Inseguridad generalizada
Por Roque Farrán para La tinta
Hace poco, fue noticia la represión al verdurazo frente a la estación Constitución, en Buenos Aires, lo cual generó mucha bronca, gran indignación, sobre todo, al circular por varios medios y redes sociales la imagen de una anciana –seguramente jubilada– alzando berenjenas del piso, inclinada entre policías dispuestos en una formación marcial que se veía ridícula, por innecesaria y ostentosa, ante los pequeños productores agrícolas familiares (excesiva fuerza para la situación, cuyo contraste captado por la imagen resultaba elocuente).
En Córdoba, el mismo día, la noticia fue el fusilamiento también de un jubilado en una zona muy transitada de la ciudad sin que actuara una mínima fuerza policial, esta vez, fue la ausencia y desidia de la misma institución, lo que, además de indignación, ha generado mucha tristeza, porque, en verdad, ya se siente lo inhabitable de todo (en la imagen, que circuló menos por los medios, se ve a un sobrino de la víctima arrodillado en la calle e insultando a la policía que no estuvo). El brazo ejecutor en un lado y en otro, podríamos decir, independientemente de los agentes que hagan sentir sus efectos letales (policías o ladrones), es de la misma máquina violenta y estúpida.
La inseguridad no es una mera sensación ni una cuestión ideológica, sino que ha invadido estructuralmente todos los niveles e instituciones de nuestra sociedad: las familias, las calles, las plazas, los vecindarios, los tribunales, las universidades, las empresas, los medios, las llamadas fuerzas de seguridad, el Estado en su conjunto. Inseguridad generalizada cuyo correlato ineluctable es la violencia generalizada. Violencia en las familias, violencia en las calles (robos y homicidios), violencia en las instituciones públicas (desfinanciamiento, corrupción, pésima atención, etc.), violencia en las empresas (corrupción, acomodo, desatención, explotación, etc.). No solo por el desfinanciamiento concreto de las instituciones que tendrían que hacerse cargo de evitar las violencias, conflictos y problemas cotidianos, sino por la misma desidia, impericia y falta de coherencia ideológica en los modos de organizar los exiguos recursos que nos quedan. Hasta en las Universidades Públicas, que tendrían que ser un ejemplo en el uso ético de los saberes y modos de transmisión, los llamados “Concursos Públicos por Antecedentes y Oposición” son una farsa a viva voz.
El país, en toda su extensión y constitución, se encuentra comprendido y definido mayormente por la corrupción y la inseguridad generalizadas, por la falta de confianza en las instituciones; de allí la inusitada violencia en sus diversas manifestaciones actuales. Sentimos que, del presidente para abajo -con “el mejor equipo de los últimos 50 años”- y hacia todos lados -salvo muy honrosas excepciones-, nadie pareciera estar a la altura de las tareas, de las funciones, de las circunstancias. Crisis total.
El tejido social está roto, quebrado, falta enlace y articulación por todos lados. Quizás, ninguna organización social o movimiento puede suplir esta falla transversal, por más buenas intenciones que tengan. El neoliberalismo y su lógica de la ganancia sin miramientos nos han herido de muerte como sociedad y ya no es algo teórico -digno de debates europeos-, sino un hecho bien concreto, real, cotidiano; lo vivimos y sufrimos a diario.
De esto, solo puede sacarnos el deseo de vivir y reconstituirnos como sociedad, tramo a tramo, y en su conjunto articulado. Nada más. Por eso, insisto, hace tiempo, en que el “punto nodal estratégico” lo definen, hoy en día, las prácticas éticas; prácticas que, por supuesto, tienen que ir anudadas de manera sistemática a las prácticas políticas, económicas, ideológicas, tecnológicas y teóricas que nos permitan reestructurar y reorganizar la formación social en su conjunto. Cada práctica guarda su especificidad, su modo de incidencia, en tanto permite exceder y transformar los niveles e instituciones donde se inserta y ejercita; pero, además, resulta necesario leer y hacer inteligibles los lazos y sobredeterminaciones complejas entre ellas, sus eventuales modos de entrelazamiento en la coyuntura, porque, de allí, proviene la potencia para la transformación de la sociedad, máxime en un momento de crisis como éste donde lo viejo se resiste a caer y lo verdaderamente nuevo no alcanza a aparecer con suficiente intensidad. Como sostuve en una entrevista reciente para la revista La Luciérnaga: “anudar o morir”.
*Por Roque Farrán para La tinta / Imagen de portada: Nacho Yuchark para Lavaca.org.