El prejuicio de abortar

El prejuicio de abortar
15 noviembre, 2018 por Redacción La tinta

Lo traumático de abortar no está en tomar la decisión ni realizar el procedimiento, sino en la desinformación y la violencia que existe en las instituciones y en las personas.

Por Denise Vivas para La tinta

Tengo 32 años y, la semana de mi cumpleaños, me enteré de que estaba embarazada. Un par de semanas atrás, había tenido relaciones con una persona con la que salí un tiempo y después dejamos de vernos. Ese día, no estaba ovulando, tengo un tipo de sangre que rechaza todo, tengo endometriosis, lo que hace mi útero mucho más hostil y me tomé la pastilla del día después 10 minutos después del acto. Así y todo, el embrión prendió.

El shock es inmediato, esa mañana, el test dio positivo y corrí a la guardia para hacerme el de sangre para confirmarlo. Estaba de 3 semanas. El mundo se derrumbó. No sentí felicidad, no me nació el instinto maternal, no me sentí nada. Lloré 10 minutos encerrada en el baño de mi trabajo. “Vas a salir de esta, porque vos salís de todas”, me autoconvencí y empecé el operativo para poder abortar. Estoy sola, a mí nadie me ataja si me caigo, tirarme a la desesperación no era una opción.

El aborto es una realidad de todas las mujeres. Las más pobres o ignorantes, a diferencia de mí que tengo recursos e información, se someten a abortos clandestinos mucho más riesgosos. Yo no tuve educación sexual integral en el secundario, pero, a los 16, ya había tenido relaciones. Mis papás no hablaron conmigo de sexo y lo que aprendí de chica fue hablando con mis amigas. De más grande, con mi ginecóloga y, luego, internet.

No, no me jodo por calentona. Desear no está mal. Desde los 16 que tengo relaciones y sólo dos veces tomé la pastilla del día después. Una funcionó, la otra, no. Y aún si hubiera tomado 50 pastillas del día después, nadie tiene derecho a juzgarme por NO querer ser madre. Fue una mala decisión de la que me hago cargo y elijo NO seguir con el embarazo. Y eso también es un acto de responsabilidad sobre mi vida y sobre mi cuerpo.

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(Imagen: Eloísa Molina para La tinta)

-Hola, llamo porque me dijeron que podían ayudarme.
-¿Qué necesitás?
(Tengo miedo, su tono no es nada amigable)
-Me dijeron que acá podían… interrumpir un embarazo.
-ACÁ NO HACEMOS ESO. Te puedo dar un turno con un médico dentro de dos semanas.
(Dos semanas!?!?!? Es una eternidad!)
-Emm… después te llamo y te aviso. Gracias

Tres llamados más de similar respuesta me llenaron de angustia hasta que pude dar con una médica abortera que trabaja en un dispensario perdido en Alto Alberdi. Por primera vez, un profesional de la salud me pregunta: ¿Cómo te sentís con eso? Parece obvio, pero, hasta ahora, vi a tres médicos y ninguno me preguntó cómo estaba yo, cómo me sentía, si estaba lista o si lo quería tener. Mi discurso de «ser fuerte» se derrumba, lloro. “Estoy enojada, no puedo creer mi mala suerte, no quiero tenerlo, no quiero saber nada con esto. Estoy sola y, para mí, tenerlo no es una opción. Sigamos”, seco las lágrimas y vuelvo a la coraza.

Me explica el procedimiento, me habla de la ley, me pide que me haga una ecografía. No quiero saber nada. Me explica la importancia de saber dónde está, si hay más sacos gestacionales, si es un embarazo de riesgo. Tengo miedo. Me convence. Me da la receta, la orden y todo lo que necesito. Me explica que me tienen que vender el medicamento sin vueltas. Me dice todo lo que va a pasar, los efectos secundarios, las complicaciones: hemorragia e infección. Me aterra pensar en morir por una hemorragia.

La cara de velorio en la farmacia es inmediata apenas entrego la receta, me dan vueltas, me preguntan si tengo duplicado. La resistencia a venderme misoprostol es obvia, me piden que, para encargarlas, las tengo que dejar pagas, $4.500. La situación se repite cuando voy a retirar el medicamento. Yo tengo 32 años y la madurez suficiente para poder lidiar con todo esto, pero no puedo dejar de pensar en una piba de 16 años en mi misma situación.

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(Imagen: Eloísa Molina para La tinta)

Voy a ver a una médica clínica para tener la orden para la ecografía, me pregunta para qué la necesito, le explico que tengo un atraso. ¿Estás segura de que estás embarazada? ¿Te hiciste un test? Con mi mejor cara de “me quiero morir”, le explico que sí. Me hace el pedido y me insiste que espere una semana más porque ahora no iba a ver nada, que era muy reciente. Me recomienda que tome ácido fólico. Le digo que no. Insiste. Le digo gracias, pero no.

-Estás de 5 semanas y dos días, mide ½ centímetro, es uno solo y está bien ubicado, ahora vamos a ver si podemos escuchar el corazón. Me confirma otra profesional mientras me hace la ecografía.
-Está bien, no me interesa, gracias.
Sube el volumen a tope y me lo hace escuchar.

No sentí nada, no me emocioné, no lloré, no me nació “el instinto maternal”. Debo estar fallada porque lo único que vi es una mancha negra en la pantalla. No vi un bebé, no vi un hijo, no vi un embarazo deseado.

Hablo con mi doctora, le muestro las ecografías, “vas a estar bien, es súper reciente, no vas a sangrar nada, tranquila”. Siento que bajé 5 kg. de repente.

“Amiga, estoy saliendo, llego en 40 min”. Esa noche, dormí poco y nada. Tengo miedo, bastante. Desayunamos, limpio el baño, doy unas vueltas como tratando de posponerlo por el miedo que tengo. La posibilidad de tener una hemorragia me aterra y necesito estar rápido en una guardia. Necesito a alguien fuerte que pelee por mí esa batalla, por si me cruzo algún dinosaurio en esa situación tan vulnerable. Necesito a mi papá, pero él es pro vida. Y estoy sola, me crió para ser fuerte, no una llorona que tiene miedo.

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(Imagen: Eloísa Molina para La tinta)

Empiezo con la primera dosis. Le aviso a mi doc. Sé todo lo que va a pasar, pero no sé cómo ni cuándo. Cada cuerpo es diferente. La pastilla es horrible, apenas se cumple el tiempo, la escupo. No paro de temblar, se cumple la fiebre. No hay dolor.

Tomo la segunda dosis, vuelve la fiebre. Siento algo de dolor, pero no hay sangrado. Vomito. Tengo náuseas y diarrea. Casi de manual, todo lo que me dijo la doctora se cumple. Pero sigo sin sangrar, me preocupa. La doc me dice que tenemos 72 hs, que sea paciente.

Última dosis, vuelve la fiebre. Leve sangrado. Me duele, me siento muy cansada. Me acuesto a dormir, no quiero asustar a mi amiga, pero me siento bastante mal. Pasan dos horas. Le digo que estoy bien, se vaya tranquila. Estuvo todo el día conmigo.

Se hacen las 20, vuelve la fiebre. Me empiezo a sentir cada vez peor. Me duelen las contracciones, no sé cómo ponerme. El dolor es tan fuerte que me hace vomitar de nuevo. Eso me alivia, baja la fiebre, cede el dolor.

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(Imagen: Colectivo Manifiesto)

Empiezo a sentir que baja con todo, reacciono rápido para no manchar la cama. Baja todo junto, me impresiona tanta sangre. No hay feto, no hay brazos, no hay nada de eso. Apenas una bolsita minúscula de coágulo. Siento alivio. Infinito alivio.

El resto de las horas hasta la madrugada, seguí sangrando, controlé las toallitas para estar atenta a una hemorragia. Dormí pocas horas, pero las mejores de mi vida en la última semana.

A la mañana siguiente, me siento mejor, libero otro coágulo grande y listo. Todavía estoy débil por los vómitos y la diarrea, pero estoy bien de ánimo. Hablo con mi doc, todo está perfecto. Les aviso a mis amigos que salió todo ok. Están todos impactados, menos yo. Yo siento que recuperé mi vida.


Me sorprende la ignorancia de mi círculo, la cantidad de preguntas que me hacen, elijo no contestarlas, sino darles links donde leer información certera. No soy médica ni especialista, no me corresponde hablar ni tengo vocación de docente, para enseñar cómo hacer un aborto. Eso me enoja, la hipocresía de muchos, la falta de información, el peso de lo moral por sobre el derecho, los prejuicios, la ignorancia. Muchos pañuelos verdes se cayeron cuando esto los tocó de cerca. Yo no pude dejar de pensar en otra piba en mi misma situación, pero sin mi contexto. Totalmente favorable, seguro y sin riesgos.


No puedo separar las cosas, “no hagas política de esto”, me dice una amiga. No puedo no hacerlo, lo personal es político. No es justa mi situación para con las demás mujeres. No puedo dejar de pensar en eso, no dejé de pensar en ellas ni un segundo del fin de semana. Aborté en mi casa, tranquila, contenida y segura. Soy una privilegiada. Me siento una egoísta por eso.

“Entiendo que, para el resto, es fuerte, pero yo estoy tranquila, segura y nunca lo humanicé, nunca me nació el sentimiento ni se me pasó por la cabeza ser madre. Realmente, creo que la maternidad es algo hermoso cuando existe el deseo y, en este caso, no hay nada. Creo que se romantiza tanto el concepto de embarazo que se entiende siempre como vida y lo entiendo, pero no lo comparto. No lo siento, no puedo empatizar con eso, creo que tiene que ver, en parte, por la deconstrucción que tengo y que entiendo que el feto empieza a ser un bebé en base a una construcción social, a un deseo real de ser madre”, les escribo a mis amigos que, por poco, no me odian por vivir esto de esta manera.

Siento que están esperando que llore, que sienta culpa, que me arrepienta, que pida perdón por mi decisión. No siento nada de eso, me invade un alivio tremendo en todo mi cuerpo. No hubo trauma. Recupere mi vida, salió todo bien y es lo único que importa.

P.D.: Si te querés ahorrar tiempo, angustia y pasos, escribime.

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(Imagen: Eloisa Molina para La tinta)

*Por Denise Vivas para La tinta.

Palabras claves: aborto

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