Safari Club: algo más que un club de caza
En plena Guerra Fría, se creó un grupo internacional para detener el avance de los movimientos de liberación. La historia secreta de la internacional anticomunista
Por Guadi Calvo para La tinta
En 1982, cuando el periodista egipcio Mohamed Heikal, icono de la prensa árabe y hombre de confianza y consulta del presidente Gamal Abdel Nasser, investigaba en el Irán revolucionario los archivos secretos de la antigua Sazeman-e Ettela’at va Amniyat-e Keshvar (Organización de Inteligencia y Seguridad Nacional, o SAVAK), el temible servicio de inteligencia de los tiempos del Sha Reza Pahlavi, para su libro Irán: La historia no contada, descubrió una serie de escritos que dejaron al descubierto una de las tramas más oscuras y secretas de la segunda mitad del siglo XX: el Safari Club, una organización de carácter internacional conformada para resistir los avances del comunismo.
Tras el escándalo del caso Watergate, todas las agencias de inteligencia norteamericanas quedaron sometidas a los estrictos controles del Congreso. Desde entonces, sus acciones fueron, y hasta la llegada de Donald Reagan a la presidencia en 1981, severamente restringidas y monitoreadas, al punto de que prácticamente no podían enviar agentes al exterior, hacer investigaciones ni pagar informantes y operaciones encubiertas.
En el marco de la Guerra Fría, las “democracias” quedaron desguarnecidas tras el abandono de los Estados Unidos y muy temerosas frente a los movimientos marxistas en todo el mundo, por lo que a instancias de Henry Kissinger, Francia, Egipto, Arabia Saudita, Marruecos e Irán se unieron para crear una asociación secreta conocida como el Safari Club para, de alguna manera, realizar las tareas que la CIA tenía vedadas.
Según Heikal, fue el propio Kissinger quien influyó en las monarquías del Golfo Pérsico para que financiaran las operaciones contra a la Unión Soviética (URSS) y los movimientos revolucionaros y nacionalistas del Tercer Mundo.
En 1976, se realizó un conclave secreto llevado a cabo en el lujoso resort Monte Kenia Safari Club, en la localidad de Nanyuki, fundado en 1959, y cuyos propietarios eran el magnate petrolero Ray Ryan –y el mayor de sus accionista-, con aceitados vínculos con la CIA y la mafia; el banquero suizo Carl Hisrchman, fundador de Jet Aviation, una empresa de aviación comercial también vinculada a la CIA vendida a General Dynamics en 2008; y el actor norteamericano William Holden.
Dos de los tres socios terminarían en muertes por lo menos dudosas. En octubre de 1977, Ryan falleció al estallar una bomba conectada al encendido de su auto, un Lincoln Mark V, en Evansville, Indiana. Se desconoce si el atentado -ya que sigue sin resolverse- tuvo alguna relación con el Safari Club. Holden murió desangrado en su casa de Santa Mónica, California, en noviembre de 1981, tras haber tropezado, borracho, con una alfombra y golpear su cabeza contra una mesa.
En la primera reunión del club participaron el conde Alexandre de Marenches, jefe del SDECE (Servicio de Documentación Exterior y de Contraespionaje) francés; Kamal Adham, jefe de la inteligencia saudita; Mukhabarat Al A’amah, director del Servicio de Inteligencia egipcio; el General Kamal Hassan Aly; Ahmed Dlimi, jefe del servicio de inteligencia marroquí; el general Nematollah Nassiri, jefe de la SAVAK iraní; el presidente de Sudán, Jaafar al-Nimeiri; su jefe de inteligencia, Omar al-Tayeb; y según algunas fuentes sin confirmar también habrían estado presentes el jefe del Mossad, Yitzhak Hofi; el Ministro de Defensa israelí Ariel Sharon; el multimillonario estadounidense-israelí Adolph Schwimmer; el subdirector del Mossad, David Kimche, y Yaacov Nimrodi, el enlace en Teherán entre la inteligencia judía y la iraní.
Inicialmente, el grupo se reunió bajo el auspicio de traficante de armas saudí Adnan Khashoggi -que a los pocos años terminaría comprando ese resort-, el presidente de Kenia Jomo Kenyatta y el secretario de Estado de los Estados Unidos, Henry Kissinger.
Tras la reunión inicial, el Safari Club se estableció en El Cairo, donde adquirió importantes empresas inmobiliarias, con el fin de tener una tapadera para sus actividades. Para el lavado de activo y el uso de dinero negro se utilizó el Banco de Crédito y Comercio Internacional S.A. (BCCI), una pequeña institución paquistaní que durante casi dos décadas fue una cloaca internacional para transacciones no solo del Safari Club, sino de cualquier clase de negocios turbios, incluido el narcotráfico, comprando bancos en todo el mundo. Constituido como la red de dinero clandestino más grande de la historia, operaba principalmente desde su sucursal en la ciudad de Karachi.
El Club se constituyó oficialmente el 1 de septiembre de 1976, y su primer director fue Alexandre de Marenches, un ferviente anticomunista que estuvo a cargo de la inteligencia francesa por once años, nombrado por el presidente Georges Pompidou en 1970 y confirmado por Giscard d’Estaing en 1974. Marenches renunció en 1981 dada la fuerte presencia de “elementos” comunistas en el gobierno de François Mitterrand.
Otros “selectos” miembros del club eran el Sha de Irán, el rey Hassan II de Marruecos, el presidente de Egipto Anwar el-Sadat, Kamal Adham, jefe de inteligencia del rey saudita Faisal y el ex director de la CIA Richard Helms, embajador de los Estados Unidos en Irán desde 1973 a 1977.
Las cumbres secretas se realizaban periódicamente en Arabia Saudita, Francia y Egipto, y en ellas se resolvieron operaciones de gran magnitud en África, Medio Oriente y América Latina.
Un mundo de operaciones
Para el éxito de las operaciones, cada uno de los miembros del club colaboraba con sus “especialidades” más definidas: Francia aportaba servicios de seguridad y comunicación; Egipto y Marruecos armamento y efectivos militares, y Arabia Saudita e Irán financiación.
Entre las operaciones más importantes se pueden contar la intervención en la “Primera guerra en Shaba”, una provincia minera en el sur del Congo (anteriormente Zaire), en la primavera de 1977, para impedir que los rebeldes marxistas del Frente de Liberación Nacional del Congo (FLNC) se hicieran con el poder. La intervención del Club consistió en que Francia trasportara tropas marroquíes y egipcias, en socorro del régimen del dictador Mobutu Sese Seko, un aliado de Occidente que ejercía como una gran represa de contención a los movimientos de izquierda en África occidental. En la operación también se utilizaron a veteranos de la ultra derechista Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA) de Jonas Savimbi, uno de los grandes jugadores en la guerra civil de Angola, o “Guerra Grande”, que se libró entre 1975 y 2002.
En 1977, el Safari Club también colaboró con Siad Barre, el caudillo somalí, que siguiendo el ejemplo del presidente egipcio Anwar el-Sadat, traicionó a sus aliados soviéticos, se asoció a los Estados Unidos, e invadió el territorio etíope de Ogaden, gobernada entonces por la junta revolucionaria del Consejo Administrativo Militar Provisional o Derg, un aliado de Moscú y La Habana, dando inicio a la guerra etíope-somalí conocida como la “Guerra de Ogaden”, que duraría un año y provocó unas 20 mil muertes. Con esa guerra, se iniciaría la degradación de Somalia hasta convertirla en el Estado Fallido que conocemos hoy.
Con la caída de Pahlavi en Irán, el Club perdía no solo una de sus más importantes fuentes de financiamiento, junto a los sauditas, sino también parte del eje donde podían afirmarse las políticas de los Estados Unidos para Medio Oriente.
Quizás el éxito más importante del Safari Club es haber conseguido el acercamiento entre Egipto e Israel, utilizando las buenas relaciones que tenían Hassan II de Marruecos con el Mossad. Hassan II consiguió, en octubre de 1976, realizar una reunión en Marruecos entre Yitzhak Rabin y Anwar el-Sadat. Lo que después de un largo trabajo de ebanistería política terminaría con la normalización de las relaciones entre Israel y Egipto, revirtiendo la situación en Medio Oriente y sellando, quizás para siempre, la tragedia de Palestina.
Hassan II sacó una buena recompensa por sus buenos oficios, ya que miembros del Club participaron de manera directa en la guerra que Marruecos mantenía y mantiene contra el Frente Polisario por el ancestral territorio de los saharaui, que hasta 1975 fue ocupado por España y es conocido como el Sahara Occidental.
Las redes de espías del Club también consiguieron dar con los planos completos del letal misil soviético Sam-7, además tejer la red de espionaje y tráfico de armas que terminó conociéndose como el escándalo Irán-contra.
El Safari Club corporizó los sueños del primer director civil de la CIA, Allen Dulles, nombrado en el cargo por Harry Truman en 1953, quien había ideado una organización autónoma para operaciones encubiertas de alcance global, fuera de la jurisdicción de la de las autoridades de los Estados Unidos. Los socios del Safari Club entendieron que el mejor revulsivo para detener los avances del marxismo en el mundo musulmán era habilitar a Arabia Saudita para que exportara de manera industrial su interpretación extrema del Corán, el wahabismo. Para eso se invirtieron miles de millones de dólares en la construcción de miles de mezquitas y madrassas, ya no solo en los territorios del Islam sunita, sino también en Europa y los Estados Unidos, a donde se enviaron cientos de predicadores fundamentalistas para perturbar la cabezas de miles de talib (estudiantes del Corán). De una de aquellas escuelas coránica en Pakistán, terminaría emergiendo personajes tan siniestros como el mismísimo Mullah Omar, fundador de los Talibanes, en la provincia afgana de Kandahar en 1994.
La propalación del wahabismo dejó la ruta liberada para que durante la guerra antisoviética de Afganistán, los Estados Unidos pudiera dar asistencia clandestina a los muyahidines y los más de 30 mil militantes wahabitas llegados a territorio afgano de más de una docena de países musulmanes, financiados por Arabia Saudita y Hassanal Bolkiah, el sultán de Brunei.
No está comprobando en qué momento el Safari Club se disolvió, pero sus actividades comenzaron a perder peso tras el derrocamiento del Sha en 1979 y la renuncia de Marenches como jefe de la inteligencia francesa en 1982.
Sea como sea, el Safari Club ha dejado su marca en la historia contemporánea: una profunda y extensa marca de sangre.
*Por Guadi Calvo para La tinta