¿Por qué Bolsonaro le teme a Paulo Freire?
¿A qué le teme Bolsonaro? ¿Qué fantasmas se agitan tras el movimiento “Escola Sem Partido” en Brasil? ¿Qué hay en la obra de Paulo Freire que lo hace tan peligroso para un proyecto neoconservador, de ultraderecha antidemocrática y neoliberal? ¿Cuál es la gran fuerza que perdura en la educación popular y las pedagogías críticas para ponerlas en la mira de los “nuevos/viejos” referentes de la derecha latinoamericana?
Por Lucía Bianchi para Tercer Cordón
Luego del golpe de estado que destituyó a Dilma Rousseff (2016) con la llegada al poder de Temer y la subsiguiente elección Jair Bolsonaro con Lula Da Silva preso con un claro objetivo de proscripción, emergió en Brasil un movimiento denominado Escuela sin Partido que inició una fuerte campaña para censurar a Paulo Freire y destruir todas las iniciativas educativas ligadas al desarrollo de la educación popular y de las pedagogías críticas.
La importancia que adquiere Freire y el hecho lastimoso de la censura de su obra, la persecución a movimientos sociales y dirigentes políticos populares en nuestro hermano país, nos interpelan, como latinoamericanos, y nos deben llevar a una fuerte reflexión colectiva sobre lo que pasa en el mundo y en nuestra región.
Bolsonaro afirmó en su campaña que “había que entrar al Ministerio de Educación con un lanzallamas” qué se puede decir de esa frase, qué podemos analizar, más allá del asombro y la bronca, ahí donde estremece nuestra historia. Hagamos un esfuerzo por despojarnos de las emociones, que nos afloran desde la profunda memoria popular, para indagar y reflexionar. ¿Qué es lo que preocupa a Bolsonaro? Preguntarnos por qué a Bolsonaro le preocupa tanto la obra de Freire, nos habilita a invertir la lógica, poner el miedo donde realmente está: en el poder conservador. Para visibilizar la potencia transformadora que habita en la obra de Paulo Freire y en la educación, como práctica de la libertad, ahí donde la pedagogía del oprimido nos posibilita construir organización popular.
Un breve recorrido por las falacias conservadoras
El Movimiento Escuela sin partido fue fundado por un abogado ultraconservador religioso, que un día oyó a su hija contar que en la escuela un docente había realizado una analogía entre Ernesto “Che” Guevara” y San Francisco de Asís. La base de dicha comparación remitía a la idea de ocuparse de otros más que de sí mismo y de despojarse de lo material. En definitiva, remitía a una concepción humanista, que situaba, según el fundador del movimiento, al Che en el lugar equivocado de la historia. A partir de aquí, inicia el camino, que ya otros han transitado en momentos oscuros de nuestra historia: agita con el argumento de despolitizar a la educación, que debe ser asumida como un lugar “neutral”: más matemáticas y menos marxismo, afirma el abogado.
El primer problema es pensar a cualquier institución social por fuera de marcos ideológicos en un sentido amplio, lo cual es, a esta altura del desarrollo del pensamiento científico, inaudito. Diría Eliseo Verón: “La ideología es una dimensión que atraviesa la semiosis social” imposible pensar cualquier esfuerzo de producción de conocimiento por fuera de un marco ideológico y cultural, en el sentido antropológico de cultura. Como cosmovisión. Como el acumulado de miradas, prácticas, concepciones mediante el cual comprendemos al mundo. Asumir que las posiciones son, en definitiva, ideológicas es, el camino a evitar cualquier adoctrinamiento. Visibilizar que somos sujetos, por lo tanto, cargamos determinadas concepciones, establecemos necesariamente una posición en el mundo es, hasta ahora, el único modo que tenemos de distanciarnos y no subsumir a otras miradas. Diría el mismísimo Freire:
«Lo que me mueve a ser ético por sobre todo es saber que como la educación es, por su propia naturaleza, directiva y política, yo debo respetar a los educandos, sin jamás negarles mi sueño o mi utopía. Defender una tesis, una posición, una preferencia, con seriedad y con rigor, pero también con pasión, estimulando y respetando al mismo tiempo el derecho al discurso contrario, es la mejor forma de enseñar, por un lado, el derecho a tener el deber de “pelear” por nuestras ideas, por nuestros sueños, y no sólo aprender la sintaxis del verbo haber, y por el otro el respeto mutuo».
Asumir cierto marco ideológico es sincerarnos, explicitarlo sin por eso adoctrinar. Pero el segundo problema de la famosa “neutralidad” en la educación es que en ese mismo gesto de “neutralizar”, evidencian una profunda búsqueda de adoctrinamiento y remiten, para hacerlo, a la violencia extrema: un lanzallamas. Esa es la herramienta para combatir el marxismo que Freire trajo a la educación.
En su plan de gobierno, (Bolsonaro) defiende el programa Escuela sin Partido que se dice contra el “adoctrinado ideológico en la escuela”, pero que es en realidad un programa de censura tanto de los profesores como de los contenidos impartidos en el aula.
En el mismo sentido, desde los grupos que incitan a este movimiento, se enumeran temas, tópicos, ejes conceptuales que consideran necesarios de “abolir”. Ya no miradas o perspectivas, no posiciones políticas sino despliegues conceptuales: que no se hable de sexualidad, que no se mencione siquiera a la homosexualidad o a las disidencias sexogenéricas, que no se prevenga el abuso o la violación, que se nieguen las teorías sociales críticas y el ateísmo.
La censura trasciende el método y se vuelve recorte de contenidos. La censura trasciende a Freire y se vuelve persecución a docentes y control ideológico. Llegamos entonces a la gran paradoja: control ideológico para desideologizar. Control político para neutralizar.
La capacidad de capilarización y ramificación de la Escuela sin Partido en la sociedad, que comenzaría como una forma de establecer igualdad y neutralidad de los temas abordados, pero sorpresivamente puede acabar con la democratización y libertad tanto de las escuelas públicas como en las escuelas privadas al instaurar una censura velada en las aulas. La represión en las clases se haría constante, permitiendo que el Estado persiga judicialmente a los docentes.
Estos planteos son acompañados por recortes de presupuestos, miradas privatizadoras y límites en el acceso a niveles educativos superiores. En criollo, la universidad no es para todos. Los contenidos se vuelven mínimos, se achica el presupuesto y se reduce la posibilidad de acceso a una educación de calidad.
Pero eso no es todo: también apoya la ley que congela los gastos en educación y salud por los próximos 20 años. En suma, la educación es el fiel reflejo de un proyecto neoliberal que se radicalizará en nuestro país.
Estas ideas, que pueden encontrarse en proyectos de ley o en el diseño de las nuevas políticas educativas en Brasil, en síntesis, establecen un límite legal al ejercicio docente, sugiriendo penas a los que se consideren por fuera de esos límites, cuya sanción podría ser una multa o incluso pena de cárcel en casos de “reincidencia”.
Un proyecto de ley propone que sean considerados ilegales los métodos de enseñanza creados por Paulo Freire, alegando que esos fomentan el adoctrinamiento de los estudiantes y la difusión de ideas marxistas, del ateísmo y de la ideología de género. Lo que es, para las ciencias de la educación comparable con declarar ilegal a Piaget, por la relevancia que tiene para la disciplina.
Al igual que las peores prácticas de la dictadura, el retorno de listas negras que indiquen lo que puede leerse o aprenderse expresa el retorno de prácticas antidemocráticas que creíamos superadas en nuestra América Latina. Como la junta militar argentina en 1976, Bolsonaro prohíbe la lectura de Freire.
El método de Freire y su potencialidad transformadora
Retomemos la pregunta que inició esta reflexión: ¿A qué le temen? ¿Qué es lo que no soportan de Paulo Freire?
La educación es, sin dudas, un verdadero mecanismo de distribución de la riqueza cuando está al servicio de las mayorías populares. La educación permite, posibilita, garantiza inclusión, acceso, pensamiento crítico y propio. La educación promueve libertades, construye mundos, destruye mentiras.
El “problema” de la pedagogía crítica y de la educación popular es su potencia organizadora. Es que persiste en ella la capacidad de transformación. Un proyecto neoliberal recorta en educación mucho más por ideología, justamente, que por economía. En palabras de la nieta de Freire:
La crisis educativa en Brasil es un proyecto político: una educación de calidad, consciente y liberadora sería una gran amenaza para la clase dominante de uno de los países más desiguales del mundo.
A partir de las prácticas educativas populares podemos comprendernos, aumentando nuestra capacidad de transformación, ocupando los espacios políticos, reivindicando debates y combatiendo los retrocesos institucionales de nuestra política; luchando en las escuelas, en las periferias, a partir del afecto, construyendo caminos hasta conquistar la libertad.
Hoy, más que nunca, la educación popular es fundamental para generar un ser colectivo, porque como bien decía mi abuelo, “cuando la educación no es liberadora, el sueño del oprimido es ser el opresor”.
Pensar el campo de la cultura, la educación y lo popular, es ingresar a través de los márgenes 6 , del análisis de lo subalterno, en función de desentrañar las rupturas y las continuidades, los procesos de incorporación de la lógica dominante y en esa misma medida, las formas de resistencias que se constituyen. Ese ingreso desde los márgenes permite un acercamiento a experiencias de aprendizaje, de producción de conocimiento y de administración de la propia vida que aparecen negadas para los sectores populares.
Desde las corrientes críticas, la pedagogía se hace antropología 22. permiten pensar al vínculo social y cultural como centro de producción de una teoría pedagógica, como aporte a la comprensión ampliada de la educación, entendiendo a la misma como performativa, como aquellos mecanismos por los cuales en determinada cultura se instituyen mediante prácticas sociales las pautas que rigen el funcionamiento de esa sociedad. Se inserta a la educación dentro de los estudios sobre el funcionamiento de lo social como instituyente de sentido, esto permite trazar estrategias para poner en discusión los discursos naturalizados y contribuir al debate sobre las formas de transformación de la sociedad.
La educación como práctica de libertad es, para los sectores populares, disputar sentidos, cuestionar un bloque histórico, es pensar en una contrahegemonía, en términos de Gramsci. Es la potencia de la batalla cultural, son los recorridos de organización popular que habilita esa gran caja de herramientas freireana, que nos dice que las cosas no son así, están así. Y pueden ser transformadas.
La dimensión cultural de Freire, mantiene viva la esperanza, no sólo como “lo último que se pierde” sino como esa pedagogía de la esperanza, que indica caminos concretos, palpables, reales, que establece métodos para cambiar a la sociedad, hacerla igualitaria, libre, diversa, democrática.
El miedo conservador a Freire radica en el terror que les genera imaginar que podamos imaginar a las cosas de otro modo. La violencia inusitada contra toda forma de organización popular o método liberador, viene a generarnos miedo, para inmovilizarnos. La segunda paradoja del pensamiento conservador es que, generan miedo en el pueblo organizado, meten terror y censura, porque temen, profundamente. Es el miedo a perder el control. Porque los espanta la posibilidad de que las cosas, en lugar de “ser”, “estén” y que el pueblo comience a “ser” en lugar de “estar”.
Contra la violencia hacia la educación popular y la figura de Freire, debemos reafirmar nuestra búsqueda por profundizar su obra y establecer más y más experiencias educativas, desde los movimientos sociales, feministas, diversxs y democráticos que reviertan lógicas, que resistan embates, que organicen prácticas y enlacen nuestras experiencias, con la unidad necesaria y la humildad suficiente. Cambiando como sujetos, porque la educación no cambia al mundo, pero cambia a las personas que van a cambiar el mundo. Y Bolsonaro lo sabe.
*Por Lucía Bianchi para Tercer Cordón.