Callen esos bombos: perfil de Miguel Ángel Pichetto
Ni choripanes populares ni barro en los zapatos de campaña: nada más lejos de un peronista tradicional o folclórico que Miguel Pichetto. Oficialista profesional, hombre de Palacio, dirigente sin territorio: su hábitat natural es la negociación permanente. El cronista rionegrino Santiago Rey recorre la trayectoria del senador que con un historial de tres victorias y siete derrotas llegó a candidato a vicepresidente de Macri.
Por Santiago Rey para Anfibia
“Dura palabra es traidor”, tal vez, “era un mero fanático disponible, un hombre desgarrado hasta el escándalo por sucesivas y contrarias lealtades”.
(Jorge Luis Borges)
—Compañeros, shhh, callen esos bombos, shhhh, compañeros.
La última incursión electoral de Miguel Ángel Pichetto fue en 2015. Se presentaba, una vez más, como candidato a gobernador de Río Negro por el PJ, igual que en 2007. Una vez más, perdió. Habían pasado 32 años desde su primera elección, cuando fue electo concejal de Sierra Grande.
Las tres décadas de política y elecciones se le notaban en el gesto desencajado cuando pidió a los “compañeros, shhh, callen esos bombos, shhhh, compañeros”. Candidatos, dirigentes y militantes lo miraron desconcertados. “Shhh, compañeros, esos bombos, no se puede hablar así”, reclamó desde la pequeña tarima del acto en Bariloche, pocos días antes de que las urnas le fueran esquivas y Alberto Weretilneck consolidara su segundo mandato.
Durante la campaña la dirigencia del Frente para la Victoria rionegrino hizo grandes esfuerzos para minimizar la falta de empatía de Pichetto con la ciudadanía. Disimuló su ausencia en los barrios; se disculpó ante la vecina que lo esperaba con mate y tortafritas; “no anda bien de la panza”, mintió ante cada negativa a comer un choripán.
—Shhh, por favor, esos bombos, compañeros.
Con los años, Pichetto fue haciendo de su ascetismo un modo político, la invención de una figura reconcentrada en los problemas de la patria, sin desviaciones, al borde del “dicen que soy aburrido”. El cenit de esa construcción llegó en el debate televisivo de Canal 6 de Bariloche durante esa campaña de 2015. Casi dos horas sin sonrisas, y una frase descerrajada al corazón de la emocionalidad: “A mí no me van a elegir para andar cruzando una ancianita en la esquina”.
No lo eligieron ni para cruzar ancianitas ni para gobernador.
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—Miguel es así – repiten quienes más lo conocen.
No actúa cuando camina serio, cuando aparta la mirada, cuando parece mascullar maldiciones contra la demagogia como forma de la política.
“Las emociones no forman parte de mi temperamento”, explicó para el gran público en su primera conferencia de prensa como candidato a vicepresidente de Mauricio Macri. Sentado con la única compañía de un vaso de agua -lo único que se permite beber- y ante decenas de periodistas dijo: “Nunca es bueno que vuelva el pasado. Este es un debate más profundo, entre democracia y visiones autoritarias”.
Pichetto, el de la expulsión a los inmigrantes; el de la mano más dura que la de Patricia Bullrich; el de los argentinos-argentinos y los argentinos-judíos; el de la ausencia de emociones adjudicó al gobierno anterior una “visión autoritaria” de la política y el manejo del Estado. Está convencido de lo que dice, no miente cuando cree que el autoritarismo forma parte ya no de su propio entramado ideológico, sino del ejercicio político del kirchnerismo.
—Miguel es así – lo justifican quienes más lo conocen.
—¿Así cómo?
—Así.
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—Estoy haciendo un perfil de Pichetto y quería charlar con vos.
—Todo en off, eh.
—Sí, igual era para repasar alguna anécdota, su histo…
—En off.
Todos temen a un potencial vicepresidente.
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—¿Así cómo?
Miguel, “el flaco”, el eterno senador, “es así” desde siempre. La misma figura trajeada, que desde 2001 recorre los pasillos del Congreso de la Nación, caminó las polvorientas calles de Sierra Grande a finales de los ‘70 y principios de los ‘80, cuando la mina de hierro de Hipasam prometía convertir la ciudad patagónica en El Dorado.
Desde su Banfield natal, con el título de abogado por la Universidad de La Plata y una modesta simpatía por el peronismo, Pichetto llegó a Sierra Grande en busca de un sueño. La dictadura comenzaba a despedirse y él dejaba atrás la zona sur del conurbano, un padre maquinista naval, una madre ama de casa. Abogado laboralista de la empresa Hipasam, abrió un estudio junto a quien sería su mentor político en la provincia, el excéntrico -y culto- Víctor Hugo Sodero Nievas.
Con mucha plata en el bolsillo y una incipiente carrera política, Pichetto era el presentador de los actos peronistas del ex gobernador Mario Franco -del 73 hasta el 76, cuando el golpe de Estado lo derrocó- y del propio Sodero Nievas. Era la ortodoxia peronista que ya anticipaba una interna con la Renovación encabezada a nivel nacional por Antonio Cafiero.
“Hicieron mucha plata como abogados con Sodero Nievas. En ese momento Sierra Grande era un vergel, todos tenían trabajo gracias a la mina, casas nuevas, autos nuevos”, cuenta un viejo dirigente peronista.
En 1983 lo eligieron como concejal y dos años después Presidente del Concejo, máxima autoridad institucional en una ciudad que no tenía intendente. Sodero Nievas y Pichetto se convirtieron a un menemismo temprano. La interna peronista del ‘88 los encontró militando fuerte en la provincia por el liderazgo del riojano de patillas abundantes. Aquel look caudillesco de Menem estaba muy lejos de la impronta prolija de Pichetto. Nada más lejos de un peronista folklórico que Pichetto.
Sodero Nievas y Pichetto ganaron por amplio margen la interna en Río Negro y, a partir de la asunción de Menem, lograron un lugar en el peronismo y la política provincial. Durante la campaña del ‘89, acompañaron al candidato en el acto en el que prometió que desde el socavón de la mina de Sierra Grande se construiría la revolución productiva.
Paradojas de la política -que suelen ser anécdotas para los dirigentes y tragedias para los ciudadanos-, una de las primeras medidas de Menem fue cerrar la mina de Hipasam. Pichetto y Sodero Nievas también cerraron el estudio y emigraron a Viedma. El senador se convirtió en un político sin territorio. La capital provincial sería su trampolín hacia el Congreso.
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Pichetto ya no va a Sierra Grande, sino cada dos o cuatro años para votar. Tras el cierre de Hipasam, la reactivación de la actividad minera se dio apenas por espasmos. Sólo algo más de pavimento en las calles la diferencia de aquella ciudad de comienzos de los ochenta. Como El Dorado, Sierra Grande sigue siendo un sueño.
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Las mismas manos en los bolsillos al caminar, la misma cara de “qué hago acá”, un “qué mal la estoy pasando” a punto de ser gritado, una especie de Gato Gaudio de la política. El gesto engaña. Pichetto padece la cotidianidad de su tarea pero no podría estar en otro lado que no fuese en el barro de la negociación política. Es su hábitat natural. “Es un hombre del Palacio”, lo define un histórico peronista rionegrino, “ni siquiera de la política, del Palacio, porque la política implica una militancia que le es ajena”.
Negociador nato, aquí las fuentes divergen. Pichetto parece tener tantos amigos en el radicalismo rionegrino, que se cansó de ganarle elecciones, como en el peronismo. Desde la UCR, uno de los dirigentes que más lo conoce jura que “es uno de los pocos o quizá el único dirigente del peronismo rionegrino que nunca arregló con el radicalismo. Nunca entró por la puerta de atrás de la Residencia de los Gobernadores a arreglar nada con (Horacio) Massaccesi o (Pablo) Verani o (Miguel) Saiz. Los demás todos desfilaban”.
Lo dice porque sabe: es uno de los que esperaban a los peronistas del otro lado de la puerta de la Residencia de Viedma. “No arregló nunca en términos políticos, no dijo nunca ‘voy para atrás y juego para ustedes’, no dijo nunca ‘denle dos millones de pesos a los diputados amigos míos y les votamos esta ley’. Fue el único que no lo hizo”.
Desde el peronismo, en cambio, recuerdan que Pichetto no fue ajeno a la negociación con Massaccesi, luego de que el radical le ganara por escándalo la elección a gobernador a Sodero Nievas en 1991.
El mandatario radical -que luego estrellaría al partido en las presidenciales de 1995- venció a Sodero Nievas y luego lo nombró titular de la Casa de Río Negro en Buenos Aires, con rango de ministro. Despedazar en las urnas dirigentes del PJ para más tarde reanimarlos y encumbrarlos ha sido un deporte de la UCR provincial durante los 28 años de hegemonía (1983-2011).
En 2000, el peronismo ubicó a Sodero Nievas como integrante del Superior Tribunal de Justicia de la Provincia y, según algunos dirigentes del PJ, Pichetto fue protagonista de la negociación. “Sodero entró como juez producto de una gran rosca que armó Pichetto con el radicalismo, con Verani que era gobernador”, dice en off un ex compañero de ruta del senador.
El límite entre la negociación y la rosca amañada es el espacio que los Pichetto de este país llaman realpolitik. Y es donde mejor se mueven.
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En 1999 Pichetto firma junto a otros diputados nacionales un pedido a la Justicia para que habilite la re-reelección de Carlos Menem. La jugada lo pone en la mira durante los primeros meses de Néstor Kirchner en la presidencia, cuando el peronismo rionegrino saca el kirchnerómetro y discute su filiación primera.
Antes de terminar 2003, en la Casa Rosada, un grupo de dirigentes del PJ de Río Negro se reúne con Néstor y su jefe de Gabinete, Alberto Fernández. Pichetto jura lealtad, Kirchner compra:
—Él juega muy bien con nosotros.
—Yo soy nosotros – le refuta uno de los probados kirchneristas rionegrinos ante una decena de testigos.
—Es verdad, pero él juega muy bien – responde Néstor.
Era difícil la inscripción como kirchnerista de la primera hora. Pero Pichetto fue fiel y puso su capacidad palaciega al servicio. Hizo tándem con Cristina en el bloque y presidió una bancada que se mantuvo unida en las votaciones clave. Jugó bien. Le creyeron.
La confianza es otra cosa.
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El 2020 obsesiona a Pichetto. Tal vez el número redondo, tal vez porque hasta que llegó el ofrecimiento de Macri se adivinaba, por primera vez desde 1983, un desocupado de la política. O quizás porque en ese año fija Carlos Fuentes su novela distópica “La silla del águila”, el libro que lo desvela. El escritor mexicano imaginó un futuro demasiado parecido al presente: dependencia extrema de su país con los Estados Unidos, huelgas y protestas obreras y campesinas, y asesinatos en masa como forma de resolución de conflictos. “La silla del águila” fue publicado en 2003 y para Pichetto es “el mejor tratado de ciencias políticas” de los últimos años, confían sus amigos.
Fuentes describió que un conflicto por las regalías petroleras tensa la relación entre México y Estados Unidos, y que el país del norte bloquea las telecomunicaciones de su vecino. A través de cartas manuscritas, a la vieja usanza, se va resolviendo el entramado de relaciones políticas y personales de los protagonistas, que pivotea sobre la tensión imperialismo-antiimperialismo.
No es el 2020 que Pichetto sueña. Ya lo dijo con claridad: lo mejor del actual Gobierno es el reencauzamiento de una política internacional bajo la doctrina estadounidense de un orden conformado por países centrales y periféricos.
Eso sí, la “silla del águila”, el sillón presidencial, sí aparece como norte de su andar político. El título distópico de Fuentes es la utopía de Pichetto.
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—¿Que se puso qué?
—Una gorrita, con visera.
El 25 de mayo de 2007, en Mendoza, la campaña electoral nacional del kirchnerismo marchaba a paso firme. La Concertación Plural -heredera del anterior concepto rector de la política de alianzas K, la transversalidad- era la herramienta de construcción de poder definido para el traspaso de Néstor a Cristina Fernández de Kirchner.
—¿Que se puso qué?
—Una gorrita que dice “Saiz 2007”.
El gobernador de Río Negro, reelecto cinco días antes, radical rionegrino de esos que ostentan el poder desde 1983, había devenido radical kirchnerista. Néstor recibió a Saiz bajo el paraguas de la Concertación, y Cristina celebró el triunfo.
Un rosario de insultos ajeno a sus formas salió de la boca del Pichetto excandidato a gobernador cuando sus colaboradores más cercanos le dijeron que “sí, que Cristina se puso una gorrita roja y blanca que dice Saiz 2007”.
En octubre la senadora se convertiría en presidenta con el 43,9 por ciento de los votos. Muchos de ellos llegados desde Río Negro. Bajo la misma boleta Pichetto fue candidato nuevamente a senador. Ganó y desde la presidencia de la bancada en la Cámara Alta fue leal y clave para la aprobación de la mayoría de los proyectos que Cristina necesitaba.
La mayoría, no todos.
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La cara se le deforma. El gesto adusto de siempre se transforma en una mueca agria. Las cámaras lo enfocan: la desazón que transmite esa boca entreabierta, la mirada al vacío, se multiplican en cadena nacional. Julio César Cleto Cobos habla de la responsabilidad institucional, de convicciones, y en la madrugada del 17 de julio de 2008 a Pichetto la cara le juega una mala pasada.
El senador negoció hasta el último minuto, jugó todas las cartas de su siempre espinosa relación política con “la Señora” para ofrendarle un triunfo que sane las heridas de la gorrita de 2007. Llegó al recinto sabiendo que todo estaría en manos de Cobos, aquel radical mendocino con el que el kirchnerismo cerró filas bajo el paraguas de la Concertación, ese proyecto que le impidió llegar a la gobernación rionegrina un año antes.
Su oficialismo profesional lo obligó, sin culpa ni dobleces, a defender proyectos con los que no comulgaba plenamente. Y ahí estuvo, enfrentando durante meses la resistencia de los senadores más conservadores, explicando que la Patria necesita de los dólares del campo, incorporando la palabra retenciones a su amplio vocabulario de político instruido. Hablando, quién lo diría, de una distribución más equitativa de la renta nacional.
Pero esa noche la cara se le desencaja.
Tal vez, en algún recodo de su cuerpo sin emociones, lo recorra una sensación parecida a la desazón.
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—Fui feliz únicamente tres años en mi vida.
Hubo un tiempo que fue hermoso y Pichetto se lo confía así a sus allegados. Tres años es muy poco sobre 68 de vida.
Aquí peronistas y radicales coinciden: asceta, reconcentrado, austero, una vida dedicada exclusivamente a la política, “24 horas por 24”, repiten. “No come, no chupa”, exageran. Casado desde hace años con María Teresa, no mezcla la vida personal y familiar con la pública. Todo lo que se expone es lo que es. Y todo es política para Pichetto.
Uno de sus hijos sí tiene vida pública: Juan Manuel fue funcionario del ANSES junto con Diego Bossio y ansía la Intendencia de Viedma. Quiere ser un Pichetto con territorio. El senador hace lobby en la capital rionegrina por esa proyección.
En los huecos del día, cuando por un instante no se cree perseguido por la responsabilidad institucional, lee Henning Mankell, Jo Nesbo y otros autores de la novela policial nórdica; vuelve a los clásicos del cine francés; o sigue los diarios de España, Italia y Francia para interiorizarse sobre la marcha de las democracias parlamentarias.
“No viaja, no compra casas ni autos”, coinciden quienes más lo conocen. El único detalle donde se nota algo distinto en relación a su ascetismo es su ropa: le gustan los buenos trajes, predominio de los azules oscuros, los negros, y las camisas celestes.
Su austeridad quedó en evidencia durante la campaña electoral rionegrina de 2011. Carlos “El Gringo” Soria ocupaba, como candidato a gobernador, el centro de las mesas de todas los encuentros gastronómicos/peronistas. Bebía, contaba chistes, prolongaba la noche. En una esquina, recoleto, Pichetto comía una ensalada.
“Es muy austero, muy austero… muy amargo, diría”, se queja uno de los dirigentes que en esas mesas bebía y forzaba la risa para congraciarse con el candidato. Pichetto no gesticulaba, en la punta de la mesa esperaba su tiempo, sus próximos tres años de felicidad.
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La gorrita no fue suficiente. En el largo listado de desaires de Cristina que el pichettismo (el puñado de dirigentes rionegrinos que quedó al lado del Senador tras la derrota electoral de 2015) puntea -y guarda como un tesoro esperando su momento-, los cruces de llamadas de la madrugada del 1 de enero de 2012 figuran al tope.
Habían pasado pocas horas desde que una bala calibre 38 mató al Gobernador Carlos Soria en su chacra del Alto Valle rionegrino, cuando Pichetto se comunicó con la Casa Rosada para pedir que baje la orden de llamar a nuevas elecciones. La Constitución provincial es clara en relación a la sucesión a manos del vicegobernador. Pero el senador, y gran parte del peronismo rionegrino, pretendía una solución más política que institucional. Era el candidato natural del PJ si se convocaba a nuevos comicios.
El mensaje de Cristina fue claro: nada de elecciones, que asuma Weretilneck.
Tal vez Pichetto intuía que ese cambio de nombres implicaría además un cambio de signo político y timón del Gobierno rionegrino. Y así fue. Luego de un primer año de cierta calma en la relación, Weretilneck comenzó un proceso de desperonización de su gestión, que derivó en una ruptura de relaciones. En 2013 Pichetto fracturó el bloque oficialista de legisladores, y algunos meses después el mandatario comenzó a dar forma a su partido provincial, Juntos Somos Río Negro.
El enfrentamiento llegó a su punto cúlmine en 2015, cuando compitieron en la elección provincial. Aquella campaña de los bombos silenciados. Fue una paliza: Weretilneck logró el 52,80 por ciento de los votos y Pichetto el 33,94.
Sin territorio, sin posibilidad a la vista para reinventarse, el 2020 se le prefiguraba a Pichetto fuera de la contienda política después de 36 años.
Hasta que Macri levantó el teléfono.
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Dos años después de su última derrota electoral, en 2017, Pichetto se convirtió en recio defensor del proyecto impulsado por Cambiemos y Weretilneck para instalar en Sierra Grande una central nuclear con inversiones de una empresa estatal china por 8 mil millones de dólares. Una marea de protesta ambientalista se desató en toda la provincia con excepción de Sierra Grande, donde una mayoría entusiasmada con la posible creación de puestos de trabajo apoyó la iniciativa.
Se acercaban las elecciones legislativas nacionales, y mientras Weretilneck intentó revertir las críticas ciudadanas sobreactuando la presentación de un proyecto de ley que obstruyera la construcción de cualquier central de ese tipo en la provincia, Pichetto se mantuvo firme: insistió en que era la salida para la región; argumentó que “todas las actividades del hombre contaminan, algunas más y otras menos”; habló del futuro; pidió dejar de poner obstáculos, un discurso desarrollista en la estepa patagónica. La energía nuclear, el petróleo y el turismo del estilo Las Vegas en Bariloche son el futuro de la provincia, repitió y repite.
Aquel proyecto, la polarización nacional macrismo-kirchnerismo, y cuestiones inherentes a la política local, le costaron la elección legislativa al gobernador: los candidatos de su partido provincial Juntos Somos Río Negro abandonaron la contienda después de unas paupérrimas PASO. El Frente para la Victoria arrasó en las elecciones y llegó casi al 50 por ciento. La deserción del partido de Weretilneck abrió el camino para que Cambiemos coloque una Diputada Nacional.
Pichetto no ponía en riesgo la banca. La marea ambientalista no lo afectó. Su mandato finaliza en diciembre de este año, cuando tal vez le toque presidir el Senado que habita desde 2001.
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—Nunca estuvo tan cómodo ideológicamente como con este gobierno. Está donde quiere estar.
Peronistas y radicales rionegrinos, diputados y senadores nacionales de diverso origen geográfico coinciden en que hoy Pichetto se mueve a sus anchas, que nunca —salvo por algunos momentos del menemismo— se sintió tan contenido políticamente como por el gobierno de Cambiemos.
—Es un hombre de una enorme sinceridad que expresa una concepción de la política de un nivel de híper pragmatismo —dice un peronista.
—Lo más importante de Pichetto es su capacidad de lobby en la Primera A: la Corte Suprema y los empresarios —agrega un radical. Y sigue – Es un tipo que habla con Paolo Rocca y con los cinco integrantes de la corte porque hace 17 años que está en el Consejo de la Magistratura y a muchísimos jueces los puso él.
—Tiene una llegada y capacidad de operación increíble – se desarma en elogios un viejo contrincante político provincial.
—Es la cara de una generación de políticos a la que cuesta ver. No es tan distinto al resto – matiza un dirigente del novel Juntos Somos Río Negro.
—Los que lo califican hoy de traidor son los mismos que hace unos meses decían lo mismo de Alberto Fernández – acierta un ex kirchnerista.
Pichetto fue concejal peronista, Presidente del Concejo Deliberante peronista, legislador provincial peronista, Diputado Nacional peronista, Senador peronista y dos veces candidato a Gobernador por el peronismo de Río Negro.
El paso a Cambiemos enerva a quienes lo creen deudor del PJ. Un dirigente que durante 20 años lo enfrentó en la interna del peronismo ataca: “Su actitud de ahora muestra los valores de los que adolece. No cree en la ética política, no tiene valores morales para la conducta política. No es un inmoral tiene amoralidad, carece de una estructura que le permita separar lo moral de lo no moral. Hace lo que le viene bien a él como forma de la política. Esta última decisión lo muestra así”.
Y plantea: “Pichetto estaba en un laberinto, se quedaba sin nada en diciembre, y de los laberintos se sale por arriba. Él salió desde lo más arriba que se pudo. Si a mí el peronismo me hubiese dado tanto como a él me iría a mi casa”.
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La casa de Pichetto es en Vicente López, partido al que se mudó después de muchos años viviendo cerca de Plaza Once. Irse a su casa no es una opción para quien lleva 36 años -de sus 68- viviendo de y por la política.
Esperaba el llamado que recibió esta semana, esa oferta, viniera de donde viniese.
*Por Santiago Rey para Anfibia.