Contra el “lawfare” y la subjetividad troll: gobierno crítico de nosotros mismos

Contra el “lawfare” y la subjetividad troll: gobierno crítico de nosotros mismos
26 marzo, 2019 por Redacción La tinta

Por Roque Farrán para La tinta

Del “Estado somos todos” al “gobierno crítico de nosotros mismos”. Esa sería la fórmula del paso que tenemos que dar en este instante de peligro. Porque, si ha fallado en alguna medida la interiorización del Estado y el empoderamiento ciudadano, oportunidad abierta luego de la crisis de gubernamentalidad de 2001, eso no se puede remediar acudiendo a una lógica puramente militante y voluntarista. Es necesario ejercer una crítica inmanente y rigurosa de nosotros mismos, allende las ideologías, que exceda la mera culpabilización y atraviese todos los niveles y prácticas de conducción: educativas, barriales, sindicales, estudiantiles, partidarias, parlamentarias, ejecutivas, comunicacionales, etc.

El procedimiento judicial en pos de la verdad también tiene que ser impecable y seguir hasta las últimas consecuencias. De allí la importancia del apoyo al juez Alejo Ramos Padilla en todas las instancias. No es cuestión de partidismos o ideologías, en este caso, hablamos de la constitución de nosotros mismos. Constitución Nacional, sí, pero también Constitución Ontológica. Nada menos que eso está en juego: o nos transformamos o perecemos.

Cuando Foucault vuelve sobre el caso de Edipo, en “El gobierno de los vivos”, para analizar el cambio de un “régimen de verdad” (cuestión que excede el “trillado círculo de poder-saber”, como él mismo dice, e implica a los sujetos en la manifestación de la verdad), resulta clave, justamente, el pasaje de un modo de poder-saber basado en la sentencia oracular al de uno en que prima la racionalidad sin concesiones del procedimiento jurídico. Claro que ese pasaje no es para nada simple, porque implica también a los sujetos en cuestión, en calidad de “operadores”, “testigos” u “objetos”. No hay racionalidad pura sin interpelación al sujeto en la manifestación de la verdad, que es lo que quiere mostrar Foucault.

Es increíble que lo que estamos viviendo hoy los argentinos se aproxime tanto, por estructura, a aquel relato clásico y a los avances investigativos en torno al modo de gobierno que ensayaba Foucault en los ’80. Estamos ante la posibilidad de un cambio de régimen de gran calado: un cambio de “régimen de verdad”. Si Macri fuese consecuente como lo fue Edipo y permitiera que el procedimiento jurídico llegase hasta las últimas consecuencias en el cuestionamiento del círculo de poder-saber (como a veces sugiere), entonces se produciría un verdadero cambio: caería lo que tenga caer, rigurosamente, incluido quizás el mismo presidente (como sucedió con Edipo), su entorno familiar y, en nuestro caso, también esta suerte de madre sustituta y perversa de la repuliqueta imaginaria que es Carrió (junto a su séquito). Por eso, digo, si entendemos ante qué nos encontramos, no podemos enredarnos en el juego de la posverdad, el relativismo o la lógica militante, acá el procedimiento jurídico riguroso de la verdad anuda todas la dimensiones necesarias al caso (a lo que cae). Hay que cuidar entonces cómo se manifiesta la verdad singularmente, cuáles son los sujetos interpelados y cómo podemos respetar el procedimiento para que estos se constituyan como tales.

Voy a dar un ejemplo concreto de ello, que introduce otra dimensión y pone en evidencia lo que digo.
Entré a un grupo de apoyo en Facebook al Juez Ramos Padilla, firmé lo que había que firmar y salí. Tuve la experiencia virtual de lo fácil que es introducir el caos en un colectivo que quiere organizarse, no por la falta de reflexividad de sus miembros o porque no haya una autoridad competente (el administrador del grupo en este caso), sino porque las susceptibilidades, inconveniencias y torpezas comunicativas prevalecen. Ni siquiera hacen falta trolls externos y bien pagos para producir la estampida, como se decía ahí, porque muches colaboran gratuitamente al respecto, ¡y hasta con las mejores intenciones!


La subjetividad troll ha devenido paradigma comunicacional. Lo cual no es tampoco un problema de egos, como se dice a menudo, sino de redes intersubjetivas y estilos comunicacionales que responden a una crisis mucho más amplia de los saberes, poderes y modos de cuidado que nos constituyen.


Me causaba cierta gracia, por ejemplo, que una persona se defendía de la acusación deslizada de que había infiltrados y quería definir al troll como alguien exclusivamente pago por Marcos Peña, cuyo perfil no tenía casi contactos y solo agredía, mientras que los bienintencionados que decían lo que se les ocurría, sin prestar la mínima atención al para qué del espacio creado, eran solo quienes “pensaban distinto”, etc. Pero resulta claro que esa justificación sería como querer definir a los abusadores sexuales solo a partir de que hayan violado reiteradamente a sus víctimas con total impunidad y que además eso haya sido establecido así por la justicia, cuando sabemos que las conductas de abuso muchas veces se dan de manera solapada en relaciones de poder y situaciones no claramente verificables (¿Son acaso el cantante de Los espíritus o Darthés o el de la editorial de poesía abusadores por aprovecharse de situaciones de poder para avanzar sexualmente?). Hay muchas instancias previas antes de llegar a los tribunales y no hablo solo de escraches, sino de prácticas y conductas éticas decididas.

Porque el abuso, sexual o comunicacional, como sucede en cualquier orden de nuestra vida social, responde más bien a un perfil subjetivo, un modo y un estilo de ejercer el poder cultivado socialmente, que se ampara en lo que ya está legitimado o naturalizado, en sus ambigüedades y vericuetos, para dar salida a lo peor de cada uno.

Puede darse también en un concurso docente o en una entrevista de trabajo. Una subjetividad instrumental que no puede hacerse cargo de sus pasiones, que no puede responder a la posibilidad de afectar y ser afectado, invertir las relaciones de poder y dar lugar a modos nuevos de saber. Un gobierno crítico de nosotros mismos tiene que atender a todas esas instancias y prácticas en simultaneidad, sin menospreciarlas o relativizarlas, porque la organización que nos falta es directamente proporcional a la potencia que aún no podemos darnos.

* Por Roque Farrán, Investigador de Conicet, filósofo y psicoanalista.

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