Irán: Una teocracia instalada por el pueblo
La actualidad de la República Islámica oscila entre la mística de un pasado cargado de esperanzas y rebeldías, y una realidad cruzada por los conflictos internacionales.
Por Gonzalo Fiore Viani para La tinta
En las últimas semanas, se cumplieron cuarenta años de la Revolución Islámica en Irán. Una serie de movimientos populares que, en 1979, derrocaron al Sha Mohamed Rheza Palevi. En el contexto de la Guerra Fría, el Sha era un hombre cercano a Occidente y, especialmente, a los Estados Unidos. La particularidad de lo sucedido en Irán es que se convirtió en la primera y única revolución del siglo XX que, a diferencia de las revoluciones socialistas, tenía a la religión como un componente central.
El 11 de febrero de 1979, desembarcó en el país el ayatolla Rudolah Musavi Jomeini. El líder religioso se encontraba exiliado desde 1964 por oponerse a las políticas del Sha y a la occidentalización de Irán. Logró volver al país luego de que la revolución se había consumado y se puso al frente del proceso. Se fundó, entonces, la República Islámica de Irán, estableciendo un mandato presidencial de cuatro años. Jomeini se reservó el lugar de Jefe de Estado y líder espiritual supremo de la nación.
La administración de Donald Trump, en las primeras semanas del mes de abril de este año, impuso duras sanciones contra el país islámico. Declaró a la Guardia Revolucionaria de Irán como una “organización terrorista”. La Guardia Revolucionaria se creó en 1979 y actúa bajo control del actual ayatolla Alí Jamenei. Cuenta con más de 150.000 miembros y tiene fuerzas terrestres, aéreas y marinas. Es la primera vez que Estados Unidos impone sanciones de este tipo contra las Fuerzas Armadas de otro país. La Guardia Revolucionaria distribuye armas, tecnología, personal y financia a gobiernos aliados y a grupos armados de otros países en Medio Oriente mediante la Fuerza Quds, su sección en el extranjero. Lo cierto es que el gobierno norteamericano mantiene una relación conflictiva con Irán desde el primer día de la Revolución. Lo considera un país enemigo, contrapeso de Israel en la región y financiador de partidos políticos y grupos armados extremistas.
Durante los primeros días de la Revolución, se produjo una toma de rehenes en la embajada norteamericana en Teherán, que le costó la reelección a Jimmy Carter. En 1980, la administración Reagan financió al Irak de Saddam Hussein para una guerra contra el país que duró ocho años. En 1986, se hizo público el escándalo Irán-Contra, que consistía en la venta de misiles BGM-71 TOW de Estados Unidos a Irán, evitando el bloqueo que la propia administración de Reagan había impuesto al país islámico. Ese dinero se utilizaba para financiar a los contras de Nicaragua que luchaban contra el Frente Sandinista. Las relaciones entre ambos países fueron cambiando e, incluso, durante el gobierno de Barack Obama, en 2015, se firmó un acuerdo nuclear con Irán, al que suscribieron otros cinco países -Rusia, China, Reino Unido, Francia y Alemania-. Sin embargo, Trump retiró al país del mismo al poco tiempo de asumir. Irán tiene un programa nuclear desde la década de 1950 que, según opina parte de la comunidad internacional, podría llevar a la República Islámica a tener la tecnología para fabricar armas atómicas.
Uno de los puntos más oscuros de la Revolución Islámica es el trato que el gobierno le da a las mujeres y a las disidencias sexuales. Si bien existieron mujeres que participaron de los levantamientos, los puestos de poder, hasta el día de hoy, son ocupados exclusivamente por hombres. Durante el gobierno del Sha, se vivía de manera bastante similar al estilo occidental. Mujeres y hombres compartían los mismos lugares públicos, estaban aceptadas las mini faldas y no era necesario el uso del velo. Hoy, si bien esto se fue flexibilizando -por ejemplo, las mujeres pueden conducir automóviles desde el año pasado-, la situación no es mucho mejor. Si bien la fuerza laboral femenina aún es extremadamente baja, las mujeres son mayoría en las universidades del país. En 1978, tan sólo el 2,9 por ciento de los estudiantes universitarios eran mujeres. En cambio, en 2016, las mujeres constituían el 65,5 por ciento.
La homosexualidad está penada con condenas muy duras e, incluso, con la pena de muerte en algunos casos. La aplicación a rajatabla de la ley islámica, si bien cada vez con más “licencias”, ha hecho que sea uno de los países más duros para con la comunidad LGBTIQ+. No obstante, no se diferencia de otros países de Medio Oriente aliados de Estados Unidos, como Arabia Saudí o Qatar. Probablemente, la potencia del movimiento feminista internacional termine llegando tarde o temprano al país, que necesariamente deberá llevar adelante una revolución dentro de la revolución teniendo en cuenta sus propias particularidades culturales.
La persecución a la minoría kurda es otra de las cuestiones más espinosas para quienes defienden la Revolución. A partir de agosto de 1979, se desató una brutal represión tanto en el Kurdistán iraní como contra el Partido Comunista. Por esos días, el gobierno aplastó la rebelión y se llevaron a cabo decenas de condenas a muerte. Actualmente, los kurdos iraníes llegan a unos 12 millones de personas, ubicados mayormente en la región de Rojhelat. No reivindican un Estado, sino que buscan una autodeterminación para su pueblo. A diferencia de los iraquíes, tienen una larga tradición de izquierda. Tras las sanciones de Trump, Rojhelat se ha vuelto a convertir en una zona conflictiva. Mientras continúan resistiendo los embates oficiales, su situación aún es incierta. Dependen en gran medida de lo que suceda entre Estados Unidos y el gobierno iraní en el mediano o largo plazo.
El proceso vivido durante los últimos cuarenta años en Irán tras la Revolución Islámica podría servir plenamente para contradecir a muchos que aseguran que el concepto de pueblo o colectivo, como se entendía en el siglo XX, ya no existe. La Revolución iraní no podría haber sobrevivido todo este tiempo los embates de los Estados Unidos y sus aliados en la región, Arabia Saudí e Israel si no fuera porque tiene un fuerte apoyo popular. A su vez, niega otro axioma tantas veces repetido en los últimos años: la religión ya no tiene nada que ver con la política o con lo público. Para contradecir esta falsa afirmación, se suelen aportar los ejemplos del auge de las iglesias pentecostales en los Estados Unidos post George W. Bush, de los evangélicos en el Brasil de Jair Bolsonaro o del terrorismo islámico. Sin embargo, no hay mejor muestra que el Irán posterior a 1979. Una revolución que, con sus luces y sombras, supo interpretar el sentir más profundo de la gran mayoría de su pueblo.
*Por Gonzalo Fiore Viani para La tinta