Lecciones en las sierras o el viaje a una nueva vida
En el documental «Escuela Monte», Mariano Raffo y Cecilia Cisneros retratan la vida en Traslasierra: las experiencias comunitarias, la naturaleza como límite y sostén, el desenvolvimiento de la niñez, y otros sabores de una vida liberadora y desafiante.
Por Santiago Somonte para La tinta
Una rutina que se hace hastío y desvelo. Un objetivo común, un modo de huir de la ciudad, de irse lejos. El sueño de vivir en un paisaje de montañas que rodean un grupo de casas desparramadas en un lugar de ensueño. Lograrlo: transformarlo en realidad tras años de trabajo, y finalmente toparse con la inmensidad desde la pequeñez humana, un espacio a veces calmo, y otras… sencillamente perturbador.
Así comienza el viaje de Escuela Monte, un documental de Mariano Raffo, director de seis largometrajes y de Return to Bolivia (2006) y de Cecilia Cisneros, en su primer trabajo cinematográfico.
Llegadxs desde Buenos Aires al valle de Traslasierra, con su compañera y su hijo Carmelo de ocho años de edad y protagonista de esta historia, Raffo delineó su vida en un paraje cercano a Villa de las Rosas, con el cerro Champaquí de fondo y la certeza de abandonar la rutina urbana. La bienvenida: una tormenta feroz que zarandea a su auto, cuesta arriba de un camino escarpado. Presagio de una vida liberadora y a la vez llena de obstáculos, señales desde monte adentro.
Al igual que cualquier historia donde el rumbo geográfico y social cambian por completo, el documental también pasó por un largo y arduo proceso, desde su génesis en 2013 hasta el reciente estreno. Raffo y Cisneros venían retratando, por separado, experiencias comunitarias de distintos colectivos; leiv motiv del entramado de lxs llegadxs a Traslasierra, donde fluyen centros culturales, radios y organizaciones en defensa de los recursos naturales del valle. La puesta en común de esos proyectos fue plasmar en esta película las tensiones que surgen cuando se intenta llevar adelante esos procesos comunitarios, y cómo salen de esas contradicciones quienes logran sostenerlos en el tiempo.
En tanto, la naturaleza que rodea a Carmelo y al resto de lxs personajes del documental, amigxs y vecinos de lxs directorxs, ocupa también un lugar central: interpela a todxs por igual a través de un perro picado en el hocico por una víbora o una gallina criada para ser comida tiempo después, que conlleva un sacrificio mortal de manos inexpertas en el asunto.
“El paisaje, la vida animal y vegetal, todo supone en el ideario urbano, lo más cercano al paraíso. A pesar de contar con muchas de esas imágenes, sabíamos que con sólo eso no podíamos construir ningún relato. Por eso, las tomas de la naturaleza están atravesadas por sonidos disruptivos y en distintas épocas del año, las cuales condicionan las actividades cotidianas”, afirma el director desde su casa de adobe y piedra, construida como la de tantxs llegadxs a Trasla, con sus propias manos. “A pesar de tener esas imágenes tan a la mano durante el rodaje, sabíamos que con eso solo no construíamos ningún relato y el temor de caer en un institucional turístico nos hizo repensar toda la estética visual, dramática y sonora. La naturaleza no se muestra objetiva como en un documental de Animal Planet, sino corporizada, como entidad de sujeto, incluso cercana a un tipo de personaje que condiciona a todos los sujetos que narran historias en la película”, explica Raffo.
A más de 800 kilómetros de distancia de su compañero de filmación, de vuelta en Buenos Aires, Cisneros evoca ese vínculo con la naturaleza, primordial en todas las imágenes de la película: no es el paisaje serrano de las postales veraniegas, sino un impactante escenario que absorbe y recarga energías de chicxs y grandes a diario, en los silencios, las tensiones y los momentos de ocio, como el asado colectivo en que lxs protagonistas hablan sin rodeos de los cambios de hábito y la adaptación a la vida serrana:
“La naturaleza como límite y como experiencia de belleza es lo que te hace permanecer en un lugar hostil. Unx deja un ritmo determinado de vida, una forma ya establecida para habitar otra totalmente distinta. Las espinas o un cambio abrupto de clima, modifican nuestro semblante en el monte, nos recuerdan que somos parte de un espacio inmenso”.
A través de Carmelo, de su mirada (no tan) inocente y perspicaz, la película fracciona las cuatro estaciones del año; un otoño de hojas amarillentas, la primavera donde todo florece en primerísimos planos, siestas reparadoras de un sol agobiante o una nevada copiosa en la que el niño juega con una alegría genuina, sin imposturas. “Es la prueba viva en tiempo presente de alguien que crece en el barro, con la experiencia cotidiana, en oposición a los relatos mediatizados por las pantallas. Representa también el registro de imágenes que fui realizando durante el largo proceso de nuestra propia migración familiar desde la ciudad al monte. Personajes reales, vecinxs, amigxs desenvolviéndose sin guión, ni poses simuladas.”
Así, hombres y mujeres, que promedian los cuarenta años, replican la historia de quienes desde hace casi dos décadas llegan al valle en busca de una vida mejor. Narran en tono liberador, historias de rehabilitación a los excesos y a enfermedades crónicas, impedimentos al acceso a ciertas comodidades que en las grandes ciudades suelen estar al alcance de la mano, tensiones retratadas en modo de flashback, con música fabril y machacante de fondo, en una mirada perdida en un ocaso que decanta en el despertar de una cálida mañana donde todo se reactiva. Ruidos interiores y silencios del monte, a la par, bien elocuentes, signando los días.
Dentro de ese colectivo joven y variopinto que llegó a Trasla, Cisneros señala a un grupo del que se siente parte, al igual que Raffo. Un segmento social de clase media-baja, sin mayores pretensiones que la idea de despojarse del lastre enorme que significa la vida en la ciudad.
“Muchxs de lxs que se instalaron en el valle no se dan cuenta del viaje titánico que implica vehiculizar los recursos naturales para que se conviertan en servicios para su casa, construirla, generar energías renovables…”, asegura la directora, rescatando al espacio como un entorno hermoso pero señalando las contradicciones de mantener el ritmo frenético de la ciudad: “Ahí también hay algo rico para mirar, si unx quiere cambiar de vida pero continúa con aquello de lo que me quería escapar, voy a replicar lo que me frustraba”.
Entonces, ¿Cómo se logra el equilibrio entre esas tensiones que se arrastran de la vida en la ciudad y el contraste con el monte? ¿Qué aspectos priman para que la soledad en un contexto imponente no sucumba ante la posibilidad de volver al “resguardo” de la ciudad?
“El documental intenta reflejar el aspecto positivo de la vida en la naturaleza despojando al relato de su carga idílica. De ahí la insistencia en marcar los ´peros´ y los aspectos rudos de esta nueva vida. Porque lo otro está y pertenece al imaginario progre-urbano. La vida en el monte es hermosa pero también conlleva sacrificios y renuncias que hay que estar dispuestos a aceptar. Para eso nos propusimos desenmascarar esas contradicciones, como la de pretender alimentarse sin alterar la vida de otros seres. O poner el acento en aspectos de la naturaleza que padecemos los que vivimos este lugar como la desprotección frente a las inclemencias del clima. Aspectos que viviendo en la ciudad uno tiende a tapar u olvidar, dándole la espalda a los ritmos naturales. Allá en impensable la siesta porque el trabajador, que viene de lejos, sencillamente no tiene donde hacerlo. Y está la idea de que esa media hora es tiempo perdido y no ganado al descanso. Un descanso que permitirá al que trabaja en el campo extender en las horas frescas de la tarde las actividades que en general son de gran demanda física”.
Algo apartada aún de la depredación humana, en forma de minera o pool sojero, la fauna serrana también ocupa un rol importante en el documental. Primerísimos planos de insectos transportando hojas, los perros de Carmelo echados en la tierra bajo un calor de siesta, gatos contemplando algo que seguramente nunca veamos y un gallinero alborotado que sirve como sustento alimenticio para Carmelo y su familia, son juez y parte en la Escuela Monte.
“Se tiende a olvidar o enajenar el origen y sentido de los alimentos. Tal es así que una vez una docente pidió dibujar un pollo a los alumnos de tercer grado y lo que le presentaban era la bandejita del supermercado y no un ave con plumas, viva. Parte de la enajenación consiste en alarmarse con el sacrificio de un animal cuando se está en presencia pero se actúa con indiferencia cuando es parte del menú (porque el trabajo sucio lo hizo otro), remarca el director.
La niñez Monte Adentro, pequeña gran victoria
La crianza de niños y niñas en el valle es en definitiva, una especie de triunfo personal de lxs llegadxs: el entorno, el contacto con la tierra, las enseñanzas de la naturaleza que todo lo domina a través de la crecida de un río o el sosiego de una siesta bajo un silencio tan audible como inquietante, marca el pulso de una infancia que delineará una forma de ser, un ritmo de vida, con el sentido comunitario, ahí latente.
“Lxs chicxs vivencian y juegan, y a partir de cierta edad, chupan como esponjas la información que necesitan. Mientras tanto, hombres y mujeres nos aferramos a ideales que trajimos para apuntalarlos en un andamio endeble, cristalizándolos, negándoles todo su sentido transformador” dice Raffo, en tono autocrítico y el mismo entorno hogareño que forma parte de la película, donde Carmelo pregunta y reflexiona, sin demasiados rodeos.
La Escuela es para el padre, madre e hijo, para parias y viajerxs que decidieron vivir en el valle, un aprendizaje constante. “Además de su belleza, el monte nos muestra su crueldad constantemente. Los ciclos de vida y muerte se manifiestan de forma despiadada, todo el tiempo”. En un viaje virtual, unas horas después, desde la jungla del cemento devorador, Cisneros repite el concepto, y sentencia: “La naturaleza es límite y sostén. Es una experiencia de belleza que cuesta, pero que vale la pena”.
*Por Santiago Somonte para La tinta.