Cómo trabaja el lobby antiderechos en el Congreso
Son mayormente evangélicos y buscan evitar la legalización del aborto, pero también bajar la ESI y lo que llaman «ideología de género». Apoyos de Bolsonaro y Trump.
Por Soledad Vallejos para Página/12
Al Congreso, donde siete proyectos con estado parlamentario dejan entrever el camino de la nueva estrategia antiderechos, todos los meses una ONG celeste envía cientos de copias de una misma carta. La hace llegar a despachos de Senado y Diputados verdes y celestes; a todos les reitera como un mantra: “No podemos convivir con directivas o pseudo fallos que colisionen con el derecho positivo emanado del Congreso Nacional, ni con los Derechos Humanos como el Derecho a la Vida”.
Mientras tanto, un pastor de vínculos estrechos con el ala evangélica más radicalizada del bolsonarismo y los grupos religiosos aliados de Trump recorre pasillos y despachos en busca de alianzas. Algunas puertas se le abren, otras no; no le importa: puede entrar y salir del lugar cuantas veces quiera, un poco alguien le permite el acceso irrestricto y otro tanto porque tiene la oficina enfrente del palacio legislativo. La campaña para infiltrar el Estado con principios antiderechos es a mediano y largo plazo; el trabajo es de hormiga.
La gota que horada consensos
La anécdota la contó una diputada conocida por su defensa del Estado laico y la legalización del aborto. Semana tras semana, el mismo señor desconocido pero con acceso irrestricto a los pasillos del Anexo de la Cámara (algo que no está permitido para cualquier ciudadano de a pie) golpeaba a la puerta de su despacho para pedir reunión con ella en calidad de pastor; le ofrecía un ritual, le pedía charlar. La diputada primero, y alguien de su despacho después, declinaba el ofrecimiento cada vez. Pero la insistencia se volvió tan pertinaz que al cabo de los meses la diputada accedió.
El señor desconocido le contó de su credo, de su oficina al lado del Anexo y le tomó ambas manos. “Con la manito agarrada, me dijo ‘dejeme rezar por usted’”. Y entonces le impuso su rezo. “Más que rezar preocupado por mí, lo que hizo fue una demostración de poder”, reflexiona la diputada. Tal vez no le falte razón.
El señor se llama Luciano Bongarrá, es el referente local del lobby fundamentalista llamado “Parlamento y Fe” (P&F), que él y otros dos referentes regionales (el uruguayo Gerardo Amarilla y el boliviano Napoleón Ardaya) crearon en Latinoamérica en 2008 con un lema claro: “Si cambian los corazones, entonces sí cambiarán las leyes”. Suya es la oficina frente al Congreso, sobre la avenida Rivadavia, de cuyo balcón, cuando hay debates álgidos sobre ampliación de derechos y minorías, cuelgan banderas con mensajes de oposición virulenta. En 2010, cuando se debatía el matrimonio igualitario, reivindicaba el lema de la entonces llamada “ola naranja” y su “familia es mamá y papá”. El año pasado, durante el debate por la legalización del aborto, sostenía la soberanía del feto.
A la vez, una organización antiderechos pequeña, cercana a la Iglesia católica y que judicializó casos de interrupción legal de embarazo (lo hizo en Jujuy para frenar el aborto a una niña de 12 años violada, algo que derivó en una cesárea), se concentra en lo epistolar. Cada mes, “Más Vida” envía su carta a despachos del Congreso nacional. Cada vez, asegura que “el pueblo argentino” rechaza “el aborto y el protocolo ILE-gal”, pide la “abolición del protocolo ILE-gal” e insta a quien reciba la misiva a trabajar por una agenda que clausure el acceso de las mujeres a derechos hoy garantizados.
Contrabando hormiga, brazos largos
Con los años, P&F se desparramó por el país y la región. A principios de mes, por ejemplo, celebró su Primer Congreso Nacional en la Cámara de Diputados de Santiago del Estero, un encuentro de tres días en el que una de las estrellas fue Evelyn Rodríguez, alma mater del 0800 antiderechos que sus impulsores denominan “Red Nacional de Acompañamiento a la Mujer con Embarazo Vulnerable” (y cuyo convenio con el ministerio de Desarrollo de la Nación fue revocado en marzo, luego de que este diario diera a conocer que se había anunciado con bombos y platillos, no casualmente, en el Congreso de la Nación). A nivel regional, en 2015 quedó sellada la Coalición Latinoamericana de Gobierno y Fe, que estableció un plan de acción que incluye “producir y compartir material de trabajo científico que sustente esta cosmovisión”, “fomentar la creación de una ‘Escuela de Gobierno’ con la finalidad de capacitar una nueva generación de agentes políticos y agentes de cambio”.
El espíritu de esta estrategia de gota que horada consensos sociales democráticos y laicos es fuerte entre el funcionariado del gobierno de Jair Bolsonaro, cuya ministra de la Mujer, la Familia y los Derechos Humanos, la pastora Damares Alves, se refiere públicamente al argentino Bongarrá como un “hermano”. A él, por otra parte, le gusta repetir cada vez que puede que tiene amigos en lugares importantes: “El líder de Parlamento y Fe está en la Casa Blanca en este momento”, dice; “me acaba de mandar whatsapp gente del grupo de oración de la Casa Blanca”, desliza. ¿De qué habla? De la Oficina de la Fe y la Oportunidad, el espacio que logró abrir un ex jugador de NBA, Ralph Kim Drollinger, reconvertido en pastor, cruzado contra las minorías y líder de Capitol Ministries, con llegada directa al secretario del Departamento de Estado de Donald Trump.
En Buenos Aires, a la oficina de Congreso la llaman “Centro de oración”, aunque según contó el mismo Bongarrá hace unos meses, en un taller que dictó para la Fraternidad Pentecostal y Carismática de España, su misión no está allí, en Rivadavia 1869, sino al lado, en el Anexo de Diputados, y también en el Senado. “Está todo bien con la iglesia, pero ellos no van”, explicó en referencia a legisladores y todos “aquellos que están en autoridad”. Para él, la clave fue entender que no debía convocarlos a reuniones y esperarlos mansamente en la Sala Eva Perón, del Senado (que comenzó con la venia del entonces secretario parlamentario Juan Estrada) sino a buscarlos. Literalmente.
El argentino Bongarrá es hijo de pastores; marido de la psicóloga Marina Furlani, integrante de la comisión de Aciera –Alianza Cristiana de Iglesia Evangélicas de la República Argentina– para mujeres; padre de Antonella, una misionera del barco Logos Hope, el barco evangelizador que se dice “librería flotante” y este año recaló en varios puertos argentinos. “Soy de la patria celestial”, advierte. Tiene un mantra: “Tenemos la oportunidad de cambiar nuestras naciones”.
*Por Soledad Vallejos para Página/12.