Ay, barcito Bon Q´ Bon, con color de fantasía
Olmos y Maipú es la intersección que alberga a uno de los bares leyenda del centro de nuestra ciudad. Cuarteto, lomito y café, en un clásico cordobés de más de cuatro décadas.
Por Soledad Sgarella para La tinta
Cual emblema céntrico, ahí, cerca de las paradas de los colectivos que conectan los puntos cardinales de la ciudad, se erige el Bon Q’ Bon. Los lujos que tiene, simbólicos y respetados, son las memorias de la música que nos identifica como cordobeses: el cuarteto.
Eres parte de la historia del Cuarteto Cordobés
Aldo Kustin fue quien escribió la letra de la canción que la Mona hizo famosa, dándole aún más renombre al bar que recibía en sus mesas a los representantes del género musical típico de estas tierras.
En la pared de la cafetería, bien enmarcado como corresponde y de puño y letra del propio autor, la letra de la aclamada composición musical es un trofeo emocional del bar.
El músico había nacido en Santa Fe, pero con un alma genuinamente cuartetera, se sentaba en las mesas del Bon Q´ Bon y escribía allí sus producciones, de esas que explotan en los corazones de esta ciudad.
El violinista y acordeonista, compañero de banda de Carlitos Rolán, fue el autor de «Cortate el pelo cabezón” y “Muchacho de barrio”, entre otras muchas de las más históricas y populares composiciones cuarteteras.
Sos un pedacito de mi corazón
Quien se confiese cordobés o cordobesa, no puede desconocer que el cruce de la Olmos y la Maipú es un nodo donde radican vectores de fuerza.
Referencias locales como la Iglesia El Pilar, el tradicional Restaurante La Perla -con las mejores milanesas de Córdoba- y la Cantina Los Panaderos enmarcan al Bon en un contexto imperdible.
En las mañanas y mediodías, pululan desayunadores que se acercan a tomarse un café con criollo o medialuna. De paso o dirigiéndose hacia allí intencionalmente, la cafetería es uno de los lugares -clásicos- de encuentro en el centro. Con una carpeta llena de expedientes para trámites bajo el brazo, con las compras del mercado en gigantes bolsas o para escuchar el noticiero -siempre prendido en la tele del bar-, habitués o transeúntes paran un momento a disfrutar del descanso.
De noche, las típicas sillas de madera congregan al público que va o que viene de algún bailable o de alguna cita amorosa. Las paredes, llenas de recuerdos icónicos de la música popular, las fotos de sus referentes, las letras de sus canciones y los autógrafos de los ídolos te reciben, orgullosos, para una cervecita -obviamente- con maní.
*Por Soledad Sgarella para La tinta. Fotos: Colectivo Manifiesto.