“El panafricanismo debe ir más allá de la cuestión africana”

“El panafricanismo debe ir más allá de la cuestión africana”
9 agosto, 2019 por Tercer Mundo

El periodista e investigador Patrick Mbeko, experto en conflictos y geopolítica, habló sobre panafricanismo, colonialismo, conflictos y la necesidad de cambiar el relato sobre África.

Por Sarah Babiker para El Salto

Experto en conflictos y geopolítica africana, el canadiense de origen congoleño, Patrick Mbeko es autor de varios libros sobre las realidades africanas. El primero de ellos, Le Canada dans les guerres en Afrique centrale, versa sobre el rol de su país de acogida en el expolio africano. El segundo, Stratégie du chaos et du mensonge: Poker menteur dans l’Afrique des Grands Lacs, aborda lo sucedido en su región de origen, y el tercero, Objetif KADHAFI, se concentra en las estrategias que llevaron a la caída (y asesinato) de Muammar Al Gadafi.

Hace pocas semanas Mbeko estuvo en Madrid, invitado por El Frente Antiimperialista Internacionalista (FAI). El periodista e investigador conversó con El Salto sobre panafricanismo, colonialismo y la necesidad de cambiar el relato sobre el continente.

—La narrativa habitual sobre África habla de conflictos étnicos irresolubles, de la imposibilidad de sus pueblos para gobernarse a sí mismos, o de la necesidad de supervisión continua por parte de la comunidad internacional. ¿Cómo responder a este relato?

—Yo creo que es necesario cambiar los imaginarios: decir que África no se sabe gobernar es un error histórico. Habría que empezar por pensar fuera de los cánones oficiales, es decir, África no ha empezado a existir tras la llegada del primer colono, ya existía antes, ya había sociedades estructuradas antes de esta llegada y es la colonización la que ha colocado a África en una situación de dependencia.

África, sus pueblos, se ha “gobernado” a sí mismos durante su historia, no ha necesitado a nadie externo para hacer esto. Fue el hecho histórico de poner al continente totalmente al servicio de intereses privados que ha hecho que África vaya mucho peor ahora que en el pasado. Así que hay que comenzar por cambiar el paradigma histórico, porque todo eso habla de la historia, de la comprensión que tenemos de la historia. ¿Pero quiénes han escrito la historia? Quienes han venido a colonizar son quienes han escrito la historia y construido toda una forma de pensamiento alrededor.

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Imagen: Patrick Mbeko, investigador y autor de varios libros / Kike Castro / El Salto

En realidad, muchos países en África se desenvuelven bien con la llegada de distintos actores sobre el terreno, vemos que tratan de arreglárselas como mejor pueden. Constatamos también que hay quienes provocan guerras en África, para después acudir en ayuda de estos países que por sí solos no podrían alcanzar la paz. Pero no, no son los africanos quienes fabrican las armas, no son los africanos quienes envían militares aquí o allá.


La mayor parte de los conflictos que se presentan como étnicos son conflictos políticos, se convierten en un instrumento para justificar guerras imperialistas en nuestro continente. La narrativa debe cambiar completamente y con ella toda la historia en torno a la que se ha estructurado este relato sobre África.


—Libia es un ejemplo claro de este relato que dibuja estados fallidos guiados por líderes caricaturescos. La forma en la que durante décadas se presentó a Gadafi parecía más la de un villano de película que la de un mandatario.

En la lógica imperialista si quieres destruir una persona lo primero que haces es demonizarla, hay que presentarlo como un diablo, como alguien que no piensa. Si lo consigues, la opinión pública tendrá una imagen negativa, y si lo destruyes a él o su país, la gente no tendrá piedad. Por eso se demoniza a Gadafi.

En mi libro explico, por ejemplo, que en los años 1970 el Mossad había puesto en marcha una estrategia de guerra psicológica que consistía en demonizar a Gadafi y presentarlo como un loco. La representación que teníamos de él no cayó del cielo, fue promovida por agencias de inteligencia americanas e israelíes para justificar el proceso de desestabilización: si quieres derrocar a un dirigente empiezas por demonizarlo, y una vez que lo haces ya lo tienes más fácil para justificar su destitución y hasta su muerte.

—Justamente en tu libro te centras en la caída de Gadafi

—Sí, la caída de Gadafi fue la consecuencia lógica de un proceso de desestabilización que comenzó mucho antes. La primavera árabe les sirvió de pretexto para eliminarlo, lo justificaron diciendo que Gadafi había disparado sobre su pueblo en Bengasi, entonces dijeron: “Vamos a salvar a la población libia, vamos a intervenir en el país”, y eso llevó a su caída.

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Pero sabemos que Gadafi no disparó sobre su población, eso lo muestro en el libro, con mucho detalle; no solo no disparó a la gente sino que pidió a sus fuerzas del orden que no hicieran nada, incluso cuando la gente disparaba. Y así nos dimos cuenta de que quienes presentaban como sociedad civil eran en realidad grupos rebeldes fuertemente armados sostenidos por los Estados Unidos y los servicios secretos occidentales, que operaban en Libia mucho antes de la primavera árabe.


Yo muestro que, de hecho, los servicios secretos franceses llegaron a Libia seis meses antes, que Barack Obama firmó secretamente para que sus servicios secretos se desplegasen en Libia meses antes. Sabemos que Qatar, muy próximo a Estados Unidos y Francia, tenía ya en esa época un plan para derrocar a Gadafi, entonces se van a aprovechar de la primavera árabe para aplicar una política que estaba pensada desde hacía mucho tiempo y que pasaba por derrocar a Gadafi, porque no era controlable como otros jefes de estado de África.


—¿Entonces no había ni hay sociedad civil en Libia?

—Sí, la había, pero la mayor parte de ONG en Libia estaban basadas en el extranjero. A menudo es la sociedad civil que es manipulada. Bajo Gadafi, en Libia se vivía bien, las condiciones sociales eran buenas, por eso en la estrategia de demonización hay que esconder eso, hay que esconder los logros del líder, lo que ha hecho bien, y amplificar lo negativo para desestabilizar un gobierno. Por otro lado, en Libia, respecto a la sociedad civil, no era muy importante, y estaban mucho más movilizados en el extranjero que en el país.

—Ahora es complicado entender lo que pasa en el país, se agradecería tener algunas pautas de análisis.

Gadafi fue desestabilizado por Estados Unidos, Francia, Qatar, y sobre todo por países de la región, como Arabia Saudí o Egipto. Cuando cayó, todos estos países apoyaron facciones. El problema en Libia es que hay muchas facciones, tienes decenas de grupos armados, tienes dos gobiernos, “entre comillas”: uno que está en Tobruk y otro que está en Tripoli, está Jalifa Haftar y Fayez al Sarraj. Haftar es la CIA quien lo ha buscado, él vivía en Estados Unidos a ocho kilómetros de la CIA. Así la guerra ha empezado en 2011, los americanos han ido a buscarlo y lo han traído y lo han dejado ahí hasta que Gadafi cayó. Y después al Sarraj también es alguien puesto ahí por los occidentales. Ambos están apoyados por Occidente, que juega a dos bandas.

Al Sarraj es apoyado por las potencias regionales, Haftar también -por Egipto, Arabia Saudí, Qatar, Turquía-. Pero las potencias regionales que están implicadas lo hacen, sobre todo, por las potencias occidentales. Y es una cosa increíble porque, gane quien gane, nada cambia para Occidente. Si Haftar gana, para Estados Unidos no cambia nada. Y si al Sarraj gana tampoco cambia nada, porque se apoya a la tesis y la antítesis, y eso es algo que los anglosajones hacen a menudo: lo llamamos la teoría del caos constructor. Tu apoyas un caos y de ese caos va a surgir un nuevo orden.

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Así que en Libia tienes decenas de facciones, dos gobiernos sostenidos por las potencias regionales, ellas mismas apoyadas por las occidentales que apuestan por una cosa y su contraria. Así que la paz no es para mañana, porque cada uno va a mover sus piezas en función de sus intereses. Recientemente se han encontrado armas francesas entre las tropas de Haftar, mientras que Francia había apoyado a Al Sarraj que había llegado al poder gracias a la comunidad internacional, a los occidentales. Ese es el caos que rige ahora en Libia, varios actores, varias agendas y el pueblo libio que está preso entre dos fuegos.

—También hablas de caos cuando abordas la cuestión de los Grandes Lagos.

—Sí, es la misma lógica, el caos en sí es negativo, pero para los estrategas el caos tiene un objetivo. En la región de los Grandes Lagos, donde ha habido un millón de muertos, dicen que lo que hay es un conflicto tribal, étnico, pero hay multinacionales allí, y de eso no se habla mucho.

Los conflictos tribales sirven para ocultar la implicación de intereses extranjeros. En el caso de los Grandes Lagos, tienes un país que se llama Ruanda que es apoyado por Estados Unidos y varios países occidentales, y hace el trabajo de desestabilización y saqueo de recursos naturales a cuenta de estos países. Entonces sobre el terreno es un asunto de africanos que combaten unos por defender su territorio, los otros por saquear este territorio y en bambalinas tienes la presencia occidental que apoya a una parte mientras despliega una misión de las Naciones Unidas que se supone que debe restablecer la paz, pero es una paz que no llega nunca.


Y en eso consiste la estrategia del caos: tú tienes ahí la misión de las Naciones Unidas, una misión que lleva 20 años, y no ha cambiado gran cosa: sigue el saqueo, a veces violan a las mujeres a pocos metros de las instalaciones de la ONU. ¿Por qué eso no cambia? Porque a nadie le interesa que eso cambie, porque la Naciones Unidas, quien las envía allí, son los mismos países del Consejo de Seguridad que utilizan ese mandato para tener un pie en el Congo. Estamos en ese círculo vicioso. Es esto que llamo la estrategia del caos y la mentira, el caos para mantenernos enfrentados y poder extraer los recursos. La mentira para ocultar esa realidad poniendo por delante el pretexto del conflicto étnico.


—Ya hemos hablado de Estados Unidos, de Francia, de las potencias regionales. ¿Qué pasa con Canadá?

—Canadá es una potencia minera muy importante y protege sus compañías mineras, financiera y diplomáticamente. Por ejemplo, en el caso de Congo la ONU ha investigado distintas compañías canadienses que estaban implicadas en el saqueo, pero Canadá las protege, lo que hace que incluso las compañías mineras estadounidenses o británicas prefieren instalarse en Canadá, porque estarán protegidas por la legislación canadiense.

Por otra parte, Canadá también juega un juego de desestabilización a través de la misión de la ONU. Vemos a menudo oficiales de las Naciones Unidas, a veces altos cuadros que van a tener un rol por cuenta de Estados Unidos y otros países. En Ruanda, habrás oído hablar del general Roméo Dallaire, comandante de la misión de la ONU en ese país, que -lejos del retrato de héroe que se le hizo por parte de los medios de comunicación- trabajaba para los estadounidenses.

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Los canadienses juegan ese papel, de la mentira muy discreta, tienen la costumbre de decir “no tenemos pasado colonial”, lo que hace que la gente no vea que están implicados. Que digan: “No hemos hecho nada, somos neutrales”. Y es esta falsa imagen de neutralidad la que hace que los Estados Unidos utilicen a Canadá en varios lugares del mundo, donde tienen intereses estratégicos.


Así que Canadá juega ese rol para los Estados Unidos, pero también uno para sí mismo, para sus propias compañías mineras alrededor del mundo, incluyo también a las petroleras, pues Canadá es la segunda potencia petrolera del mundo. A menudo olvidamos eso: en la región de los Grandes Lagos, la mayoría de compañías son canadienses.


—¿De qué manera podemos incidir en esta situación?

Creo que el trabajo que hacen algunos medios de información es muy importante, porque hoy el imperialismo tiene un gran poder, gana la guerra no porque sea más fuerte, sino porque gana primero la guerra de las ideas a través de la propaganda, consigue anestesiar los espíritus, ganar los corazones para su causa, lo que hace que a menudo la gente se sume a causas que no necesariamente entienden.

Cuando tenemos la información estamos mejor armados para saber lo que es bueno para nosotros y lo que no, y en función de eso podemos tomar una decisión, porque la toma de decisiones son numerosas y dependen de la situación. Si vamos al este de Libia, la toma de decisiones no será la misma que en Congo o Sudán o Irak. Cada región tiene su realidad, su especificidad y la toma de decisiones tiene que ser en función de las problemáticas a la que nos confrontamos.

Pero lo más importante es tener la información, y es por esa razón que las grandes potencias o los medios de comunicación se las arreglan para que no la tengamos, porque si estamos bien informados podemos convertirnos en un peligro para ellos. Van a luchar para mantenerte en la ignorancia: por eso en los grandes ejércitos del mundo el departamento de guerra psicológica ocupa un lugar muy importante. Antes de hacer la guerra hay que hacer la guerra mediática, hay que hacer la propaganda, si ganas esa guerra la guerra real es más fácil, pero si no la ganas puedes perder militarmente.

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—El panafricanismo parece cosa del pasado. La gente deja sus países mientras que sus estados continúan sufriendo el saqueo ¿En este marco, qué posibilidades de resistencia ve?

La historia del panafricanismo y la lucha de los pueblos debe de ser retomada de una manera más global. Cuando vemos la historia del panafricanismo no podemos decir que está en declive, sino que debe reformarse porque la lógica que ha guiado a los padres fundadores, los padres de la independencia en África, o incluso los precursores del panafricanismo, era unir a los pueblos en torno a una causa común. Hoy en día esa necesidad todavía está presente, pero las realidades están cambiando, los pueblos deben adaptarse a estas realidades y no perder de vista su objetivo final que es el de unirse alrededor de una causa.

Personalmente creo que el panafricanismo tiene que ir más allá de la cuestión de la causa africana, que la causa debe de ser la causa de los pueblos. Es decir, hoy vemos que los pueblos a lo ancho del mundo se enfrentan a los mismos problemas, a las mismas élites y a los mismos sistemas de explotación. Así que, si volvemos al panafricanismo, los africanos deben incluirse en la misma lógica de luchar contra ese sistema, y para conseguirlo hay que compartir la misma ideología. Porque el sistema de explotación es una ideología en sí. Es decir, que es una ideología que se pone en práctica y que tiene las consecuencias que vemos.

Con respecto al panafricanismo, los padres de la independencia en ese momento tenían una ideología común, una forma de concebir y de pensar el mundo y sus luchas, y han articulado todas sus acciones alrededor de esto.

*Por Sarah Babiker para El Salto

Palabras claves: África, Estados Unidos, Libia

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