar infinitos detalles. Y eso que yo supiera, creciera sabido que pertenecíamos a una cultura, pero ¿cuál era esta cultura? ¿Por qué nosotros no teníamos nada tan claro, pero a la vez teníamos cosas tan puntualmente diferentes a la cristiandad y a mis compañeros de colegio, de campo? Eso hizo que yo saliera, ya siendo una muchachita, a la búsqueda de algo sin saber qué era y era finalmente, concluyo, era esa identidad negada.

—En ese sentido, ¿cuál es la relación de tu camino y trayectoria de vida con la música? ¿Sentís eso desde chica o no? Y ¿qué ha cambiado con todo este proceso que has vivido de búsqueda y de rescate de la cultura mapuche?

El canto, por otro lado, es algo que me habitó como a todas las especies. El agua canta, el aire canta, el viento canta, los árboles, cuando danzan cuando el viento canta, los pastos cantan, la montaña canta, cuando se desmorona, los pájaros cantan y los seres humanos cantamos. Siempre estuvo en mí eso. Y siempre lo desarrollé como un refugio, ¿quizá para no enloquecer?, no sé. Cantar ¿qué cosa? Alegrías, tristezas, penas también. Era la posibilidad de expresar. Eso fue. Concluyo que, además, tengo un registro de voz suficiente bueno, tengo sonido, tengo oído y tengo gusto por el canto y eso hace que la gente se enamore de este canto nuestro. Yo no hago nada de extraordinario, solo recopilo o compongo canciones que tienen que ver con la ligazón, pero recién ahora puedo hacerlo, de sacar mi propia energía en el canto, porque hasta que comprendí qué cosa esa es mapuche, ¿no? No hace, podríamos decir, segundos en la vida de una persona, hace un par de décadas, o una década y media, nomás.

—¿Y por qué elegiste Pichi Malen? ¿Qué significa?

—Esto de mi nombre… Cuando somos niños o niñas, se nos dice Pichi, que es esa palabra antepuesta a cualquier sustantivo para indicar que es pequeño o pequeña. Si digo Malen, digo mujer. Y si digo Pichi Malen, digo mujercita. Esa es la idea. Yo no elegí el nombre, ni eso elegí. No elegí ser cantora, no elegí el nombre, no elegí nada. Solo lo que hice fue poner atención a lo que el cuerpo me iba indicando. Sentía cosas muy fuertes en el sentido de decir: “Yo no trabajo más acá. No sé qué voy a hacer, pero acá no trabajo más, de esto no trabajo más. No puedo.” Me cambiaba el humor y me fui de los trabajos. Bueno, para darte un detalle para que entiendas. No estoy hablando de cosas exotéricas. Estoy hablando de cosas concretas, tangibles en la vida cotidiana de una persona.

Entonces, ocurrió hace unos cuantos años, en el año 1994. Alguien que me había oído cantar – para ser un cuento corto – me dice: “Vos tenés que ir a Cosquín”. Cosquín, localidad en la provincia de Córdoba, que hace un festival desde el año 60, folclórico y de tango, conocido en el mundo entero. Ese festival, además, hace un concurso de cantantes, de hombres, mujeres, bailarines, danzantes, compositores, autores, en fin, una vastedad en rubros.

Y yo, la verdad que creía que tenía que ir a Cosquín, porque yo quería ir a ver el festival, nunca me imaginé que iba a ser protagonista, nunca lo pensé. Entonces, cuando me dicen: “No, no, pero yo te estoy diciendo que vamos a ir a Cosquín a que vos concurses”. A mí, los concursos nunca me gustaron. Fue el único concurso que hice en mi vida y me convenció, porque yo pensé: “Acá, tengo la posibilidad de mostrarles a los jóvenes, niñas y muchachos, que vienen de toda parte del país a concursar, nuestros cantos antiguos. Aunque sea una sola noche, que será la noche que me tomen la primera ronda”, como se hacía.

Pero resulta que las rondas se fueron sucediendo, porque éramos casi 400 mujeres en el rubro solista vocal femenino y era yo la única que cantaba a Capella. Todo el mundo tenía siempre un instrumento o, por lo menos, necesitaban que le dieran la nota. Eso llamó la atención al jurado y después se empezaron a preocupar, porque no entendían lo que yo cantaba, porque ellos ignoran el idioma nuestro, el mapudungun. Entonces yo les dije a ellos un momento: “Bueno, el problema no lo tengo yo, lo tienen ustedes, porque son ignorantes de una cultura. ¿Qué culpa tenemos nosotros, los mapuche, de que ustedes no conozcan si fraseo bien o fraseo mal?” Porque esa era la disyuntiva de ellos. Y entonces me llamaron a la tarde y me empezaron a preguntar sobre la cultura y ahí me encantó. Hasta que bueno, me dijeron “muchas gracias”, yo qué sé. Total que pasó la semana entera, diez días, y yo gané ese concurso.

Entonces, cuando yo hago la presentación oficial, con el locutor oficial ya dentro del festival, porque los que ganan suben al escenario y, a partir de ahí, empieza, se supone, una vida profesional. Bueno, entonces me dicen los de SADAIC, que es la Sociedad Argentina de Autores y Compositores de Música, que tengo registrarme y me preguntan cuál es mi nombre artístico. Y yo no tenía nombre artístico, pero a mí, toda la vida, me habían llamado así, Pichi Malen. Y yo les dije: “Yo soy Beatriz, Beatriz Pichi Malen. Yo soy Beatriz, una pequeña mujer. Eso es lo que traduce la idea”. Y me vino tan bien, porque en definitiva, ¿qué soy? Eso, una pequeñez, algo ínfimo, eso sí. De ahí sale mi nombre.

Y, por otro lado, hace justicia la voz de llamarme así, Pichi Malen, porque eso soy frente al valor y a la importancia de una cultura a la que yo pertenezco. Yo no llevo la cultura de un lado a otro. Al contrario. Es el canto implícito dentro de todos los relatos que yo hago, que muestro, que pongo, que comparto, que vivo, además que sufro, que gozo.  Dentro de todo eso, está la cultura. Entonces, es la cultura que me mueve a mí y me manda de un lado a otro. Por eso, soy una pequeña mujer, que lo único que soy: instrumento, como todos y todas somos, ¿verdad? Para lo que hemos venido a reflejar y a dejar. Eso, nada más. Una pequeña mujer, Beatriz, que hace lo que tiene que hacer, lo que ha venido a ser. Por eso, digo que el canto se colocó en mi cuerpo para poder expresarlo, ser el conducto, ser la vía, nada más. Mañana podría, o ahora mismo, quedarme muda, por lo que fuera, y jamás tendría una angustia, no tendría ninguna tristeza, porque comprendería muy bien que hasta aquí era lo que yo tenía que hacer. Total cantar puedo cantar por dentro. Yo ya lo experimenté, cuando estuve alguna vez internada y operada y que no podía ni siquiera respirar profundo, porque me dolía toda la parte de la herida. Quería cantar y no podía. Y ¿sabe qué hacía? Tamborileaba en la pared del sanatorio. Y eso era el canto. Yo cantaba dentro mío y con los dedos, tamborileaba. Era la música. Vive dentro de mí. Así que eso es tan distinto de lo que los cantantes de escenario necesitan: panas, terciopelos, luces, flores y aplausos. Agradecemos todo eso también, pero no necesitamos de eso para cantar.

—Sí, en tu concierto, se siente que estás cantando todo el tiempo un canto sagrado, ancestral y que estás cantando los temas de la tierra. En ese sentido, por ser una cantante mapuche, consideras que tu música es una música militante? ¿Cómo ves el rol y la responsabilidad de llevar, a través de tu música, de tu arte, la cultura mapuche?

—No, para nada militante. No tiene nada que ver el concepto de militancia con lo que es una cultura, en este caso, como la nuestra. Yo siempre sugiero que hay que despojarse de lo que uno tiene sabido y aprendido para poder comprender un poco aquello otro que se nos ofrece. En este caso, el canto es parte de una cultura oral, que es la nuestra. Y el canto nuestro, que yo lo hago, los cantos de los pueblos originarios, el cual yo estoy ahora ya incursionando con otros idiomas, con otras lenguas, es porque hay una conjunción y es la oralidad y la ligazón, eso que conocemos como religión, ¿no es cierto? El re-ligarse. ¿Con qué? Con la Mapu Ñuke, con la Madre Tierra. Y nos religamos y volvemos si necesitamos hacerlo para poder ser, porque eso somos nosotros: gentes de la tierra. Somos una parte de tantas que tiene la tierra. Ínfima, pero única también, la especie humana. Ese es el canto mío. Por eso yo no canto en otro idioma que no sean lenguas originarias, porque ofrezco una resistencia, eso sí. Entonces, no me interesa otros idiomas, porque hay mucha gente en el mundo que canta en diferentes idiomas y lo hacen muy bien, así que yo no tengo nada para aportar de nuevo. En cambio, vengo aportando el pasado, porque considero que ahí está el futuro.

—¿Y cómo entendés la tierra y su relación con la identidad, sea de una persona o de un pueblo? ¿Podrías hablar un poquito sobre esta relación también desde la perspectiva mapuche?

—En síntesis, sobre la relación de la música con la tierra… Te diría que la tierra es una sola alma, ya sea más allá de los mares, de las montañas, de los bosques, y las vastedades, digamos como los desiertos, mas allá de todo eso, es todo una sola alma. Y nosotros como especies, estamos en ella. Pero no somos diferentes… Sí, somos diferentes, pero quiero decir que no somos sobresaliente, no somos lo más importante. No. El Mapuche entiende que la especie humana es una de las tantas especies, pero somos únicos e irreproducibles. Volviera a nacer yo, no sería la misma, ¿no es cierto? Entonces, tenemos esa potestad de ser únicos e irreproducibles, pero a la vez una ínfima parte que conforma toda esta riqueza que la Mapu Ñuke nos da, que es la Madre Tierra. Esa es la grandeza que tiene la naturaleza de la tierra, ¿verdad?, que nos ofrece permanentemente situaciones nuevas, momentos nuevos, desde el momento que ella se aleja del Sol, de la luz, y se acerca como ahora, que viene en junio, ese paulatino acercamiento nuevamente a la luz y la luz sobre ella hace que todo vuelva a nacer, vuelva a brotar, vuelva a tener un giro nuevo, ¿verdad?

Entonces todo eso hace que sea un ritmo, un ritmo del pulso, de latir, un ritmo de pulso de la vida, un ritmo musical del pulso de la vida. Y nosotros lo entendemos desde ahí, no desde el canto como algo extraordinario o con los dotes para poder hacerlo. Todos y todas las especies cantamos, la especie humana también. Y hacer una profesión de eso es otra cosa en realidad, a punto que yo no soy una cantante. Yo soy una cantora. Una cantante, para mí, es una persona que se profesionaliza, que va a aprender a que le enseñe a respirar, a sostener las notas, a pararse, a ver como abre el conducto del aire y nosotros simplemente decimos sacar el sonido. Para eso, decimos al canto ül, así llamamos al canto: ül. Y la cantora o el cantor es ülkantufeel que hace sacar ese sonido del cuerpo. Por eso es ül, porque si tu lo ensayas, pondrás duro lo abdomen, saldrá el sonido y no estamos pensando en cómo modular. Sale nomás, como es. Bueno, por eso todas las personas en el mundo mapuche somos cantoras y cantores, todos y todas expresamos el sentimiento de lo bueno, de lo alegre, de lo feliz que podemos estar o, por el contrario, la tristeza, la pena, ¿no?, cuando nos embarga algo de dolor.

—Respecto a la visión mapuche sobre lo femenino y lo masculino, ¿hay alguna especificidad del canto de las mujeres? Bueno, en esta dimensión también, ¿cómo es tu relación con el tambor, que lo llevás siempre en tus presentaciones y en tu música?

—En el mundo mapuche, existe la dualidad. A tal punto que, si vamos a conjugar, sabemos que en el español tenemos yo, tú, él, nosotros, vosotros y ellos. En el mapudunguno en el “hablar de la Tierra”, o en el mapuchedungun, el hablar de la gente de la tierra, existe también el dual. Yo, tú, nosotros dos, él, ella, vosotros y ellos. Entonces, esa dualidad que está tan presente en la conjugación inclusive de los verbos, para mencionar, tengo que decir que los opuestos están complementados. Nadie es más, ni cumple el rol superlativo de algo. El hombre ha tenido, por siempre, determinados roles, y la mujer, la otra parte de los roles. ¿Para conformar qué? La vida. La vida en par. La vida con esa dualidad que hace que sea, ¿cómo diríamos?, lo armónico. Lo par encontrados, nunca enfrentados. Es decir que ha habido roles muy distintos y a la vez muy conjugados uno con el otro. Las canciones no son canciones de mujeres, no hay círculos de mujeres, círculos de hombres. La dualidad está bien circunscrita al macho/hembra, al frío/calor, noche/día; sequía/lluvia, es decir, todos los opuestos. Pero como decía, complementados.

Entonces no son cantos de mujeres, no, no, no. El mundo mapuche es circular. Por eso te decía, que hay que despojarse de un concepto que uno tiene, del preconcepto que se tiene en la cultura que uno se ha desarrollado y  que le han inculcado para poder comprender un poquitito de lo que es verdaderamente otra cultura. Yo siempre pienso sobre todo porque me atrae tanto el flamenco, el mundo del flamenco, y entonces yo escucho la etimología de sus palabras, de dónde vienen, por qué flamenco es flamenco, por qué gitano… Bueno, podríamos hablar mucho también de eso. No yo, porque no soy autoridad, pero de lo que aprendido, quiero decir. Y los escucho con mucha atención y porqué su cante es como es. Y claro, yo a ir preguntado y al ir comprendiendo lo que se me explica, si hago un gran esfuerzo, pero lo logro de despojarme de lo que yo tengo por sabido y conocido. Pero fijate que hay coincidencia del mundo flamenco con el mundo mapuche. Por ejemplo: los sueños. Los sueños son como premoniciones y los sueños se apoderan de la persona y se colocan en uno. Y son esas premoniciones, para nosotros, pewma. Ellos los llaman de otra manera en su idioma. Pero es lo mismo. Bueno, vuelvo al mundo mapuche.

El canto mapuche, desde la cultura de la tierra, no discrimina. Y fijate que cuando hay un terremoto, por ejemplo, o un maremoto, o una catástrofe la que fuera en la tierra, la tierra no discrimina, si va suceder a los hombres o las mujeres, a los niños, a los jóvenes o a los viejos, a los buenos o a los malos, a los ricos de plata o a los feos o a los lindos, trata todo mundo por igual. Y en el canto mapuche pasa exactamente igual. Son cantos que tienen que ver con lo cotidiano de la vida y, por otro lado, hay canciones que tienen que ver con lo sacro, ¿verdad?, con lo que tiene que ver la espiritualidad o la religión, religarse a través de los espacios antiguos, donde siempre se celebraron ceremonias.  Ahí está lo que para nosotros es el gen (la energía, el halo de la vida) y newen (fuerza energética) de los antepasados, de los Koyfikecheyem, que son los que hacen que mantengamos vivas estas tradiciones y que nos devuelva a la energía lo que solicitamos o lo que estamos agradeciendo también.

El kultrun es por excelencia el tambor, uno de los instrumentos mapuche, que no son tantos, pero son como diez. Todos son sagrados, porque todos están relacionados con las ceremonias sagradas. Y el kultrun es tan particular que, cuando la persona que lo toca se muere, entonces también se rasga el parche (cuero) y se entierra con ella, porque ahí está lo que sería el ADN, desde lo científico, ahí están sus piedras, están sus plumas, está su energía de la mano, su toque, su todo, su ruego. Yo, por ejemplo, a mi kultrun le digo Miladero, porque andamos al lado, ambos dos, él y yo, yo y él. Y lo toco siempre al lado y nunca lo voy a poner detrás, en tal caso lo pondré delante también. Bueno, ese tambor, ese kultrun es personal, pero también en rogativas ha tenido posibilidades de ser tocado por otras personas, por ejemplo Machi, que son personas señaladas para sanar, curar el espíritu y, por extensión, el cuerpo. Primero, se enferma el espíritu, dicen ellas, y por eso, después, resulta en el físico. Puede ser en ese sentido, como a mí me ha pasado kultrun de otras personas, pero eso ya es una situación bien particular relacionada com la confianza, con la ternura, con la energía, sobre todo con eso.

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(Imagen: Rafaela Vasconcellos)

—Y sobre cantar en la lengua originaria, ¿qué sentís? ¿Cómo es este proceso para vos?

—El cantar en nuestra lengua originaria… y ahora ya ingresando en otras lenguas originarias, como es la Quechua, Tehuelche y Selknam. En el otro día en el concierto, cuando terminamos, alguien me dijo: “Y cuándo va a cantar canciones en guaraní?” Y yo le dije: “Cuando lleguen”, porque yo no salgo a atrapar canciones. Yo podría haber hecho a lo mejor 30, 40 discos, ¿verdad?, de todo lo que pudiera haber tomado o preguntado y habérseme entregado canciones. Nunca quise hacer eso, nunca lo hice. ¿Por qué? Porque creo que ese es el aliento de cada persona, de cada ser. Y cuando alguien me entrega un canto, que uno ha pasado en más de una ocasión, entonces sí. Y me dicen “ponga usted la música” o “lo hice para que cante usted”. Así me lo dicen. Entonces eso sí.  Ya ahí lo tomo y lo cuento también, porque me parece que hay que compartir en ese sentido, ¿no?

Entonces cantar en nuestra lengua originaria, yo siento que es un acto de resistencia a la no globalización cultural. Demasiado estamos ya globalizados todas y todos en el mundo, porque el mundo se impone así y nadie lo va a modificar por ahora y menos seré yo la que lo intente. Entonces, me hago de ellos sí, en el sentido de me sirvo de esa globalización como puede ser este servicio que estamos ahora para grabar, para contestar, para ser dinámico y operativo. Eso no me va a permitir a mí, por ejemplo, cuando alguien  me dice: “¿Por qué no me contás un poco de la cultura mapuche?” “Bueno, ¿qué es lo que quiere saber?”  “No, bueno, en general, lo que sea, alguna cosa que se le ocurra. “No puedo. No, no, así no se lo voy a contar”. Conocer una cultura es tener un poquito más de tiempo, un respeto sobre todo, porque puede no entenderse, no comprenderse. Y a mí me preocupa mucho y por eso me ocupo, porque me preocupo, que el canto sea en su lengua originaria, precisamente para comprobarle a la gente, para darle a la gente la posibilidad de público, la posibilidad de que se enteren y sepan que existimos otras culturas, que no estamos ni siquiera en riesgo de extinción, por fortuna. Porque hemos hecho mucha tarea para que eso sucediera, porque estábamos en riesgo de extinción. Y entonces yo lo que hago es un aporte a través de ese canto en las lenguas. Por eso no me interesa cantar en ningún otro idioma que no sea nuestro o nuestras lenguas originarias, ¿verdad?

—En ese sentido, ¿qué se puede esperar de tu trabajo para el presente y el futuro? ¿Tenés nuevos proyectos?

—¿Si tengo proyectos? Claro, siempre. Estoy llena de proyectos, ¡siempre! (habla riendo). Y a la hija le digo que si alguna vez no me escuche hablar que se preocupe, porque estaré muriendo. Pero, de veras, sí, tengo varios proyectos. No tantos, porque soy consciente que debo llevarlos a cabo y terminarlos en lo posible. A veces depende una sola y a veces, como puede ser un disco con los músicos, pero proyectos que involucran comunidades son un poquito más extensos y de mayor responsabilidad, en el sentido de tomar a cargo otras familias y otras situaciones, ¿no? Bueno, claro, tenemos varios. Y también giras, por supuesto. Estoy saliendo ya en una semana a Chile con un pasaje abierto, no tengo regreso, no sé cuando regreso, porque tenemos ya muchas fechas pautadas y además tengo proyectos de trabajar con otros músicos de Chile, así que hay mucho que hacer, mucha tarea que ensayar, mucho que escuchar, mucho que hablar y trabajar en ese sentido. Y luego ya en octubre, estamos girando para Europa hasta noviembre, dos meses más o menos. Con la productora estamos trabajando en ese sentido. Bueno, también estamos subiendo un EP a las plataformas que están en el mundo, para entregarles nuevos cantos y nuevas propuestas al público.

—Tu trabajo tiene una importancia de llevar la cultura mapuche como una cultura viva, que no está solo en los libros, ajena, sino que sigue viva.  En ese sentido, ¿podrías hablar un poquito sobre cómo es la educación en la cultura mapuche?

—En la cultura mapuche, precisamente en un día, la cotidianidad de la vida mapuche, uno tiene el teatro de la vida y, a la vez, tiene la escuela mapuche. Eso ¿qué significa? Que hay personas encargadas de la palabra, que tienen la capacidad del buen decir para construir después lo que hoy de manera mentada dicen “el buen vivir”. ¿Qué es el buen vivir? ¿Pasarla regio, tener  todos los accesos y las posibilidades a lo que la vida mundana nos ofrece? No. El buen vivir es la religazón con lo natural para poder entender el proceso que tiene la Mapu, la Tierra, para darnos, para ofrecernos y venerar esa generosidad de ella como Ñuke, como Madre, que nos entrega. Y en la vida mapuche, eso está presente. En el teatro de la vida y en la escuela mapuche, está presente. Por ejemplo: en torno al Cuchral, en torno al fuego, nos sentamos. Así ha sido siempre y seguramente va a seguir, porque es tan encantador, como cuando nos presentan una película en torno a la chimenea, ¿verdad?, comiendo cosas ricas y mirando televisión, tal vez, digo yo, no sé. En cambio, nosotros nos sentamos en torno al fuego, que no es la chimenea. Es un círculo dónde todos tenemos la capacidad de estar en torno a él, avivándolo, agregándole, alimentándolo, ¿verdad? Y también sorbiendo de él su calor, su humo, como nos habla cuando los humos van hacia el cielo. Es una ofrenda para el mundo mapuche, el humo hacia el cielo. Entonces ese respeto a este abuelo antiguo que es el fuego. Por otro lado, también comemos, degustamos en torno a él, pero sobre todo el ejercicio de la palabra, que ha sido milenario de la humanidad y va a seguir siendo en el mundo, por lo menos en los pueblos originarios y en el mundo mapuche. ¿Y qué hacemos con esa palabra, trabajándola? Vamos sembrando nuestra cultura, conversando nuestras cosas y también haciéndonos de lo que la Mapu nos entrega.

Ya un trueno: “¿Dónde cruzó? ¿Para qué lado? ¿Qué pasó? ¿Habrá ido a frenar a Kay-Kay, que estaba despertando las aguas? ¿Quién sería Kay-Kay? Y ahí viene el relato: la medición de las fuerzas, de la que cuida el agua, con la que cuida los cerros, con la que cuida la tierra. En fin, un mundo que parece mágico, pero que tiene absolutamente todo que ver con lo cotidiano de la vida. Esa es la vida, ese es el mundo, el teatro y la escuela mapuche. Nadie sabe más, sin embargo, los que hemos vivido más años, tenemos la potestad de transmitir lo que hemos vivido. Y los que van naciendo y los que van creándose están con la capacidad de oír. Es un silencio en el que se habla mucho, porque alguien está diciendo algo de valor y otro u otros, esa otredad está tomando ese silencio y esa palabra y la está almacenando en su rekiduam, en su memoria, para después, cuando la vida lo llene de experiencias, de dolores y de alegrías, pueda también tener un buen decir para los que luego van a entrar, ¿no? Por eso, decimos que el futuro, eso lo digo yo, en realidad, no es que lo dice toda nuestra gente, yo aprendí eso y lo digo: el futuro está en el pasado. Y alguna vez me han preguntado cómo es eso. Es que hay que mirar la vida antigua y los saberes antiguos para proyectarnos al futuro, pero en el hoy.

—¿Cuál es tu visión sobre lo que ocurre con el pueblo mapuche y su lucha con relación a los Estados Argentino y Chileno?

—Respecto de la persecución, locura y muerte y la pretensión de hacernos desaparecer, ¿cuál va a ser mi visión? La que es. Yo no tengo algo particular, ni tengo demasiado para abundar en cuanto a lo que sufrimos y padecemos. Algo que le pase a mi gente, me pasa a mí. Lo que ocurre es que nadie de nosotros tenemos la posibilidad de frenar eso, solamente poniendo el cuerpo, como lo hace mucha gente nuestra que vive en comunidades, porque están defendiendo la tierra. No hay una pretensión de enfrentarse porque sí. La gente, para ser gente de la tierra, necesita una tierra, como dijo el longko (cacique) Juan Kalfukura hace muchos siglos, él dijo: “una tierra para ser, no para tener”. Entonces, la dicotomía es: ¿para qué quieren la tierra, los señores que nos desalojan y nos echan – como nos ha pasado en mi familia, por supuesto, y tantas que siguen pasando dolorosamente – si no nos permiten a nosotros venerarla, cuidarla y tenerla para las próximas generaciones?, porque de eso se trata. Nosotros nacemos y todo está. Y antes estaba mucho más sano y más cuidado.

Nosotros vivimos y en vez de cuidarlo para que los que vengan al futuro puedan disfrutar de lo mismo, no les interesa. No les interesa y entonces rompen todo, revientan las montañas para sacar los metales, dejando todo así al desnudo, dejando enfermo el aire, el agua, la tierra misma, donde no crece ya nada más, pero no por unas horas, ni por unos días,  ni por unos años. Nunca más. Entonces eso ya es como tierra arrasada, como se dice. Y sino, los otros señores que inundan hasta los cementerios, porque total no son cristianos, entonces ¿qué valor tiene para ellos? Ninguno. Y entonces los inundan, porque hay que sacar luz, hay que hacer represa. Nadie dice que no se puede trabajar con el agua. Claro que se puede hacer, pero hay que cuidar ciertas cosas. No es invadir todo porque sí, nada más.

Bueno, frente a todas esas situaciones y mucho más, el pueblo mapuche indudablemente   pone su energía, su gen, su fuerza. Pone allí su fuerza física y emocional. Entonces el cuerpo aguanta hasta donde le dan tiros verdaderos y los matan. O los encarcelan para que “no molesten”, para que no estén levantando la voz, porque ¿interrumpe a quiénes? A los grandes empresarios de la vida. ¿Cuánto mejor viviría la humanidad si con todo esto hubiera un poquito más de equilibrio? Siempre nos preguntamos, ¿no? Bueno, ¿qué puedo decir frente a eso? Yo estoy de parte de la gente nuestra que defiende la tierra y que defiende la vida, de esa gente que sería la mapuche o la que fuera, porque toca quién es mapuche, porque somos gente de la tierra. Y, ¿cómo una persona no va a defender su madre? ¿Cómo no lo va a hacer? Y la tierra, para nosotros, es nuestra madre.

—¿Qué pensás sobre el tema de la plurinacionalidad? Digo eso, porque es un debate que se está dando, por ejemplo, en el interior de la Comisión Organizadora del 34º Encuentro Nacional de Mujeres, en La Plata, donde se plantea el cambio de nombre para Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Trans, Travestis, Bisexuales y No-binaries.  Pero todavía hay mucha resistencia en el interior mismo del movimiento feminista, que es diverso.  Hay muchos feminismos y Argentina es un referente internacional en ese sentido. ¿Cómo ves este escenario? ¿Te sentís parte de esas luchas?

—Sobre los encuentros, hace mucho tiempo que no voy más, aunque las mujeres se fueron reuniendo y haciendo el esfuerzo. Empecé a ir a partir del tercero encuentro y hace muchos años que no voy más, porque me encontré con mucha gente con sentimientos mezquinos, que cada grupo quería hacer valer el suyo como único, irreproducible y mejor que nada. Claro que me encontré con gente de mucho valor también y, de hecho, he cosechado algunas pocas amistades, una sobre todo, que para mí es mi hermana, una mujer que encontré docente también mapuche, pero que iba allí por una cuestión de enseñanza bicultural. Coincidimos en ese sentido. A mí me interesa muchísimo los jóvenes, los niños. ¿Por qué? No ya porque soy una persona mayor, adulta, grande. Yo soy una Papai como me dice la gente nuestra, “abuela”, de una manera respetuosa. Entonces me interesa los niños y los jóvenes. Y mi metro de vida, por supuesto cerca de los 70, es más corto que si tuviera 30 o 40 o 20. De manera que, cronológicamente, verdad, uno puede terminar en un segundo también, sea la edad que tuviera, pero lógicamente yo estoy como más urgida, no tengo demasiado tiempo. Entonces, no voy a reunirme para hacer cambiarles ideas a las personas. No. Las personas creerán y considerarán y trabajarán en función de ello y yo solamente voy a respetar.

Si alguien me permite unas sugerencias, se las daré. Si les parece que es de valor, lo tomarán, qué sé yo cómo será. Pero eso es una circunstancia de la vida. En verdad, yo no me detengo en eso, porque además no entiendo el feminismo como algo separado de lo par, como decíamos. Claro que los roles de las mujeres que tenemos y que tenemos que hacer valer lo que se considera una cultura, hay que cuestionar muchas cosas. Yo dentro del mundo mapuche, también a veces cuestiono ciertas posturas, porque también hay alguna situación que se ha pasado de lo que fue a lo que no es, o no fue. ¿Verdad? O sea, se ha tomado mucho ejemplo de cosas, como siempre, las cosas que nos benefician más son mucho más fácil de adquirir y los hombres han hecho a veces algunas de esas situaciones, de manera que yo también lo converso y lo converso de una manera muy tajante y muy clara. Pero el ejercicio es solamente de la cultura a la que yo pertenezco, porque yo la entiendo y me encuentro en ella y eso es lo que considero, pero no significa que todo mundo tiene que pensar igual, ni tomar, ni ser mapuche en ese sentido. No. Todas y todos somos gente de la tierra. Eso, sí. Todos somos una misma especie.

En todo caso, para sintetizar respecto de cómo me siento con esas luchas: con algunas me identifico y con otras, no me identifico en absoluto y para nada. También, como digo, siento con algunas posturas de mujeres mapuche que por ahí abrazan una lucha más política occidental que una esencia natural. Entonces, en ese sentido, no me interesa, porque sino estaría yo entrando a la globalización por la que estoy trabajando para que no suceda. De todas maneras, yo respeto todo eso, porque no tengo porqué pensar que no sirve. Servirá para quien lo hace, ya con eso es suficiente, pero no lo sé cuales serán los beneficios, tampoco los propósitos. Y si lo sé y no me gustan, entonces me alejo, mucho. Eso sí. Sin embargo, respeto muchísimas otras posturas que arriesgan inclusive la vida, estas mujeres jóvenes inclusive, para defender ciertos, no ideales, sino ciertas libertades que debemos de tener todas las personas, no solo las mujeres. Dicho todo de manera muy general, porque sería un tema para entrar muy de manera particular.

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(Imagen: Rafaela Vasconcellos)

—Bueno, para finalizar, quisiera saber cuál es tu misión como mujer mapuche hoy en Argentina.  ¿Qué te moviliza para la creación y para seguir con tu arte?

—Como mujer mapuche, yo no siento que tenga ninguna misión. Sin embargo, resumo esto que dicen nuestras abuelas: uno no fue, no existió. Después, lo concibieron y, por fin, nacimos. Y cuando nacemos ya no podemos dejar de ser, porque ya somos. Antes, no éramos, pero ahora ya somos. ¿Y quién somos? Gente. ¿Y para qué somos gente? Ah, gente no se es. Che, la palabra que traduce gente, che no se nace, che se hace, se construye con el cotidiano y con el sueño también. Pero en ocasiones se logra, no siempre. Entonces, yo estoy ocupada en eso, en construirme como che. ¿Y en base a qué? A nuestra cultura. Es solo mirarnos en nuestra propia sombra, como reza un proverbio antiguo mapuche: “mirarnos en nuestra propia sombra y entonces darnos cuenta qué somos. Gente. ¿A qué vine? ¿Para qué vine? ¿A hacer qué? ¿ Y a entregar qué y a quién?” Entonces el cuerpo, dicen las abuelas otra vez, el cuerpo avisa, el cuerpo da señales de todo tipo: a veces, un latido en un brazo. ¿En qué brazo? ¿Izquierdo, derecho?. A veces, en los párpados. ¿Arriba o abajo? ¿Derecho o izquierdo? A veces, un pewma, un sueño. ¿Sueño en color o sueño solo en gris? ¿Le hablaba con quien soñó? ¿Tenía sonido su sueño? No lo tenía. ¿Saboreó el sueño? ¿Se despertó angustiada? ¿Te despertó feliz?

Bueno, todo tiene una interpretación y eso es lo que avisa también, entre otras cosas, a qué vino uno. El cuerpo expresa. Y si uno canturrea mañana, tarde y noche… Yo, el primer recuerdo que tengo de mí misma es estar cantando. Me preguntarán “¿qué cantabas?” No sé, era muy pequeñita. Pero yo me acuerdo que cantaba. Y cantaba porque había llovido en el día o en la tarde, no lo sé. Temprano en la tarde tal vez,  o durante todo el día, pero como a la oración. Seguramente era verano, porque mi madre me dejó salir y yo estaba en torno a un charquito de agua y una brisa suave entre la que además despejaba las sombras de las nubes y dejaba entrever aún el sol. Yo me puse en cuclillas en torno a ese charquito que ese aire, esa brisa movía, yo me imaginaba el mundo ahí. ¿Qué sería? No sé. ¿El mar? No lo puedo decir, no lo conocía. ¿Sería, para mí, la vida? Tal vez. ¿La alegría? Seguro, porque canté. Y canté, porque todo eso que la tierra me estaba dando en esos segundos que lo tengo como un cuadro frente a mí, me daba una gran felicidad. ¿Por qué sería? No lo sé. Y yo cantaba, cantaba porque estaba feliz. Y estaba feliz por esto que cuento que me pasaba. Y me digo entonces: “el canto me eligió y se colocó en mí”. Fue la mejor manera que tuve de expresarle a Ñuke Mapu, a la Madre Tierra, y de agradecerle, aún siendo tan pequeñita. Dos años tendría, tres quizá, nomás. Me ayudaría la memoria sino. Y entonces vine a eso, a cantar. Una pena se instala en mi corazón. Canto. Una alegría, canto. Una nostalgia, canto. Un corazón acelerado, canto. Entonces, el canto es que me eligió, como digo, y se colocó. Y me lleva bajo los cuatro cielos, me lleva por el mundo y por eso voy, porque el canto me manda.

Entonces ¿eso es misión, se dice misión? No lo creo. ¿De dónde viene la palabra misión? ¿Qué significa misionar? No sé. Yo digo que es él que me ha hecho vivir, teniendo en cuenta como dije al comienzo de nuestra conversación, que tenía 99 posibilidades de muerte y un desalojo. Y uno haberme entregado porque no me podían cuidar y el canto me ha cuidado. Se hizo de mí y me echó al hombro y por eso me lleva, porque, como sufrí un poco, entonces ahora me hace conocer bondades de la Ñuke Mapu, porque al cantarle yo a ella, al responderle a Ñuke Mapu con sus sonidos, porque de eso se trata, de entender los sonidos que la tierra nos propone. Si yo oigo a la laguna, suena de una forma. Pero si la oigo a la mañana, sonará con un temple y a la tarde quizá distinto, porque el viento la mueve, entonces ya es otro sonido. Si llueve, el agua tiene otro sonido. Si caen cascadas, es colectivo el sonido. Si el río pasa, y si habla con las piedras, otro sonido. Todo es agua, pero todas son voces distintas. Entonces, si son distintas, yo las puedo comprender y por eso hablo.

Cuando hacía la canción del río en el concierto, y le hablo al río en la canción, porque justamente eso es lo que quiero, que me escuche cuando pasa lento, porque yo le estoy hablando y él me habló primero. Si yo puedo hacer esa devolución de los sonidos de la Tierra, entonces a eso es lo que vine, a conversar con la Mapu. Ya cuando cae el fruto y estalla, el árbol me avisa que ya está listo para que lo vaya a recuperar, a cosechar y a cocinar y a degustar, para alimentarme, ¿verdad? Y tantas otras cosas que van sucediendo sobre la tierra. Le pongo atención, le hablo, le respondo sus sonidos y ella simplemente, generosamente como madre, me permite andar con buena salud y oyendo lo que nos conversa. Por eso, digo y repito lo que dicen nuestros antiguos: “la Tierra es una sola alma”.

*Por Rafaela Vasconcellos para Revista Amazonas.

Palabras claves: Beatriz Pichi Malen, mapuche, Música

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