“¡Que se vayan todos!”
Por Rocio Zalazar para La tinta
Fue allá, por mayo y a principios de junio de 1989, donde, por un período corto de tiempo, se produjo, en los grandes conglomerados urbanos del país como en el Gran Rosario o el Gran Buenos Aires, esa respuesta social que cuestiona la propiedad privada frente al desempleo, el hambre, el desamparo estatal: los saqueos. Surgen, también, al calor de la hiperinflación, comedores, guarderías, ollas populares y otras organizaciones barriales. Y es en Rosario, primera provincia en la que surgen, donde encontramos el tendal de 40 arrestadxs y 14 muertxs, producto de la represión.
El otro momento en el que se repiten es en el 2001. La pérdida de legitimidad del régimen político, resultado directo de años de neoliberalismo, concluyeron en el famoso “¡Que se vayan todos!» con piquetes, los ya conocidos saqueos y también cacerolazos, sumándose a las demás como una nueva forma de acción colectiva. Esta es la antesala de la revolución democrática que llevó a echar en helicóptero a un presidente y tirar 5 gobiernos en una semana.
Es así que mujeres con bebxs en brazos, niñes de entre 10 a 15 años, adultes mayores de 50 años y la represión que sufren, son la imagen recurrente en la memoria colectiva cada mes de diciembre. Y también la de los medios masivos de (des)información, con su categorización de la pobreza al medir y comparar, hasta el último detalle, el hambre de lxs sujetxs de los saqueos.
Pero esa historia que cuentan, donde lxs responsables son lxs que sufren la crisis y no lxs que la generan con la precarización laboral, la suba de precios y los tarifazos, no es la historia que se palpita cuando la rebelión cuestiona la posesión de los bienes acumulados en un polo de la sociedad y la completa falta en el otro. El saqueo popular siempre actúa, entonces, como explosión obligada del verdadero saqueo, el de los gobiernos, el combustible recurrente para la desobediencia civil.
La receta resulta ser siempre la misma, hambre y miseria para el pueblo, y dinero para los banqueros y capitalistas. Mientras el gobierno responde con represión y balas como fue aquel 19 de diciembre, cuando el Presidente De la Rúa declaró “Estado sitio”, señalando que “con violencia e ilegalidad no se sale de los problemas”. Minutos después, no quedó una calle en toda la Argentina en donde no resonaran las cacerolas en repudio a la violencia del Estado.
Fue así como, al calor del cacerolazo, a Fernando De la Rúa no le quedó otra que anunciar su renuncia el 20 de diciembre, corriendo por la azotea de la Casa Rosada para subirse a un helicóptero. Dejándonos la conclusión a las futuras generaciones que cuando un pueblo avanza, nada lo puede detener.
*Por Rocio Zalazar para La tinta / Imagen de portada: Sub Coop.