Marcelo Leiras: “Nuestra élite política es pobre de ideas y cortoplacista”
A Marcelo Leiras no le llama la atención que, a pesar del pobre desempeño del gobierno de Cambiemos en general, Mauricio Macri tenga altas probabilidades de ser reelegido este año. Y para explicar su falta de sorpresa acude a una verdad de perogrullo: “Para perder, te tienen que ganar”.
Por Franco Spinetta para Almagro Revista
A Marcelo Leiras no le llama la atención que, a pesar del pobre desempeño del gobierno de Cambiemos en general, Mauricio Macri tenga altas probabilidades de ser reelegido este año. Y para explicar su falta de sorpresa acude a una verdad de perogrullo: “Para perder, te tienen que ganar”. Con una oposición atomizada, con líderes incapaces de sentarse y acordar no sólo programas políticos (que, vamos, sería lo más sencillo), sino cómo se repartirán el poder en caso de ganar las elecciones, Cambiemos puede mantener sus aspiraciones a flote.
Argentina arranca el año eleccionario con Comodoro Py ardiendo entre operaciones de diversos olores, con revoleo de audios, pinchaduras y relaciones político-periodístico-judiciales de lo más promiscuas. Leiras mira todo el espectáculo con suma preocupación por esta nueva forma en la que ha mutado la violencia política: la utilización del Poder Judicial como instrumento de persecución. “La política es como jugar un picado sin árbitro: el equilibrio se sostiene si más o menos todos juegan de manera razonable. Cuando vuela la primera patada, se pudre todo”, dice. Y mientras el show decadente sigue su curso, se borronea cada vez más la posibilidad -alguna vez pensada como posible- de unir las expectativas de desarrollo que hubo sobre la Argentina y el desempeño real y concreto. “El problema es la falta de horizonte”, resume.
Politólogo y sociólogo, director del departamento de Ciencias Sociales y de la Maestría en Administración y Políticas Públicas de la Universidad de San Andrés, integrante del Grupo Fragata, pero sobre todo alejado del molde que históricamente contuvo a la casta de analistas políticos de estas tierras, Leiras le quita pomposidad y firuletes a sus observaciones: es directo, descontracturado y filoso, y logra hilvanar y relacionar conceptos de la historia política (que ha estudiado ampliamente) con la no siempre sencilla realidad cotidiana del país.
—Desde el punto de vista político, siempre sobrevuela una idea de decadencia, de cierto estatus perdido, ¿es así?
—No somos un país decadente. Lo que hay es cierta divergencia entre su desempeño y las expectativas y el recuerdo de su población. Hay una película maravillosa filmada en los 80, que es como un documental trucho, que se llama La era del Ñandú, y que explora esa idea justamente. Ahí, Emilio de Ípola expone una idea que a mí siempre me pareció muy persuasiva, y que dice que Argentina desarrolló a principios del Siglo XX expectativas de una sociedad desarrollada. Efectivamente, había una tasa de crecimiento muy alta, con servicios públicos de gran calidad, en especial la educación.
—Lo cual era una contradicción de la élite que comandaba ese proceso, que era muy liberal, pero se preocupaba por los servicios que brindaba el Estado.
—Bueno, sí… liberal significa tantas cosas… era una república oligárquica, la participación política era muy limitada, pero era un Estado que llevó adelante inversiones públicas muy significativas. Tuvo éxitos de muy diverso tipo: alfabetización, integración de inmigrantes. Esa aspiración de crecimiento, ese ritmo, se quebró en la Primera Guerra Mundial. La salida de la crisis del 30 fue rápida, pero nunca con el ritmo de crecimiento anterior. Luego, los intentos de industrialización fueron muy parecidos a los del resto de América Latina, aunque el desempeño anterior de Argentina había sido mejor que los países latinoamericanos. Hubo éxitos y limitaciones, como en el resto de los países. Apareció también el peronismo, que significó un problema para las clases que se resistían a la integración social y política de los pobres. Luego, Argentina tiene otra cosa singular que es la inestabilidad de su desempeño económico. La tasa de crecimiento promedio fue, hasta 1975, bastante superior a la del resto de América Latina, pero Argentina tiene una crisis seria cada 13 años (en promedio) desde su creación. Eso hace que todo el mundo esté esperando la próxima crisis. Y las crisis tienen obviamente impactos sociales y económicos muy serios. De ahí, probablemente provenga el pesimismo.
—Es decir, partimos de una expectativa muy alta, que se fue cayendo.
—Hubo oscilaciones, se fue cayendo, pero también hubo desempeños económicos muy buenos. La primeros años del Siglo XXI para la Argentina fueron excelentes, pero también hay caídas muy abruptas. Esa oscilación explica la inestabilidad de nuestro ánimo. Es el ciclo que bien describieron (Pablo) Gerchunoff y (Lucas) Llach: el ciclo de la ilusión y el desencanto.
—Eso no sucede seguramente por arte de magia. ¿Cuál es la tensión que no está resuelta? ¿Cómo la caracterizás?
—Hay dificultades estructurales que las organizaciones políticas no han sabido resolver de manera adecuada. Gerchunoff y Llach hablan de una dotación de factores muy peculiares: Argentina es un país rico en recursos naturales, pobre en capital y en trabajo, hay poca gente. Esto da como resultado políticas para explotar la ventaja comparativa de la Argentina, que son los recursos naturales, algo que es muy tenso y difícil de sostener por la existencia de un conjunto de trabajadores que tienen la expectativa de obtener remuneraciones bastante altas. Hay una contradicción entre la política para desarrollarse, explotando las ventajas comparativas, y el tipo de política que se puede sostener dada la composición social, que son políticas de protección del mercado interno. Eso explica la tensión, el ciclo, y explica la dificultad de encontrar una fórmula porque, en realidad, los términos del problema son bastante complicados de combinar. Nuestras élites políticas no son especialmente diestras, las organizaciones políticas no son especialmente robustas, pero es cierto que el problema es muy difícil de resolver para cualquiera.
“Cambiemos tiene mucho éxito con la agenda negativa, y muchísimos problemas con su agenda positiva. Su agenda negativa es básicamente una agenda antiperonista. Con eso es muy consistente, muy disciplinado. Y es vocacional, de onda, no están fingiendo, es lo que creen. Y me parece bien. Son una fuerza antiperonista para los antiperonistas”
—Cuando decís que nuestra “élite política no es especialmente diestra”, ¿a qué te referís?
—Es una élite pobre de ideas, cortoplacista, con dificultades para encontrar fórmulas de reparto de poder satisfactorias para todos. Al mismo tiempo, tiene una virtud, gracias a un aprendizaje muy valioso, que es la de ejercer el poder sin violencia. Es un aprendizaje reciente, posterior a la década del 70, que se está debilitando.
—¿Cómo?
—Porque se están usando los juicios como herramienta de competencia política, se está usando al Poder Judicial de un modo preocupante. Un líder político que tiene miedo de ir preso, es un líder político que puede sacar los pies del plato. La política es como jugar un picado sin árbitro: el equilibrio se sostiene si más o menos todos juegan de manera razonable.
—El famoso código.
—Cuando vuela la primera patada, se pudre todo. Me parece que en los últimos años se está usando al Poder Judicial como instrumento de persecución política de un modo que es preocupante. Yo no sé cuán honesta o deshonesta fue la administración del Frente para la Victoria, lo que sí observo es que muchos de los procesos en contra de los funcionarios de ese gobierno, me inspiran mucha desconfianza.
—¿No te resultan procesos creíbles?
—No es muy creíble. En la causa de los cuadernos, por caso, el relato es bastante verosímil y las declaraciones de las personas que son acusadas, son consistentes con lo que dicen que decían esos cuadernos, que aún no sabemos dónde están. Pero lo que trasciende de cómo se estructuran las declaraciones, lo que el fiscal y el juez aceptan o no como arrepentidos, permite dudar de la ecuanimidad de todo el proceso.
—¿Cuáles son las claves para entender el momento que vive la Argentina?
—La situación económica es muy mala, pero de una situación económica mala a tener conflictos sociales y disturbios, hay una distancia. Para que haya conflictos sociales tiene que haber desprotección social completa y actores políticos interesados en agitar. La desprotección social no es completa, el sistema de subsidios y transferencias que puso en marcha primero el gobierno de Duhalde y luego el kirchnerismo funcionan como una red de contención que evita la desesperación. Y luego, no parece que hubiera actores políticos interesados en sacar ventaja de esta situación. No es la primera vez que una mala situación económica no genera disturbios. Por ejemplo, en la hiperinflación no hubo disturbios y la situación era muy grave también. No me llama la atención. Y que el gobierno parezca, de todos modos, bastante fuerte, tampoco es tan raro.
El candidato del FpV en 2015 sacó casi el 49% en un balotaje y el segundo gobierno de Cristina estuvo lejos de ser brillante. Entonces, que al oficialismo le vaya bien no me sorprende porque sucede, como en 2015, que la oposición está muy fragmentada. Macri fue un epifenómeno de una oposición fragmentada, no pasa nada muy distinto. Lo que ocurre, como en el resto de América Latina, es que los estímulos al crecimiento económico se agotaron, no hay en el horizonte una estrategia de crecimiento clara para nadie. Y el condimento que tiene la Argentina es que hay mucha fragmentación partidaria, entonces el oficialismo dispone de una ventaja porque tiene la iniciativa, la atención pública, la orga más armada con recursos para ordenar la interna. En contraste, tenemos una oposición sin reglas de juego claras, que no sabe cómo va a repartir poder si accediera al gobierno, en la que hay varios aspirantes a quedarse con el botín mayor. Y con mucha pobreza ideológica y discursiva. En defensa de la élite tanto del oficialismo y de la oposición, la verdad es que tampoco hay nadie que por afuera la tenga muy clara de qué hay que hacer. Sí sorprende que quienes aspiran a representar los intereses de la sociedad, no están haciendo un esfuerzo de interpretación o de búsqueda.
—¿Cuál es el juego del gobierno en este marco?
—El juego que proponen es un delirio. Quieren déficit cero, tasas altísimas, ajustando al costo que sea. Pero es un juego, una estrategia.
—¿Cómo un gobierno con ese plan, que suena a cortoplacismo para poder cumplir con exigencias de quienes financiaron el proceso político en curso, tiene chances de ganar en 2019?
—Porque no tiene una oposición fuerte en frente. Tampoco la tenía el Frente para la Victoria. No es que Macri era re polenta… en las PASO de 2015, sacó un 26%. Eso era Macri en agosto de 2015. No estaba claro quién le iba a ganar al kirchnerismo, lo que sí estaba claro era que había mucha gente fastidiada con Cristina, como ahora hay muchísima gente fastidiada con Macri. La situación no es muy distinta.
—Quizá, la diferencia en 2015 fue justamente Cambiemos, el armado que unió a gran parte de la oposición.
—Yo no sobreestimaría eso. Es un pedazo de la UCR en algunas provincias, un liderazgo como el de Carrió, que mucha gente le atribuye influencia, y yo no sé realmente qué tan así es. Del mismo modo en que Massa tenía partes de otros partidos en diversas provincias, y quedó a cinco puntos de Macri, no a 50. A Macri le salió, pero le podría haber salido a Massa.
—¿A Macri entonces lo ves más como una casualidad?
—No, a ver, es un armado, con una coalición electoral y un núcleo fuerte, el PRO, que gobierna la Ciudad de Buenos Aires. Es un partido fuerte, con un control del territorio muy firme.
“Argentina hizo su experimento desregulador, que salió muy mal en términos sociales y fue mediocre en términos de crecimiento. El problema en la Argentina es la falta de horizonte. No hay discurso progresista y alternativo, pero tampoco hay un discurso liberal. Creo que incluso es un problema global: nadie entiende bien qué está pasando. Para mí el problema es que tenemos una gran dificultad para imaginarnos el orden social”
—Desde el punto de vista histórico, es el primer experimento de la centro derecha con éxito electoral. Pensando un poco en las expectativas que generó, ¿cómo es en concreto su funcionamiento?
—Cambiemos tiene mucho éxito con la agenda negativa, y muchísimos problemas con su agenda positiva. Su agenda negativa es básicamente una agenda antiperonista. Con eso es muy consistente, muy disciplinado. Y es vocacional, de onda, no están fingiendo, es lo que creen. Y me parece bien. Son una fuerza antiperonista para los antiperonistas. Eso lo representan bien y es lo que los mantiene vivos. Eso tiene una razón de ser ideológica. El problema es con la agenda positiva, no se entiende cómo gobernarán para el resto, qué es lo que quieren hacer, hacia dónde van.
—¿No tienen programa?
—No. O el que tenían fracasó escandalosamente. Y no se ve un plan B. No es que buscan salir por otro lado. Ahora van a hacer todo para cumplir con los compromisos financieros, nada más. No tienen ningún otro horizonte. Eso es un problema.
—¿Cómo se sustenta un programa político con esa perspectiva?
—Porque para perder te tienen que ganar. ¿Cómo se sostiene Maduro en Venezuela? Es un desastre. Uno pierde el poder cuando te desplazan del poder. Y para que te desplacen, tiene que haber otro actor constituido del otro lado en condiciones de desplazarte. En este caso, por suerte, de ganarte una elección y después poder gobernar. No está claro que no exista esta posibilidad en la Argentina. Insisto: pensemos en lo que era Cambiemos en agosto de 2015, no en octubre.
—Varias consultoras están marcando que, en caso de que se junte la oposición, el Gobierno no tiene chances de ser reelecto.
—Yo creo que no. Efectivamente si la oposición se junta, el oficialismo no renueva.
—¿Cuál es la limitación?
—Hay una limitación seria. No sé si todos los candidatos peronistas se pueden juntar. Y no sé si todos los votantes de la oposición quieren lo mismo. El problema es el reparto de poder, que es el problema de los partidos políticos argentinos desde siempre. ¿Cómo asegurás que el día siguiente de ganar la elección, la que hay se va a repartir de un modo equitativo? Massa, Urtubey, los intendentes del Conurbano, el kirchnerismo… ¿cómo van a repartir la torta de modo que todos morfen? No hay ninguna seguridad.
—¿Tan difícil es de resolver?
—Es bastante difícil.
—¿Pensás que en este contexto podría darse un gran frente opositor?
—Podría ser. No me parece un delirio pensar que Cristina espere hasta último momento, teniendo al oficialismo calculando si va a ir o no, y entonces decide no ir, se arma una gran PASO opositora y al macrismo lo pasan por arriba. Ahora, no sé quién querrá ir de candidato con CFK haciéndole sombra. Esa es la dificultad que representa Cristina. No es un poder que ella controle, representa lo que la gente proyecta en ella, ¿cómo hace para disolverse? No se puede borrar, aunque quisiera.
—¿Vos creés que es posible que se bajen un par de banderas en pos de ese armado?
—Es factible. No me sorprendería que apareciera una propuesta de gobierno de unidad nacional.
—Sería inédito en la Argentina.
—En América Latina no ha habido gobiernos de unidad. Hay casos en Europa, en este momento en Alemania, con una alianza entre la socialdemocracia y los demócratas cristianos, que funciona bien. Es difícil, pero no imposible. Quizá el caso más cercano que tenemos es el gobierno de Duhalde… sería verosímil el discurso de justificar la unidad por lo delicado de la situación. Es improbable que eso se replique en la sociedad, donde hay mucha división. La gente antiperonista es muy antiperonista.
—Pero no es más que el 30% de la población, según las encuestas.
—Yo creo que es menos, pero es un sector que tiene mucha influencia en Cambiemos porque el jefe de ellos es Macri, que es el más gorila de todos. Y hay un sector grande de la élite que es muy antiperonista, cerradamente antiperonista, pero en un sentido irracional. Es la dificultad que yo percibo. Ahora, a esa gente también se la puede aislar. Gente como Macri, Michetti, Peña, Bullrich (Patricia), que es muy reaccionaria y hace mucho daño. Le pasó a varios funcionarios de este gobierno, que se pusieron a hacer política ahora y piensan que hacer política es ser pillo, oportunista…
—¿Una sobreactuación?
—Exactamente. Lo que sorprende es Patricia Bullrich que hace muchos años que está en la política y opina de temas de seguridad como si hubiera empezado ayer. O es muy fascista, que también puede ser.
—¿Su discurso sobre la inseguridad y la inmigración son parte de un programa político regional?
—La demanda de seguridad y la mirada punitivista es bastante más antigua que este fascismo que gobierna Brasil, por ejemplo, o el de EEUU. Es una mirada anclada en problemas concretos de seguridad pública. A ver, Argentina no tiene tasas de criminalidad como la de otros países latinoamericanos, pero tiene más inseguridad que antes, algo que empezó hace 25 o 30 años. Y eso es perturbador. El riesgo de que te choreen en la Ciudad y el Conurbano es muy alto y vivir en estas condiciones es angustiante. Es muy legítimo que exista la demanda de hacer algo con esto y hasta me parece comprensible que alguien piense que el castigo lo alivie. No creo que la gente crea que bajando la edad de imputabilidad o metiendo la gente presa, se va a resolver el problema de criminalidad. Simplemente, me parece que lo que se busca es saber que el que las hace las paga. Es más del terreno de la reacción, no lo justifico ni lo comparto, pero lo entiendo. Ahora, ¿eso quiere decir que la Argentina es vulnerable a la aparición de un líder fascista? Yo creo que no. Me parece que lo más reaccionario que tenemos es Macri y Bullrich, que afortunadamente son menos reaccionarios que Trump y Bolsonaro.
—¿No algo que está inhibido?
—No, me parece que no se da el tipo de clasismo que se da en Brasil o EEUU. Argentina es un país plebeyo.
—¿Macri no piensa igual que Bolsonaro?
—No. Bolsonaro es un animal. No tengo dudas de que Macri es una persona reaccionaria, pero Bolsonaro es homófobo, racista… no creo que Macri sea racista. Es clasista porque le sale naturalmente. Y además una cosa importante es el uso de la violencia. Macri, al contrario, celebra la cercanía, la conversación, la despolitización. Bolsonaro es un líder politizador, de derecha, violento: promete matar gente. Es una cosa muy distinta, por suerte. Esto no quiere decir que en la Argentina no haya demandas que puedan ser caldo de cultivo de posiciones de derecha, como lo de Patricia Bullrich. Nuevamente, hay que entender qué pasa. La gente que demanda ese tipo de políticas no es boluda: la verdad que las ganas de andar tranquilo en la calle son razonables.
“El crecimiento de la desigualdad hace que aumenten los riesgos sociales para cada vez más gente. No es una situación inédita, ha sucedido en los períodos entre guerras del Siglo XX. De ahí se salió con políticas keynesianas, que más o menos entendieron cómo había que manejar la cosa. Hoy no hay un horizonte ideológico así. Es la dificultad y el riesgo de esta situación. De esa debilidad surge la posibilidad de comprar discursos simplistas y soluciones drásticas”
—¿Es una demanda que el progresismo, el populismo o el campo nacional y popular desatendieron?
—La respuesta progresista no es buena. La respuesta de que la raíz del problema es la desigualdad y la pobreza… ok, ¿entonces qué? La desigualdad no se redujo en ningún país del mundo en los últimos 20 años, en algunos crece más alto o se mantiene. ¿Vamos a tener que convivir con esto siempre entonces? No puede ser esa la respuesta. Hay que buscar respuestas positivas, como la de generar una sociedad más protectiva, igualitaria, tratarnos mejor, lo cual incluye que el tipo que chorea, no puede chorear más.
—¿Hay que incluir la mirada punitivista?
—Tiene que haber discursos y conceptos con una mirada de integración social, contar cómo vamos a vivir juntos, siendo que somos distintos, buscar la forma decente de esa convivencia, qué cosas vamos a tolerar y cuáles no. El discurso progresista ha sido esencialmente anti autoritario, y en algún sentido anti estatal: “Bueno, a la autoridad del Estado le vamos a poner este límite, la cana no puede ser tal cosa, los jueces no pueden hacer esto otro”. Pero también hay que contar cómo vas a ejercer el poder y la autoridad del Estado, desde el punto de vista progresista. ¿Cómo se usa la violencia del Estado? ¿Hay un plan progresista para ejercerla?
—No podés renunciar al uso de la violencia desde el Estado.
—Y no… si vas a gobernar, tenés que contar cómo vas a usar esos recursos. El Estado es un aparato para ejercer la violencia, tiene que haber un discurso progresista para eso. Y el discurso progresista de la seguridad es un discurso societal, no es con centro en el Estado. Entonces hay que crear una cultura de gobiernos progresistas, cómo va a ser la política de seguridad. La respuesta hasta ahora del progresismo es que no tienen política de seguridad… en esas condiciones, no es sorprendente que un discurso tosco como el de Bullrich, incluso el de Massa, te corra. No tienen un pomo que decir y hay que decir algo. La agenda progresista es la de convivencia, entonces hay que decir cómo lo va a solucionar.
—La inseguridad es algo que le modifica la vida cotidianamente a millones de personas.
—Es lógico: la gente está tensa. Hay que pensar cómo se vive en la ciudad y hay que reconocer que somos una sociedad muy heterogénea. El progresismo tiene una agenda muy urbana, pero se olvida del resto del país.
—Hay pensadores, como el israelí Harari, que hablan de una crisis fenomenal del liberalismo político, del discurso globalizador. Acá, en Argentina, es una discusión que parece ir al revés y ese discurso, el del liberalismo, parece captar más el sentido común que otro tipo de propuestas políticas.
—Estoy de acuerdo con que el liberalismo está en crisis. No ha resuelto el gran tema de este siglo, que es la desigualdad. Hablamos del liberalismo como ese discurso de defensa de la libertad de los mercados, desregulador, privatizador y de estímulo al sector privado. Tuvo éxito a partir de la segunda mitad de los 70 en el mundo globalizado, con figuras como Reagan y Thatcher. Ese discurso está agotado como horizonte ideológico, pero también en la Argentina. Es un discurso que atrasa y sólo lo repite gente que tiene un interés de clase, no lo cree nadie: nadie piensa que las privatizaciones sean una solución. Argentina hizo su experimento desregulador, que salió muy mal en términos sociales y fue mediocre en términos de crecimiento. El problema en la Argentina es la falta de horizonte. No hay discurso progresista y alternativo, pero tampoco hay un discurso liberal. Creo que incluso es un problema global: nadie entiende bien qué está pasando. Para mí el problema es que tenemos una gran dificultad para imaginarnos el orden social.
—¿A qué te referís con orden social?
—La idea de orden suena a priori exagerada, porque ninguna sociedad vive en estricto equilibrio. Pero hay situaciones en las que, bueno, los intercambios comerciales funcionan más o menos bien, los planes de vida se pueden llevar a cabo. Orden es tener cierta previsibilidad, y percibir que los shocks son improbables, pero que si vienen vamos a poder protegernos, algunos más, otros menos. Esa sensación de orden desapareció. El crecimiento de la desigualdad hace que aumenten los riesgos sociales para cada vez más gente. No es una situación inédita, ha sucedido en los períodos entre guerras del Siglo XX. De ahí se salió con políticas keynesianas, que más o menos entendieron cómo había que manejar la cosa. Hoy no hay un horizonte ideológico así. Es la dificultad y el riesgo de esta situación. De esa debilidad surge la posibilidad de comprar discursos simplistas y soluciones drásticas.
—Eso explica a Trump y Bolsonaro, por ejemplo.
—Exacto. Pero no creo que el liberalismo desregulador sea fuerte en la Argentina. El fracaso económico del gobierno de Macri lo ilustra perfectamente. Ese discurso no es una brújula buena para ubicarse en la Argentina de hoy y rumbear el barco.
—Este atraso en la discusión política argentina, ¿no hace que nos perdamos la oportunidad de pensar el futuro inmediato, como por ejemplo la implicancia de las nuevas tecnologías en el mercado del trabajo?
—Está muy lejos esa discusión. No está presente en el discurso y es muy difícil articularla porque, más allá de interpretar las tendencias de innovación, la dificultad de la Argentina es cómo resolver los problemas del presente. Lo primordial es volver a crecer y reducir la pobreza. En ese contexto hay que entender, por supuesto, la regulación laboral de los distintos sectores. Pero no hay ningún proyecto.
“¿Argentina es vulnerable a la aparición de un líder fascista? Yo no creo que no. Me parece que lo más reaccionario que tenemos es Macri y Bullrich, que afortunadamente son menos reaccionarios que Trump y Bolsonaro”
—¿Y qué opinás de la clase empresaria argentina?
—Hay empresarios muy productivos, inteligentes, sobre todo en el sector agropecuario. Hay algunos sectores industriales interesantes, también.
—Pero cómo se explica, por ejemplo, que hayan financiado y ayudado a Cambiemos y hoy estén padeciendo una crisis profunda, que la atraviesan casi en silencio.
—Los empresarios argentinos son parecidos a los empresarios del resto del mundo: tienden a tener anteojeras ideológicas muy fuertes. Un profesor de sociología me dijo una vez que la sociedad de arriba es muy opaca. Es gente que vive en situaciones aisladas, muy especiales, tiene consumos… es gente que no tiene problemas con la guita, lo cual la diferencia del 99% de la población. La crianza es distinta, la sociabilidad es diferente, los consumos culturales son distintos. Son personas singulares y, sin duda, no son especialmente diestros en política. En Argentina muchos empresarios han perdido mucha plata por su incapacidad política y sus anteojeras ideológicas. Son cortoplacistas, compran todos los buzones que les venden.
—Lo que nunca queda explicado es por qué combatieron a un modelo que les hacía ganar plata y sostienen uno que les hace perder. Parece un rasgo de histeria.
—Es ideología. A mí no sé si me fue mejor o peor que durante el gobierno anterior, en términos de guita. Yo no me banco este modelo porque representa un modo de vivir que a mí no me gusta, no veo al mundo como lo ven ellos, ni la Argentina que se imaginan. Un empresario tiene el derecho a tener preferencias ideológicas. Por ahí piensan que ganan guita, incluso a pesar de un gobierno. Muchos son más pragmáticos de lo que parece. Son esferas distintas.
*Por Franco Spinetta para Almagro Revista. Fotos: Natalia Marcantoni.