Camila La Incendiaria – Parte 3
Por Ezequiel González Carrera para La tinta
Se abre la puerta del aula y una voz alta irrumpe en la clase y dice su nombre. Venga. El curso queda mudo y rompe en murmullos. Camila se levanta y sale del curso. Alguien saca el poema que estaba pegado al lado de su banco en la pared, lo dobla en muchas partes y lo deja chiquito en el banco, abrazando la ausencia de Camila. Camila camina rumbo al despacho de la máxima autoridad. En sus pasos que arden rumbo al cadalso, dice sus últimas palabras: Che Má… me metí en algo malo… así que si te llaman o algo es porque me mandé una cagada. Le graba en un audio de whatsapp urgente, con la sonrisa de una travesura más. ¡Qué hiciste ahora! Responde más urgente la Mamá. Nada, Má… una cosa sobre el aborto… Y no pudo decir nada más porque llegaron a la puerta de la verdad. Toc Toc Toc, golpea la madera. Me van a matar, me van a echar del colegio. Mirá todo lo que pasó en menos de una hora por mostrar algo diferente, piensa en el segundo antes de que se abra la puerta, pero no me arrepiento, si lo pudiera hacer de nuevo lo haría.
-¿Sos una crack?
-¿Si soy una crack?- se toma unos segundos para pensar y el chupetín hace rato que es chicle- Yo me considero buena en el sentido de que quiero llegar a ser algo grande.
-¿Qué?
-Quiero que me reconozcan en otros lugares- Camila me cuenta que, el año que viene, se va a jugar a Europa, alentada por aquel entrenador que tanto la quiso y que, desde hace un par de años, la quiere allá. Pero era muy chiquita antes.
-¿Y tu vieja qué dice?
-Al principio, se asustó, pero, ahora, está chocha porque cree que voy a progresar y madurar mucho porque voy a estar viviendo sola, teniendo una nueva vida, haciendo lo que amo.
-¿Te la vas a bancar?
-Me la voy a bancar. De eso se trata: de aprender. Como sea, pero me la voy a bancar.
Camila tocó la puerta de nuevo.
Sí, pasá. ¿Qué anda pasando, Camila?
Nada anda pasando.
¿Qué fue lo que hiciste?
Puse un poema que había escrito yo como una opinión mía.
Lo que pasó en ese despacho todo el tiempo que duró aquel mano a mano, solo lo saben Camila y la máxima autoridad. Hoy, en la cantina del capuccino y varias semanas después en aquel bar del futuro, Camila me cuenta y me contará lo que ella vivió y sintió en ese momento.
A Camila le salpicaba la impotencia y quería levantar la voz, pero la máxima autoridad le decía que se calme. Ninguna se trató de menos, ninguna se trató de más. Camila no se amilanaba y vomitaba sus ideas que defendía con los pelos erizados. Recordaba y escupía otros momentos de intolerancia, como aquel acto del día del profe que no los dejaron vestirse de varón a la mujer ni de mujer a los varones, no vaya a ser cosa que… Se indigna Camila, que sube la voz y se sigue acordando. Esto venía de mucho tiempo atrás y ellas bancaban, bancaban, hasta que el poema reventó todo. Camila escucha que la máxima autoridad esgrime que no sabía algunas de esas cuestiones. Siguen dando vuelta en su cabeza los recuerdos que la ceban, pero no los larga todos, algunos solo los piensa. ¿Educación sexual?, la poronga, no tenemos nada. Bueno, sí, en sexto grado, y yo pregunté cómo se pone una toallita femenina… ¿me entendés? Y le sigue dando mucha bronca porque las cosas re lindas que podríamos hacer en los talleres, la violencia de género, el machismo, ¿entendés? Porque, claro, ellos dicen: a mis hijos les voy a enseñar yo, y les preguntan ¿che papi, cómo crecí? Te trajo la cigüeña… dale, pelotudo… ¿entendés?
En esa calesita interna de pensamientos, vuelve a lo más reciente y le dice que en el colegio no hay libertad de expresión, hay adoctrinamiento, que no estoy poniendo este cartel para que las personas piensen como yo, sino para el debate, en cambio, ustedes cuelgan los carteles generando adoctrinamiento, y tal y tal y tal.
Y respira.
Sí.
Sí, es así. Dice Camila que le dijo la máxima autoridad. Que esa era la verdad. Esa respuesta fue lo primero que le sorprendió aquella mañana eterna.
Sus padres, cuando los meten en este colegio, saben que van a ser de una manera. Dice Camila que algo así le dijo la máxima autoridad.
O sea que, si estamos todos en una fila y vamos todos para el mismo lado- le dijo Camila mientras hacía la mímica como si fuera en una fila-, qué pasa si yo me escapo o me voy de la fila un poco, ¿vos me querés meter de nuevo? Camila se rió de impotencia o vaya a saber por qué. Así me están enseñando a que piense como ustedes y no a que piense. A mí hay cosas que me encantaron de este colegio, pero estaría bueno que cada uno sea libre de pensar como quiera.
Hay que tener cuidado con la imagen que se les da a los mas chiquitos, que miran todo lo que hacen ustedes y van a querer ser iguales. Imaginate que los padres, cuando entran al colegio, no pueden ver esas cosas en contra de sus principios. Van a querer sacar a sus hijos del colegio. Pero vos, si querés, te podés ir de este colegio, aunque ya no te conviene. Voy a tener que hablar con tu mamá, pero no te vamos a sancionar, dice Camila que le dijo.
-¿Y por qué me iban a sancionar? ¿Por colgar un cartel que tiene un poema? Yo creo que, si me hubiesen sancionado, la gente de los cursos hubiera saltado. No les convenía. Pero también creo que hay gente que esperaba que yo subiera al curso diciendo me echaron o me suspendieron. Compañeros, profes, yo te digo que me miraron mal… por mucho tiempo. El cierre que me dio era que el colegio es así y es así, y va a seguir siendo así por muchos años- me dice Camila con los ojitos todavía incrédulos, decepcionados, un poco más triste.
Camila sale drogada de no sabe qué, con la cara de William Wallace cuando cae la careta de Bruce. Anestesiada, llena de ¿tristeza? ¿decepción? Todavía no puede distinguir. Embobada, desbloquea la pantalla de su celular y le da play. ¡No, Camila! Para qué te metés… Pudo escuchar el mensaje de whatsapp que le había respondido la mamá.
Ya era recreo y qué pasó qué pasó qué pasó, la abrumaban sus compañeras y compañeros. ¿Pero y qué pasó, de verdad, qué pasó? Se preguntaba Camila, también, anonadada todavía por la inercia de. ¿Qué pasó? Cuando te enterás que Papá Noel no viene, Papá Noel ya no viene nunca más. Y Camila, sorprendida, piensa qué impresionante que me hayan develado tremenda verdad, que las cosas eran así y listo. Entonces, Camila empieza a caer como quien cae de saber que es el único que sabe un secreto… era verdad, lo que pensaba era verdad… murmulla. Y lo estoy sabiendo yo y no lo va a saber más nadie… no se lo van a decir a nadie. Era verdad… tenía la esperanza de que todavía sí pudiera haber libertad de expresión en el colegio, que sea algo que uno piensa, pero nada más… Pero no… era verdad. Siente una decepción parecida a cuando se enteró de que no se sancionaba la ley, de decir: ¡mierda, era verdad!
La manada que la rodea ávida de respuestas, qué qué qué qué Camila qué qué qué qué y Camila toma aire, como quien ya perdió la guerra, y tiene que contar a los más chicos que los reyes magos son los padres, les cuenta la triste verdad, que no son los camellos los que comen el pasto, son los padres de noche. No lo podían creer. Les sigue contando y el asombro adolescente va sin dirección, ¿¿¿pero y no te pusieron nada??? ¿¿¿Te llenaron de amones??? ¿¿¿Te dejaron libre??? ¿¿¿No van a llamar a tus papás??? ¿¿¿No te van a expulsar??? No no no no no. Todos estaban más pendientes del castigo. ¡Qué importa el castigo, mierda! ¡El castigo es lo otro, lo que no nos damos cuenta! Camila, malherida… mierda… toda la vida acá en este colegio… y recién ahora… mierda… me dolió. Camila está dolida, había recibido el tiro de gracia sola, encerrada en una pieza fría, como aquel de La Higuera.
Al ratito que ella salió de aquel despacho, entró su mamá. Y después de otro rato, salió.
Está todo bien, quedate tranquila, ya salí del cole. Hablé con la máxima autoridad, está todo bien, es piola, después hablamos, le dejó en un audio la mamá a Camila, que se tranquilizó, porque pensaba que se había mandado una cagada y la mamá la iba a retar. Pero no, incluso después, cuando se encontraron a la salida del cole, le volvió a decir que estaba todo re bien, ni te hagás drama, no tenés que ponerte a pensar en esas cosas en este colegio que tiene sus ideales, ni te preocupes. Cuando la mamá le decía todo esto, Camila estaba con dos compañeras más chicas que la estaban felicitando por lo que se había animado a hacer y se quedaron impactadas con las palabras de su madre. Qué piola que es tu mamá, mi mamá se entera que hice eso y me pone en penitencia por un mes, confesaba una de ellas a la que no la dejan ir a las marchas feministas. ¿Por qué hay tantos padres que no dejan que sus hijos sean?, piensa la Cami cuando mira a su compañera, pero no se lo dice. Aquel final de jornada, Camila cruzó la puerta del colegio como Truman cuando sale de su show.
-¿Todavía tenés el cartel con el poema?
-No. Se perdió… lo dejé en el cole, abajo del banco, y desapareció. Ya está, qué me voy a hacer problema por eso… era más el aura del cartel, no el cartel en sí.
-¿Sirvió de algo el poema?
-Para mí, sí.
-¿Te lo sabés de memoria?
-¡No! No me sé nada de memoria yo… ni las tablas, o sea que imaginate- se ríe.
-¿Cómo empezaba?
-Ni siquiera sé cómo empezaba. No me lo sé ni a palos.
-¿Qué falta, Cami?
-Quiero saber qué te generó el poema a vos.
Y nos fuimos de aquel bar de diciembre, cada uno para su lado. No me aguanté y me di vuelta para mirar cómo se iba yendo, con esas piernas largas de jugadora de hockey, la caminata abierta, la seguridad en sí misma, la desfachatez. Ojalá nunca confundas hacerte adulta con darte por vencida, dijo el poeta. ¿Puede acaso un poema cambiar algo? ¿Cuánto tiempo se seguirá hablando de vos en aquel colegio, de tu revolución, de tu libertad?
Mucho tiempo después, todavía no me puedo sacar la luz de sus ojos mielmarrones con las pestañitas para arriba, su sonrisa de a ratos, su hablar rapidísimo, su acomodarse el pelo para un lado y para el otro. Imagino sus jugadas de junio en Australia, porque, finalmente, se fue a jugar al hockey al país de los canguros y vive sola, doce horas antes que todos nosotros. Cuentan que, por momentos, se siente triste o alegre: se siente mortal. Pero yo todavía la recuerdo así, eterna e incendiando mañanas.
Porque ganó la corrupción
la muerte y la clandestinidad,
las cosas van a seguir igual
y a vos no te va a importar
Que te pesen en la espalda
que te pesen sus vidas,
que a nadie vos salvaste
sin tu empatía.
Porque seguimos luchando
y esto no termina acá,
porque nos queremos todas juntas
y esta ley sí saldrá
Por la muerte de aquellas
que no lograron llegar.
Por la muerte de miles
que les robaron su dignidad
Porque es nuestro cuerpo
y nuestra voluntad.
Porque aún tenemos voz
y no nos podrás callar.
Porque siento su sangre
correr por sus casas,
porque siento su miedo
a ser rechazadas
Que se mueran las madres
escuché en el Congreso,
que la valentía es eso,
morir en el intento
Perdón a todas
las que pasaron por esta situación.
Se ve que la sociedad
no aguantó la revolución.
Seguimos en una vida
donde no nos duelen las muertes
¿Decime qué significa
que se sigan muriendo mujeres?
La humillación desborda
a media sociedad,
pero algunos no escuchan
para no ver la realidad.
Tapate los ojos
seguí con tu vida,
Hacé de cuenta
que no se nos van las pibas
Te duelen mis palabras
te irrita mi pensamiento
¿Acaso no escuchás
a quienes murieron en el intento?
Somos la voz
de miles de muertes
no pararemos
hasta que se reconozca el presente.
(Solo las primeras tres estrofas del poema fueron las que Camila escribió en el cartel que pegó en su colegio aquella mañana).
*Por Ezequiel González Carrera para La tinta / Imagen de portada: Eloisa Molina para La tinta.