Reírse de estos chetos
Por Diego Valeriano para La tinta
Hay que reírse de estos chetos que nos gobiernan, usar la risa como castigo popular, decirles cosas hasta que lloren, hasta que los invada la tristeza, esa tristeza que te come por dentro por saber que te tomaron de punto, esa tristeza que les re cabe.
Reírse fuerte, hacer miles de memes, escribir ordinarieces en las puertas de los baños de la Rosada, contar chistes en el furgón. Hay que frenar el ajuste con ingenio popular o, por lo menos, hacer que la burla los persiga, que la vergüenza los despierte en el medio de la noche, que nuestra risa los atormente: usar el humor como arma principal.
Que duerman mal porque se les ríe el chofer, los granaderos, el mozo que al principio lo respetaba. Que a la hija no le dejen usar la tablet para que no vea cómo se burlan de su madre que, hasta hace poco, era canchera y linda. Que mueran de odio cuando vayan a comer y les llegue el murmullo burlón de las mesas de al lado. Que lloren de bronca por saberse unos giles, por saber que son el centro de todas las risas, porque son conscientes de la gastada que se están comiendo.
Frente al ajuste y la miseria planificada, la burla como antídoto, como lluvia de piedras, como saqueo, como fiesta. Hacer chistes pavos, gritarles cosas para que la banda delire, descansarlos con sabiduría. Tararear instintivamente Boluda Total cuando aparece Michetti, usar de meme la cara de Majul, hacer un sticker de Pato escabiando, cantar en los 15 de tu sobrina el hit del verano pasado.
Hay que poner la cara que puso el Papá Noel que llevaron a la Rosada, los dedos en V y la sonrisa pilla como hizo el de la UOCRA, y putearlos como putean las viejas. Hay que reírse a carcajadas como se les ríen las putas de la colectora. Hay que esperarlos en los timbreos y reírnos en sus caras, hacer rimas con sus nombres, verduguearlos mal.
Porque esa vergüenza, la vergüenza que les da ser verdugueados, no se quita ni con guita, ni con viajes, ni con pastillas.
Largar la carcajada bien desde adentro, como en un asado a las cuatro de la tarde, como las pibas previando, como cuando fumamos mirando Los Simpson, como se ríen los guachines cuando se cae un viejo.
Porque les duele más la burla que el fierrazo. Les duele ser unos panchos más que cualquier movilización, le temen más al desprecio genuino de un chiste que a esos chabones con pechera que ni se ríen. Porque la risa no la reprimen, porque el ingenio popular nunca descansa, porque aunque se escondan, aunque blinden sus actos, la gastada se les filtra.
Ahora que en diciembre se van y vuelven a sus casas bien chetas, a sus barcos, a sus viajes por el mundo, ahora que por fin se van, tienen que saber que a donde vayan los van a perseguir nuestras risas despectivas, esos memes que no paran, todos los apodos que les pusimos, nuestro desprecio genuino, nuestra pequeña, manija y duradera venganza.
* Por Diego Valeriano para La tinta