La doña que quiere a Vidal
Por Diego Valeriano para La tinta
La doña que quiere a Vidal también quiere a sus nietos, a las chicas del centro de jubilados con las que empezó a viajar y a sus amigas de facebook. Hace bizcochuelos, tortas fritas y guisos muy ricos. Es buena abuela y lo sabe, se jacta de serlo. Le encanta mandar fotos de sus plantas al grupo de la familia.
Manguerea la vereda desde atrás de la rejas, anda en remis y, desde que le robaron, prefiere no salir en la bici a la hora de la siesta. Hace mucho que no va al centro porque ya no quiere viajar en tren. Vive sola y un poco que se acostumbró, aunque la casa le quede un poco grande, aunque preferiría que la visiten un poco más. Poco extraña a su marido a pesar de los 27 años que estuvieron juntos.
Postea todos los días sobre héroes anónimos: médicos que salvan vidas en hospitales sin hacer paro, remiseros que devuelven plata, guachines pobres con el delantal bien limpio, jóvenes que, en lugar de optar por la política, eligen defender a la patria y perros que duermen junto a la tumba de sus dueños.
Cada vez que puede, se queja con el gordo de la rotisería de cómo empeoró el barrio desde que hicieron las casitas del gobierno y de cómo es que Macri no da de baja todos esos planes que mantienen a vagos.
Todos los días, cuando cae el sol, se acerca a su ventana y espía por las rendijas de la persiana con el teléfono en mano. Manda audio al jefe de calle, controla los movimientos sospechosos de la cuadra, sospecha de narcos y marca pibes. A eso de las nueve y media, diez a más tardar, se hace un té y se acuesta a mirar algo en Netflix.
* Por Diego Valeriano para La tinta / Imagen: Colectivo Manifiesto.