Un destino para quienes mueren por la guerra de los de arriba contra las de abajo
Para quienes decidimos luchar cada día por un mundo nuevo, por un mundo distinto donde estas violencias no existan, la muerte de compañerxs se parece bastante a la desesperanza. Hoy sentimos algo como una cachetada, que nos deja en claro que no llegamos a tiempo, de que ese mundo nuevo no llegó a tiempo para el Dibu porque lo asesinaron.
Por Ruffe, militante del Encuentro de Organizaciones (EO)
Hace unos días se celebró en distintos lugares de América el Día de lxs Muertxs. Tomando una cerveza con Ana y Gonchi pensábamos en la manera tan dolorosa de vincularnos con la muerte que tenemos. Coincidimos. La muerte fue un elemento muy presente de mi vida en los últimos meses, y después de esa charla las reflexiones fueron muchas. ¿Qué será lo que genera esta relación que tenemos con la muerte? ¿Sería posibles habitar nuestras muertes tantas veces cargadas de violencias e injusticias de otra manera? ¿Morían acaso los pueblos de nuestramérica de maneras tan injustas antes de la llegada del capitalismo a nuestra tierra?
Son evidentemente preguntas sin respuestas fáciles, pero con algunas intuiciones. Una de ellas, que es urgente vivir la muerte de quienes nos rodean de una forma distinta.
Pensaba también que nuestra relación con la muerte tiene que ver con nuestra relación con la vida, y todos esos momentos en los que vimos/vivimos muchas de esas violencias e injusticias y no pudimos hacer nada al respecto. Algunas de las muertes que nos tocan parecen ser el final de una historia que nos pasó por el lado, y que aun intuyendo un final doloroso y triste no pudimos hacer nada para construir un final diferente.
Para quienes decidimos luchar cada día por un mundo nuevo, por un mundo distinto donde esas violencias no existan, todas estas muertes nos son dolorosas, desgarradoras, y a veces se parecen bastante a la desesperanza. Cada una de estas muertes es una cachetada que nos deja marcado en el cuerpo. Que nos deja en claro que no llegamos a tiempo, de que ese mundo nuevo no llegó a tiempo para el Dibu, ni para Giuliana, ni para Marcos, ni para Sergio Tobares, ni para Luchi, ni para Sergio Cuello.
Y disculpen la crudeza, pero mi realidad viene estando teñida de negro. Y por estos días ese Jamis que tantas veces nos enciende, y nos dice que «por esta libertad, bella como la vida, habrá que darlo todo», parece solo atormentarme.
«Si fuera necesario hasta la sombra, y nunca será suficiente», «si fuera necesario hasta la sombra, y nunca será suficiente».
Leyendo un poco sobre nuestra historia, leo que algunos pueblos de Centroamérica entienden que nuestro destino después de la muerte está atada a la forma en que morimos, y al leer eso veo que hay un destino para quienes mueren por la guerra. Me quedo un rato inmóvil, porque esa es la forma en la que decidimos llamar a esas violencias e injusticias que nos marcan la vida, y por sobre todas las cosas la muerte. Nuestrxs compañerxs fueron muertxs por la guerra de los poderosos contra las de abajo.
Las personas muertas en la guerra iban, según estas culturas, al Omeyocán, paraíso del sol, espacio marcado por el gozo, la alegría, la música, los cantos y los bailes. Para luego de permanecer ahí 4 años volver a este plano en forma de un pájaro con los más hermosos colores. Pienso entonces que el Omeyacán sería un hermoso lugar para el Dibu, que siempre fue un pibe alegre, divertido. Y que volver como un pájaro colorido sería un hecho de justicia.
Me acuerdo entonces de los primeros tiempos de militancia en el barrio, de lo feliz que estaba de mostrarnos cualquier cosa que hubiera crecido en la huerta. De la sonrisa que se le iluminaba con cualquier cosa que le generara alegría, sea una travesura, o una inocencia. Siempre nos ganó con su rebeldía, con su irreverencia, pero sobre todo con las muestras de afecto, los abrazos, los juegos. A veces selectivos, a veces sin motivo aparente, a veces diciéndonos muchísimo.
Por una cuestión de necesidad intento ponerle una imagen a la forma en que creo que debe tener el recuerdo de quienes ya no están, de quienes nos arrebataron. Algo que simbolice la memoria activa que mantenga encendida la llama de sus nombres. Hasta hoy la imagen era un puño en alto, puño de lucha, que transforme el dolor en rabia, en organización, para apurar el surgimiento de ese nuevo mundo donde no haya más víctimas de esta guerra. El asesinato del Dibu, y todos estos días de reflexión agregaron un nuevo elemento a esa imagen, y es una sonrisa.
Hoy para mí es necesario recordar al Dibu con una sonrisa, como si solo nos hubiera dado la espalda un rato para mirar un grupo de guachines jugar al fútbol.
* Por Ruffe, militante del Encuentro de Organizaciones (EO) / Imagen: Colectivo Manifiesto