El punto de partida

El punto de partida
31 octubre, 2019 por Redacción La tinta

El triunfalismo que naturalmente se apoderó del peronismo y la definitiva cuesta arriba que se apoderó del macrismo fueron las dos hormas ideales con que se fraguó el resultado de este octubre. Cada uno volvió a su lugar más cómodo. El peronismo al poder y el macrismo a la oposición.

Por Martín Rodríguez y Pablo Touzon para Panama Revista

Parece hoy hace un siglo, pero el 18 de mayo ocurrió una corrida electoral. La peor corrida para Cambiemos. La corrida contra la que no había tasas que subir. La corrida en la que se corrió Cristina lo suficiente para estar de dos modos: presente con sus votos fieles, ausente en esa grilla televisiva que se llamaba “discutamos a Cristina”.

Agosto vino con tarifazo electoral: parece que no hay vuelta atrás, dijo una mayoría del pueblo argentino. Alberto alcanzó y superó el piso sólido de 45 puntos. Regla irreversible del triunfo. Y fue tal el mensaje de las urnas que al otro día Alberto se convirtió en presidente electo y todos los jugadores del poder real, cansados de ese juego a las escondidas del titiritero Peña, se fueron a pedir turno para visitar el bunker de la calle México. En la Unión Soviética solían decir que sus ciudadanos “votaban con los pies”; en criollo, tomándoselas cuando podían. En Argentina podría decirse que el poder vota por teléfono: los llamados de esa semana de agosto fueron unidireccionales hacia Alberto, rubricando no sólo la caída del Gobierno sino también el fin del mito del “doble comando”. Como el propio Marcos Galperín, que ya no tenía tiempo de discutir el capitalismo de plataformas con Juan Grabois. Macri hizo honor a su juego de fantasmas, dijo lo obvio, lo literal y lo formal, dijo que “la elección no ocurrió”.

Esta velocidad de las cosas predispuso otro tipo de campaña entre agosto y octubre: Macri diseñó sus treinta actos en treinta ciudades, cuyo corolario fue la “marcha del millón” en el Obelisco y Alberto se puso al hombro la confección del nuevo poder. Diríamos que Macri usó los últimos cartuchos para diseñar no su persistencia en el poder sino su cuidada salida. El diseño milimétrico de una derrota, tarea a la que se abocó a pleno después de la primera semana de sorpresa y furia y que pudo constatarse en la preparación de los discursos de Maria Eugenia Vidal y el mismo Macri. Fortaleció su polarización robusteciendo aspectos “naturales”: la derechización del discurso y la alternativa “no peronista”. En torno a Alberto comenzó una danza de nombres, danza de gestos y danza de reuniones. El nuevo boletín oficial fue su cuenta de twitter. Ese enroque le calzó justo a Macri, porque lo situó “fuera del poder”, y desde ahí, como un virtual outsider, despojado de las formalidades de un poder que todavía detenta, hizo una campaña en su salsa.

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(Imagen: Nacho Yuchark)

El triunfalismo que naturalmente se apoderó del peronismo y la definitiva cuesta arriba que se apoderó del macrismo fueron las dos hormas ideales con que se fraguó el resultado de este octubre: Macri recuperó más de dos millones de votos y Alberto sumó apenas un poco más de doscientos mil. Macri como opositor de la oposición, Alberto como presidente de un poder que todavía no le fue dado. Cada uno volvió a su lugar más cómodo. El peronismo al poder y el macrismo a la oposición.


Pero esa es la foto de ayer. El vaivén de las predicciones electorales hasta mayo decía: Macri gana en ballotage. El nombramiento de Alberto, una novedad sacada de la fuente del círculo rojo, parecía confirmarse en los deseos de Durán Barba, que se reía abiertamente de una propuesta tan poco “millenial”. Tan es así que si uno imagina a un hipotético viajero del futuro presentándose frente a Alberto cualquier día de ese invierno de campaña (mayo, junio, julio) diciéndole “vengo del futuro, y vas a ganar en las Generales 48 a 40”, Alberto firmaba al pie. ¿Qué ocurrió? Las PASO fueron la primera vuelta, y las Generales el ballotage que confirmó esa decisión irreversible, aunque haya tenido esta recuperación macrista, que le dio -parafraseando a los Redondos- el sesgo de un vencido vencedor a Macri. El rebrote ideológico de la campaña, las imágenes de ese Tea Party criollo en las Barrancas de Belgrano producen también en esta derrota “contenida” de Macri un alivio para Alberto: la contención institucional de la oposición, el “derecho humano” a ser representada. Alberto asume en una sociedad en crisis pero expresada institucional y políticamente. No es poco, en un mundo como el actual. Y no es eterno, claro.

La marcha del millón era el modo de una despedida que se pretendía contundente en el mensaje hacia adentro: Macri no es el líder sino el dueño de la marca, y los que lo quieran suceder en la futura oposición deberán disputarla con él. Radicales, Larreta ( el dueño exclusivo de un triunfo contundente) y Vidal, sacarán cuentas sobre algo que, además, no tiene solamente ese “escollo” patronal, sino algo más complejo: recrear una oferta que dé cuenta del propio fracaso de Cambiemos, justo cuando Macri prácticamente calca la salida de su poder con la de Cristina en 2015… con calle, plazas, multitudes organizadas en torno a él.

No hubo sublevaciones militares, ni 13 paros generales, ni cacerolazos, ni saqueos en el túnel negro del final de este gobierno no peronista. Las escenas finales del gobierno los encontraron enfrascados en encontrar una épica a la altura de su propio colapso: ¿dónde están los carapintadas de Mauricio? ¿Quién fue su Ubaldini? La ausencia de respuesta forzó a verbalizarla fuera de las fronteras, en una remake del portaviones cubano del siglo XX: Venezuela y sus eficaces comandos de desestabilización sostenidos por Cristina. Cambiemos completó el mandato derrotado por su propia política. Cayó por su propio peso. En el minuto 45 la rebelión de la sociedad chilena les arrebató incluso el ícono internacional, la hoja de ruta a seguir que para el macrismo siempre quedó afuera de la Argentina. La mini caída del Muro de Chicago.

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(Imágenes: La tinta)

¿Pero qué es este triunfo agridulce? La respuesta de que se va Macri de la Rosada y queda el pueblo macrista. Ese 40% organiza un sujeto, una trama histórica seguramente nacida en 2008, durante el conflicto de la 125, cuando el mapa de la rebelión sojera fue el borrador del mapa electoral amarillo que subsiste hasta hoy. El macrismo nació en la sociedad y fracasó en el Estado, un poder en el fondo en el que nunca creyó. Y hoy, en un ejercicio de justicia poética, vuelve a ella.


El peronismo siempre que vuelve tiene un incendio atrás: la híper, las cacerolas, el corralito, el hambre. Vuelve con votos, como volvió con Menem. Vuelve porque el vacío no existe, como volvió con Duhalde. Vuelve por mandato histórico, como volvió con Kirchner. Las vueltas del peronismo siempre se producen con ruido de sirena de ambulancia o bombero o policía. Nadie distingue del todo qué tipo de sirena es ese que siempre está marcado por lo urgente. O es todas a la vez. Pero el peronismo se hace cargo en la urgencia de las cosas, aunque después, como un clásico, reaparecerán la recriminaciones infaltables: el peronismo no construye el largo plazo. El “liberal” enciende la pipa, se da cuerda en la solemnidad, advierte que otra vez la Argentina se emborrachó de presente y no construyó futuro. Y se olvida del presente del que se hizo cargo el peronismo. Veamos los presentes de cada peronismo y repitamos: la híper del 89, los “más desocupados que votos” del 2003. Y este presente que tiene un margen tan finito que podríamos decir que el mérito histórico de Macri (un gobierno no peronista que termina su mandato) pasa a ser el “mérito” de un gobierno no peronista que le pasa la bomba sin explotar aún a otro gobierno.

Alberto Fernández hizo el camino de la acumulación. Decir que fue moderado es embeberse en el alcohol de una palabra que dice poco: la unidad del peronismo no es un kirchnerismo de bajas calorías. Es un proceso largo y complejo, cimentado en un histórico sendero de derrotas y despoder en los cuales podría decirse que los peronistas intentaron todos los caminos alternativos antes (Frentes Renovadores, Unidades Ciudadanas, Alternativas Federales) y sin éxito. Progresismos sin Orden y Orden sin progresismos: todos fracasaron. There´s no Alternative, como sostenían los neoliberales de Thatcher, a la unidad del peronismo. El peronismo logró un éxito nada menos en esta época: le evitó a la Argentina su propio outsider. Alberto es un insider que sabe que con serlo no alcanza. Y sobre ese piso, Alberto acumuló. Caminó estos meses de ripio y acumuló votos, poder institucional y político. Hizo su campaña donde terminaba la campaña del kirchnerismo: Córdoba, Santa Fe, el massismo, el mundo de los gobernadores.

Alberto cierra la campaña citando a Alfonsín. ¿Qué encuentra ahí? La cita ecuménica. El rezo laico. Una contraseña intuitiva de lo que el peronismo aprendió en los cortos años 80. En más de un aspecto -por edad, ideario y estética- Alberto es un ochentista: la biografía de una socialización política desarrollada plenamente en la democracia. Menem gobernador de la Tendencia en el ’73 y preso en los 33 Orientales, Néstor y Cristina y su platense JP; a su manera, todos los presidentes peronistas después de Perón pasaron, con sus más y sus menos, por la forja de hierro de los setentas argentinos. Alberto será prácticamente el primer presidente post setentista del peronismo, un movimiento al que empezó a militar derrotado y sin la aureola del invicto de “la mitad más uno”, y que por eso y por porteño reconoce en su potencial fragilidad. Los setentas de Alberto evocan otro fuego: el de las canciones de fogón de un viejo rock nacional, testigo perplejo y testimonio frágil de aquellas masacres.

La crisis del 2001, el 22% de los votos de aquel 2003 y su rol en la primera transversalidad de aquellos años 2000 solo rubricaron esta certeza: el poder del peronismo no está dado, no vive en una metafísica ni se explica por un destino kármico. Es un poder a construir, trabajar, cuidar y preservar: la mayoría no es soplar y hacer botellas, como se vio finalmente en la suma del último domingo. Movimiento de más de 70 años, partido legendario, el peronismo intentará dar vida a su penúltima encarnación histórica en el marco de una región tupacamarizada por la crisis política y agitada por los extremos. ¿El peronismo, principal bastión práctico contra los extremismos políticos del siglo XXI en la región, encarnados en Maduro y Bolsonaro? Quizás nada más y nada menos que la posibilidad de un orden con progresismo, en el medio de la tormenta del Mundo.

*Por Martín Rodríguez y Pablo Touzon para Panama Revista

Palabras claves: Alberto Fernández, Cambiemos, Cristina Fernandez de Kirchner, elecciones 2019, Macri, PASO, peronismo

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