Sudán: Las mujeres están en primera línea, como siempre
El país africano se encuentra cruzado por revueltas populares, en las cuales las mujeres desempeñan un rol destacado.
Por Olivia Macadré para Rebelion
En Sudán, la prensa internacional se sorprendió al ver la presencia masiva de mujeres durante la protesta que derrocó al expresidente Omar Al Bashir. Históricamente, sin embargo, no es nada inusual que las mujeres sudanesas salgan a la calle por cuestiones políticas.
En el ambiente hay una sensación incalificable. Algo entre la euforia, la asfixia y el vértigo. Subidos al gran puente de hierro que domina la entrada del sit-in, centenares de hombres lucen banderas y martillean con piedras la pasarela propagando un ruido ensordecedor a cientos de metros a la redonda.
“¡Tasqot bas! ¡Tasqot bas!” (“¡Cae y nada más!”). En todas partes la movilidad es reducida, falta el aire, las frentes gotean sudor y las camisas se pegan a la espalda. Pegados unos a otros, los sudaneses bailan, cantan y entonan eslóganes revolucionarios al son de grandes altavoces que vomitan músicas saturadas día y noche. “Al Bashir y sus cómplices, al TPI (Tribunal Penal Internacional)”, “Harami (los “impenitentes”, Omar Al Bashir y su círculo próximo), ¡están acabados!”, vociferan los manifestantes.
Están ahí desde el pasado 6 de abril y no han previsto en absoluto dejar el asedio organizado delante del cuartel general del Ejército, donde un consejo militar de transición se ha hecho con el poder tras el golpe de Estado contra Omar Al Bashir, con el apoyo popular. Entre los manifestantes, incontables pañuelos coloridos. Las mujeres están en todas partes, se agitan, saltan y fuerzan el paso con fervor entre los stands de cacahuetes, los voluntarios con pulverizadores de agua y los inevitables empujones. Las encontramos, a menudo, con una bandera sudanesa echada a la espalda, a la entrada de la concentración para registrar bolsos y confiscar bolígrafos y espejos de mano. Pero también están en la pequeña clínica montada para cuidar a las eventuales víctimas de insolación, luxación de tobillos y agotamiento. También detrás de los micrófonos en los espacios dedicados a tomar la palabra.
Al margen de la muchedumbre, se ha montado una cafetería bajo un árbol, con sillas de plástico y una pequeña caseta de chapa con una barra. Un grupo de mujeres se instalan allí al atardecer. Piden café con jengibre, charlan y ríen a carcajadas. Son estudiantes de Farmacia y de Química que acuden ante el Ministerio de Defensa cada vez que tienen la oportunidad. “Es normal estar aquí -explica una de ellas-. Venimos a apoyar a nuestro pueblo. Hombres y mujeres vibramos al unísono en esta revolución”.
De manera frecuente, se oyen gritos estridentes que desgarran el cielo, como si la algarabía del ambiente quedara de repente en sordina cuando las mujeres llegan de improviso. La zagrouda (el canto de las mujeres) se ha convertido en su seña de adhesión allá por donde pasan. En el pequeño local de la asociación de profesionales sudaneses, figura central de las protestas, Khadidja Wahid diserta sobre la necesidad de pacifismo y anima, a las que no lo han hecho aún, a comprometerse en esta lucha ininterrumpida desde hace semanas, para la formación de un gobierno de mayoría civil. “Hago un llamamiento a las mujeres para que formen parte tanto como puedan de esta revolución, de manera pacífica, porque es un contrato establecido con nuestra conciencia a pesar de la peligrosidad de la contrarrevolución que se está formando”, explica.
Aunque las mujeres son tan visibles en estas sentadas, no se han unido a la revolución dirigida por los hombres. Son muchas las que han organizado y formado las comitivas desde el comienzo de las protestas. Para lo bueno y para lo malo. Desde el mes de diciembre, más de cuarenta y cinco mujeres han sido puestas tras las rejas por su compromiso.
Adila es una de ellas. Esta joven de 28 años se califica como “activista del alma (…) porque así es como se llama a la gente que cree en sus derechos”. Fue detenida el 16 de enero en un minibús por agentes del Servicio de Inteligencia Sudanés (NISS) cuando iba con unas amigas a una manifestación cerca del palacio presidencial, para llevar provisiones a los manifestantes y hacerles el relevo. “Nos hicieron bajar, nos separaron y después nos llevaron a la comisaría de policía de Amarat -cuenta la muchacha-. Allí me vendaron los ojos y me golpearon. Durante tres días no me dieron agua ni comida, me amenazaron con violarme y con meterse con mi familia. Todas las noches me despertaban y me hacían correr alrededor del cuartel con los otros sesenta y ocho hombre detenidos, hasta el amanecer, hasta el agotamiento”.
Mediapart ha reunido numerosos testimonios de mujeres que relatan detenciones brutales similares, en las que “la violencia ni te la planteas, sabes que está ahí desde que te detienen hasta que te liberan”. Marcadas, más o menos bien tratadas en función de su etnia, algunas han denunciado agresiones sexuales; a otras les han rapado la cabeza como prueba última de la voluntad de humillarlas. “No nos han detenido específicamente por ser mujeres -cree sin embargo Adila-, sino porque éramos personas comprometidas, de la misma manera que los hombres”.
Sin embargo, un informe reciente de Human Rights Watch (HRW) dice que los servicios de seguridad sudaneses han puesto el foco sobre las mujeres y las chicas durante la represión. En virtud de la llamada “disciplina general”, que permite detener a personas -principalmente mujeres- que se visten de manera jugada como irrespetuosa, la “policía de orden público” ha reprendido y arrestado a las manifestantes por llevar pantalones, pelo demasiado visible bajo el pañuelo o por montarse en coches con hombres.
El 9 de marzo de 2019, nueve revolucionarias fueron también condenadas a veinte latigazos y un mes de cárcel por “rebelión”, cuando el día anterior Al Bashir había anunciado la liberación de todas las manifestantes detenidas durante la protesta del “día de la mujer” (la jornada de lucha por los derechos de las mujeres). Maltratada psicológicamente, privada de todo, Adila fue puesta en libertad tres días más tarde. “Una suerte”, dice. Poco después de su liberación, comenzó una huelga de hambre y volvió a manifestarse con todas sus compañeras liberadas de prisión, para pedir la absolución de las que están todavía tras las rejas. “¿Qué tiene de extraño ver a las sudanesas en la calle? -dice, molesta- ¡Claro que nos manifestamos! Si no salgo a pedir mis derechos, no me los van a servir en bandeja”.
“Quienes están sorprendidos de ver a las mujeres sudanesas participar en las protestas actuales, están perpetuando la falsa idea de que las mujeres que viven bajo sociedades patriarcales estrictas son políticamente ignorantes o no están comprometidas. Pero su participación entusiasta prueba una vez más lo contrario”, apunta Sondra Hale, profesora de Antropología y de Estudios de Género de la Universidad de California. “Las sudanesas han sido siempre activas en el plano político, como todas las demás mujeres en el mundo”, señala.
La manifestante sudanesa tiene, además, una denominación propia: “Kandaka”. “Un título tradicionalmente otorgado a las reinas nubias en el antiguo Sudán que dejaron a su pueblo la herencia de mujeres autónomas que luchan con tenacidad por su país y sus derechos”, explica en su cuenta de Twitter Hinda Makki, activista por la educación interreligiosa, el antirracismo y el derecho de las mujeres.
Sudán tiene una larga historia de activismo femenino, a menudo demasiado ignorada, desde los años 1940. Son las mujeres del norte urbano que, siendo las primeras, han formado organizaciones militantes. La más importante de ellas era la Unión de Mujeres Sudanesas, fundada en 1952 junto a otros grupos pioneros como la Liga de Chicas Cultas, la Asociación por la Promoción de la Mujer y las Hermanas Republicanas, rama femenina del grupo de reforma islámica, Hermanos Republicanos.
“Las que dirigían estos grupos eran con frecuencia bastante jóvenes, generalmente de menos de 20 años -precisa Marie Grace Brown, profesora de Historia y titular de la Universidad de Kansas, autora de Khartoum at Night, Fashion and Body Politics in Imperial Sudan-. Estas organizaciones cubrían todo el abanico político, pero ponían todo el acento en la educación y el compromiso social de las mujeres”, recuerda la especialista. “Además de estas organizaciones exclusivamente femeninas –explica-, las sudanesas se han unido igualmente al Partido Comunista, que era el único partido en Sudán que admitía a mujeres como miembros. Las militantes eran también fervientes partidarias del movimiento nacionalista. En 1953, cuando se perfilaba la independencia de Sudán, centenares de ellas organizaron una marcha desde Jartún a Omdurman”.
Algunos dirán que es un detalle de trapitos, ya que estas mujeres han utilizado sus tob (vestido tradicional sudanés compuesto por una falda amplia y un largo velo blanco) para ser identificables en el marco de su estrategia política. “Desde 1940, el tob blanco era el atuendo de cada día de las mujeres de las clases medias y superiores. Las activistas descubrieron que vestirse con modestia les permitía ser más radicales en sus reivindicaciones políticas”, apunta Marie Grace Brown.
Un uniforme reactualizado hace algunas semanas por Alaa Salah, una joven manifestante que, vestida con el hábito tradicional convertido en símbolo político, ha sido bautizada como “icono de la revolución”, mientras recita poemas a la gente, retomando así el símbolo muy conocido de la mujer sudanesa que escribe poemas a su marido que parte al frente.
“Sin embargo, es verdad que su participación en el activismo público ha aumentado visiblemente en este levantamiento”, reconoce Sondra Hale, que estima que es su exuberancia la que ha podido sorprender a los observadores. Una de sus movilizaciones ha sido particularmente entretenida: en el “Minbar chat”, un grupo de Facebook exclusivamente femenino dedicado a hablar sobre las relaciones amorosas, señalar a hombres que les gustan o perseguir a maridos infieles, han implantado un sistema de vigilancia para identificar y desvelar a agentes del NISS camuflados como civiles e implicados en la represión de manifestantes.
Si la mujer sudanesa está históricamente tan comprometida como el hombre, es portadora además de la lucha para recuperar los derechos de los que ha sido privada durante los treinta años de dictadura islamo-militar de Omar Al Bashir. A lo largo de las tres últimas décadas, el antiguo régimen -muy influenciado por la ideología islamista y en particular por el islam político de los Hermanos Musulmanes- ha limitado la presencia de mujeres en el espacio público.
En cumplimiento de la cláusula moral del Código Penal, desde 2016 han sido condenadas a flagelación 15.000 mujeres, según la Iniciativa Estratégica para las Mujeres del Cuerno de África. “Miles de mujeres han sido objeto de medidas represivas por parte de la policía y han sido retiradas poco a poco del espacio público, limitando así su activismo directo -señala esta ONG-. En consecuencia, la fuerte presencia pública de las mujeres en las recientes manifestaciones es una señal de la importancia de esta situación para ellas. Arriesgándose a las balas, arrestos y acosos, las mujeres activistas de hoy llaman también la atención sobre el hecho de que el gobierno no ha conseguido proteger a las mujeres y sus intereses”.
Según el Gender Equality Index, en 2018 Sudán estaba en el puesto 129 de 147 países sobre igualdad entre hombres y mujeres. Estaba en el puesto 109 cuando se creó este índice, en 1995. “En Sudán, el papel de la mujer es comúnmente reconocido como esencial, pero desgraciadamente la masculinidad continua viendo a la mujer como ‘sólo una mujer’”, señala Azza Mustafa, profesora de Ciencias Políticas en la Universidad de Jartún, que desea que la mujer sea mejor considerada en el seno de una sociedad acostumbrada a la influencia negativa del islamismo radical.
En calidad de tal, ha organizado hace unos días, con un grupo de activistas, “la marcha de las mujeres”. “Estaba a tope de gente, sólo nuestra comitiva reunía a más de trescientas mujeres”, explica. “Nuestra principal reivindicación era no olvidar a la mujer en esta revolución -precisa-. Tenemos capacidades políticas reales, una buena experiencia y muchos diplomas entre nuestras filas. Por lo tanto, hemos pedido que los hombres importantes dejen de mirarnos como algo secundario y hemos reclamado la formación de un gobierno y de un parlamento paritarios”.
*Por Olivia Macadré para Rebelion