El imperio de Kapuściński
Un recorrido por la historia de uno de los más importantes escritores de viajes y corresponsales de guerra de todo el siglo XX.
Por Lucas Gatica para La tinta
De Ryszard Kapuściński se ha dicho de todo. Lo han señalado como un maestro de periodistas, como alguien que convirtió el periodismo en una misión y no en un oficio, como el que convirtió el reportaje en un arte universal y muchos más etcéteras.
Nació en Pinsk, Polonia -hoy, Bielorrusia-, en 1932. Murió en la capital polaca, Varsovia, en 2007. Como resumen y generalizando, se lo puede etiquetar como periodista, escritor, ensayista, poeta e historiador. En sus libros, se conjuga todo eso: la historia, el periodismo, la ficción, la etnología, el humor. En definitiva, se trata de uno de los más importantes escritores de viajes y corresponsales de guerra de todo el siglo XX. Cubrió con maestría el ocaso de los colonialismos europeos, presenció golpes de Estado y revoluciones, escribió libros que ayudan a la comprensión del mundo en el que vivimos.
La invasión a Polonia por los nazis, primero, y por los rusos, después, convirtió a la familia Kapuściński en nómadas en tierra propia, escapando de los espantos de la guerra. Su padre se empeñó en preservar la cultura polaca durante el conflicto bélico, ya que los nazis la querían borrar de cabo a rabo, según lo cuenta en pasajes autobiográficos del libro Busz po polsku (La jungla polaca).
El Imperio
Una de sus obras cumbre es El Imperio (Anagrama, 2006), donde narra sus viajes y contactos con la desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) desde su juventud, cuando los soviéticos invadieron Polonia, hasta su adultez, cuando recorre sus diferentes repúblicas y pueblos, desde la Siberia a Moscú, desde Georgia a San Petersburgo y más allá. Suelen indicarse una serie de libros fundamentales del autor, como Ébano o Un día más con vida. Pero El Imperio ha pasado injustamente desapercibido. El libro es un testimonio increíble sobre la olvidada Unión Soviética. Hizo cinco viajes al corazón del Imperio, explorando sus confines y sus grandes ciudades. En la lectura, se respira el despotismo de la jerarquía soviética, la burocracia de la URSS y la diversidad cultural del conglomerado de etnias.
Armado con su pluma, su memoria y el idioma ruso -que dominaba-, Kapuściński se mimetizó como un ciudadano común y silvestre para visitar, por ejemplo, las minas de carbón de Vurkutá, que se encuentran pasando el Círculo Polar Ártico. Allí, documentó las condiciones subhumanas de los trabajadores mineros, cuya esperanza de vida no pasaba los 35 años. También recorrió Muinak, pueblo de pescadores en el despoblado mar de Aral. Relató crudamente el sistema carcelario de Kolymá, en Siberia, donde millones de personas perdieron la vida. Su mirada nos arroja a un país en decadencia y caída libre. Por ejemplo, uno lee que, para tomar un avión, era probable pasar días enteros en los aeropuertos esperando que alguno, cualquiera, se dignara a despegar.
La URSS estuvo compuesta por decenas de pueblos distintos: armenios, ucranianos, abjasios, georgianos, entre otros. Y Kapuściński nos hace ver que existió la intención de una “rusificación” y que la desintegración, que se veía venir, era vivida de maneras diversas por cada uno de estos pueblos. Así, a través de los enlaces del periodista con la gigantesca Unión Soviética, último imperio del siglo pasado, nos acercamos a la realidad de uno de los países más misteriosos y fascinantes del mundo.
Corresponsal
Luego de finalizada la Segunda Guerra Mundial, Kapuściński se muda a Varsovia. Ahí, retoma los estudios, termina el bachillerato con la vocación de ser poeta, cosa que nunca abandonaría. Gracias a sus motivaciones poetas, entró en el círculo cultural de la Polonia comunista y comenzó a colaborar con el periódico Sztandar Mlodych (El Estandarte de la juventud). En ese diario, su trabajo consistía en recorrer Polonia como un saltimbanqui en busca de novedades.
El primer sabor dulce llegó a su boca con un reportaje, La otra verdad sobre Nowa Huta, donde describe un panorama crítico de la ciudad obrera homónima. Esta ciudad fue creada por la propaganda oficial como el escaparate del nuevo régimen. Con este artículo, desató un tsunami que lo obligó a esconderse, pensando que lo arrestarían. Fue de tal magnitud el revuelo, que el gobierno quiso investigar con la intención de desacreditar al periodista. Así, las autoridades se lanzaron a averiguar la verdad detrás de Nowa Huta. Nombraron una comisión que corroboró toda la denuncia de Kapuściński. Luego de eso, no fue preso, sino que lo condecoraron con la cruz de oro al mérito.
Gracias a este primer artículo revolucionario, cumplió su verdadero deseo: viajar al exterior. Él se conformaba con salir del régimen comunista y visitar países cercanos de Europa, pero su primer destino fue, nada más y nada menos, que la India. Este fue un viaje que lo marcó sobremanera. Luego, en su segunda estadía en el extranjero, iría a China. Estas experiencias sellaron su carrera y su afán por conocer nuevas culturas y de abrir su cabeza. Buena parte de sus viajes están contados en Viajes con Heródoto.
Inmediatamente a la publicación de La otra verdad sobre Nowa Huta, la Agencia Polaca de Noticias lo contrata para que sea corresponsal extranjero. Su destino ahora iba a ser África. A partir de ahí, su vida y obra estarán vertebradas por el continente negro. Fue corresponsal polaco para África en soledad; el único para todo el continente. En tiempos donde no había Internet y las comunicaciones a larga distancia no eran algo accesible, su labor consistía en mandar cables informativos con pocos recursos técnicos. Kapuściński era la única conexión polaca con el mundo africano.
América Latina
También estuvo interesado por la vida en América Latina. Vivió en Chile y México, cubriendo, a diario, las vicisitudes de nuestro desigual y violento continente. Parte de su trabajo en Latinoamérica está presente en el libro La guerra del fútbol, basado en el conflicto entre Honduras y El Salvador, pueblos enemistados por causas profundas, donde la gota que rebalsó el balde fue el recíproco maltrato a los simpatizantes de sus selecciones de fútbol. Una guerra inverosímil de cien horas, con un resultado de muertes quijotesco -entre 4.000 y 6.000 personas-y totalmente infructuosa.
Lo que ha hecho Ryszard Kapuściński con su obra fue mostrarnos una nueva y distinta forma de mirar. “Mi vida ha sido un cruzar constante de fronteras, tanto físicas como metafísicas. Ese es, para mí, el verdadero sentido de la vida”, dijo una vez.
*Por Lucas Gatica para La tinta.