Pentecostalismo: fundamentalismo doctrinal y manipulación básica
Los pentecostales provienen de una rama doctrinal más imbricada aún al pragmatismo filosófico y económico capitalista, que convirtió algunos de estos movimientos en poderosas empresas.
Por Karel Cantelar para Con Nuestra América
Es conocida la extraordinaria diversificación de las iglesias o congregaciones protestantes, llegando a sumar más de 33 mil denominaciones en todo el mundo. Mientras en los países europeos de la primera Reforma se mantuvieron dominantes los movimientos nacionales o regionales del protestantismo post-renacentista, en la Inglaterra del siglo XVIII y los Estados Unidos se produjeron procesos de diversificación congregacional con gran impacto social. Los conocidos como “grandes despertares” o “avivamientos cristianos”, que predicaron la “salvación del alma” a través de la combinación indisoluble de fe y obra por el prójimo, fortalecieron denominaciones evangélicas como las bautistas, metodistas y presbiterianas, algunas de las cuales difunden entre los feligreses una verdadera vocación solidaria por los grupos sociales desfavorecidos.
Estas denominaciones históricas anglo-norteamericanas gozaron de una discreta expansión hacia Latinoamérica entre mediados del siglo XIX e inicios del XX, como parte del proceso neocolonizador del subcontinente. Sin embargo, son un tercer grupo, los llamados pentecostales o carismáticos, los que más han expandido su prédica en la región. Oriundos de los Estados Unidos, los pentecostales provienen de una rama doctrinal más imbricada aún al pragmatismo filosófico y económico capitalista, que convirtió algunos de estos movimientos en verdaderas empresas dedicadas al enriquecimiento de sus dirigentes, que con el tiempo se han convertido en franquicias internacionales. Su época de expansión hacia América Latina data principalmente de las décadas de 1940 y 1950, pero es a partir de la década de 1980 que esta expansión comienza a tomar un cariz masivo, que se convierte en un crecimiento exponencial en países de tradicional catolicismo en concordato con los gobiernos conservadores y elitista como en Colombia, Brasil y también en Centroamérica, desde Guatemala hasta Panamá.
En lo formal interpretan más literal y estrictamente el texto bíblico, sobre todo la leyenda cosmogónica y el Viejo Testamento. En otras partes de la Biblia, varían las interpretaciones según la denominación y la proyección doctrinal de sus dirigentes. Y aunque existen variaciones, lo más notable es su proyección social crecientemente intolerante con otros credos, y más aún con los sectores ateos o agnósticos, englobándolos todos bajo apelativos agresivos y excluyentes como “demoníacos” o “impíos”, acercándose en la teoría a los extremismos de la historia represiva inquisitorial católica.
Su proselitismo suele ser intransigente y socialmente agresivo, lo que varía según las condiciones sociopolíticas imperantes. Enumeremos aquellos puntos que les dan su carácter esencialmente fundamentalista:
—Tomar a la Biblia como fuente única y confiable de conocimientos, tradición y de conducta individual, tanto en lo familiar como a nivel social.
—Interpretación estrictamente literal del Génesis y negacionismo rotundo de los avancescientíficos acerca del origen de nuestro planeta, de la vida y su evolución orgánica, calificando a las ciencias naturales y exactas como falsedades y “manifestaciones del demonio”.
—Difusión de una tradición social-familiar arcaica, basada en el machismo, la misoginia, el sometimiento de la mujer por el hombre, y la homofobia militante y agresiva, redivivos de la moral de la casta sacerdotal judaica de la Antigüedad.
—Rechazo agresivo y excluyente de todo lo que no asuma de manera absoluta y sumisa su visión religiosa, cosmogónica y social, en el mejor de los casos como “ignorante” y más generalmente como “infiel” y “demoníaco”, que debe ser combatido y eliminado.
Con la generalidad del protestantismo comparten el ya mencionado dogma de la esencia perversa del ser humano dentro del libre albedrío y, por ende, su supuesta necesidad insoslayable de un Dios salvacionista, personificado en la figura de Jesús como el Hijo de Dios. Pero a diferencia del equilibrio relativo entre fe y obras de los protestantes históricos, los pentecostales carismáticos posicionan a la fe de manera drástica por encima del accionar social del individuo. Esto es parte del fundamentalismo doctrinal que ya se mencionó. Siendo fundamentalistas, y por ende predicando una doctrina incuestionable y absoluta, necesitan tres elementos básicos para prosperar rápida y masivamente en una comunidad:
—La rigidez doctrinal, provista de dogmas absolutos e inamovibles, que sirvan de sostén emocional al creyente ante la incertidumbre económica y social.
—Una población inculta, deficientemente preparada en aspectos de las ciencias exactas, naturales y sociales que permitirían rechazar falacias anticientíficas, antisociales antiéticas y en general reaccionarias.
—Una situación social de estancamiento socioeconómico, más aún en recesión o verdadera crisis, en la que las necesidades vitales y sociales básicas no pueden cumplirse o se cumplen deficientemente a través de las relaciones de producción imperantes, lo que genera un estado psicológico individual y colectivo de incertidumbre ante el futuro.
Para adentrarse en el imaginario de los feligreses susceptibles de captación para la prédica, los ministerios pentecostales utilizan varios mecanismos y niveles de manipulación psicológica. Con las grandes masas de personas que poseen un bajo nivel de escolaridad y cultural, se utiliza de manera constante y repetitiva un conflicto lógico-emocional, una disonancia cognitiva que funciona magníficamente para someter a los feligreses de manera absoluta a la prédica del pastor.
Se trata del contraste entre el carácter supuestamente amoroso de Dios, que es repetido hasta el cansancio como una tarjeta de presentación (“DIOS ES AMOR”), mientras de manera indirecta se atemoriza al creyente con su carácter vengativo y terrible en su cólera, ante cualquier supuesta manifestación del “demonio” o de las influencias demoníacas en los hombres, facilitadas por la “inescapable perversidad” del ser humano.
El principal temor que se insufla es el miedo al infierno y la pérdida del alma, con la única obligación, suprema y que minimiza todas las demás, de la fe más entregada y absoluta. No importan los crímenes o genocidios que haya cometido un “cristiano”, que si se “arrepiente sinceramente” y “cree firmemente en Dios” y en “el sacrificio de su Hijo, enviado por él a sufrir por todos nosotros”, será perdonado e irá a compartir el cielo entre otros, con sus propias víctimas. Recordemos además que somos “inescapablemente perversos”, lo que resulta muy cómodo para el genocida y el sociópata, brindando un total apoyo doctrinal, social, político y hasta emocional para el explotador que medra a costa del esfuerzo ajeno o causando sufrimiento al prójimo. De paso, este explotador del esfuerzo de otros, sin importar el empobrecimiento que pueda generar en muchos casos, ha recibido evidentemente la “aquiescencia divina”, pues está teniendo éxito en sus negocios.
Del lado opuesto, aquel hombre o mujer que lucha por los desposeídos, que intenta empoderarlos, que batalla por una mayor justicia y equidad social, que simplemente busca que los hombres disfruten verdaderamente del valor de su trabajo que no se le paga por la brutal plusvalía que se le extrae, ese luchador, si no es creyente de la denominación “correcta” o peor aún, si es ateo, irá indefectiblemente al infierno, aunque haya sido capaz de dar su propia vida por las mayorías.
Estos contrastes van más allá de la manipulación cognoscitiva de conceptos erróneos o malintencionados. El conflicto lógico, inadmisible, para cualquier persona con principios éticos básicos, es “resuelto” de manera repetitiva por el sermón pastoral, que convence al feligrés de obedecer a Dios, o sea, al pastor como su “ministro”. Cuando se logra inculcar esta concepción de fe tan contradictoria, se ha logrado un paso fundamental en la manipulación de las personas: desconectarles su pensamiento lógico, su capacidad de crítica, y peor aún, sus bases éticas de humanismo. Al inculcar la obediencia a un Dios que dice ser amoroso pero que exige ante todo que se crea en Él, se logran dos efectos funestos en los creyentes: la obediencia ciega al pastor, que se convierte en un verdadero diseñador de la vida personal de sus “ovejas”, y la asunción del egoísmo más rampante como algo natural, insoslayable, del que, dicho sea de paso no tenemos que ocuparnos tanto, pues ya “su Hijo sufrió por todos nosotros”, “mostrándonos su amor”, y todo lo que necesitamos es creer fervientemente en Él. Y como siempre, el alivio emocional profundo es la creencia en que el alma perdurará o bien “estará a su diestra”, o se “llenará de luz”, según sea la definición del cielo o paraíso preferida por el pastor. La desconexión por contradicción cognitiva y emocional de los feligreses impide un razonamiento de lógica sencilla como: si Dios es amor y es tan entregado y justo, ¿por qué es tan absolutamente egoísta en su exigencia de fe ante todo, de la creencia en Él ante todo, incluso por encima de la bondad de cada uno de nosotros para con el prójimo? ¿Cómo puede este Dios amoroso perdonar al genocida simplemente por la fe y el pedido de perdón? La lógica más básica se rebela ante una contradicción que revela un Dios que al contrario de su tarjeta de presentación resulta, por definición de credo, egoísta, exclusivista y vengativo. De paso, al exponer esta contradicción realmente insoslayable, comienza a mostrarse la esencia de dominación social, económica y política que tienen de trasfondo la abrumadora mayoría de las instituciones religiosas que han logrado un posicionamiento económico y aún político en muchos países.
A esta disonancia se debe sumar el carácter “mágico” de los espectáculos emocionales de muchos conversos y los “testimonios” de aquellos cuyas plegarias han sido supuestamente respondidas, que usualmente se practica como acto penúltimo de la reunión congregacional. La liturgia simplista, de acto cuasi mágico y manipulación psicológica tanto de los “testigos” como de los espectadores de esta sección de la actividad religiosa, está muy lejos de la elaboración evolutiva en lo religioso de un credo monoteísta de tipo cristiano. Los espectáculos de auto-sugestión o simplemente de falsificación mágico-psicológica que pueden verse en muchas de estas reuniones, las acercan evolutivamente en lo social y psicológicamente, a las liturgias de cultos paganos socialmente más arcaicos, incluso cercanos al chamanismo, como las más conocidas religiones afroamericanas o las religiones originarias de algunos pueblos indígenas americanos, las cuales, digamos de paso, son enérgicamente condenadas por los pentecostales carismáticos como “demoníacas” e “impías”. Sin embargo, la cercanía física y temporal de estos “impresionantes” actos de “hablar en lenguas”, de “testimonios” fuertemente autosugestionados y, más aún, el acto de supuesta hermandad con música que se realiza inmediatamente después, siembra profundamente un sentido de pertenencia en muchas personas cuya formación científica, social y cultural es deficiente y por ende están expuestas a estas manipulaciones básicas y podría decirse burdas y arcaicas. Todo ello, aunque los mismos feligreses que se tocan mutuamente la frente y se abrazan efusivamente, al salir del templo sean los aspirantes a capitalistas más implacables y despóticos en su proyección social, como corresponde a una moral protestante y capitalista bien inculcada.
Las congregaciones pentecostales, además, utilizan otros niveles de manipulación y adoctrinamiento para el sometimiento de las masas, dirigidos a fines de alcance masivo y político, que van en total coincidencia con los mecanismos mucho más diversos que dominan los grandes medios de comunicación occidentales para mantener a las clases trabajadoras atomizadas y carentes de un sentimiento de clase que les permita unirse para luchar por la justicia social, pero esto es tema de otro análisis.
*Por Karel Cantelar para Con Nuestra América