«Queremos trabajar, no robar»
Los vendedores ambulantes senegaleses son víctimas de una sistemática política de criminalización por parte del intendente de La Plata Julio Garro. Al secuestro de su mercadería, se le agrega una feroz persecución policial que incluye detenciones arbitrarias y causas judiciales por resistencia a la autoridad. Perycia se metió en el mundo de la comunidad senegalesa y desde adentro cuenta cómo se los estigmatiza.
Por Lula Bibini y Julia Molina para Perycia
Si a Bamba Gueye le hubiesen avisado que en Argentina iba a ser tan difícil trabajar, seguramente no habría subido al micro que lo trajo junto a un amigo desde Brasil, donde había pasado los últimos seis años siendo comerciante y diseñador de indumentaria. Pero hace un año que vive en La Plata vendiendo mercadería como la mayoría de los senegaleses instalados en Argentina, muy lejos de trabajar con las telas coloridas con las que hacía blusas y trajes de baño.
—Recién detuvieron a otros dos en 7 y 59 –dice en un español cantado, una suerte de portuñol.
Bamba está parado en la esquina de Diagonal 80 y calle 6. Tiene el cabello ensortijado adentro de un gorro de hilo verde que combina con su campera y con sus zapatillas, también verdes. Habla por teléfono en wólof -la lengua hablada en Senegal- y termina la conversación con un “ba si kanam”, que significa “chau”.
—Los detuvieron y les quitaron la mercadería, otra vez —repite, y sonríe, harto, dejando a la vista sus brackets —. No nos van a dejar trabajar.
En esa esquina de Diagonal 80 trabaja vendiendo ruanas, medias, bufandas, guantes y otros objetos sobre una manta. A pesar de haber nacido y vivido en Dakar, la capital de Senegal, le gusta la tranquilidad que le da ese espacio al lado del puesto de diarios y revistas, a diferencia de las veredas de Avenida 7, Calle 8 o 12, abarrotadas de gente.
Pero en la actualidad no está vendiendo y no sabe cuándo volverá hacerlo, porque el martes 23 de julio hubo un procedimiento contra los senegaleses que trabajan sobre Diagonal 80 realizado por más de 100 efectivos policiales, tres patrulleros y cuatro camionetas.
El resultado fue el secuestro de la mercadería, valuada en más de 50 mil pesos, de dos trabajadores que ya habían levantado su puesto y caminaban hacia sus hogares, y su posterior detención y traslado a la Comisaría 1ra, de la que fueron liberados horas más tarde.
Roberto Di Grazia, el Secretario de Convivencia y Control Ciudadano de La Plata, aseguró a los medios que van a “seguir con los operativos, dado que no podemos permitir la venta ambulante en la vía pública”.
Para ello planean continuar con el patrullaje y el secuestro de la mercadería, de acuerdo con la orden del intendente Julio Garro de llenar de policías la ciudad: “Entiendo que puede quedar medio feo, pero es la manera de ordenar el espacio público que habíamos perdido, ya no se podía caminar por la ciudad”, dijo en declaraciones a la prensa después de una visita al “Paseo de Compras 80”.
—Algunos nos dicen que no vamos a poder trabajar durante esta semana. Otros hablan de 25 días —dice Bamba.
—¿Y qué piensan hacer?
—Tenemos que trabajar. No podemos estar sin trabajar —aclara, mirando la pantalla de su teléfono—. Si no nos dejan armar nuestros puestos vamos a tener que hacer la venta ambulante, vamos a circular vendiendo nuestra mercadería. Y cuando se nos acabe, vamos a ir a nuestras casas a buscar más. Pero yo creo que todo va a mejorar porque Dios es grande y sabe todo. No pasa nada.
***
A los detenidos del martes los liberaron rápidamente pero a Ibrahim Diaw y a Thierno Dieng -que el miércoles 24 de julio caminaban por 7 y 59 con su mercadería-, los detuvieron y los llevaron a la Comisaría 9na. por «resistencia a la autoridad».
Apoyados en las rejas, en los árboles, agrupados de a tres, de a cuatro, de a cinco, con los auriculares puestos, hablando por teléfono o entre ellos: así esperaban más de 100 senegaleses en la vereda de la Fiscalía de 7 entre 56 y 57. Luego fueron hasta la Comisaría 9na y allí se quedaron hasta que sus dos compañeros, Ibrahim y Thierno, salieron en libertad. Los recibieron con aplausos y también demostraron su afecto a un argentino que había sido detenido junto con ellos cuando intentaba ayudarlos, filmando el accionar policial.
—Vos sos muy buena persona, amigo —le dijo un senegalés mientras lo palmeaba en la espalda.
“Queremos trabajar, no queremos robar”, cantaron los vendedores senegaleses en una manifestación en 7 y 50 y mostraron carteles reclamando una solución.
—Moustapha, ¿nos autorizás para que tiremos algo de pirotecnia? —le preguntó un joven ajeno a la comunidad senegalesa a uno de los referentes.
—¿Qué es eso?
—Pirotecnia es, eh… —hizo algunos gestos con sus brazos, como si algo se desplazara hacia arriba y luego dijo—: ¡Pum!
—Ah, pirotecnia. Bueno, tiremos poquito —autorizó, y enseguida empezó a juntar el dinero que fueron poniendo uno a uno.
Cuando las energías del reclamo se fueron apagando y decidieron emprender el regreso a sus casas, acordaron encontrarse a las 10 de la mañana del día siguiente, en esa misma esquina. Antes de retirarse, varios se acercaron para estrecharle la mano a un policía.
—No todos los policías nos tratan mal. Los que nos maltratan son los de Control Urbano y los del diario El Día —explicó uno de ellos, mientras se alejaba.
De Senegal a Argentina
Se estima que en Senegal hay unos 15 millones de habitantes y casi el 48% vive por debajo de la línea de pobreza, según un censo del 2017. Además, el 16% de la población se encuentra viviendo en el exterior lo que lo convierte en el segundo país africano, después de Nigeria, con el porcentaje más alto de emigrantes.
En la cultura senegalesa se tiene por costumbre que el hijo mayor, varón, debe irse del país para conseguir trabajo y sustentar económicamente a su familia desde cualquier parte del mundo. Es que el Estado depende de las remesas (que representan un 11% del PBI) para compensar el déficit de la balanza externa.
En la década del 90 comenzó la primera ola migratoria de senegaleses hacia Argentina. Esto sucedió cuando Europa tomó medidas para cerrar el paso en las fronteras. Luego, la llegada de senegaleses aumentó y comenzaron a venir familiares o conocidos de la primera generación.
En el país fueron ubicándose en distintos lugares geográficos: principalmente en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires; también se localizan en Avellaneda, Quilmes, La Plata y Berisso, entre otros. En verano suelen viajar hasta zonas turísticas como la Costa Atlántica o inclusive al sur, como Puerto Madryn para trabajar.
La mayoría de ellos son vendedores callejeros y viven del día a día para subsistir. Bamba Leye, también oriundo de Dakar, recuerda el momento en que su mamá le dijo que se tenía que ir del país para ayudarlos. “Lloré mucho, pero si me pidieron que los ayude, los iba a ayudar”, cuenta a Perycia, ya con 29 años.
—Viví muchas cosas feas acá. Lloraba todas las noches. Extrañaba mucho a mi mamá, a mis hermanas. Estaba solo.
Cuando llegó, Bamba tenía 23 años y no hablaba una palabra en español. Un amigo de su papá lo ayudó con la venta callejera y a encontrar un hogar. Recuerda que la convivencia con sus compatriotas fue difícil. “No me gustaba para nada trabajar en la calle —cuenta Bamba—. Es peligroso y la pasás mal. No es seguro: si te enfermás, ese día no ganás plata, ese día no comés. No tenés obra social, no tenés nada fijo”.
En estos seis años que lleva viviendo en la ciudad, Bamba formó familia. Aprendió a hablar español y, después de ser vendedor callejero por dos años, escuchó que el sindicalista de la UOCRA, el Pata Medina, estaba dando trabajo. “Es el único que me dio la oportunidad de tener trabajo serio”, dice.
En junio de 2018, Bamba reclamaba por el robo de la mercadería por parte de Control Ciudadano a los vendedores. Luego de salir al aire en un programa de radio, la policía lo detuvo mientras caminaba por la vía pública. Los golpes que le dieron lo mandaron al hospital. En una entrevista hecha por la periodista Rocío Coda en el marco de su tesis de grado, Bamba dijo: “No hay que luchar para seguir trabajando en la calle (…). El trabajo es un derecho del ser humano para poder mantener a su familia”.
Senegal no cuenta con una embajada en suelo nacional, lo que significa que los vendedores no tienen representación diplomática. Aunque no haya cifras oficiales sobre la población senegalesa en el país, se estima que hay entre 2.500 a 4.000 inmigrantes de esta nacionalidad.
Los derechos de los migrantes se vieron aún más vulnerados cuando Macri firmó el DNU 70/2017, el 30 de enero de 2017, que modificaba la Ley de Migraciones 25.871. En él se limitaba el ingreso al país y se facilitaba la expulsión de los inmigrantes. Esto significaba que, ante la ilegalidad de la venta callejera, los trabajadores (en su mayoría migrantes) podrían ser denunciados penalmente por su actividad económica y, en caso de resistirse al desalojo, implicaría otro delito penal como lo es la figura de resistencia a la autoridad.
Cualquier situación los clasificaría como “expulsables”, ya que, como explica el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), “los jueces y fiscales tienen la obligación de notificar a la Dirección Nacional de Migraciones (DNM) la existencia de causas judiciales que involucran a migrantes. Este aviso desata el inicio del trámite de expulsión de manera inmediata, sin importar si tiene familia, lazos sociales, arraigo o un plan de vida en la Argentina”.
Sin embargo, el DNU fue declarado inconstitucional el 23 de marzo de 2018, cuando la Sala V de la Cámara en lo Contencioso Administrativo Federal falló que no era compatible con “los estándares constitucionales y de derechos humanos que forman parte de las condiciones de vigencia de los instrumentos internacionales en la materia».
Además, la ley antes mencionada establece que el Estado argentino es el encargado de regularizar la situación de los migrantes. La salud, la educación y el acceso a trabajos dignos forman parte de la integridad de las personas que ingresan al país. Pero en la ciudad de La Plata, la persecución a inmigrantes senegaleses se intensificó cuando el actual intendente Julio Garro elaboró el nuevo Código de Convivencia Ciudadana, en el cual se estigmatiza la venta ambulante y se estipulan multas para quienes continúen con la actividad.
Como solución, el municipio instaló un paseo de compras en la calle 80 y 134, a más de 60 cuadras de donde trabajan actualmente. Para vender en el “Paseo de Compras 80” los vendedores aspirantes deben presentar ciertos requisitos: DNI, domicilio en la Ciudad de La Plata, monotributo social y procedencia de la mercadería.
—Queda muy lejos. Nadie nos va a ir a comprar allá —dice Moustapha, quien trabaja en 7 y 47—. Y acá nos sacan la mercadería y para recuperarla tenemos que pagar el doble. Nos piden que mostremos los recibos, pero nosotros compramos en el Once y no nos dan ningún papel.
Asfixia estatal
—¡Vengan a 51 a ayudar a Abdou que lo está sacando la municipalidad!
Moustapha terminó de reproducir el audio en wólof de un grupo de WhatsApp el 13 de junio a la tarde y enseguida corrió las cuatro cuadras que lo distanciaban de 7 y 51. Cuando llegó vio a varios colegas intentando ayudar a Abdou y a otros que, con el celular, registraban el operativo en conjunto de Control Ciudadano, la Policía Local y la Policía Bonaerense.
Le exigían a Control Ciudadano que labrara un acta contravencional sobre el secuestro de la mercadería, pero los oficiales se negaban, lo que técnicamente convertía al procedimiento en un robo. Parado en la calle 7 Abdou sintió que estaba por morir. Ningún agente de las fuerzas policiales se inmutó ante la la llave letal que le hacía el oficial municipal Matías Hurtado.
En un segundo, el brazo de Hurtado se aflojó y Abdou logró zafarse. Lo único en lo que pudo pensar, en ese fugaz instante, fue en su mercadería que ya estaba en el baúl del auto de Control Ciudadano. En un intento desesperado se tiró contra el asfalto mojado delante de la rueda.
Lo agarraron de las muñecas y tobillos y lo tiraron, inconsciente, al centro de la calle mientras lo bordeaban con un cordón policial. Cuando despertó tenía un cuello ortopédico y se encontraba arriba de una camilla en una ambulancia del SAME.
Moustapha quiso acompañarlo para poder hacer de traductor con los médicos y darle tranquilidad, porque Abdou habla wólof y francés. Los compañeros, mientras tanto, lograron recuperar la mercadería robada. A otros cuatro vendedores ambulantes senegaleses, la policía les dijo que fueran hasta la Comisaría 1ra, en 53 entre 9 y 10, a declarar en calidad de testigos.
“Siempre les recordamos que si quieren ir a hacer una denuncia, vayan para Fiscalía directamente”, dice Damián a Perycia, abogado popular del Colectivo La Ciega que hace talleres para instruir en materia legal a los inmigrantes senegaleses. Damián fue a la comisaría con ellos para representarlos. De los seis senegaleses, dos hablaban español. En la comisaría también estaba Hurtado, de la Local.
—¿Vas a traducir? —le preguntó un policía a Damián.
—No, claramente no. No sé el idioma.
—¿Y cómo te comunicás?
La pregunta, cabe aclarar, surgió del ente estatal que acompaña cotidianamente a Control Ciudadano a confiscarles la mercadería. “¿Cómo hacen para desarrollar operativos sin que sepan si los senegaleses los están entendiendo?”, pensó el abogado ante la pregunta.
Durante las seis horas que estuvieron adentro de la comisaría, los policías les hicieron chistes y les dieron café. Recién a las 20.30 les tomaron la declaración. Una mujer tipeaba cada palabra traducida de la boca de Moustapha y de Bamba Gueye. Abdou les dijo que todavía le dolía el cuello y las muñecas y que podía reconocer a quienes participaron del operativo. Damián permaneció atento, observando a la que oficiaba de mecanógrafa.
—Acá te faltó poner que la policía hizo esto; que la policía actuó de manera violenta —le inquirió el abogado.
Las omisiones se repitieron, al menos unas tres o cuatro veces en cada testimonio. Luego se constituyó una causa judicial, caratulada como resistencia a la autoridad y a cargo de Virginia Bravo, en la UFI 7. Esta imputación tiene una pena máxima de dos años. “Estos delitos se tipifican de una manera cliché: siempre es resistencia a la autoridad, daños o lesiones”, analizó Damián.
“Perdono a todos mis enemigos. Estaban lejos de mi barrio” (frase de Ahmadou Bamba)
El feriado del martes 9 de julio en el Club Platense, en 21 entre 51 y 53, hubo una Journée Khassidas, una fiesta en honor a Ahmadou Bamba, guía religioso senegalés. A ella asistieron senegaleses de distintas ciudades de Argentina y contó con la presencia de Serigne Cheikh Maty Leye, nieto de Ahmadou Bamba.
Ahmadou Bamba fue un sabio musulmán nacido en 1853 en Senegal. Alguien que, en medio de la ocupación colonial de Francia y del esclavismo, fundó el Muridismo, una religión pacifista con base en el Islam que obtuvo la adhesión de millones de fieles. Por su forma de resistencia espiritual, fue arrestado por autoridades coloniales y deportado a la isla de Gabón donde permaneció ocho años para volver a Senegal bajo arresto domiciliario hasta su muerte, en 1927. Su mausoleo, en Touba, se convirtió en una Meca africana.
Durante la fiesta en el Club Platense, Bamba Gueye estuvo a cargo de servir la fruta y trabajó sin parar, seleccionando bananas, mandarinas, peras, manzanas, frutillas, melones, ananá, uvas y kiwis, y disponiendo toda esa fruta en creativos diseños a lo largo de dos tablones. Si bien la mayoría de los asistentes a la fiesta eran varones musulmanes, también fueron personas que no profesaban la religión.
Durante una marcha que los senegaleses hicieron por el barrio de Plaza Malvinas invitaron a los vecinos a acercarse al club.
—Vengan, por favor. Vengan a la fiesta —decía uno de ellos que, con un perfecto manejo del español, repartía unos volantes rosas y celestes con oraciones en wólof y en español
—Fíjense que esta oración es a la Virgen María. Todos somos hijos del mismo Dios, por eso todos somos hermanos.
La cancha de básquet se transformó en un lugar de rezo en el que sólo los varones leían el Corán. En el salón de al lado se instalaron tablones con manteles blancos. Ahí estaban las mujeres, con sus cabellos cubiertos, que charlaban entre ellas; tenían negado el acceso a la zona de rezo, ya que para los musulmanes las mujeres invalidan las plegarias al distraer al hombre.
A las cinco de la tarde los organizadores le pidieron a los invitados que se sentaran. Una fila de hombres llevaban sobre sus cabezas fuentes llenas de arroz, cordero y verdura, que dejaron en las mesas para que la gente comiera de ellas.
—Para la próxima fiesta vamos a hacer un poco de comida sin tanto picante para que haya mayor aceptación de los argentinos —dice Bamba Gueye, quien va a ser el encargado de la cocina —. No existe la fiesta sin comida y queremos que coman todos.
Durante las Khassidas, muchas mujeres no musulmanas ingresaron al club sin cubrirse el pelo, debido al desconocimiento de las costumbres. También se veían algunas mochilas con pañuelos verdes por la legalización del aborto. Pero Bamba explica que eso no es una ofensa y que se proponen abrir las puertas a su cultura y a su religión:
—Nosotros somos los que venimos con nuestra cultura a su país, no los vamos a obligar a ser musulmanes. Sólo queremos trabajar.
*Por Lula Bibini y Julia Molina para Perycia. Imagen de portada: Laura Miconi / ANCCOM