Fugarse hacia la historia

Fugarse hacia la historia
13 mayo, 2019 por Redacción La tinta

Un diálogo lleno de anécdotas y reflexiones, en un mes en el que se conjugan aniversarios y efemérides, todos relacionados directamente con nuestra entrevistada: María Cristina Salvarezza participó del Cordobazo de mayo del 69 y de la fuga de la cárcel del Buen Pastor de mayo del 75. El Cordobazo unió a obreros y estudiantes contra la dictadura de Onganía y la fuga no solo marcó un hito revolucionario, sino que colocó a las mujeres en la vanguardia de las luchas por el sueño de un mundo mejor. Hoy, con toda esa juventud acumulada, Cristina reclama por más oportunidades laborales, para que no existan más presos ni presas “sociales”.

Por Liliana Aballay para La Luciérnaga

María Cristina Salvarezza, militante histórica de Derechos Humanos, abre sus memorias para actualizar un reclamo permanente de justicia y solidaridad con todos los que sufren en esta sociedad. Desde su juventud, puso el cuerpo y su indomable espíritu para el cambio social y aportó a un proyecto político como el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) en resistencia a distintas manifestaciones dictatoriales. Participante del Cordobazo y de la fuga de mujeres de la cárcel del Buen Pastor, su sonrisa y ternura acompañan la firmeza de sostener que los Derechos Humanos no son solo historia, sino reclamos actuales ante la vulnerabilidad de aquellos que caen presos por sus ideas y por su indefensión socieoconómica.

“Yo vengo de Marcos Juárez, donde había una secundaria nacional y una de monjas. Una vez al año, las monjas nos mandaban a un retiro espiritual para ‘limpiar los pecados’ y el cura nos decía que el beso era un trampolín para la cama. Nosotras les contamos a nuestros padres y algunos medio progresistas se quejaron. Nos sacaron ese cura y nos trajeron otro que decía que el primer comunista había sido Jesucristo. Pasamos al otro extremo”, recuerda Cristina los inicios de su preocupación por los excluidos de la sociedad.

-¿Se convirtió en una escuela “comunista” entonces?

-No, porque la directora era una monja alemana, Alicia Opel Riel, que luego apoyó la dictadura de Onganía. Resulta que, para que el Ministerio aprobara la apertura de ese secundario clerical, trajeron chicas del norte, más humildes, pupilas. Pero las trataban mal: la monja nos agarraba las manos y nos apretaba con las uñas a mí y a una de esas chicas para demostrarnos que nuestra sangre era diferente porque nuestra piel se marcaba de otro color con la presión. Nosotras ni sabíamos que la sangre era toda roja y la monja decía a cada una de las chicas del norte: “Cristina es nieta de inmigrantes italianos y vos sos negra”. ¿Qué ganaba ella con esa humillación? Ahí comencé a sentir dónde estaban las injusticias.

-Entonces, viniste a Córdoba capital, con toda la ebullición de la rebeldía…

-Sí, a estudiar arquitectura, y empecé a militar en el integralismo, que era una organización dentro del peronismo. Después nos cerraron la facultad por un año y, cuando volvimos, empezó el Cordobazo. La Facultad de Arquitectura fue destinada a la zona norte, teníamos que cortar en el barrio Talleres, porque lo decía Tosco: “Obreros y estudiantes, unidos adelante”. Cuando llegamos al barrio, la facultad se mezcló con las columnas obreras. Ya estaba todo organizado por la mesa de gremios en lucha: Luz y Fuerza, Smata, Fiat, Perkins, trabajadores del caucho…


Estaba liderada por Tosco, Salamanca y todos los grandes dirigentes honestos. Llegamos y empezamos a hacer las molotov. Y después, avanzamos al Hospital de Clínicas los estudiantes mezclados con las distintas columnas de obreros, cuando nos dicen que la ciudad estaba sitiada por el Ejército: era una batalla campal, de los techos la gente gritaba, hacía fogatas. Yo tendría 19 o 20 años, y de ahí no paré más.


“No paré más” significó, para Cristina, un recorrido vertiginoso por otras experiencias que atravesaron y definieron la cara de la militancia cordobesa: primero, el Taller Total del 71, una conjunción entre profesores y estudiantes que luchaba por la urbanización de los asentamientos irregulares: “Fue la síntesis de todo mi progreso en definirme ideológicamente: el alumno había salido de los muros de la facultad y se había ido a relevar la realidad”. Y luego, su paso por el PRT, a partir de un movimiento contra la represión que nació en las entrañas del Cordobazo. Fue el participar de esa agrupación lo que, en enero del 75, le dio la excusa al gobierno de la Córdoba intervenida para arrestarla clandestinamente, desencadenando así un hecho que haría tambalear al puño de hierro del Navarrazo y que moldearía la militancia de Cristina hasta estos días.

“Me llevaron en un allanamiento con un compañero del partido, el Gato Felipe González, y su bebé. A la noche, sentí un ruido de autos que paraban, empezaron a gritar que abriéramos la puerta y me reconoció ‘La Tía’, Argentina Pereyra de Mercado, un cuadro de los oficiales jóvenes de la policía. Estaban apuntándonos. Ella tenía un organigrama, sabía todo”, cuenta Cristina, que recorrió algunos centros de tortura cuya ubicación desconoce y que, después gracias “a un abogado de doble apellido que le sacó un montón de plata a mi padre”, fue blanqueada y trasladada al penal del Buen Pastor.

-Allá tenías unas compañeras muy unidas, eran un grupo de cuatro chicas de la cual sos la única sobreviviente…

-Teníamos dos pabellones: uno para las madres con los hijos y las embarazadas, y otro para las peligrosas, que éramos nosotras. Y ahí, yo tenía un grupo de estudio y de militancia con Tota Novillo, con quien tenía más confianza. También Ana María Liendo y Norma Melani, y la responsable de mi grupo era Sonia Blessi. También había chicas de Montoneros y del Partido Comunista…

Cada una de ellas, más otras presas políticas, más “las compañeras presas sociales”, más militantes de afuera, participaron de la artesanal y masiva logística de lo que La Voz del Interior tituló como “Espectacular fuga de mujeres” el 24 de mayo de 1975. A Cristina le tocó utilizar el conocimiento que le había aportado la carrera que había estudiado: “Como yo era arquitecta, tuve que medir la distancia para pasarle los datos a la planificación de la fuga”, recuerda. Afuera, un camión arrancaba las rejas de una ventana y bombas de estruendo distraían a la policía.

-¿Y adentro?

-Mientras en la cocina estaba la dirección de Montoneros y PRT esperando la orden, el grueso de las compañeras estaba en el comedor haciendo una obra de teatro. Teníamos muy pocos minutos para reducir al personal. Ya habíamos tenido que romper cartas que tenían pistas o nombres que pudieran comprometer a compañeros. Y encima, estábamos en huelga de hambre ya desde hacía como 40 días: una compañera muy querida, Idilia, era médica dietóloga y nos daba un pedacito de chocolate, otro pedacito de naranja y de carne, lo suficiente para mantenernos vitales. En ese momento, las presas sociales se solidarizaron y se pusieron a bailar cuarteto con minifaldas, en el otro patio, para distraer. Yo solo les tenía que decir a las chicas de la cocina: “Vamos, compañeras”… ¡y casi no me salía la voz de los nervios! Además, tenía que quedarme quieta al lado de una puerta que se abría de un solo lado: había puesto una caja de ruleros con unos cables para simular una bomba, para que las guardias no abrieran la puerta. Así, salieron todas las compañeras, enumeradas de a cuatro. Las últimas eran Alicia D’Ambra, que está desaparecida, porque tenía cistitis y si ella se descomponía, no se iba a fugar, y María Eugenia Fernández, que estaba embarazada. En total, nos fugamos 26 compañeras.

-¿Qué te genera pasar por ese lugar ahora?

-Hace unos ocho años, tuvimos muchos momentos malos con el proyecto del paseo del Buen Pastor: fue como una cachetada para borrar la historia, porque debajo de las aguas danzantes estaban los calabozos, ahí estuvo la hija de Sonia Torres, Silvina Parodi, con su bebé. Si no hubieran derrumbado todo, al menos hubiera servido para sacar algún dato para la investigación. Como ella era bonita, entonces los milicos querían ese bebé. Qué crueldad, ¿no?

Cristina Salvarezza (3)
(Imagen: Amalia Varela)

-Mencionás el término “presas sociales”. ¿A qué te referís?


-El preso social es el mal llamado preso común: nadie quiere estar preso, ni por choro ni por asesino, ni por aborto clandestino. Sobre todo para las mujeres, todo tiene una causa social.


-¿Por qué causa militás hoy?

-Una vez, en una charla, me presentaron como ex presa de los 70. Y yo traje más que nada la atención a la actualidad: necesitaba decir que vayan a las cárceles y visiten a la vecina, a la cuñada, porque seguro que todos alguna persona tienen ahí. Se sintieron tocadas. Muchas están presas por ser “pasadoras de droga”. Yo me pregunto, en este contexto, ¿hay opciones laborales diferentes en este país? Esos son los Derechos Humanos de hoy. No voy a renegar del pasado, pero también hay que pensar en la actualidad.

*Por Liliana Aballay para La Luciérnaga. Imagen de portada: Amalia Varela.

Palabras claves: Cordobazo, Derechos Humanos, Fuga del Buen Pastor, Mujeres que no fueron tapa

Compartir: