Como aparecer a un desaparecido
Un fantasma recorre la historia argentina reciente, el fantasma de la desaparición.
Por Edgardo Alvarez
Un cumpleaños puede servir para múltiples y variadas cuestiones, de las alegres y de las otras. En este caso, el primer aniversario de la desaparición forzada (seguida de muerte) de Santiago Maldonado me motiva a desempolvar un texto inédito, escrito en los breves pero ansiosos días que transcurrieron entre el hallazgo del cuerpo y la confirmación de la identidad del mismo.
Todavía no se había realizado la autopsia, teníamos tantas dudas y sospechas como las que seguimos teniendo ahora respecto a cómo, dónde y cuándo murió Santiago, (si es que concedemos –cosa que tampoco ha quedado clara- que no lo hayan asesinado de modo directo). No habían matado por la espalda a Rafael Nahuel (en el marco de un conflicto de muy similares características al que motivó la desaparición forzada de Santiago), no habíamos escuchado respirar aliviadas a las buenas conciencias republicanas, consternadas por una desaparición durante el “gobierno de la alegría” ni tampoco nos habíamos enterado que para el sentido común de tantx cínicx que nos rodea simplemente “el hippie se ahogó”.
Pero una idea me rondaba: Santiago Maldonado era (y es) uno más de la extensa lista de una auténtica invariante de nuestra historia reciente. Una cultura de la desaparición.
Como aparecer a un desaparecido
Hace pocos días un amigo de la vida toda me contaba su experiencia en el DF Mexicano, cuando el sismo que dejó tanto caos y muerte lo sorprendió en el octavo piso de un edificio moderno y preparado para tal circunstancia, en plena reunión de trabajo.
Era impactante escuchar el relato respecto de lo que se siente cuando lo que creemos sólido y estable se balancea, cruje y parece que va a romperse dejándonos caer al vacío.
Ver el terror en las caras de otras personas (encima desconocidas…), escuchar a la gente rezar a los gritos pidiendo por los suyos, sentir la inminencia del final, el terror apropiándose del cuerpo…
Habían pasado ya algunos días desde su regreso y todavía estaba afectado por la situación. Y vale aclarar que no se trata de alguien demasiado sensible ni asustadizo; más bien todo lo contrario.
Alguna pequeña conclusión a la que pudimos arribar juntos fue que era imposible prefigurar tal situación en nuestra cabeza, que nuestra estructura mental no estaba preparada para ello y, que por lo tanto, tal traumático episodio era desestabilizante para nuestras relativamente arraigadas sensibilidades.
Creo percibir que algo de eso es lo que nos ocurre ante la aparición de un cadáver flotando en el Río Chubut, en el marco de la investigación judicial abierta por la desaparición forzada de Santiago Maldonado. ¿Qué no(s) dice ese cuerpo? ¿Qué -de lo no inscripto- es lo que retorna en forma de cadáver que aparece flotando en un río? ¿No es ya esa sola circunstancia lo necesariamente trágica como para conmovernos? ¿Acaso hay algo más concreto y material que un cuerpo muerto?
Convengamos en que si no se tratara del cadáver de Santiago Maldonado (al momento de escribirse estas líneas, aún no se ha iniciado la autopsia que determinará la identidad y las circunstancias de la muerte), ciertas expectativas sociales se verían por un momento turbadas.
Dejemos de lado adrede -para poder pensar con la menor cantidad de lastres posibles- el escenario electoral (las grietas fisuran la posibilidad del libre pensamiento) y las miserias políticas, e ingresemos al plano de lo simbólico. Ese cuerpo nos interpela de manera explícita, ese cadáver habla un lenguaje que casi todos estamos en condiciones de comprender, en el marco de la trágica historia que tenemos.
Las reminiscencias son inevitables. Al interior de una cultura política signada por un genocidio estatal llevado adelante contra su propia población, la desaparición de un joven militante a manos de las fuerzas represivas (la Gendarmería en este caso) y la posterior aparición de un cadáver flotando en mismo río desde el cual fue secuestrado -de acuerdo a los testigos del hecho- ratifica todas nuestras certidumbres, tristes por cierto.
Inclusive el morboso contenido del mensaje del cuerpo flotando en el agua nos retrotrae a aquellos primeros cuerpos que la dictadura arrojaba en los vuelos de la muerte y que aparecían en las costas argentinas o uruguayas, de acuerdo a la corriente del agua.
Por supuesto que la sofisticada tecnología genocida luego se encargaría de corregir tales “desviaciones involuntarias” para pasar a arrojar los cuerpos vestidos y con peso adicional entre sus ropas con el fin de que tal escandalosa situación dejara de ocurrir. De esa forma se garantizaba el “fondeo” de los mismos en ese cementerio lacustre que tenemos ante nuestros ojos los porteños. Ese río que nunca más podrá ser mirado sin pensar en nuestros desaparecidos, al decir de León Rozitchner.
En el marco de estos tópicos de análisis ¿Cambiaría demasiado que fuera o no Santiago Maldonado el muerto?
Por supuesto que tal confirmación ratificaría las certezas que tuvimos desde el principio respecto a la inevitable responsabilidad estatal, a la que se sumó la clásica campaña difamatoria y oscurantista de parte de los adláteres del poder de turno que, como siempre, hacen fila para legitimar cualquier desaparición; llámese Julio Lopez, Luciano Arruga o Santiago Maldonado, de acuerdo a quien gobierne…
La curiosa coincidencia de que haya sido un 17 de Octubre -el mismo día en que apareció el cadáver de Luciano Arruga enterrado como NN en la Chacarita, luego de haber sido detenido por la policía bonaerense y haber pasado su cuerpo inerte por todos los poderes del estado-, la fecha del macabro hallazgo en el Río Chubut hace que bien pueda pensarse en la transformación de la misma, desde el ya trillado (y por demás falaz) día de la lealtad a la del “día del desaparecido en democracia”.
Si el terror estatal se inscribe en los cuerpos, estamos en presencia de un aniversario que debería perturbarnos, tanto como las cifras que se detallan a continuación. Actualizados al 1º de Agosto de 2018, los asesinatos cometidos por el aparato represivo del estado desde el 10 de diciembre de 1983 suman más de 5400, el número de desapariciones en democracia suma más de 200 personas y los asesinatos en el marco de la protesta social, en marchas, movilizaciones y cortes de ruta, suman 73 desde 1995 (21 de ellos entre 2003 y 2015).
Esta siniestra matriz, que permite trazar líneas de continuidad entre dictadura y democracia, es la pesada herencia de la que todxs debemos hacer cargo, aún hasta aquellxs que suponen (por ingenuidad, interés o mero cinismo) que el presente debe estar exento de toda tensión, conflicto o dramatismo. En síntesis, aquellxs que sueñan con la distopía de un presente sin historia….
Agradezco a Héctor Becerra el breve pero intenso intercambio que clarificó estas líneas de las cuales, por supuesto soy el único responsable.
Dossier Santiago Maldonado, elaboración colectiva de La luna con gatillo, Resumen Latinoamericano, Contrahegemonía web, Lobo suelto y La tinta.
*Por Edgardo Alvarez.