Cruzar barreras, a nado
En Villa Urquiza, nació, fue deseo de Dios, crecer y sobrevivir a la humilde expresión, enfrentar la adversidad con afán de ganarle con cada paso a la vida. En mil piletas forjó una brazada monumental, con experiencia: sedienta ambición de llegar. De mojarrita, sueña nadar en todo el mundo, ¡y se esmera! Tal vez con solidaridad pudiera, la villa entera ayudar. Germán Arévalo tiene 16 años, vivió toda su vida en un barrio humilde de Córdoba y con una parálisis cerebral que afecta el movimiento de sus miembros inferiores. La natación, que comenzó para él como una herramienta de rehabilitación, lo llevó a recorrer el país, luego a San Pablo, próximamente, a Lima y, más tarde, ¿quién sabe? Germán se permite soñar.
Por Facundo Iglesia para La Luciérnaga
Tiene dieciséis años y está en su salsa, casi que literalmente: sumergido en una pileta del Estadio Mario Alberto Kempes, Germán Arévalo -que fuera del agua es tímido y de hablar pausado y reflexivo-, nada con una proeza, una técnica y una velocidad envidiables. Dos indicadores confirman lo que vemos con nuestros ojos: hoy, Germán se ubica en el puesto 7 de los espaldistas más rápidos del mundo en natación adaptada. Y, por otro lado, en su humilde casita, cuelgan -para orgullo de su familia y de su barrio entero- más de cincuenta medallas que fue recolectando desde los diez años en torneos que disputó en toda la Argentina y en otros países de Latinoamérica. ¿Su última parada? El torneo Open Loterias Caixa de San Pablo, donde obtuvo dos galardones plateados. ¿La próxima? Los Juegos Parapanamericanos de Lima 2019, que comienzan en agosto.
Germán vive, como toda su vida, en el barrio cordobés de Villa Urquiza: actualmente, comparte una casita con su madre Verónica –que es ama de casa–, su padrastro Gustavo –obrero de construcción– y Matías, el menor de sus seis hermanos. “Yo vivía en una piecita primero y, después, cuando mi mamá quedó embarazada, agrandaron un poco la casa”, cuenta. También desde que nació, padece una parálisis cerebral causada por una hipoxia perinatal, que afecta a sus miembros inferiores. “Yo lo vivo normal, porque fue de nacimiento: no es lo mismo que tener un accidente ya de grande… Además, siempre viví en el mismo barrio así que no me discriminan ni me hacen bullying, sino que me siento como uno más. En jardín, la directora no me quería aceptar, pero, en Sala de 5, fui abanderado y me felicitó”, recuerda.
—¿Cómo comenzaste con la natación?
—Yo empecé con rehabilitación en el Hospital Pediátrico a los cuatro años. Y, a los diez, un doctor me dijo que fuera a natación y que la usara como una herramienta de rehabilitación, y ahí empecé en el Polideportivo General Paz. Iba dos veces a la semana y hacía muy tranqui: algunas patadas para rehabilitar los pies. Pero un profesor me dijo que me veía condiciones y me preguntó si quería empezar a competir en Córdoba. Mi primer torneo fue al año siguiente en el Quality y ahí estaba la directora técnica de la Selección Juvenil de natación adaptada, Mariana Galarza. Y ahí nomás, me dijo que me iba a convocar para las concentraciones. Hasta hoy en día, sigo entrenando con ella.
—¿Cómo es tu rutina diaria?
—Mi padrastro me levanta a las 6:30, tomo unos mates con él y salgo a las 7 para estar a las 8 en el colegio: voy al PIT Deportivo del Kempes. Después, tengo recreo a las 12:30 para comer. A las 15, tengo pileta: hago 3000 o 3500 metros. Salgo a las 17 y me voy al gimnasio. Y a las 20 o 21, estoy en mi casa.
—¿Dirías que hay problemas en tu barrio?
—Sí, hay mucha droga, y ahora está más tranquilo, pero solían haber también muchos tiroteos.
Se suele decir que la natación es un deporte de elite y no es para menos: además de la dificultad de acceder a una pileta, el equipamiento para competir profesionalmente está dolarizado. Y, en abril, se sumó otra urgencia económica para la carrera deportiva de Germán: se jugó el importante torneo de Open Loterias Caixa de San Pablo. “Clasifiqué, pero no había quedado en la lista para viajar con la Selección: podía ir por fuera, pero me tenía que pagar todo el viaje, la estadía y la inscripción. Y no tenía además los equipos profesionales de natación”, recuerda.
—¿Y cómo hiciste?
—“Hicimos”, porque fue todo el barrio: para recaudar plata, una vecina hizo empanadas, se hicieron rifas, y en mi casa vendieron choris y organizaron campeonatos de fútbol. Siempre que salgo en algún lado, los vecinos comparten o comentan en sus redes, y en el colegio, los profesores me felicitan y les muestran a sus conocidos que yo era alumno de ellos.
Lucía Martínez, promotora barrial de la Secretaría de Desarrollo de Políticas Comunitarias del Gobierno de la Provincia de Córdoba, es testigo de esa red que se teje a diario en Villa Urquiza: “A través de los Consejos Barriales, nos llegó la necesidad de acompañar el proceso que venía haciendo Germán, y cuando empiezo a investigar de qué se trataba, me encuentro con una comunidad muy organizada en función de que pudiese viajar a San Pablo: algo que venía siendo permanente en todos los viajes de Germán”, cuenta a La Luciérnaga. “Germán estaba nadando con una malla que parecía transparente”, recuerda. “Y el Estado de Brasil que pagaba la inscripción, que cuesta 50 dólares, dejó de hacerlo”, agregó. Para posibilitar que Germán cumpla sus sueños, el Estado apuntaló el esfuerzo que venía realizando toda la vecindad, a través del Ministerio de Desarrollo Social de la Provincia y la Agencia Córdoba Deportes. Además, metió sus pies en el agua el nadador José Meolans. “Nunca me esperé eso”, dice Germán.
—¿Cómo fue?
—¡No sé cómo hicieron para conseguir un video, en el que me mandó un saludo alentándome, antes del torneo de San Pablo! Y, además, me regaló una malla de entrenamiento y unos lentes. Fue muy importante. A veces, lo veía acá entrenando, pero nunca me animé a saludarlo o a pedirle fotos…
—¿Tenés alguna otra referencia, en el mundo de la natación?
—Sí, los Fernando Carlomagno: son padre e hijo, que tienen la misma discapacidad que yo. Fueron a Juegos Olímpicos, a mundiales, todo. El padre era de mi categoría y siempre me alentaba y me decía que iba a ser su sucesor. Y el hijo, “Pipo”, es de una categoría más alta que yo, y siempre hablamos de su padre.
Con el dinero recaudado, la malla profesional comprada y los pasajes para San Pablo en mano, sucedió una tragedia en Villa Urquiza: unas semanas antes del torneo, falleció el padre de Germán: “Perdí un lunes a mi papá y el jueves tenía que salir a Buenos Aires para hacer tiempos para San Pablo”, recuerda. “Fui a Brasil sin entrenar lo que venía entrenando antes, porque me tomé unas semanas para recuperarme. Y bajé mucho mis tiempos: 22 segundos en un estilo y 12 en otro”. Sin embargo, no fue la primera pérdida que Germán tuvo que enfrentar poco antes de tirarse a una pileta: “Hace un año y dos meses, perdí un martes a mi hermano Gonzalo, y un jueves tenía que ir a Buenos Aires a competir a un Open. Y me fue más o menos”. “Lo sufrí mucho. Él me llevaba a natación en la moto y después me traía a mi casa. Siempre me acompañó a todos lados”, rememora Germán. “Me apoyaron mucho mi mamá, mis hermanos y mi padrastro, y también mi profe, que es como de mi familia”, confiesa.
—¿Qué esperás en los Parapanamericanos de Lima?
—Solo con ir y bajar los tiempos, y mejorar mi posición en el ranking nacional, mundial y de América, estoy feliz.
Cuando le preguntamos qué se viene para Germán Arévalo, sonríe. Y nos dice que no quiere enfocarse tanto en los Juegos Olímpicos de Tokio “porque es muy difícil ir”, y nos mira, con una media sonrisa, como quien no se llega a creer todo lo que dice. Germán sabe que, con su voluntad indómita, su capacidad innata y, también, con una comunidad organizada presente en cada brazada, tal vez no sea tan difícil llegar: a Japón ni a cualquier lugar.
*Por Facundo Iglesia para La Luciérnaga / Imágenes: Miguel Fierro.