¿Es necesario explicar el macrismo?

¿Es necesario explicar el macrismo?
13 marzo, 2019 por Redacción La tinta

Por Roque Farrán para La tinta

¿Por qué nos sigue sorprendiendo que Macri mienta con descaro, sin poder mostrar una sola medida positiva de su gobierno, y que todavía haya gente que le crea? ¿Por qué nos sorprende, de igual manera, que vuelvan a resurgir mitos religiosos sobre el carácter plano de la tierra y cuestiones por el estilo? ¿Cuándo se fueron o extinguieron semejantes creencias? Hay desplazamientos en las placas tectónicas de los saberes y creencias, sin dudas, pero no desapariciones absolutas.

¿Tenemos que explicar acaso por enésima vez cómo funciona la ideología, la materialidad de la fuerza inercial que tiene la creencia y el modus operandi de una razón ampliada que está entrelazada ineluctablemente a formas puntuales de afectividad, de interpelación e identificación? La deuda, la culpabilidad y el sacrificio hacen un nudo clásico (refrendado por siglos de tradiciones y vuelto a usar una y otra vez en distintos contextos). En todo caso, los materiales, recursos y modos que toma cada exposición, para volver a situar las coordenadas actuales de la servidumbre voluntaria, dependen del medio y la audiencia. Quisiera reponer aquí algunos vectores mínimos que quizás puedan orientarnos en distintas situaciones puntuales.

Nos hemos embrollado bastante ya con este asunto de la mentira y la posverdad, de lo racional y lo irracional, lo evidente y lo ilusorio, lo visible y lo invisible, etc., porque damos por supuestas demasiadas cosas; o más bien, damos por supuesto lo que liga históricamente las palabras a las cosas: no sólo una episteme o un dispositivo de saber-poder, sino algo más complejo y simple a la vez, aquello que Foucault llamó un “régimen de verdad”. En su seminario “Del gobierno de los vivos”, dictado en 1980 en el Collège de France, Foucault muestra justamente eso: cómo la manifestación de la verdad, excesiva respecto al saber en juego, se liga al arte de gobernar bajo distintos principios históricos. La razón de Estado, donde prima la racionalidad científica, por ejemplo, es sólo uno de ellos.

Hoy, vemos retornar oráculos, brujos y brujas, astrólogas y adivinos, incluso el resurgir de nuevos coachs del alma, personajes variopintos que fueron expulsados del ámbito de gobierno hace tiempo bajo el primado de otro tipo de racionalidades y saberes. Quizás más que nunca, en esta coyuntura problemática, el saber y el arte de gobernar están apenas vinculados por aquella gigantomaquia que llamamos “posverdad” o mentira, cuando es, en efecto, un régimen de verdad que apunta a interpelar a los sujetos a identificarse a lo que desde siempre son (como decía Althusser, “la ideología es eterna”, así funciona en retroactividad): mónadas individuales que solo por el esfuerzo o el mérito se constituyen como tales. Parece inimaginable otra forma de ser sujeto.


Por eso, el discurso de Macri, pese a todas las evidencias en contrario, sigue siendo efectivo en algún punto. Allí mismo donde logra unificar y homogeneizar prácticas y posiciones sociales tan disímiles bajo la figura del meritocrático y esforzado empresario de sí. Historizar estas identificaciones no implica justificar ni comprender demasiado rápido, sino captar los puntos de enlace materiales entre modos de saber-poder-cuidado que hacen a un régimen de verdad para producir, a partir de allí, desplazamientos efectivos.


El punto nodal estratégico, hoy, lo constituye la práctica ética. En eso también nos puede orientar el último Foucault. Cuando Foucault estudia las prácticas de sí, el cuidado de sí, el cultivo de sí, inmediatamente tiene que mostrar cómo, en la cultura antigua, esas prácticas eran políticas y sociales al mismo tiempo, es decir, no eran de ningún modo solipsistas. Esto es así porque, en la actualidad, estamos soberanamente jodidos por los discursos circulantes del individualismo y el cultivo New Age de sí, que son muy empobrecedores (tributan a la antipolítica y a una socialidad restringida). Sin embargo, tampoco es cuestión de ostentar ninguna erudición sobre los Antiguos ni solazarse en el anacronismo idealizante, sino de practicar en el presente modos de constituirse materialmente a sí mismo sin darse nunca por hecho.

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(Imagen: Colectivo Manifiesto)

Para disipar el malentendido y evitar justificaciones, prefiero entonces invertir la cuestión foucaultiana y decir que, al revés, es en el conjunto dispar de las prácticas materiales de nuestro tiempo que emerge la diferencia ética. En la tópica social compleja, cada práctica guarda su especificidad pero, a la vez, se encuentra entrelazada con otras (como mostró Althusser con el concepto de “sobredeterminación”). En las prácticas políticas, científicas, ideológicas o artísticas, hay que cultivar un ethos suplementario, un modo de atención a eso que se hace, en cada caso, a través de una disposición interrogante e inquietante. Es apenas una sutil distancia de sí la que permite constituirse a sí mismo en cada caso, y cada vez, en lugar de quedar fijado a identificaciones empobrecedoras que reproducen funciones y lugares incuestionados. Las prácticas definen a los sujetos y la vuelta reflexiva sobre sí impide la hipóstasis y la manipulación culpabilizante o mágica. Cada pensador materialista tiene su modo de trabajarlo, algunos formulan mucho y otros muy poco al respecto. Althusser habló, en su momento, del “vacío de una distancia tomada” y, para mí, fue suficiente al entender de qué se trama un pensamiento materialista.

En fin, para romper con el hechizo de las identificaciones culpabilizantes y concluir sin más explicaciones, propondría el siguiente ejercicio espiritual materialista (ya lo he propuesto en otra parte).


Haz como si eso que haces, no importa su valor o magnitud, fuese a cambiar el mundo en verdad. O mejor: haz que eso que haces cotidianamente esté con un pie en este mundo y con otro en el nuevo mundo que imaginas deseable. Entonces, se producirá una torsión entre el lugar desde donde operas y extraes los materiales, y ese otro lugar que deseas. Un cambio de terreno, la apertura de una nueva problemática. Si se logra producir esta torsión singular, se reconcilian las figuras de la crítica, la utopía y la subversión en el mismo acto.


Si ese modo de proceder se contagia, se multiplica y potencia, otro mundo advendrá efectivamente. Más que discutir y refutar autores, tenemos que aprender a usarlos para encontrar nuestro lugar en el mundo y forzarlo hacia otra cosa. Ese es el ejercicio básico de un pensamiento materialista, sea su práctica política, teórica, ética, estética o ideológica.

* Por Roque Farrán para La tinta

Palabras claves: macrismo

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