Camila La Incendiaria – Parte 2
Por Ezequiel González Carrera para La tinta
¡¡¡Tiiiiiimbreeeeeeeeeeeeeeee!!!
Camila salió disparada del aula fría y triste cuando las campanas doblaron. En el recreo más importante de su vida, Camila estudia el terreno, mejor acá, en la columna cerca de la escalera, así todos y todas lo ven sí o sí cuando suban. Planea su golpe con la mirada del estratega en plena guerra de guerrillas. Lo despliega, gigante, y presenta frente a la columna. No, Camila, qué estás haciendo, dicen algunas compañeras que ya se la ven venir. No, estás flasheando una banda, Camila, las que piensan en contra. Otros pasan y ni le hablan, no hace falta, sus miradas gritan. Ella ya no escucha, sabe lo que tiene que hacer, porque la batalla en la madrugada se perdió, pero yo sigo luchando verde y erecta como la vegetación que todavía crece en Sierra Maestra. Camila está ida. Poseída por las fuerzas verdes y su propio fulgor. Ya presentó su obra en la columna y ahora lo empieza a pegar con una cinta a la pared, con la suficiente altura como si fuera la Gioconda en el Louvre. Es mucho más que eso, claro. Lo sigue pegando, un amigo le sostiene la cinta y le da fuerzas, yo te banco a morir, Cami.
Y lo pegó, nomás.
Camila prendió la mecha.
Ahora, retrocede unos pasos, lo mira, rodeada de chicas y chicos de tercer año, que son los que estaban más cerca. Y se va. Se corre varios metros para apoyarse sobre una pared.
El tiro ya salió del fusil.
Que empiece la revolución de la poesía.
La marabunta adolescente, que se dividen en peterpanezcos y adultos antes de tiempo, va leyendo el poema. No alcanzan a terminar que ya sacan fotos y fotos y fotos y fotos y fotos y Twitter, Instagram, Facebook. Directo a la eternidad líquida de lo virtual, donde vivimos paralelamente. Antes de todo y de nada, el poema ya está por todos los rincones, afuera del colegio, por toda la ciudad, ya no hay vuelta atrás. No hay lugar para la indiferencia, no cabe. No puede caber.
¡Cami, qué bueno que está! ¡Huevazos! Le dicen algunos cuando pasan a su lado, a metros de allí, donde ella se había apostado para mirar lo que pasaba, y seguían, se iban, y venían olas y más olas de adolescencia desenfrenada. Miraban se acercaban miraban se acercaban miraban y le decían lo mismo, ¡qué crack, qué huevazos! Te banco, Cami. ¿Por qué todos tienen tanto miedo de hacer algo diferente acá? ¿Tanto miedo tienen a que los castiguen que no se animan?, piensa ella. Camila se animó, claro. Camila prendió la mecha. Pero no todos la aplaudían. Algunos miraban, ay qué estúpida, una pelotuda, se quiere hacer ver esta forra. Sea como fuere, frente al poema gigante, cada vez había más gente y de todas las edades adolescentes, gritaban ¡mirá mirá! y seguían saliendo de los cursos, iban a ver y estaban todos impactados, decían nooo nooo y, entonces, Camila con una sonrisa hasta acá, nada de mediolados, entera y más allá. Se decía ¡sí! está funcionando, es lo que quería, que la gente se alborote por algo diferente, para ver qué pasaba, entonces, justo se acerca su compañera de quinto que milita la misma causa y se reconocen en sus miradas verdes.
-Me tocaban así y me decían muy bien lo que hiciste, otros se cagaban de risa, había quienes se lo tomaban en serio y se notaba, y la gente que le chupaba un huevo y le chupaba un huevo.
-¿Y vos qué hacías?
-Yo miraba. Hasta que veo que se iban acercando los profesores-, dice y empieza a apagar su voz, ya no suena con la vida del poema irreverente.
Su voz interna cambió de golpe porque, de nuevo, el timbre para entrar, pero nadie nadie nadie entraba, aquel poema había alborotado a todo el colegio. De la manera que fuere, algunos contentos, otros con odio, algunos esperando a ver qué iba a pasar, otros con los dedos acalambrados de tanto mandar en redes la revolución en su colegio católico. Las cabezas más tristes y morbosas esperando a ver qué sanción iba a caerle a esta irreverente, pidiendo fuego para la bruja bella, quién se ha creído, adónde se piensa que está, siempre queriendo hacerse ver, ya vas a ver ahora. Y el timbre, las campanas, seguían sonando largo, largo, largo como una alarma de incendio, porque parece que alguien, advertido de la situación, tuvo que seguir la orden de tocar el timbre antes de tiempo. Así se oirá el rumor, tiempo después.
¿Por quién doblan las campanas? Por vos, Camila La Incendiaria.
La puerta de la sala de profesores se abre. Con sus bolsitos y carpetas bajo el brazo, miran a las ovejas rebeladas, excitadas. Entren, entren, entren vamos entren todos a los cursos, entren a escucharnos que tenemos cosas para decirles que les van a servir para toda la vida. ¡Vamos, entren!
La primera profesora que pasó por al lado del cartel dijo con su cara de todos los días: llamen a los otros profes o a las autoridades. Porque nadie se quería ir. Las ovejas seguían bailando en el fuego, sonrientes, libres por un rato. Los profesores leían el poema y seguían gritando ¡entren entren entren a sus cursos, vamos!
Y aunque nadie nadie nadie entraba, el arreo de ovejas se hace o se hace. Por las buenas y, si no, con la fuerza de la coerción, que, desde chiquitos, deben aprender a legitimar la violencia de la represión. Saquen sus ametralladoras de amonestaciones, y amonestaciones a la manchancha como esquirlas que se meten como larvas y pudren a los niños para ser buenos grandes. No hizo falta, el miedo es suficiente.
Afuera de las aulas, solo quedan dos ovejitas negras bajo el poema verde. Se acomodan espalda con espalda y, al tocarse, se convierten en leonas. No lo van a sacar, piensan Camila y su compañera. Pasa una profe y le dispara algo así como que por qué hiciste esto, qué pretendés. Quiero mostrar mi punto de vista y lo que mucha gente piensa también, me parece que está bueno que tengamos diferentes opiniones y que podamos convivir en el mismo ámbito, sin generar problemas, gruñe Camila.
Allá viene, se dicen, y esperan agazapadas a la autoridad que llega y les pide que lo saquen. No lo voy a sacar. Si no lo sacás vos, lo voy a sacar yo. Sacalo y lo pego de nuevo, le responde Camila. Sacalo, sacalo porque acá somos una institución católica y no permitimos esto, dice Camila que dijo. Camila la mira con fuego y se atrinchera debajo de su poema y no para de gruñir. La autoridad no lo saca, se va. Ganaste, Cami.
Pero ahí vienen ellos, sus caras de barba, nuez de Adán y pelo en pecho. Allá vienen los hombres con su voz gruesa a solucionar el problema.
-¿Por qué escribís?
-Mmm… -Me hace con su cara y su chupetín que está chiquiiito y el chicle ya es casi una certeza.- Porque soy una persona muy cerrada, todos los problemas los tengo que solucionar conmigomisma. Aunque sea demasiado extrovertida con otros temas, pero el tema de los sentimientos… no me gusta para nada. Es una manera de sentirme más libre y menos tensa, lo saco y me descargo, ¿entendés? Tampoco me gusta que me vean llorar, el deporte me hizo así, ni cuando me pegan.
La veo y me acuerdo aquella mañana que Camila llegó con el ojo destrozado y morado por culpa de un bochazo, y ella sonreía y sonreía, hinchada en una cara que no se reconocía.
-¿Pensás que está bueno eso?
– No. No está nada bueno. Hay momentos en los que digo mierda… intentá demostrar algo de empatía, y no puedo. Es un problema. Nunca le dije a mi mamá te quiero, ¿me entendés? Nunca la saludé a mi hermana con un beso. La única manera que puedo demostrar más amor es en el deporte: abrazar a alguien o preguntarle cómo te sentís. Si no, no hay forma.
-¿Tenés pareja?
-No, nono. Ni tampoco quiero.
-¿Nunca estuviste enamorada?
-Es un problema eso. Estuve enamorada, pero después. Porque lo alejé. Estaba convencida de que no lo quería y lo terminé queriendo después.
-¿Y?
-¿Qué?- Responde sin querer hablar.
-¿Y qué pasó?
-Y bueno, es todo problema mío, como no puedo demostrar amor… no me permití que él me demostrara, entonces le dije que no, que quería que se aleje y después me di cuenta de que sí lo quería.
¿Y por qué no volviste?
-Porque… – afina la voz-… no pude. Es mi manera de ser, no puedo.
Algunas semanas después de hoy, su ex le va a mandar un mensaje de madrugada, borracho, diciéndole que quiere hablar con ella, decirle cosas. Y Camila, cuando se levante por la mañana y escuche el mensaje, va a decir en voz alta: nooo, maaan, qué flash, se va a sonreír, hasta va a sentir que se le mueve todo. Y aunque él después nunca le diga aquellas cosas porque es un cagón, ella hoy, que no es hoy, sino algunas semanas después, quiere que se las diga porque, insiste, este chico le movió todo. Fue la primera persona que quiso así, la única. No sé si me lo chapo de nuevo, pero me gustaría hablar de esas cosas, pensará.
El timbre hace lo suyo y destroza este silencio, insoportable como el destierro, que se hizo después de su primer amor y me da fuerzas para decirle ya vamos a volver ahí. Se sonríe. Entonces, le recuerdo una clase en la que ella contaba algo y alguien le preguntó qué pensaban sus viejos sobre eso. No me importa qué piense mi viejo, respondió enojada y bajó su mirada a una hoja que empezó a dibujar para no volver a meterse nunca más en la clase.
-Mmm… no. No me acuerdo de eso. A mi papá no lo quiero.- La Cami se mueve en la silla, se vuelve a mover y se vuelve a mover. Me esquiva la mirada- O sea, que mis papás se separaron no me molesta para nada, fue hace un montón, yo estaba en primer año, o segundo. Yo lo quería mucho a mi papá, pero… o sea… hace unos meses… ehhhh…. Me dijo que ya no quería ser mi papá… se emancipó… y se fue.
-¿Fue una decisión de él?
-Sí. Me dijo que no me quería más en su vida. Así que… hace mucho no lo veo.
A la pequeña guerrillera de la poesía, la guerrera del medio campo del club y la selección cordobesa, la mejor de todas, la que no llora, la que se animó a poner a todo un colegio en vilo y de rodillas, a la irreverente pícara maradoniana se le empiezan a notar agüitas en los ojitos. No lo puede evitar y las lágrimas empiezan a ser muchas, no le alcanzan las manos para limpiarlas rápido mientras me mira y no me quiere mirar. Incendiaria, Camila, qué ganas de abrazarte.
-Bueno, no hablemos más de eso-, le suelto culpable mientras se sigue secando.
-Tá bien…- se disculpa.
-¿Querés tomar agua?
-No, no, está bien. Te juro que estoy bien- Se ríe raro.
La dejo de molestar por un rato: una pregunta es siempre una intromisión, dijo alguien. Las lágrimas no ceden. Me mira y se sonríe de nuevo. Chupa su chupetín sin bolita.
Ahora no me dice nada más. Pero, varias semanas después, sentados en un bar, me dirá con una vocecita poco convencida de que si me querés preguntar algo, todo bien. Y, entonces, en aquel bar del futuro, me va a contar que su papá no quiere ser más su papá, que la culpa de muchas cosas, de su separación, que la ve como un problema. Entonces, ella ya no le ve sentido, aunque el otro día se lo cruzó de casualidad y le re impactó. Lo quiso ir a saludar y se le acercó un poquito para ver qué onda… y él se dio la vuelta y se fue. No hay forma que no me haya visto. A mí me mató eso, dirá. Soy tu hija, loco. De chiquita tenía mucha relación con él, me enseñó a pescar, fuimos a un torneo de pesca juntos, todos varones y yo la única hija, pero no sé… como que me ve y se acuerda de mi mamá y me culpa a mí, se la agarra conmigo. Después de la separación, seguía todo re bien, todos los miércoles comíamos juntos, los sábados me iba a ver al club. Le agarró la locura, se puso con una mujer y se fue distanciando más, recordará. Camila me va a contar que su padre también tuvo comportamientos violentos, sabía gritarle furiosamente y, a veces, hasta le tuvo miedo en serio. Una vez, estaba tan agresivo que unos hombres debieron tranquilizarlo y, entonces, ella se pudo escapar corriendo a lo de su abuela. No quiero que lo veas más, le dijo su madre. Con mi mamá, nos llevamos muy bien, muy bien. Pero con mi papá… ya no le veo el sentido. O sea, yo lo amo, es mi papá, pero si no me quiere ver… es duro… hace meses que no lo veo, ni mis amigas del cole lo saben. ¿Qué les voy a decir? ¿Que mi papá ya no me quiere?
Ya llegaron los hombres mayores hasta el poema verde, donde esperan Camila y su compañera. Les dicen que no pueden hacer eso. Que si quisieran hacerlo en otro lugar, pero que en este ámbito no se puede. La compañera que defiende a Camila, mientras escucha a los hombres, piensa ¿cuánto daño puede hacer un poema? Si nos hubiesen dejado hablar antes, pero acá casi todos militaban a favor de las “dos vidas”, con charlas, videos, y se convence de estar acá, no porque la Cami no se pueda quedar sola, pero juntas somos más fuertes.
A Camila la impotencia le sube tan rápido como la rabia y se saca, no le importa si los tiene que putear. Siente que ellos la están tratando para nada bien. ¿¡Qué!? No estamos incentivando a nada, los que están incentivando son ustedes que pegan carteles por todo el colegio diciendo salvemos las dos vidas, yo acá lo que estoy poniendo es mi opinión, retruca Camila la brava, señalando con el dedo su firma, su nombre que escribió a tiempo y sonriente al pie del poema y al lado de la frase “que haya libertad de expresión”. Esto no es adoctrinamiento, sino algo de libertad, seguía.
Mientras Camila ardía de vida y peleaba por su poema, cada tanto, veía cómo se asomaban las cabecitas por las ventanas de todos los cursos. Ellas estaban sacadas porque los hombres no las entendían. Hasta que, en un momento, callate y escuchame, porque no lo voy a sacar, no lo pienso sacar. Uno de los hombres tenía un discurso más institucional y el otro, un discurso más católico. Entonces, el católico le criticaba sus ideales y el otro que sus ideales no tenían lugar en la institución. Se complementaban, pero ninguno se lo decía de buena forma, sentía Camila que interpretaba sus mensajes como una amenaza, porque si no sacás esto, va a pasar tal cosa. Andate porque no te soporto, le dijo al católico, vos no tenés idea, te enojás con las chicas que traen el pañuelo verde, hace un par de meses que estás en este colegio y no tenés idea cómo funcionan las cosas, le dijo al católico, ¡andate! Y se fue, el católico había caído ante la leona infernal de 17. Solo quedaba el institucional frente a las dos leonas con los colmillos dispuestas a todo, arrinconadas. Las miró. Dejen de hacer acting, vayan a sus cursos y, cuando estén más tranquilas, seguimos hablando de esto, escuchó Camila que decía mientras se alejaba. El cartel con el poema gigante quedó ahí, malherido, pero de pie. Pegado en aquella columna verde que Camila y su compañera habían defendido hasta el último. Las leonas habían vencido.
Camila se fue a su curso. Abrió la puerta y entró gigante y oronda. A los pocos minutos, alguien le acerca el poema más valiente del mundo dobladito en varias partes. Tomá Cami, lo sacaron.
-Entonces, lo pegué al lado de mi banco, en la pared, la profesora ni lo vio. Pero la que entró después, en la otra hora, me miró con cara de orto.
-¿Creés que alguien cambió de opinión por el poema?
– No. No creo que nadie haya cambiado de opinión. Cada uno lo puede haber interpretado como quiso, algo lindo, feo, ofensivo, libre, poético. Al que le generé algo malo, puso cara de orto y al que le generé algo bueno, subió la fotito a Instagram y puso: hermoso lo que escribiste. ¿Me entendés?
-¿Sos rebelde?
-Yo creo que, por momentos, soy bastante rebelde.- Se ríe.-
-¿Pensás que la rebeldía es una cuestión de edad o de época?
-No, para nada. Para mí, la rebeldía es mostrar algo diferente a lo que se espera o escaparse de los límites, salirse de las líneas. No creo que sea una cuestión de edad, más bien de la persona, de cómo sos.
Se abre la puerta del aula y una voz alta irrumpe en la clase y dice su nombre. Venga.
*Por Ezequiel González Carrera para La tinta / Imagen de portada: Eloísa Molina para La tinta.