El virus de la cruzada anti-género en América Latina
Las ofensivas antiderechos se intensificaron en la región desde 2013, de la mano de contextos económicos neoliberales, «los déficits de la democracia y más especialmente, la politización del dogmatismo religioso», señala la experta. Para alertar sobre los riesgos de la «des-democratización» que procuran esas corrientes, un grupo de investigadores de la región realizaron una campaña audiovisual, que Página/12 adelanta en exclusiva.
Por Mariana Carbajal para Página 12
“Desde 2013 asistimos a la erupción e intensificación de ofensivas antigénero en América latina. Aun cuando fueron gestadas en cunas católicas, esas cruzadas hoy involucran un conjunto muy diversificado y heterogéneo de actores y fuerzas. Tienen proyectos ambiciosos, como llegar al poder o erosionar la laicidad del Estado. Constituyen un elemento que no se debe minimizar o contornar en los análisis de los procesos de des-democratización que asistimos en el mundo y en la región”, alerta a Página/12 la académica brasileña Sonia Correa. Argentina exporta ideólogos de esa cruzada, como Agustín Laje y Nicolás Marquez, dos de sus caras más visibles y activas contrarias al derecho al aborto, y de manera más amplia a los derechos sexuales y reproductivos en la región, autores de “El libro negro de la nueva izquierda. Ideología de género o subversión cultural”.
¿Quiénes están detrás de esta avanzada? ¿Cómo se articulan mundialmente? ¿Qué estrategias manejan? ¿Qué impacto han tenido en Latinoamérica? ¿Qué rol juegan las iglesias católicas y evangélicas más conservadoras en esta trama antiderechos? Con la idea de responder estas preguntas, bajo la coordinación de Correa, un grupo de reconocidos investigadores e investigadoras de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, México, Paraguay y Uruguay analizaron en profundidad el fenómeno en 9 países, sus orígenes y consecuencias, y están lanzando la síntesis de sus hallazgos en una serie de videos que se irán publicando a partir de hoy en las redes sociales del Observatorio de Sexualidad y Política (SPW, por su sigla en inglés).
Página/12 adelantó en exclusiva uno de los contenidos audiovisuales que aborda la situación en la Argentina a partir de una entrevista con el abogado Maximiliano Campana, coordinador del Programa de Derechos Sexuales y Reproductivos de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Córdoba y director de la Clínica Jurídica de Interés Público de Córdoba. El rol de los argentinos Jorge Scala, Laje y Márquez, la campaña #ConMisHijosNoTeMetas planificada en el país por grupos evangélicos en alianza con organizaciones católicas –e importada de Perú-, el papel del Vaticano y del Papa Jorge Bergoglio, son algunos de los ejes que recorre Campana.
“La propagación de esta cruzada ha sido facilitada por las condiciones del contexto contemporáneo: la economía neoliberal, los déficits de la democracia y más especialmente, la politización del dogmatismo religioso”, agrega Correa, investigadora de la Asociación Brasileña Interdisciplinaria de Sida (Associaçao Brasileira Interdisciplinar de AIDS – ABIA), una de las más antiguas ONG que actúan en esta temática en Brasil, y co-coordinadora de SPW, desde donde se lleva adelante el estudio.
La investigación en cada país incluye un análisis de actores y redes transnacionales involucradas en esas movilizaciones. Un denominador común es que en todos los países las cruzadas antiderechos se apoyaron en infraestructuras que ya existían para oponerse al derecho al aborto. Otro hallazgo es que el ex presidente de Ecuador, Rafael Correa, que amenazó con renunciar si se despenalizaba el aborto en su país, fue la primera figura relevante en el continente en hablar públicamente contra la “ideología de género”, en 2014, en su programa semanal de radio y TV Enlace Ciudadano.
En diálogo con Página 12, Sonia Correa adelanta los principales hallazgos del proyecto investigativo.
—Así como en Europa, las ofensivas antigénero se han deflagrado o se han hecho visibles en América Latina en los años 2012-2013. Pero no pueden ser comprendidas sin considerar antecedentes históricos y culturales de cada país. Tampoco se las puede analizar a fondo sin recuperar su genealogía, la cual lleva a los años 1990 cuando la «fórmula ideología de género” fue inventada por el Vaticano como respuesta a la adopción del término género en documentos intergubernamentales de Naciones Unidas, que se dio relacionada con la legitimación de los derechos humanos de las mujeres y los derechos sexuales y reproductivos. Esa reacción del Vaticano, además, debe ser leída, vinculada a la re-emergencia del integrismo católico en las décadas anteriores. También se evidencia que las condiciones económicas, políticas, sociales y culturales comunes a los nueves países estudiados han, de varios modos, favorecido el surgimiento y expansión de movimientos anti género. Estamos hablando de las desigualdades persistentes, de la economía neoliberal y sus efectos, de los déficits de democracia, el crecimiento de las iglesias evangélicas y, de modo general, la politización del dogmatismo religioso. Pero también de las camadas profundas de machismo y la aversión cultural a la diversidad de género y sexual.
—¿La intensidad de las movilizaciones antigénero y la amplitud de sus efectos varía a lo largo del tiempo y de país a país?
—Sí, por ejemplo, en 2016 y 2018, asistimos a picos en Colombia, durante el referendo por la paz, y en Costa Rica y Brasil en período de elecciones presidenciales. En los dos primeros casos, la intensidad de esos ataques se redujo pero no en Brasil donde las posiciones anti género están muy relacionadas el gobierno de Jair Bolsonaro y sus bases parlamentarias. En los demás países se constata acciones de más baja intensidad, pero constantes que pueden explotar en momentos fuertes, como marchas.
—En todos los países encontraron una alianza ecuménica entre católicos y evangélicos y otras expresiones religiosas cristianas?
—Sí, pero de manera general, esas movilizaciones ya no son exclusivamente religiosas pero cuentan con un gran y variado número de actores y organizaciones seculares. Hay también fuerte presencia de actores del sistema político: miembros de partidos, parlamentarios, funcionarios de Gobierno. Pero también se contabilizan voces jurídicas, biomédicas y de la psicología o psiquiatría, demografía y pedagogía/educación.
—¿Hay en esas configuraciones vínculos con circuitos y actores transnacionales?
—No son expresiones exclusivamente nacionales. Eso se da vía redes de la Iglesia Católica, desde siempre transnacional, como es el caso de la muy antigua Human Life International. Hay también nuevas formaciones globales que son de inspiración religiosa pero que aparecen como iniciativas seculares de ciudadanos, donde el ejemplo más flagrantes es CitizenGo, el brazo digital de la ONG española Hazte Oír. En ese mismo registro hay que contabilizar Alliance for Defending Freedom que está más vinculada al universo del evangelismo. Y ganan cada vez más visibilidad la estrategia de las consignas transnacionales como #ConMisHijosNoTeMetas que proyectan la imagen de redes pero que no lo son.
—¿Qué argumentaciones usan?
—Las cruzadas anti género ya no propagan hoy predominantemente visiones y argumentos de tono religioso. De hecho sus discursos son cada vez menos religiosos, lanzando mano de un lenguaje de derechos y de argumentos científicos, especialmente biológicos, pero también demográficos y epidemiológicos. Despliegan también argumentos legales, en general derivados de las teorías del derecho natural o neo-tomistas. Y hay varias voces del campo antigénero que, desde hace mucho tiempo, desarrollan tesis y argumentaciones que dialogan directamente con la filosofía y la ciencia política feminista, neo-marxistas o mismo liberal. Desde hace mucho en el campo antigénero, se combina una producción más erudita, como son los documentos del Vaticano y otros textos volcados hacía públicos mejor informados y una avalancha de discursos y consignas populares muy esquemáticos.
—¿Qué han conseguido?
—En todos los países las campañas antigénero han tenido efectos negativos, aunque en gradaciones diferenciadas. Eso se verifica, sobretodo, en el campo educacional, con la suspensión de los currículos de educación sexual e igualdad de género, denuncias de profesoras/profesores o mismo amenazas legales a las simples difusión de la teoría o perspectiva de género. En Brasil, has sido presentados en la Cámara de Diputados 15 proyectos de ley que sancionan esa difusión, 7 de ellos son leyes penales, o sea apunta a la “criminalización del género”. Pero también hay efectos sobre leyes de violencia de género, como en el caso de Ecuador y, sobre todo, están atacando la adopción de leyes de identidad de género como en Chile y Uruguay.
Pero más allá de sus impactos sobre políticas o leyes específicas las ofensivas anti-género son decididamente antifeministas y, en la mayoría de los países, descalifican las vivencias de la diversidad sexual. En muchos casos están insuflando pánicos morales contra “figuras del sexo fuera del orden”. Más importante aún, en todos países, aún que con resultados variables, buscan “colonizar el aparato de Estado” sea por la vía parlamentaria, en el ejecutivo, o en la Justicia. Tienen proyectos ambiciosos, como llegar al poder o erosionar la laicidad del Estado. Constituyen un elemento que no se debe minimizar o contornar en los análisis de los procesos de des-democratización que asistimos en el mundo y en la región. En el plano político, demandan acciones cada vez más articuladas entre feministas, las comunidades LGTBTTI, organizaciones y redes de derechos humanos, grupos de comunicación alternativa, la grande prensa y mismo actrices y actores del sistemas político. De todas formas, aún cuando esas ofensivas involucren fuerzas muy poderosas y sus efectos sean ya hoy muy negativos en lo que concierne los derechos humanos y la democracia, los estudios han identificado distintas formas de respuesta y resistencia.
*Por Mariana Carbajal para Página 12.