Quinientas veces no en Andalgalá
El aniversario nos convoca a muchas. Las 500 Caminatas tienen muchos pasos en su historia. Pobladores que, desde hace años, dan batalla a la minería a cielo abierto en Catamarca, que rechazan Agua Rica y Pilsiao 16, que viven cansados de las promesas, el despojo y la muerte que trajo Minera La Alumbrera reciben a vecinxs de distintas localidades y provincias que se acercan a caminar y celebrar la resistencia.
Por Débora Cerutti para La tinta
Los despertares en Andalgalá tienen gusto a nuez y olor a leña. Saben a membrillo y pasas de uva. El verano suena a cigarras y el inicio del invierno, a las hojas secas de los plátanos de la plaza principal. Los despertares en Andalgalá están cargados de montaña y de dignidad. La asamblea de El Algarrobo, también.
El Urbano, vecino que lleva años en esta lucha, nos abre la puerta de su casa y, en el abrazo que nos damos, nos invita a pasar, a comer unas empanadas fritas mientras nos ponemos al día con nuestras vidas. Dejamos que el sol de la siesta andalgalense entre a las pieles, debajo de las parras centenarias que hay en el patio. Las jornadas del viernes y el sábado, mientras transcurre en el escenario el solsticio de invierno, serán largas. Hay que juntar fuerzas.
Comenzamos el viernes por la tarde presentando el libro Ideas Menores: pensar con los pies en la tierra, que publicamos desde La tinta. Una excusa, un motivo más para encontrarnos y generar reflexiones sobre los pensares que vamos tejiendo en los territorios en lucha. Nos abre la puerta de la biblioteca la Rosita. Su cadencia catamarqueña en el habla es dulce y entusiasta. Su cuerpo está cansado. Es grande el evento del día siguiente: se cumplen quinientas caminatas por la vida. Nos empieza a contar que esperan compañeras de otras localidades de Catamarca como Belén, Fiambalá, Tinogasta, Choya, San Fernando del Valle. Y que también llegarán de otras provincias hermanadas en la lucha, que se acercarán a celebrar la resistencia.
El aniversario, el número redondo, nos convoca a muchas. Las quinientas tienen muchos pasos en su historia. Pobladores que, desde hace años, dan batalla a la minería a cielo abierto. Que defienden el santuario sagrado del Aconquija y sus nieves eternas. Que rechazan Agua Rica y Pilsiao 16, que le dicen no a cualquier proyecto de muerte. Que viven cansados de las promesas, el despojo y la muerte que trajo Minera La Alumbrera.
Ellas saben que las mineras y los gobiernos mineros no dan tregua. Que es necesario permanecer alertas. Con digna rabia y alegría, caminar para seguir existiendo.
No, no es fácil sostener una lucha tan larga. El extractivismo se mete en nuestras mentes, rompe nuestros vínculos, sustrae nuestras memorias, domina nuestros deseos, se apropia de nuestros cuerpos-territorios y los destruye, los erosiona, los desgasta.
Llegamos a Chaquiago el viernes a la noche, al sitio donde, hace nueve años, en febrero del 2010, el pueblo andalgalense cortó el camino con un bloqueo a los vehículos que transitaban hacia el campamento del yacimiento Agua Rica. Por el año 2009, habían iniciado las Caminatas por la vida en la plaza de la ciudad de Andalgalá. Desde aquel entonces, todos los sábados, con frío o calor, llueva o esté la noche abierta, la caminata existe. Y se convierte en el gesto político de resistencia para persistir en el tiempo y hacerle frente al olvido.
En la vuelta al sol de este nuevo año, en la noche más larga del 21, en la vigilia de las quinientas caminatas por la vida, el fuego y el vino acompañaron las charlas, las risas, los cantos de resistencia. El encuentro con el Aldo y su humor filoso nos regaló risas. Nos trajo memorias de compañeras que están lejos. Pienso: la mecánica del mundo es para la alegría, diría Daniel Moyano.
Raúl
Raúl es vecino de Choya, nativo de Minas Capillitas. Enfermó, perdió la vista, se fue a Buenos Aires, después de 53 años, se jubiló y volvió a su pago. En su finca, cultiva pasas, nueces, pelones. Está convencido de que, si la minería a cielo abierto sigue avanzando, su vínculo con la tierra se va a perder. Con la contaminación, no nos compra más nadie las cosas, nos dice. Y afirma:
“Tenemos la experiencia de La Alumbrera, sólo nos deja la ruina, nadie se va a hacer cargo del dique de cola, con compuestos químicos irreversibles, que contaminan. Eso, un día, se viene abajo como pasó con la empresa Vale en Minas Gerais y van a desaparecer muchos pueblos”.
Le pago a Raúl las nueces que compro en la plaza donde está por comenzar el festival. Es temprano. Y le pregunto qué significan para él las quinientas caminatas. Defender la vida, responde.
Felipa
Felipa es una señora pequeñita que siempre está en las caminatas. Tiene unos ochenta años. Ahora, hacía dos meses que no estaba allí, pero me dice que no podía faltar a las quinientas caminatas. Ha caminado mucho alrededor de la plaza, dos vueltas cada sábado. Y no deja de hacerlo, pese y gracias a sus piernas. Sentada en un banco de la plaza con su bastón al lado, espera.
Urbano
Urbano tiene ochenta años y un espíritu andariego, viajero. En unas semanas, saldrá en un Citroen 13V junto a un amigo rumbo a Paraguay y, tal vez, a Brasil. “Dos meses en que no voy a estar en las caminatas”, me dice. Me cuenta también que, en la lucha, aprendió a defender el territorio y también a cuidar sus vínculos, sus amigos, sus vecinas. Y aprendió también a acompañar tantas otras luchas del país, desde Gualeguaychú hasta los pueblos indígenas de Aconquija. Me repite, como otras veces en que nos hemos encontrado años atrás, que si tiene que morir por la causa, lo va a hacer.
Anita
Anita lleva el cartel que había hecho su hermano, fallecido en los años más álgidos de conflicto con setenta años. En la represión del 15 de febrero de 2010, fue perseguido, encerrado en una camioneta de Kuntur de la que logró escaparse antes de que lo ingresaran a la comisaría. Anita vio gente enferma con cáncer. Vio la contaminación. Decidió meterse en la lucha junto a su hermano:
“Luchamos, nos amanecíamos allá, en el Algarrobo, con nieve cubriendo todo. Tuvimos la represión. Mi hermano recibió dos balazos de los Kuntur”. Ni ella ni su hermano dormían a veces de noche por pensar qué hacer al otro día “para ver uno cómo se va a defender”, me dice y llora.
Decidió salir a caminar. Ya no le dicen loca. Está decidida a no parar, hasta que se vayan.
Lidia y Nehuén
Lidia y Nehuén tienen entre cinco y seis años, y nacieron en Andalgalá. Comen locro mientras esperan que comiencen los títeres, la música y, después, caminar alrededor de la plaza junto a sus familias, y pasar frente a la sede de la empresa mientras se escracha con pintadas que dicen «Mineras Asesinas, 500 veces no». Cuenta Nehuén que, a veces, su mamá lo deja ir a las caminatas solo. Y que él camina para que se marche la minera, porque están explotando todos los cerros para sacar los minerales: «Buscan los minerales, explotan y después sacan el mineral y dicen que está bien, pero eso es ilegal. En mi escuela, a veces, no nos permiten hablar. Estamos hablando en el recreo nomás”. Me pide escucharse la voz que registré en el grabador. Me pide que le preste el grabador para entrevistar. Sale a escuchar.
Norita
Norita viene de Buenos Aires a acompañar la lucha, como tantas otras. Es una señora pequeñita como Felipa. Como Raúl o Anita, también está siempre en las caminatas por la memoria, la verdad, la justicia y la vida. Como Urbano, es andariega. Como Lidia y Nehuén, disfruta las ollas populares que se tejen al calor de las resistencias. Su edad es la de todas las luchas. Su pañuelo es blanco. Su pañuelo es verde. La Norita sube al escenario. Nos regala sus palabras, sus broncas, sus dolores, para salir a caminar.
El pueblo
Miro a mi alrededor. Miro la hora. Las once de la noche. Empezamos a caminar otra vez. Somos muchas. Somos un montón. La vida sigue insistiendo. Pienso otra vez en Daniel Moyano y sus Tres golpes de timbal. Fotografío los pasos, camino con una frase del escritor en el cuerpo, que parafraseo: «El tiempo que ellos están tardando en apropiarse del mundo nos ha permitido una demora donde hallamos cosas vitales». Cuando me siento a escribir esto, busco cómo continúa la frase. Y la encuentro importante, solemne, pero aliviadora: “En el fin de la ilusión del poder, a ellos los espera la tristeza, donde desaparecerán, la mecánica del mundo es para la alegría. Ellos nunca podrán modificar esa mecánica, ni con las manos, ni con el pensamiento”.
*Por Debora Cerutti para La tinta. Imagen de portada: Colectivo Manifiesto