Yo no quiero “normalidad”
El pueblo chileno continúa en las calles encabezando una resistencia épica ante la feroz represión ordenada por el gobierno de Sebastián Piñera.
Por Romina Cerda Allende para El Desconcierto
Los días de lucha y de resistencia siguen sumándose en el calendario de este Chile más encendido y luminoso que se haya imaginado en el último tiempo. La gente se organiza y ha retornado una sensación de comunidad que casi no recordaba. Ya no es novedad decir que esto dejó de ser lo que en un inicio solo se veía como “el alza de los pasajes del transporte público en Santiago”.
Ahora las personas han vuelto a reconocerse en sus espacios y, por más que alguien se atreviera a negarlo, esto nunca volverá hacia atrás. Precisamente, es la idea y la sensación latente que flota, mientras en un pleno acto de porfía nos quieren llevar de golpe a recluirnos en una palabra aparentemente indefensa, pero que hoy no podemos permitir: “normalidad”.
La normalidad y el constante llamado del gobierno a regresar a ella. Ese grito desesperado pero vacío, que solo quiere que volvamos a encajar en una realidad que de tanto soportarla nos terminó haciendo explotar desde lo personal y lo colectivo. Y, de verdad, esto último no podría ser mejor. Lo más seguro es que ante esta afirmación, alguien se refugie en la ya clásica idea de los saqueos y el tan manoseado vandalismo del que hablan por los medios televisivos. Claramente, esto no es cuestión de azar.
La semana recién pasada, en un pobre e ingenuo intento por volver a clases, me reencontré con mis estudiantes. Estuvimos dialogando en torno a la contingencia actual, escuché sus impresiones sobre lo que ha estado ocurriendo y también recibí aquel cuestionamiento de aquellos/as jóvenes frente a la forma en que muchos medios de comunicación buscan plantear este movimiento social. “Profe, ¿por qué la tele miente?”; “Profe, le dan más importancia a los supermercados saqueados que a la gente que ha muerto”. Y así, la inquietud de mis estudiantes se suma a la de tanta gente que siente y que piensa igual. Es que ya es todo demasiado evidente. Desde el poder creyeron que esto pasaría pronto, que nos conformaríamos con las irrisorias y decadentes medidas parche anunciadas por el gobierno, pero no. Es como cuando te han dañado tanto, que ya no sientes miedo ni estás dispuesto/a a seguir creyendo en frases hechas que ya no compras de tanto que te mintieron antes. Así está Chile ahora, aunque los intentos por concluir con esto no se han detenido.
“Volvamos a la normalidad”, “normalización constitucional”, “normalizar la vida cotidiana”. Es lo que se ha oído hace varios días, mientras nos tratan de apagar en medio de esta lucha que tanto sentido nos ha regresado. No es casual que haya personas que se sientan mejor, más vivas y felices luego de este sublime estallido. ¿Acaso es posible en medio de este caos aparente? Este movimiento vino a cuestionar nuestro modo de vivir, en el que constantemente nos vemos presionados a ser parte de un espectáculo que nos duele de lunes a viernes. “No era depresión, era capitalismo”, expresan algunos. Esto dice muchísimo de cómo nos hemos ido uniendo, luego de ni siquiera haberlo considerado.
¿A qué normalidad quieren que volvamos? ¿A esa que nos empuja por inercia a actuar en medio de un contexto cruel, en medio de una sociedad que nos violenta con su maldita indiferencia? ¿A esa normalidad que nos quiere como corderitos ordenados y silenciosos en su rebaño? ¿Nos quieren en la normalidad de los que aguantan una vez más los abusos de tantos años? ¿A esa normalidad que justifica que pacos y milicos impongan “orden” a través de su violencia desmedida y miserable?
¿De qué normalidad nos hablan desde el poder? ¿Realmente los gobernantes de esta convaleciente y despierta franja de tierra nos quieren ver de esa forma?
Vivo en Melipilla, una comuna en la que jamás habían ocurrido hechos como los de los últimos días: en medio de las movilizaciones, llegaron hasta aquí un montón de uniformados que no pertenecen a este espacio. El gobernador, a través de sus redes sociales, los recibió con una alegría y admiración que abiertamente siguen dándome rabia y asco. Esos uniformados afuerinos, desde hace días que empezaron a hacerse su fama. En las marchas, ningún reparo en disparar a quien fuese con tal de callar a quienes pudiese resultar una “amenaza al orden público”. Un nivel de violencia que, incluso desde palabras de mis padres, “ni siquiera se había visto en la época de dictadura aquí en Melipilla”. Balas, sangre, heridos, que incluso no podemos contar como un capítulo finalizado pues esto ha seguido pasando.
Y así, como en mi tierra natal ocurre, se da en cada rincón de Chile. Yo me sigo preguntando: ¿así quieren imponernos su normalidad de mierda? ¿Creen que después de tantos golpes, violaciones y muertes esto volverá a ser como antes? No quiero que así sea, no quiero que olvidemos y confío en que no lo haremos.
Es de una violencia tremenda pedirnos que la “normalidad” vuelva a tomar la tribuna que tuvo hasta hace un par de semanas. Porque es imposible ir con ese discursito indolente por la vida. ¿Acaso los familiares de nuestros muertos “en democracia” volverán a ver o sentir su vida desde la “normalidad”? ¿Alguien puede creer que los sobrevivientes de torturas y heridas volverán a esa normalidad que tanto predican?
Yo no quiero ni concibo esa normalidad para mi gente, porque fue precisamente esa normalidad la que nos lastimó tanto hasta tener que llegar a este punto. Sí, hemos llegado lejos y me emociono en medio de testimonios que continúo reconociendo, y de acciones que cada día me van devolviendo más fuerza y convicción.
*Por Romina Cerda Allende para El Desconcierto