Alberto Fernández y los gobernadores, el nuevo ariete peronista

Alberto Fernández y los gobernadores, el nuevo ariete peronista
13 agosto, 2019 por Redacción La tinta

Por Luis Brunetto para El Furgón

La catástrofe electoral por fin llegó. La poderosa y sofisticada ingeniería electoral del macrismo fue vapuleada en unas PASO nacionales cuyos resultados parecen irreversibles. Los guarismos dan cuenta de una distancia irremontable, incluso sumando los votos de Espert, Gómez Centurión, y la totalidad de los votos de Lavagna. Las consecuencias de la política económica macrista provocaron finalmente el rechazo definitivo del pueblo trabajador.

Las esperanzas puestas por el duránbarbismo en la posibilidad de que el discurso “republicano” calara incluso en las capas populares, fueron defraudadas por la realidad. Sólo CABA y Córdoba permanecieron leales al presidente y, en la provincia mediterránea, de un modo mucho más moderado que en el 2015, al punto que el propio Schiaretti sufrió, con su boleta corta, los efectos de su adhesión al macrismo. En Santa Fe, Fernández-Fernández se impuso por más de 10 puntos, y en los distritos oficialistas de Jujuy, Corrientes y Mendoza, la victoria también correspondió al Frente de Todos.

 

¿Llegó el mensaje a oídos presidenciales? Por supuesto, sólo que frente al alud de boletas ribeteadas de celeste, y contradiciendo las recomendaciones de su ala política, Macri pretende responder con la intransigencia. No saludó a Alberto Fernández, dando una señal de su voluntad confrontativa. Fuentes de la Casa Rosada hablan de una reunión tarde, después de esa conferencia de prensa, en la que Frigerio habría presentado su renuncia, y de la que Vidal se habría marchado con evidentes signos de enojo. Un Macri dispuesto a morir con las botas puestas…

El “postkirchnerismo”

Por el contrario, consciente de su virtual unción como presidente, Alberto Fernández tendió puentes: “No venimos acá a restaurar un régimen, sino a poner en pie una nueva Argentina, donde no hay lugar para la venganza”. A un paso de calzarse la banda presidencial, Alberto comprende la necesidad de atravesar con éxito los meses turbulentos que precederán a diciembre: los mercados se disponen a dar su golpe, con ellos tendrá que negociar. Y lo hará. “No somos ningunos locos”, dijo, “siempre arreglamos los desastres que dejan los demás”.


Pero Alberto Fernández se prepara no sólo para ocupar el sillón de Rivadavia, sino para ocupar la jefatura del dispositivo postkirchnerista en construcción. La decisión de Cristina de correrse y dejarle el centro de la escena logró disolver los obstáculos que parecían impedir la reconstrucción de una mayoría. El acto abrió el camino a la reconciliación con Massa y, sobre todo, con la Liga de Gobernadores. Sin embargo, el precio de ese acto fue el desplazamiento de Cristina del vértice de las decisiones políticas. Ese desplazamiento no representa, como tienden a explicarse el gesto esperanzadas franjas de la militancia de base kirchnerista, la maniobra táctica de una jefa revolucionaria, sino el reconocimiento del fracaso de un programa, al que la figura de Cristina está directamente asociada.


La candidatura presidencial de Alberto Fernández representa la admisión del fracaso del programa utópico de construcción de una burguesía nacionalista y de un capitalismo nacional independiente. De ese reconocimiento un nuevo conglomerado político surge, y no lo dirige Cristina, sino Alberto Fernández. Los rasgos evidentes de este nuevo conglomerado político difieren de los que caracterizaron la fase “épica” del kirchnerismo. Aquel, se apoyó en una especie de división del trabajo entre la Cámpora y los gobernadores: aquellos no se metían con los arranques epopéyicos que barnizaban de izquierdismo al movimiento; estos no se metían con el conservadurismo medieval de los Urtubey, los Alperovich o los Insfrán. Incluso, de ser necesario, el apoyo de los gobernadores oscurantistas se garantizaba con una paliza a los Qom que acampaban en la 9 de julio…

En el nuevo dispositivo en construcción, los gobernadores son ahora el factor decisivo. Serán en todo caso, sus arranques epopéyicos, nada progresivos, los que marcarán el ritmo del futuro gobierno. No por casualidad, Alberto Fernández palmeó en la espalda al torturador de niñas Juan Manzur durante el festejo: “Agradezco a Juan y a través de él, mando un agradecimiento a todos los gobernadores que nos acompañaron”. El postkirchnerismo, comparado incluso con el más que tibio progresismo que representaron los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, representa un claro paso atrás hacia el más puro y simple conservadurismo.

Las esperanzas en un contrapeso “bonaerense”, apoyado en la victoria arrasadora de Kicillof, al poder conservador de los gobernadores, no parece más que otra quimera, tan imposible como la de la construcción de un capitalismo nacional. Un improbable decurso de ese orden, conduciría directamente a un choque contra un gobierno que, por sus limitaciones de clase, no podrá más que continuar con la política macrista de reestructuración del capitalismo argentino: “Aprendimos, por eso vamos a escuchar a todos”, dijo Axel en su discurso, antes de enumerar las desgracias que dejan Macri y Vidal, sin ofrecer ninguna solución, y para desilusión de los que prefieren autoengañarse.

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Castigos y sorpresas

La Liga de Gobernadores, con la jefatura de Alberto como expresión directa de ese poder, y el impotente, según nuestro punto de vista, contrapeso bonaerense de la Cámpora, conformarían los dos pilares del nuevo dispositivo. Hay otras piezas, más difíciles de engarzar en el nuevo mecanismo, cuyo peso dependerá de la evolución de los acontecimientos. Una de ellas es el sanlorenzista Matías Lammens, de excelente desempeño en la capital. Exponente casi perfecto del progresismo porteño, es un hombre ligado directamente a Alberto Fernández, al punto de haber declarado que no conocía a Cristina.

Sergio Massa es otra de esas piezas. Sostén del macrismo inicial y de Vidal hasta el presente, Alberto le prometió la Presidencia de la Cámara de Diputados. Ese nombramiento, de producirse, no haría más que ratificar el carácter conservador del nuevo conglomerado postkirchnerista. Como sea, el tigrense sufrió al menos un castigo merecido en Monte, una de los pocos distritos bonaerenses que todavía le respondían. Allí, la Intendenta Sandra Mayol, responsable política de la masacre del 20 de mayo, fue derrotada por una diferencia de más de 10 puntos.

No fue el único caso, ni el de más peso. En Salta, el candidato a vicepresidente Juan Manuel Urtubey, otrora esperanza blanca del kirchnerismo, no solamente perdió, sino que salió tercero, golpeado sin dudas por los efectos de una provincia socialmente arrasada, y en lo inmediato por un conflicto docente al que respondió con palos y represión. La joya de la corona, María Eugenia Vidal, sufrió un rechazo inesperadamente mayor al de Macri, pero comprensible en una provincia donde las escuelas explotan y en los hospitales no hay ni curitas.

La sorpresa fue Gómez Centurión. El militar retirado y ex funcionario macrista, quien para los encuestadores no superaba el piso del 1,5 %, aventajó finalmente a Espert en la disputa por el voto ultraderechista. Captó, evidentemente, el voto reaccionario por antonomasia, el voto celeste, frente a un Espert demasiado “progresista”, castigado por su ambigüedad a la hora de condenar el reclamo del aborto legal.

La izquierda

El FIT finalmente resistió, conservando el núcleo duro de sus apoyos electorales. La fórmula presidencial sufrió la erosión inevitable de un contexto completamente polarizado, limitado por las expectativas que el pueblo trabajador ha puesto en la fórmula Fernández-Fernández. Pero, más allá de las cifras, la persistencia de un polo que promueve una política de independencia de clase, la ruptura con el imperialismo y la apertura del camino al socialismo, habla de la estabilidad de una interlocución entre la izquierda e importantes franjas de la población trabajadora.

Los meses que precederán al recambio presidencial de diciembre estarán marcados por encarnizados choques entre las fracciones de la clase dominante, en disputa por la influencia y la orientación del nuevo gobierno. Esas convulsiones van a golpear la más que desesperante situación económica y van a repercutir en el clima social. No puede descartarse que, a pesar de las expectativas en el nuevo gobierno, durante la transición se desenvuelva un proceso movilizador, combinado además con la presiones económicas y financieras del establishment.

Frente a ese proceso, señalan fuentes importantes del FIT, el postkichnerismo naciente jugará un papel contenedor, que indudablemente debe y puede ser aprovechado por la izquierda. De mínima, dicen, para mejorar su desempeño electoral. De máxima, para aportar al desarrollo de un nuevo período de luchas obreras y populares, que retome la continuidad del ciclo abierto el 7 de marzo con el asalto al palco cegetista, y provisoriamente cerrado por los combates en Plaza Congreso, contra la reforma previsional.

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(Imagen: Colectivo Manifiesto)

*Por Luis Brunetto para El Furgón.

Palabras claves: elecciones 2019

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