Hacia una cultura de elite
Desde que asumió el gobierno de Mauricio Macri se llevó adelante un proceso de desmantelamiento en el terreno cultural a través de la eliminación de ministerios y de recortes presupuestarios. En un escenario de crisis y ajuste económico, ¿en qué lugar queda el desarrollo de la cultura?
Por Antonella Madarieta, Verónica Carpintero y Gisela Cassettai para UN RATO
“Hay que acabar con las elites, pero no matando a todos los que están dentro, sino dejando entrar a todos los que están fuera”. Ese era el pensamiento de Jorge Wasenberg, físico español, quien consideraba a la palabra élite como el arma más eficaz contra la ciencia, el arte y la revelación intuitiva; un vocablo que, según él, hace tambalear derechos y deberes humanos fundamentales.
Desde que asumió el gobierno de Cambiemos se llevó adelante un proceso de desmantelamiento en el terreno cultural a través de la eliminación del Ministerio de Cultura de la Nación, y su reducción a una secretaría dependiente del Ministerio de Educación, renombrado a su vez como Educación, Cultura y Ciencia y Tecnología. El cambio radicó principalmente en el presupuesto, la cantidad de personal e incluso el área de competencia. De esa manera se limitó y disminuyó el apoyo a la multiplicidad de espacios culturales y la pluralidad de expresiones que existen desde el arte en el país.
Gobiernos como el actual, con un perfil neoliberal, ven a la cultura como un gasto, a menos que se utilice para respaldar eventos de consumo masivo, promotores de una cultura vacía pero, además, excluyente de toda diversidad.
Por caso, la Ley de Mecenazgo Cultural de la provincia de Buenos Aires propone que las empresas financien proyectos culturales a cambio de reducciones impositivas. Así, el Estado cede al sector privado la iniciativa para que defina cuáles son los proyectos que merecen ser financiados. Desde el ámbito de la cultura independiente cuestionan que bajo esa ley son beneficiadas mayoritariamente las fundaciones y asociaciones de amigxs de teatros y museos públicos.
En lo que refiere a programas de fomento de las artes, desde el 2016 a la fecha, se disolvió el Ballet Nacional de Danzas, dejando sin trabajo a 60 personas entre bailarinxs, técnicxs, maestrxs y vestuaristxs.
Por otro lado, se produjo el vaciamiento y ajuste en los programas: Becar Cultura; Fondo Argentino de Desarrollo; área académica de la Dirección de Elencos Estables; Factoría en Danza; Comisión Nacional de Bibliotecas Populares; Red Puntos de Cultura; Lenguas Originarias; Orquestas Infanto-Juveniles y el concurso “Vamos las bandas”.
En el ámbito de la música, el Programa Orquestas y Coros Infantiles y Juveniles para el Bicentenario entró en una grave crisis. Este programa acercaba la educación musical gratuita a 20 mil chicxs de barrios vulnerables de todo el país, agrupadxs en 161 coros y 140 orquestas. Fue totalmente descentralizado, es decir, transferido a las provincias; se suspendieron actividades, giras, presentaciones, se redujo la cantidad de instrumentos disponibles y caducaron contratos de lxs maestrxs.
En este contexto, los movimientos culturales autogestivos e independientes son los más afectados: muchos se declararon en emergencia y otros cerraron sus puertas por la imposibilidad de costear los gastos que implica mantenerlos en funcionamiento.
En los últimos años, se vieron circular en la redes sociales posteos que decían «cerramos por varias razones: aumentos de alquiler e impuestos que hacen insostenible mantener un espacio»; ”está muy mal el país, la cultura es lo primero que se reciente”, entre otros. A esto se sumó el recorte que comenzaron a hacer las personas al dinero que destinan a la recreación artística.
Esta situación se percibe especialmente desde la Asociación Argentina del Teatro Independiente (ARTEI), que nuclea alrededor de 25.000 personas y desarrolla más de 700 funciones, alcanzando miles de espectadorxs. Esta entidad accede a subsidios que sólo cubren entre el 5 y el 30% de los costos de su financiamiento, y el pago de estos fondos se encuentra atrasado desde 2018. A ello se suma el aumento de las tarifas de los servicios, que entre 2017 y 2018 aumentó un 300% mientras que las entradas no obtuvieron un aumento mayor a 25%.
En el sector audiovisual, por su parte, las ramas más afectadas fueron el cine y la televisión. En consecuencia, la Multisectorial por el Trabajo, la Ficción y la Industria Audiovisual Nacional se declaró en estado de “alerta permanente” y anunció un plan de lucha federal.
En primera persona
Inmersa en esa coyuntura, la cantante y actriz Mara Santucho afirma que el gobierno de Mauricio Macri “tiene una mirada cortoplacista y hegemónica, que aviva la idea de que la cultura es de élite, para pocos, como varias de las medidas políticas que tomaron”.
Desde la experiencia que vive a diario como artista y productora cultural, Mara relata el modo en que los recortes del gobierno están afectando al mundo del arte: “Yo que me vinculo mucho al cine y este tiempo no habido casi producción en comparación a lo que venía pasando. Los canales que tenían mucha producción nacional, vinculado a lo que fue la televisión digital, repiten la programación y hay pocos contenidos nuevos”, cuenta.
Con respecto al teatro, explica que aunque se concurse para becas que se dan como incentivo, el dinero llega mucho más tarde de lo que llegaba en gestiones anteriores, lo que termina afectando la actividad artística de quien la recibe.
“Lo mismo ocurre con la música, hay lugares en donde se está dando la cuestión de ‘a la gorra’ porque todos tenemos que seguir trabajando, entonces se van buscando alternativas”, dice la música cordobesa. Y agrega que hoy en el país “no hay garantía de dinero que deje vivir a la gente que hace cultura”.
Siguiendo estos planteos podríamos decir que la pérdida de apoyo estatal experimentada actualmente por la actividad artística y cultural sólo afecta a quiénes se desarrollan en esos ámbitos. Pero no es así, ya que la cultura lo atraviesa todo: constituye la columna vertebral de la sociedad y tiene un papel fundamental para su desarrollo. En ese marco, los espacios culturales son herramientas de acercamiento a los lenguajes artísticos y posibilitan el encuentro entre vecinxs consolidando una identidad barrial y ciudadana.
¿Cómo resiste el arte?
La potencialidad que tiene lo cultural para transformar la sociedad no la ignoran los gobiernos, pero tampoco el pueblo. Por eso, en los últimos años, muchos espacios artístico/culturales continuaron funcionando gracias a la voluntad de lxs artistas que mantuvieron las actividades a pesar de las decisiones políticas del gobierno de recortar los presupuestos y disolver programas de incentivo y apoyo a las actividades artísticas.
A su vez, diversos sectores vinculados a la cultura se organizaron para presentar proyectos de leyes que contrarresten la crítica situación que atraviesan y garanticen el apoyo estatal.
En 2017, el Frente de Artistas y Trabajadores de las Culturas (FAyTC) presentaron en el Congreso de la Nación un proyecto que pretendía ser un marco legal para la implementación de políticas públicas claras. Una de las cuestiones claves de la propuesta establecía que el presupuesto para el área de cultura no sea inferior al 1% del presupuesto total. Frente a ello, el gobierno ha destinado sólo el 0.037% del PIB para el presupuesto 2018.
Al mismo tiempo y en función de este tipo de iniciativas, en este caso vinculadas a la desigualdad de género, recientemente el Senado aprobó el proyecto de ley que establece un cupo femenino del 30% en los espectáculos musicales que convoquen a más de tres agrupaciones musicales y se realicen en vivo en la República Argentina.
De acuerdo con el escritor y crítico cultural argentino, Néstor García Canclini, las políticas culturales, desde una lectura democrática del concepto, “son el conjunto de intervenciones realizadas por el Estado, las instituciones civiles y grupos comunitarios organizados”.
En tal sentido, Aníbal Buede, artista visual de la ciudad de Córdoba e impulsor de Casa 13 –un centro de puertas abiertas dedicado a la reflexión y experimentación artística-, señala el grado de responsabilidad del Estado pero también de lxs artistas y gestorxs culturales cuando la sociedad atraviesa crisis como la actual.
“Me parece que seguir apostando a políticas culturales paternalistas no está bueno. Siempre pensé que llegar a un grado de emancipación era lo mejor que le podía pasar a los productores de cultura, artistas, curadores, gestores: salir del acostumbramiento de a ir a golpear la puerta del director de cultura buscando apoyo para hacer proyectos”, relata Buede.
Pero aclara: “Esto no quiere decir que el Estado se desentienda, si no que debe generar un terreno fértil para que, justamente, los actores culturales puedan emanciparse y generar sus recursos en ese ámbito. Eso sí es compromiso del Estado y no ocurre. ¿Por qué?Porque si eso ocurre el Estado va a perder ese poder que tiene sobre esos actores culturales y no le conviene”, afirma el artista.
Según Mara Santucho, la resistencia desde la cultura no le hace fácil las cosas a lxs gobernantes: “Mientras más ponés la pata encima, más busca la gente modos de accionar contra eso”.
Para la cantante, lxs políticxs de turno intentan cambiar el verdadero sentido de lo que es la cultura, poniéndola en términos de privilegio para algunas personas, “cuando en realidad la cultura nos cruza a todos, incluso a ellos con su cultura hegemónica”.
Como ejemplo de esa lucha, la música cordobesa destaca la movilización, el reclamo y el trabajo constante de los colectivos culturales locales que hicieron posible la reapertura del teatro La Piojera, el cual abre un ámbito de autogestión y producción de contenidos alternativos a lo hegemónico.
“Creo que la gente necesita de estos espacios, porque la cultura en todas sus formas nos ayuda a estar en contacto con lxs otrxs, compartir y convivir”, dice.
Aunque es difícil abstraerse del efecto devastador que tienen las políticas de corte neoliberal hacia la cultura, estas experiencias dan oxígeno y nos permiten ver la potencia del trabajo colectivo. Y a partir de allí pensar en el carácter emancipatorio que nos da la cultura, tomándola como un derecho y donde el Estado debe accionar para que sea ejercido por todas las personas. Porque, como señala Wasenberg, “no hay cultura de élite y otra para el pueblo”. Se trata de que el Estado reconozca y proteja la diversidad cultural, asegurando que los logros y avances que se consiguen en ese terreno perduren más allá de los gobernantes que se sucedan.
*Por Antonella Madarieta, Verónica Carpintero y Gisela Cassettai para UN RATO