ELN: en la profundidad de la insurgencia colombiana
Primera parte de una crónica sobre un viaje profundo al mundo de la insurgencia colombiana, en el que se entrelazan pobreza, paramilitarismo, la corrupción estatal y un movimiento que resiste desde la selva.
Por Vivian Fernandes para Colombia Informa
María es el nombre que escogí, por temor a olvidar el mío. Apenas el avión aterrizara en Cali, sería mi identidad por los próximos días; celulares apagados, solo memoria y una libreta para recordar estos días.
Junto a María, tuve que recordar otros nombres nuevos, compañeros de viaje que observaba mientras repetía sus nombres mentalmente, obsesivamente. No quería ser yo quien arruinara el plan.
Cuando arribamos, una señora saludó con una sonrisa. Ella no estaba sola, la acompañaba otro señor, ambos se presentaron. Así como yo no era María, ella no era Yaneth; pero la sonrisa junto al abrazo creó un lazo de confianza. Sentí como si ella fuera un familiar, quien sabe una tía.
El grupo partió en camioneta por las calles de Cali, atravesando diversos barrios. En cada uno de estos, Yaneth hacía algún comentario sobre comidas y bebidas de la región. El tiempo corría y no tendríamos tiempo de compartir un café.
Después de media hora, Yaneth y el conductor se despidió, y otro hombre tomó el volante. Recorrimos durante algunas horas rutas zigzagueantes, moviéndonos de un lado a otro de manera incesante.
Intentaba entender hacia dónde nos íbamos, observando las señales de la carretera; había estado observando los mapas el día anterior; solo sabía que viajabamos hacia el pacífico.
Luego de unos cientos de kilómetros recorridos, llegamos a un pequeño poblado, adentrándonos en él unas cuadras. Agradecí no haber desayunado, ya que las curvas en el recorrido me habían dejado un poco mareada; sabiendo, además, que nos esperaban un par de horas en lancha.
Una joven con un piercing en la ceja parecía ser nuestra guía de viaje; nos preguntó si queríamos jugo, yogurt, comer algo. Todos estábamos bien. Subimos a la lancha, bancos de madera, exceso de pasajeros y equipaje.
Muchas botellas de agua en una bolsa, algunas frutas, y nuevas personas sonriendo en nuestra dirección. Pocas veces me sentí tan perdida e, incomprensiblemente, tan segura. No tuve necesidad de preguntar nada a nadie, apenas seguir las instrucciones y sumergirme.
El viento se sentía fuerte en la cara, y arremolinaba el pelo. Cada vez que la lancha galopaba en el río -parte de la Cuenca del Río San Juan-, era como si pasáramos por una calle destruida. La humedad ambiente ya se sentía en la piel; alrededor, una espesa vegetación se perdía en el río, crecido por la época.
En las márgenes, y junto a nosotros en la lancha, los rostros negros e indígenas componían un nutrido abanico de tonalidades. Casi no había “blancos”, salvo por nosotros, únicos con cara de extranjeros en aquella embarcación.
El paisaje terminaba de componerse con las casas flotando en el río, sostenidas por columnas de madera. Cruzábamos canoas y botes, conducidas por niños, hombres, mujeres y ancianos, en muchos casos acompañados de sus perros. Yo no lograba quitar la mirada de todo lo que sucedía alrededor, hasta que me dormí, ayudada por el balanceo de la lancha.
Llegamos a destino, o casi. Bajamos de la lancha y junto con nosotros descendieron otras personas. Ahora cobraba sentido la reserva de lugares para la lancha realizada durante el viaje en camioneta. Un pueblo medio fantasma nos recibía. Por tratarse de la hora del almuerzo, imaginé que los moradores estaban comiendo o durmiendo la siesta, ya que el calor era intenso.
“¿Qué número calza usted?”. Con esa pregunta entendí que mis zapatillas deportivas no serían suficientes para seguir el camino, y me entregaron unas botas negras de caña alta, las usadas para el trabajo en el campo.
Pensé que iríamos a recorrer un largo camino a pie a través de un riachuelo, pero muy por el contrario: embarcamos en otro bote, esta vez más pequeño. En esta instancia comenzamos a presentarnos, con nuestras identidades de ocasión.
Con la ansiedad en aumento, intentaba relajarme mirando el escenario circundante. De pronto, una lancha veloz con jóvenes vestidos con ropa militar, fusiles y brazaletes rojinegros con las letras ELN grabadas, rasgó el paisaje.
En ese momento, miré a Gustavo, a Jorge y a los demás, y reímos. Lo que siempre sabíamos, pero nunca expresamos, se materializó: estábamos en territorio del Ejército de Liberación Nacional (ELN), la mayor guerrilla en actividad en América Latina, creada en 1964.
Pregunté a uno de los compañeros de viaje si aún era el Valle del Cauca. Él me explicó que por la distancia recorrida ya estábamos en el departamento colombiano del Chocó. Y kilómetros más arriba podríamos encontrarnos con la frontera con Panamá.
Luego de unos minutos, apagaron el motor de la lancha, y fuimos aproximándonos hacia una casa. Miro para arriba, un joven indígena, con corte de cabello moderno, uniforme militar con brazalete del ELN y un fusil en la mano nos sigue con los ojos. Santiago comenta sonriendo: “Algunos años atrás no se permitía ese corte de cabello”.
Saltamos de la embarcación, subimos una pequeña loma de barro y fuimos invitados a entrar a la casa donde vivía un matrimonio de abuelos, su pequeño nieto y unos tantos niños y niñas.
Fue el momento de dar las buenas tardes, algunos apretones de manos y sonrisas, y de vuelta al bote. Los diversos cambios en los medios de transporte parecían tener un objetivo: confundirnos; y principalmente, dejar la menor cantidad de pistas posibles.
Luego de un corto trayecto, la pequeña embarcación arribó a nuevo destino. Allí nos recibía un hombre alto, con uniforme militar junto a una bandera roja y negra del ELN extendida. Se presentaba como el Comandante Uriel.
Nos encontramos con decenas de hombres y mujeres, la mayoría jóvenes, con sus fusiles en mano. Uno por uno, y apretones de manos de por medio, repetía: “Un gusto, María”. Parecía que la nueva personalidad me invadía.
En el gran balcón que rodeaba la casa, me recosté en la esquina y sonreí por dentro. Mirando la selva que nos rodeaba, y las personas que nos recibían, pensé en lo que me esperaba por conocer.
Luego de los saludos, nos convidaron con jugo de avena y nos invitaron a formar una ronda. Círculos de palabra entre medio de fusiles, una escena que se repetiría en los próximos días.
Entre todos, nos presentamos. Yo, María, de Brasil, junto con los compañeros argentinos que me acompañaban, y varios muchachos -guerrilleros y guerrilleras de todas partes de Colombia. Negros, indígenas, blancos, rostros de la región y de otros departamentos del país.
Mi objetivo era conocer más sobre ELN y hacer entrevistas; fue así que me presente. Luego del círculo, me invitaron a conversar con Lucía, una joven y hermosa mujer que tenía un acento y manera de hablar tipo urbano; había escogido el campo, la guerrilla, como su lugar de militancia.
Solas las dos, sin grabadora y con un cuaderno de notas como apoyo, así comenzamos la charla. Ella me explicaba dónde estábamos: el Frente de Guerra Occidental Omar Gómez del ELN.
Estamos en Chocó
En el occidente colombiano se encuentra el departamento del Chocó, único que posee salida hacia el océano Pacífico -hacia donde desemboca el Río San Juan- y el Atlántico, al Mar del Caribe. Es la región más empobrecida de Colombia y su población está formada por comunidades negras e indígenas, en su mayoría.
Con más de 500 mil habitantes, Chocó posee un 82 por ciento de su población conformada por afro-colombianos, es decir 9 de cada 10 personas son negras, de acuerdo con el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE).
Según el organismo gubernamental, en su informe de 2011, Chocó es el departamento colombiano con el índice más alto de Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI), alcanzando el 79,19 por ciento de su población, frente al 27,78 por ciento de la media nacional. Dentro de este marco de personas consideradas pobres, el índice de miseria llega al 32,24 por ciento.
Otro estudio realizado por la Defensoría del Pueblo, en el año 2014, titulado “Crisis Humanitaria en el Choco”, apunta graves problemas de desnutrición infantil, insalubridad pública, falta de asistencia de salud, precariedad en la cobertura y en la calidad de la educación e impactos en el ecosistema.
El documento destaca también que niños, adolescentes, mujeres y ancianos, así como las comunidades negras e indígenas, además de las personas en situación carcelaria, están en situación de vulnerabilidad: “Chocó sigue siendo uno de los lugares del país donde la garantía efectiva de los derechos humanos de la población es más limitada”.
Los datos sólo refuerzan el escenario visible para quien recorre la bahía del río San Juan, y así lo planteó Lucía en nuestra conversación.
El departamento del Chocó, sin embargo, es rico -comentaba Lucía-, con gran cantidad de recursos naturales: oro, plata, bosques, petróleo; además de gran cantidad de ríos y salida para ambos océanos. Aquí se encuentran los intereses del Estado colombiano y de las empresas nacionales y transnacionales, explicó.
“El Estado va hacia donde las transnacionales se mueven”, afirmó Lucía, enumerando una serie de proyectos mineros y de infraestructura de transporte ya en marcha o con previsión de implementación en la región, como los que conectan a Colombia con Panamá.
Con base en estos intereses empresariales, las poblaciones son engañadas constantemente para que salgan de su territorio, o peor, son forzadas a abandonarlo por medio de la violencia, los desplazamientos, es decir, salida a la fuerza de los territorios.
Además de la actuación del Ejército colombiano, Lucía mencionó el papel desempeñado por los paramilitares, que también dominan el narcotráfico, con las salidas de drogas para América Central a través de la región del Pacífico colombiano.
En la política institucional regional, la guerrillera expresó que “no importa el partido, el dinero es lo que mueve”, destacando que, en su visión, Chocó es el “departamento donde hay más corrupción en el país”. Para ella, de manera general, allí quien gobierna es un sector conservador.
¿Y el ELN en ese contexto? Lucía explicó que la actuación de la guerrilla acaba siendo un factor de resistencia para el avance de las multinacionales y su explotación de la población y de la naturaleza. Eso acaba molestando al Estado colombiano, que incide en el conflicto por medio del Ejército.
De los 30 municipios del Chocó, el ELN está presente en casi todos, contó luego Lucía. El accionar guerrillero se concentra en el trabajo de formación política y organización de las comunidades, además de la fuerza armada. La articulación guerrillera se da también con organizaciones de la sociedad civil y comunitaria, y con sectores de la Iglesia Católica ligados a la Teología de la Liberación.
Sobre la forma de financiamiento de la guerrilla, Lucía contó que se cobran “impuestos a las actividades económicas, por ejemplo, impuesto a los que compran y transportan madera, minería y hojas de coca; pero nunca a quien produce, no tiene sentido”, explicó, argumentando que están allí para defender las comunidades y actuar junto con ellas.
La guerra en la comunicación
En el interior de la guerrilla, las fotos y vídeos son permitidos solo en algunas situaciones y siempre cubriendo los rostros de los guerrilleros. De los visitantes se espera respeto y compresión de los límites de seguridad establecidos.
Con estos criterios, Gustavo y Jorge toman fotos de los guerrilleros en formaciones y simulaciones de actividades de entrenamiento y combate.
Desde el último período, a mediados de 2017, el Frente de Guerra Occidental Omar Gómez decidió avanzar en una nueva estrategia de actuación, la comunicativa. Se abrieron cuentas en las redes sociales además de un blog propio, a través de los cuales promueven el diálogo directo con la población colombiana y de otros países.
Entre comunicados, fotos de actividades con las comunidades y artes gráficas de fechas históricas, mensajes de lucha y denuncias, postean mensajes con frecuencia, directamente de la guerrilla, y de la “estética guerrillera” que defienden en sus producciones.
Lucía explicó que evaluaron la importancia de personificar algunas páginas para mostrar que había personas construyendo la guerrilla y crear identidad a partir del carácter humano. Por esto, el Comandante Uriel se encuentra en páginas y perfiles de Twitter e Instagram, en Vimeo y en un blog, además del sitio web oficial del ELN.
Intentaron crear otras páginas en Facebook y Youtube, pero “cinco minutos después de la creación, les borraban las cuentas, sin explicar por qué”, relató.
Aun con un bajo nivel de llegada, las cuentas son una apuesta por incidir en el pueblo que se encuentra distante del accionar guerrillero. Para eso, un contacto de WhatsApp y un mail del Comandante Uriel son los canales directos de conversación con los interesados en conocer más sobre este frente de guerra del ELN.
Por medio de WhatsApp, los guerrilleros promueven un ciclo de debates y estudios con los interesados, con envíos constantes de textos formativos, los llamados Colectivos Virtuales de Estudio y Trabajo. Además de los textos, ellos incentivan que las personas actúen en la difusión de estas informaciones y acciones, como collage de imágenes y apoyo al ELN en las redes sociales.
A partir de ese primer contacto formativo, ellos buscan, en algún futuro, invitar a los participantes interesados a visitar los territorios. No solo colombianos buscan el contacto con la guerrilla, según contaron, también extranjeros.
Una apertura mayor para que periodistas nacionales y extranjeros visiten los campamentos de la guerrilla ya se inició. Se contabilizan cerca de 20 medios de comunicación que visitaron los diferentes frentes de guerra del ELN en este último periodo.
No todos los que buscan a la guerrilla son invitados, primero es necesario transitar un camino de diálogos y evaluaciones sobre las intenciones y la línea editorial de cada agencia. Es preciso un mínimo grado de confianza, también para preguntas respondidas por mail o envío de vídeos.
Interrogados sobre el balance de esta cobertura de la prensa, ellos evalúan que, en general, son honestos: aunque no apoyen la guerrilla, no buscan difamarlos. Así mismo ha habido casos de “manipulación de las entrevistas, cortando las declaraciones y dando un sentido diferente a lo que fue dicho”, como contó Lucía, pero ese es un riesgo que ellos están dispuestos a correr, como tantos otros.
Pregunto cómo manejan la seguridad digital en la clandestinidad de la guerrilla. El Comandante Uriel y Lucía son los más involucrados en esta tarea, y explicaron que por conocimiento autodidacta y con la ayuda de ingenieros de confianza, buscan formas de establecer una comunicación segura, criptografías, llaves de seguridad y conexión de internet satelital.
Muchos por ahí poseen celulares y, de vez en cuando, se los ve tomando alguna foto o simplemente mirando la pantalla. Para el manejo de las redes sociales, los celulares son otros. Según ellos, hay que cambiarlos constantemente y conectarlos solo en situaciones específicas. Quien posee computadoras, realiza la mayoría de los trabajos off line y apenas se conecta en la hora de enviar o recibir información.
La televisión está presente en diversos hogares, con transmisión satelital. Compartimos junto con la familia que nos alojó en las noches, el noticiero de la emisora hegemónica del país, una especie de Noticiero Nacional como de Rede Globo (noticiero brasileño).
En una mirada rápida, se podría decir que cada diez noticias, siete son sobre temas relacionados a las guerrillas o los Diálogos de Paz, sea con el ELN o de los acuerdos con las antiguas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), actual partido de la Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común.
Juventud Guerrillera
Sin reloj y con los celulares apagados, las conversaciones detienen el tiempo. En una especie de almuerzo y cena en el mismo plato -arroz y gallina, base local de alimentación- vimos caer la noche.
Y si la oscuridad llega, el día finaliza, al menos para nosotros, porque los guardias nocturnos se organizan. En un juego de luces de linternas, los jóvenes guerrilleros toman mochilas, fusiles, apilan sillas y terminan de limpiar platos, cubiertos y vasos, lavados en la rivera del rio.
Para desplazarse hasta el lugar donde iríamos a dormir, era necesario tomar una canoa estrecha, apenas dos personas por asiento, con un motor pequeño y no muy ruidoso. Mantenerse en calma en la oscuridad, en el barranco, hasta la lancha y dentro de ella fue el mayor desafío que enfrentaba hasta aquí.
De repente, el motor se detuvo, en medio del río; con una linterna encendida, para no llamar la atención, los guerrilleros comenzaron a moverse para llegar al motor y ver cuál era el desperfecto. A cada paso que daban, la canoa se inclinaba para un lado, y era necesario equilibrar el peso para el otro. Algo casi intuitivo, ya que no podíamos conversar o hacer mayores ruidos.
El ruido del motor cortó el silencio de la noche en aquel bosque húmedo. Ahora con el viento nuevamente en mi rostro, pude observar el majestuoso cielo estrellado y el contorno de las sombras de la vegetación. A mi lado aparece Venus, una perra criolla medio amarillenta por el barro, una de las mascotas de los frentes guerrilleros, siempre sentada en los asientos delanteros de la canoa, como se estuviese disfrutando de la brisa de la noche.
Nuevamente la tranquilidad me invadió, con la inocencia de quien desconoce los peligros de estar en una zona de conflicto armado. Me iba acostumbrando a estar entre jóvenes en ropa de fajina, fusiles en las manos y cintas rojo y negra.
*Por Vivian Fernandes para Colombia Informa / Fotos: Gustavo Roque y Jorge Daltón