Argumentos y explicaciones
Por Facundo Iglesia
Sin ningún logro que mostrar en lo económico, con cuatro millones de pobres e indigentes nuevos, la eliminación de cincuenta pymes por día y prácticamente la mitad de la industria del país paralizada, existe un rubro en el que el macrismo puede ufanarse de haber aumentado sostenidamente su producción: el de las metáforas grandilocuentes e incomprobables. «Cruzar el río», «La luz al final del túnel», “Combate a las mafias”, “Crecimiento invisible”, “Crear las bases estructurales” y muchas otras forman parte de un acervo de frases vacías repetidas hasta el hartazgo por los medios de comunicación aliados a fuerza de pauta oficial.
En la apertura de sesiones ordinarias del año electoral, a Macri no le quedó otra opción que llenar de contenido uno de esos significantes vacíos para defender una gestión que hasta ese momento solo consistía en promesas de semestres que nunca llegaban. Así, el concepto de “sentar las bases para que el país crezca” se atiborró en 2019 de obras y medidas tangibles: autopistas, cloacas, rutas, la digitalización de ciertos trámites, acuerdos comerciales, etc.
Sin embargo, aunque el presidente haya decretado el fin del “relato” y la “sarasa”, se construyeron 7.100 kilómetros menos de autopistas y rutas que los anunciados por el mandatario (7.600 dice Macri, menos de 500 dice Vialidad), el promedio anual de construcción de cloacas fue 22% menor que durante el kirchnerismo, la informatización de los trámites comerciales no resuelve la caída de producción y consumo, y el acuerdo con la Unión Europea que nos permitiría “llegar a un mercado de 800 millones de personas” es apenas un acta de intención que, de refrendarse en los parlamentos de todos los países involucrados, podría significar una reprimarización aún mayor de nuestra economía. Humo y lágrimas para hoy, hambre para mañana.
Juntos por el Cambio podrá haber cambiado de nombre, pero no de mañas: desde Macri al último de sus trolls (los que tienen cámara y los que no), pasando por Pichetto, Vidal, Larreta y Peña, son expertos en la agitación de fantasmas. De Venezuela, país presentado como un antro de violencia, autoritarismo, pobreza y corrupción, extraen las imágenes de la distopía a la que nos hubiera llevado el kirchnerismo de haber sido reelecto en 2015.
Como toda pesadilla, la ligazón entre las peores representaciones del chavismo venezolano con la Argentina del kirchnerismo se arma con fragmentos de la realidad, deformada a gusto y piacere de los medios y los candidatos. La pereza ideológica de equiparar completamente todos los procesos populistas latinoamericanos quizá se haya iniciado en el seno de la izquierda y el progresismo, pero si hay algo que a la derecha se le da bien, es la pereza. Así, hechos aislados como una intervención en una marcha de una organización barrial no kirchnerista que invitaba en 2012 a “escupir” a pósters de colaboradores de la dictadura –algunos de ellos periodistas-, la existencia del programa 678 en la televisión pública durante el gobierno de CFK, la proliferación de las cadenas nacionales, el impulso del Ejecutivo de una ley que limitaba la concentración mediática, la rotura de un ejemplar de Clarín por parte del jefe de Gabinete K en 2013, una protesta en la puerta de Clarín llevada adelante este año por una organización más afín al kirchnerismo que al macrismo, y una pelea de Alberto Fernández con una periodista pasan a formar la materia prima para instalar el mensaje de que el kirchnerismo “persigue a los medios opositores”.
Cosiendo esas imágenes entre sí para formar un argumento Frankenstein del ensañamiento contra la libertad de expresión, el macrismo señala la paja en el ojo ajeno, para que no veamos la viga en el propio: el ataque a balazos de goma a un fotógrafo que cubría una manifestación en 2017, el despido de 4.500 comunicadores desde el 2015, el cierre de medios históricos como el Buenos Aires Herald y DyN, la amenaza a Página/12 y a C5N para que despidan a dos de sus periodistas más reconocidos, la cárcel al dueño de este último medio, el hecho de que el 70% de los candidatos entrevistados en la TV Pública previo a las elecciones hayan sido de Cambiemos, las mentiras de una ministra de Seguridad sobre un medio alternativo y barrial como La Garganta Poderosa después de haber atacado a uno de sus fotógrafos en 2018 son postales que individualmente serían suficientemente graves y que juntas conforman una pintura aún más escalofriante. Sin embargo, por la concentración mediática y la demencial pauta publicitaria con la que el macrismo la sostiene, conocer estos últimos hechos, disparos directos a la democracia argentina, es más difícil que escandalizarse por el impostado desprecio kirchnerista por la prensa libre.
Por cierto, que la falacia de la asociación directa entre el “autoritarismo chavista” con el kirchnerismo también se alimenta de un bolo que incluye el recuerdo de militantes La Cámpora controlando precios en supermercados en 2013, las multitudinarias marchas contra las políticas de Macri desde el inicio de su gobierno o los paros nacionales, todo eso masticado y rumiado para conformar la prueba irrefutable de la existencia de “milicias paraestatales” o “colectivos armados”, condicionantes de la democracia en una versión light.
“Democracia versus autoritarismo”, repiten desde Juntos por el Cambio, para diferenciarse de un kirchnerismo al que quieren identificar con Venezuela, mientras el Ejecutivo contrata directamente a Smartmatic para realizar el escrutinio provisorio: la misma empresa que se encarga del voto electrónico en el país que Macri se la pasa denunciando como una dictadura y que, a días de las PASO, sigue evidenciando vulnerabilidades y que aún no entregó el código fuente del software que utilizará para escanear y enviar los telegramas de votación, aunque el contrato les exige que esto se haga a 30 días de los comicios.
“Democracia versus autoritarismo”, repiten, a la vez que buscan el voto fascistizado con declaraciones anti-inmigración, medidas altisonantes como la compra de pistolas táser, un protocolo inaplicable jurídicamente que facilita aún más el gatillo fácil, la apertura de un “Servicio Cívico Voluntario” dictado por Gendarmería y una defensa irrestricta de esta fuerza, que comandó la represión en la que desapareció y murió Santiago Maldonado, entre otras atrocidades.
“Democracia versus autoritarismo”, repiten, para ilustrar qué es lo que estaría en juego en las próximas elecciones: la República y el Estado de Derecho. Esa gesta convive inexplicablemente con el presidente pidiendo la destitución del juez Alejo Ramos Padilla por televisión o de la presencia en un acto oficial del fiscal Carlos Stornelli, acusado por el magistrado precisamente de formar parte de una red de espionaje y extorsión que habría cocinado las causas de corrupción contra el kirchnerismo más resonantes.
Despolitizando la persecución a opositores, disfrazándola de “corrupción”, la Justicia aliada al macrismo envió a prisiones preventivas a exfuncionarios y referentes K, pero dos hechos sucedidos en distintos puntos geográficos del país y denunciados por sus víctimas como “operaciones mediáticas” indicaría que allí no se detendría la persecución: Juan Grabois, dirigente del MTE y Silvia Quevedo, referente de Barrios de Pie, fueron casi idénticamente denunciados por malversación de fondos públicos, algo que podría indicar que los movimientos territoriales son el próximo objetivo de las acusaciones del aparato mediático-comunicacional.
Párrafo aparte merece la anunciada reducción del déficit fiscal, un mal que según los micrófonos oficialistas el kirchnerismo compartía con Venezuela, indicador que el macrismo utilizaba para producir frases célebres como “íbamos hacia un apagón” o “no se puede gastar más de lo que tenemos”. El déficit fiscal primario se estancó en 1,8%, pero contabilizando la enorme deuda que tomó el macrismo, el déficit financiero trepó de 3,7% a 5,6%.
Justamente esa deuda demencial -junto al pedaleo de los ciclistas financieros- es lo que hoy da alguna apariencia de sostenibilidad a un modelo económico agotado, que redujo la participación del salario en el PBI, que destruyó cientos de miles de puestos de trabajo en blanco, que empeoró la fórmula para calcular las jubilaciones, que redujo el consumo y la calidad del empleo, cuyos impulsores ya anunciaron una reforma laboral, y que –para nada paradójicamente- aumentó exponencialmente la cantidad de planes sociales. Un modelo que desinvierte en ciencia, salud y educación, que quema reservas para frenar una corrida cambiaria y que ató las tarifas energéticas al valor del dólar, único número que preocupa al Gobierno y que, por estar nuestra economía completamente atada a los vaivenes internacionales, comenzó a subir inéditamente en la semana previa a las PASO. Es que, si en su campaña de 2015, Macri había dicho “quiero que me juzguen por mi capacidad de reducir la pobreza” o que “la inflación es el problema más fácil de resolver”, hace ya tiempo que parece haber decidido que el guarismo por el que querría que evaluemos su administración es la valuación del tipo del cambio. Tampoco allí hay mucho de lo que enorgullecerse.
El domingo pasado, el presidente convocó a quienes lo apoyarían en las urnas “en secreto” a blanquear su voto públicamente. “No se necesitan argumentos ni es necesaria una explicación” para pedir su reelección, según escribió el CM de Macri en redes sociales. A menos de una semana de las elecciones, desde Juntos por el Cambio parecen estar recurriendo a un voto irracional y/o fanatizado, dos adjetivos que, en su momento, lanzaron sobre la oposición. «A nada le tienen más miedo que a personas como vos diciendo que me van a votar», dice ahora Macri. La campaña del miedo hoy, está de su lado. Los argumentos y explicaciones, mientras tanto, sobran.
*Por Facundo Iglesia.