Marcada por la guerra
En el rostro de las niñas y los niños, sin duda se puede leer la gravedad de la situación, que se completa con el humo de fondo. Pero Kim Phuc, la niña que está en el centro de la imagen, es quien expresa el dolor, el miedo y la atrocidad de la guerra. Es casi el mediodía del 8 de junio de 1972 y las fuerzas aéreas survietnamitas bombardean la aldea de Trang Bang (Vietnam) con bombas de Napalm. El fotógrafo de la agencia AP Nick Ut realiza esta fotografía que se convertiría en una denuncia de las atrocidades de los EE.UU. en la guerra de Vietnam.
Por Redacción La tinta
Kim y su familia estaban refugiados en unos de los templos de la aldea, cuando los soldados del Viet Cong les dijeron que debían huir de ahí. Los aviones survietnamitas ya habían lanzado bombas de humo, lo que significaba que lo siguiente era el bombardeo.
«Estaba con otras dos personas, nos pusimos a correr delante del templo y vi cómo se acercaba otro avión, iba muy rápido. Vi claramente cómo caían cuatro bombas, luego oí un ruido. No era una gran detonación como otras bombas que habíamos oído antes. De pronto, dejé de ver a la gente, solo veía fuego por todos lados. Me asusté más cuando vi que mi brazo estaba en llamas, lo intenté apagar con mi mano derecha y así fue como me la quemé. Mi ropa ardió en el acto. Por suerte, no tenía los pies quemados y pude correr lejos del fuego», recuerda Kim sobre aquel momento.
La niña corrió lo más fuerte que pudo por la ruta 1 de Trang Bang hasta que se encontró con el grupo de fotógrafos, periodistas y soldados, sentía un dolor insoportable por las quemaduras. Dice que gritaba “demasiado caliente”. Ahí fue cuando un soldado sacó su cantimplora y le dio de beber, mientras otro le echaba agua en su espalda. En ese momento, Kim se descompensó.
Por su parte, Nick Ut cuenta que, luego de fotografiar a los aviones que bombardeaban, comenzó a registrar a la gente que venía por la ruta. En un momento, vio entre el humo a una niña que corría y que agitaba sus brazos, fue hacia ella y comenzó a fotografiarla.
“Empecé a correr lo más rápido que pude y a sacar fotos, tenía un compañero al lado que estaba rebobinando su cámara. Luego, viendo a Kim, pensé ´no quiero que se muera´”, afirmó Ut.
El fotógrafo, al ver el estado de Kim, decidió llevarla al hospital más cercano, pero este estaba sobrepasado y no querían recibirla, entonces Ut mostró su carnet de AP y logró que la atendieran. Ella quedó internada y el fotógrafo se fue para la redacción a revelar las imágenes.
La madre de la niña no sabía nada de su hija y, luego de tres días de búsqueda, la encontró en la morgue de ese mismo hospital, la habían puesto ahí por falta de espacio. Unos periodistas británicos, que vieron a la niña ese día en la ruta, movieron algunos contactos para que fuese trasladada a un centro de salud que se especializara en quemaduras. Así fue y, luego de un año de tratamiento, Kim pudo volver a su casa.
Retomó su vida normal y comenzó a estudiar medicina. Pero cuando el Viet Cong tomó el gobierno, dimensionó el alcance que había tenido aquella imagen y la obligó a dejar los estudios. Kim tuvo que comenzar a dar reportajes, entrevistas y conferencias como “la niña de napalm”, de esa forma, el gobierno quería mostrar las atrocidades que los Estados Unidos perpetró en la guerra.
Luego de unos años, logró salir de Vietnam y llegar a Toronto, donde hoy vive con su familia. En el documental La fotografía de la niña de napalm, Kim reflexiona que «ojalá no hubiese existido esa foto, no podía hacer nada, no tenía libertad. Solo quería llevar una vida tranquila, ir al colegio, aprender, estudiar una carrera y poder ayudar a los demás. Pero me convertí en otro tipo de víctima, nadie sabe lo que tuve que pasar. Ese período, esas circunstancias me llenaron de odio. No llevaba una vida normal y no podía pedirle ayuda a nadie. La gente me tenía miedo, no sé por qué. Mi único crimen era haber sido la niña de esa foto».
*Por Redacción La tinta