“El diluvio es tan fuerte que nubla la vista”

“El diluvio es tan fuerte que nubla la vista”
30 octubre, 2019 por Tercer Mundo

Raúl Zibechi analiza la realidad de América Latina, las contradicciones de los gobiernos progresistas y afirma que el movimiento indígena es el gran articulador de las luchas.

Por Gloria Muñoz Ramírez para Desinformémonos

De las actuales revueltas latinoamericanas, del papel de los pueblos indígenas, los jóvenes y las mujeres, del rol de Estados Unidos, de las elecciones en Bolivia y en Argentina, de la coyuntura en México, de la ultraderecha y del qué sigue para quienes buscan un mundo más digno, habla, en esta entrevista, Raúl Zibechi, periodista y escritor uruguayo, conocedor, caminante y acompañante de diversas luchas de América Latina.

—¿Qué está pasando en Latinoamérica? ¿Por qué ahora las revueltas en Ecuador, Haití, Chile?

Estamos ante el fin de un período marcado por el extractivismo, fase actual del neoliberalismo o Cuarta Guerra Mundial. En este sentido, creo que estamos ante el otoño del extractivismo, porque su período de oro fue antes de la crisis de 2008, cuando los altos precios de la commodities permitieron mejorar la renta de los más pobres sin tocar a los ricos, sin reformas estructurales, como la reforma agraria, urbana, impositiva, y así.

Las revueltas son bien diferentes en cada país. En Ecuador, tenemos un levantamiento -han habido una decena desde 1990- bien organizado y dirigido por la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie), que, por primera vez, fue parcialmente desbordada por los pobres urbanos. En Chile, en cambio, es un estallido sin convocantes ni direcciones, pero con una creciente organización territorial a través de asambleas populares. Los sectores más organizados son los mapuche, los estudiantes y las mujeres, que están jugando un papel destacado.

Creo que la gente está harta, enojada, cansada de tanta desigualdad y de empleos, salud y educación basura. Lo que hay son servicios pésimos para gente descartable. Eso es percibido, sobre todo, por los más afectados, las y los jóvenes, que ven que no tienen futuro en este sistema. La gente aprovecha grietas, como el paro de los transportistas en Ecuador, para hacerse escuchar.

Ecuador manifestantes en las calles la-tinta
Imagen: Roberto Lopez / Revista Crisis

—¿Cuál es tu lectura de lo que ocurre en Bolivia, en cuanto a las elecciones presidenciales en las que se reeligió Evo Morales y las posteriores movilizaciones?

—Un fraude más. Evo Morales y la camarilla que lo rodea, como el vicepresidente Álvaro García, se aferran al poder, que es lo único que les importa. Esta es una lección importante: carentes de toda ética, a los dirigentes de izquierda sólo les queda su obsesión por el poder. Esto merece un análisis profundo. ¿Cómo llegamos a esto? ¿Qué sucedió para que el interés único sea el poder y todo lo que lo reviste, como el lujo y el control de la vida de los demás?


Morales no debió presentarse a estas elecciones porque convocó un referendo y ganó el No a su candidatura. Violentó la voluntad popular y ahora vuelve a hacerlo. Es claro que la derecha pretende aprovechar esta situación, pero no olvidemos que la OEA, a través de Luis Almagro, defiende el régimen de Morales y esto me parece muy sintomático. Quienes hablan de golpe de Estado ocultan que hay un pacto con la derecha, los militares y la OEA, o sea, Estados Unidos, para sostener al gobierno de Morales.


Debemos reflexionar por qué la izquierda no imagina soltar el poder, por qué no conciben la política sin aferrarse al Estado. Entre otras cosas, porque abandonaron la construcción de poderes populares, porque no les interesa que la gente esté organizada y hacen todo lo posible por evitarlo, incluso, a través de la represión y el terrorismo de Estado, como en Nicaragua.

—¿Qué papel juegan los pueblos indígenas en las revueltas?

— Son el núcleo principal, junto a las mujeres y los jóvenes. Lo que sucede en Chile tiene tres antecedentes: la lucha del pueblo mapuche, la de los estudiantes desde hace más de un década y la de las mujeres que, el año pasado, ocuparon universidades y plantaron cara al patriarcado académico. Me hace mucha gracia cuando dicen que Chile se despertó. Los que despertaron fueron los periodistas y académicos que estaban en el limbo. Los de abajo nunca durmieron. Un año atrás, la respuesta de todo Chile al asesinato de Camilo Catrillanca fue impresionante, con cortes de calles durante un mes en Santiago y en otras treinta ciudades.

Chile ceremonia mapuche Catrillanca la-tinta
(Imagen: Frente Fotográfico)

Los pueblos originarios tienen dos grandes cualidades. La primera es la organización territorial comunitaria, que se está profundizando al aparecer el activismo juvenil y de mujeres, que democratizan las comunidades. La segunda es que encarnan formas de vida potencialmente no capitalistas, algo que ningún otro sector de la sociedad puede ofrecer a las luchas. Educación, salud y alimentos en clave no mercantil, a lo que debe sumarse la construcción de poderes de otro tipo, no estatales.


Por eso, los pueblos son referentes para todos los que luchan. Por eso, los blancos urbanos agitan banderas mapuche y las mujeres, estudiantes y campesinas ecuatorianas aceptan la orientación de los indígenas. Me gustaría decir que los pueblos originarios son hoy el principal referente de las revueltas, incluso, de sectores de las clases medias urbanas. En Quito, las mujeres profesionales limpiaban diariamente los baños de la Casa de la Cultura, mientras las mujeres y varones originarios debatían en asambleas improvisadas. Lo hicieron como gesto de respeto y de aceptación activa de su liderazgo, en una actitud que debe hacernos reflexionar desde el corazón, porque emociona profundamente.

—Uruguay rechaza la Guardia Nacional que, por cierto, en México, se aprobó. ¿Cuál es el saldo de las fuerzas armadas en las calles?

—En los próximos años, veremos cada vez más militares en las calles. Lula y Dilma, en Brasil, los llevaron a las favelas y nadie levantó la voz, porque son negros y porque son “delincuentes”. El tema del crimen organizado es un pretexto perfecto, porque sirve para limpiar la conciencia de las clases medias de la izquierda, que son las que menos violencia sufren.

El futuro ministro de Interior del Frente Amplio en Uruguay, Gustavo Leal, se desempeña ahora en ese ministerio y se dedica a perseguir las bocas de venta de pasta base, con una saña especial, ya que derriba sus viviendas cuando son encarcelados. No son narcos, en el sentido estricto, sino pobres que sobreviven en la delincuencia, a los que aplica métodos represivos idénticos a los que utiliza Israel con los palestinos. Sin embargo, se han descubierto, en Europa, cargamentos de cocaína de hasta cinco toneladas embarcados en el puerto de Montevideo.

La salida de los militares es inevitable, porque los de arriba declararon la guerra a la población. Y eso no tiene ninguna relación con izquierda o derecha, es una cuestión de clase y de color de piel, es la política del 1 por ciento para sostenerse arriba.

—¿Qué lectura le das a México en este contexto latinoamericano?

Desde hace tiempo, en México, se viene incubando algo similar a lo de Chile, un fenomenal estallido que ha sido postergado por la guerra primero y ahora por el gobierno de Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Pero la olla acumula presión y es inevitable que, en algún momento, suceda un enorme levantamiento, cuando la rabia supere el miedo. No sabemos cuándo, pero el proceso está en marcha, porque la política de profundización del extractivismo del actual gobierno es una maquinaria de acumulación de rabias.


Por otro lado, veo en México un poder débil, un gobierno que se echa atrás frente al narco, como sucedió en Culiacán, pero le mete presión a los pueblos, como sucedió en Morelos cuando asesinaron al defensor comunitario Samir Flores Soberanes. AMLO negocia con el narco y pasa por encima de los pueblos originarios, lo que revela la miseria ética de su gobierno. Dice que se trató de salvar vidas, lo que puedo entender. Pero ¿quién defendió la vida de Samir y de tantos otros asesinados en su primer año de gobierno?


—Argentina y las elecciones. ¿Es la solución el regreso al progresismo?

—El problema es que regresa otra cosa que no es el progresismo. En Argentina, no vuelve el kirchnerismo de 2003, sino un régimen peronista muy represivo, que será más parecido al Perón de 1974 o al de Menem de 1990. El ciclo progresista se terminó, aunque haya gobiernos que se reclaman de esa corriente. El progresismo fue un ciclo de altos precios de las commodities, que permitió traspasar ingresos a los sectores populares por los altos superávits comerciales. Pero, además de este factor económico, el ciclo se termina por otro factor decisivo: se termina la pasividad, el consenso entre clases, se activan los movimientos y esto marca un límite claro al ciclo, que sólo era posible por la aceptación abajo de las políticas de arriba.

Creo que el nuevo gobierno tiene que enfrentar enormes dificultades por el peso de la deuda que deja Macri, que fuerza a una política de austeridad. El problema es la expectativa popular de que las cosas cambien rápidamente y se produzca una mejora notable en la actividad económica y los salarios. Sabemos que esto no es posible, entonces, se abre un período de imprevisibilidad, en el cual la gente no va a esperar pasivamente que le entreguen beneficios. En Argentina, veremos una potente profundización del extractivismo, en particular, el petróleo y el gas de Vaca Muerta.

—Costa Rica y Panamá con revueltas estudiantiles. ¿Qué papel juegan los jóvenes?

Los jóvenes son uno de los sectores más activos. Si los indígenas están siendo despojados y las mujeres violadas y asesinadas, los jóvenes saben que no tienen futuro, porque una vida digna no puede consistir en trabajo de ocho o diez horas en un Oxxo, que, con el viaje de ida y vuelta a la casa, suma casi catorce horas sometidos al empleo, sin tiempo ni ánimo para hacer otra cosa que consumir con lo poco que le queda de su salario. En el mejor de los casos, que tengan un salario.

Brasil estudiantes movilizados la-tinta
Imagen: Midia Ninja

Sólo una minoría tiene acceso a estudios superiores, con becas que les garantizan hasta los 40 años una vida cómoda, lo que supone un contraste agudo con los jóvenes de los sectores populares, indígenas y negros. Salen de sus barrios y son objeto de la violencia policial o del narco, lo que sugiere que viven en una situación de aguda fragilidad. Esto los lleva en ciertos momentos a integrarse al crimen organizado, que les garantiza una vida más cómoda. Pero, sobre todo, acumulan rabia, mucha rabia.


En Ecuador, veteranos dirigentes comunitarios estaban sorprendidos de que los jóvenes se les fueran encima a los gendarmes, a mano pelada, por pura bronca, sin medir consecuencias. Consiguieron reducir a cientos de policías que, luego, fueron entregados a la ONU o a otras autoridades, porque los dirigentes intervinieron para que no los lastimaran, que, si fuera por ellos, los liquidaban ahí mismo, al pie de las barricadas. Porque esta juventud pobre no tiene experiencias de lucha organizada y tiende a sacarse la rabia atacando a sus enemigos, en lo que puede generar auténticas masacres. Pero están ahí, desbordando todas contenciones imaginables: desde la familia y el barrio hasta los aparatos represivos, y, por supuesto, las organizaciones de izquierda. Aquí, tenemos que trabajar duro para organizar.


—¿Cuál es el papel de la ultraderecha y el caso de Bolsonaro en Brasil?

—Desde el momento que Bolsonaro accedió al gobierno, atraviesa una sucesión de tropiezos, enseñando una enorme incapacidad para gobernar. Se han desatado crisis en su propio partido, entre el presidente y sus aliados, con los empresarios y los grandes agricultores. La verdadera ultraderecha son las fuerzas armadas, en particular, el ejército, que juega el papel de estabilizador del gobierno.

Creo que el gran problema de Brasil es la tremenda inseguridad en la vida cotidiana que sufren las camadas populares, en general, pobres y negras, que las lleva a buscar refugio en las iglesias evangélicas y pentecostales, así como en figuras que dan una imagen de “seguridad”, como Bolsonaro. Lo que debemos respondernos es por qué los sectores populares abandonaron al Partido de los Trabajadores (PT) y se volcaron hacia la ultraderecha.

La respuesta simplista es que están influidos por los medios. Una posición que defienden académicos que se creen inmunes a los medios y que subestiman las capacidades populares. La realidad es que la vida de quienes viven en favelas es tremenda: precariedad laboral, abrumadora presencia de la policía militar, crímenes y asesinatos por parte del Estado, salud y educación de pésima calidad, temor por los hijos que caen víctimas de las balas en porcentajes alucinantes. Las madres temen por sus hijos y estos por su futuro. Un clima ideal para la captura ultraderechista, en particular, de los varones que se sienten desplazados por el empoderamiento de sus pares.

Brasil festejos de seguidores de Bolsonaro la-tinta

—En este contexto, ¿cuál es el papel de Estados Unidos?

—La región está siendo escenario de una disputa por la hegemonía global entre Estados Unidos y China. La penetración china está mostrando que es, incluso, peor que la yanqui. En Ecuador, se construyen obras de infraestructura, como represas hidroeléctricas, con esclavos chinos que conmutan sus condenas trabajando en condiciones forzadas, con castigos corporales inclusive. Nadie debe creer que el capitalismo y el imperialismo chino sean menos opresivos o agresivos que el yanqui.

El problema es que Estados Unidos necesita reposicionarse en América Latina para compensar su creciente debilidad en África, Asia y Oriente Medio. Una de las tendencias que veremos en el futuro inmediato es la destrucción de los estados-nación, proceso que ya ha comenzado en México y en países de Centroamérica. Por ese lado, debemos esperar lo peor.

—¿Hacia dónde?

La principal característica de este período post ciclo progresista es la inestabilidad. Las derechas no pueden gobernar, como lo demuestran Chile y Ecuador. Pero los progresismos tampoco, como lo demuestran Bolivia y Nicaragua. Pero cuidado, el problema no es tal o cual gobierno (el gobierno siempre es un problema), sino el sistema. Estas revueltas no son contra un presidente, sino contra un modelo de destrucción de la naturaleza y de control social masivo a través de políticas sociales y militarización, que se complementan para mantener a la población sojuzgada.

La respuesta de hacia dónde no puede ser otra que la organización popular en cada territorio, para resistir y construir los mundos nuevos. Me gusta hablar de arcas, porque es necesario sobrevivir colectivamente el diluvio que viene. Desinformémos puede ser considerada como un arca de la inter-información de los abajos, como el mecanismo para acoplar nuestras conductas, como diría Alberto Maturana. O sea, una información hacia adentro del campo popular o arcas colectivas, que es imprescindible para orientarnos en algún sentido emancipatorio, pero, sobre todo, para movernos en medio de una tormenta que no deja ver nada, porque el diluvio es tan fuerte que nubla la vista.

*Por Gloria Muñoz Ramírez para Desinformémonos

Palabras claves: Latinoamérica, movimiento indígena, Raúl Zibechi

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