Una foto con Juliana
Por Diego Valeriano para La tinta
Tal vez le dijo “señora” y ella, de canchera que es, le dijo “Decime Juliana”. Y, obediente, así le dijo. Tal vez, cuando prepara todo para cuando venga el presidente, ella le diga a una de las doñas que la ayudan que prepare los buñuelos esos que una vez dijo Juliana que le gustan. Y la doña los prepara. Tal vez ni los coma, pero le hacen un paquetito para que se los lleve.
Ella siempre cuenta lo buena onda que es la señora Juliana, cómo nunca se queja de nada, cómo se sienta a la mesa, cómo siempre está sonriendo, cómo banca a Mauricio en las difíciles y esta es bien difícil. Ella cuenta que la señora Juliana le dio el wasap de una de sus secretarias, por cualquier cosa… “No me molestás”, le dijo, y ella no la molesta.
A veces, además de sacarse fotos, le gustaría charlar un poco más con la señora Juliana. Hablar de cosas de mujeres, de lo linda que le queda siempre la ropa, de lo difícil que se le hace a veces ser abuela. Contarle cómo, a pesar de la ayuda que le dan, todo cuesta cada día más, como le cuesta explicarle a la gente sobre que el esfuerzo que hacen ahora es por el bien de todos.
No le cuenta para no amargarla, cómo la gente del barrio vota a la chorra a pesar de todo el trabajo de Mauricio, cómo los guachos son cada vez más irrespetuosos, cómo las pibas son súper atrevidas, cómo hay nenitas con la edad de Antonia que ya entienden todo.
Cuando comparten alguna reunión o fiesta con la señora Juliana, de esas reuniones que no son en el barrio, ella es la única que no terminó la secundaria, la única con las manos así de curtidas, con la mirada así de gastada. La única que sobraría si no fuera tan necesaria. Seguro que, cuando la ve a la señora, ella se le acerca y se miran, cada una desde su mundo, y se abrazan. Y ese abrazo es una foto. Una foto calculada, oportunista y careta. Una foto que les sirve a las dos y, a su vez, las condena.
* Por Diego Valeriano para La tinta