Sindicato de plomos: Fabio “Toby” Peralta revela el backstage precarizado del rocanrol nacional
Por Julio De Bonis para Almagro Revista
«¿Yo cuánto más puedo trabajar? ¿Cinco, diez años más? Dejo de trabajar y fui. No tengo respaldo, no tengo jubilación, no tengo obra social, no tengo nada. Eso les pasó a muchos, que no lo pudieron soportar y tomaron la peor decisión”, lanza la voz roncamente clara de Toby, apodo con el que lo bautizaron cuando arrancó su carrera de plomo. En el 82, a sus quince años, tras su primera carga de instrumentos, subió al colectivo y el trompetista y el saxofonista de María Marta Serra Lima exclamaron en sintonía: “¡Toby! ¡El gordo Toby de la pequeña Lulú!”, por el personaje de historieta.
Ya nadie recuerda que en su DNI, que hoy marca cincuenta y uno, está escrito Fabio Gustavo Peralta. “Arranqué cargando equipos para Serra Lima, ahí me enseñaron a poner micrófonos, a conectar los bafles, así me quedé a trabajar con los de sonido armando escenarios para Los Enanitos Verdes. Tiempo después monté todo para un show del V8 original, con Iorio, y operé la consola porque no tenían a nadie. Y hoy soy lo que soy, un operador de sonido”. Desde entonces anduvo de gira en gira, de show en show. Trabajando mucho tiempo con Los Ratones Paranoicos, veinte años con Los Pericos, en grandes festivales y en la primera visita de Keith Richards a la Argentina con su banda The Expensive Winos.
Hace algunos años, cuando la marea alegre de estar en el mundo del rock bajó, quedó al desnudo que siempre había trabajado en el mercado informal, bajo condiciones bastantes peligrosas que quedaron expuestas tras la tragedia de Cromañón. Entonces Toby comenzó a juntarse con sus colegas y crearon el SATE, Sindicato Argentino de Técnicos Escénicos, personería reconocida por el Ministerio de Trabajo en julio del 2015. En una charla con Almagro Revista, Toby, miembro fundador de su comisión directiva, dará detalle de los albores de una asociación gremial muy pequeña, explicará la pertenencia a la CTA, narrará anécdotas de estrellas y correrá las luces hacia donde nunca iluminan: el detrás de escena del espectáculo.
—Me contaste que la mayoría de tu empleo fue en negro, pero durante tus primeros años trabajabas para una empresa. ¿Ahí tampoco estabas en blanco?
—No, este trabajo particularmente tiene eso de changa, para todos era una changa. Con el paso del tiempo y la profesionalización del ambiente del espectáculo, las empresas fueron agarrando estructura, pero los que trabajábamos no, seguíamos como que nos estaban haciendo un favor. Nos decían: ¡Mirá el ambiente donde estás! Y uno era joven y lo aceptaba.
—¿Te gustaba mucho ese ambiente del rock?
—Es que está bueno. Ojo que no es para todos, porque si laburás en esto por la guita no creo que dures mucho. Esto es una cuestión más de que lo lleves adentro, son horas sin dormir, a veces bajo la lluvia, mucho se hace a las corridas, perdiéndote cumpleaños, eventos.
—Frenemos en la lluvia y lo que contabas de lo rudimentario de cómo se armaba antes. ¿Dijiste en algunas oportunidades “acá no pasó una tragedia de pedo”?
—-En el 87 cuando arranqué con los Ratones Paranoicos en Cemento, que era una caja de zapatos inmunda, muchas veces yo tomaba corriente de la pared o de una caja que no tenía ningún tipo de seguridad. Hemos hecho dos shows de los Ratones, sold out, en una noche, y la consola transpirada a veces te daba una patadita. Nosotros salíamos con un alicate y cinta aisladora, era un peligro. Zafamos de la negligencia del dale que va. Cromañón marcó un hito, cambió nuestra mirada, nos empezamos a juntar con los compañeros y ver la problemática de nuestro trabajo.
—Suena fácil eso de juntarse. ¿Qué relación tenías con tus otros colegas?
—Este ambiente es chico, nos conocemos todos. En las épocas de los 80 y 90, la mayoría de los shows grandes los hacíamos siempre los mismos. Yo he hecho ciclos de Obras Sanitarias adentro, Los Ramones, el Monster Rock, shows de la Rock&Pop, varios River, trabajo con Los Pericos de hace veinte años y hace más de treinta y seis que trabajo en esto. Vos decís Tobi y todos me conocen, lo mismo con el secretario general, Ati.
—Además de los riesgos de la profesión, ¿cuáles eran las preocupaciones generales?
—Un llamado de atención se dio de esta manera: en algunos shows iban empleados de carga, que estaban un poco más profesionalizados, ya no cargábamos nosotros sino que la empresa contrataba changarines. ¿Qué sucedió? ¡Mirá el nivel de locura! Metían a doces tipos en la parte de atrás del camión, cerraban la puerta y los mandaban ahí dentro para River, Vélez, Ferro, desde Juan B. Justo y Segurola. Un día el sindicato de Camioneros bajó la orden de que en la caja no viajaba más nadie. Primer planteo para las productoras y decidieron mandarlos en una combi, y los técnicos, viendo esto, dijimos: ¿por qué a ellos sí y a nosotros no? Porque nosotros viajábamos en el camión adelante.
—O sea que vos dejaste de ser plomo y ahora sos sólo técnico.
—En esta tarea vos nunca dejás de ser plomo, porque siempre algo cargás, además de operar. Somos lo que mueve la industria, le guste o no le guste a quien lo quiera escuchar.
—O sea que cuando las tareas se fueron dividiendo, algunos recibieron beneficios y otros no.
—Exacto, otro de los hitos que nos hizo juntarnos para regular la actividad fue que la gente de carga llegaba a un estadio, bajaba del camión, se ponían a montar y si a las ocho horas no habíamos terminado, dejaban las cosas y se iban. ¡¿Cómo?! Estos descargan y se van, y nosotros que tenemos la responsabilidad de conectarlos, de que funcione todo, con la mirada del dueño y del productor, laburando dieciocho horas, ¿no? ¡Estamos todos locos! Y sigue habiendo jornadas de veinte horas y en el interior mucho más. Como después en las charlas postshows nos quejábamos, empezamos a reunirnos con el hoy secretario general, Gerardo Bacalini, para que cambie la situación, porque esto es un trabajo, más allá de que algunos lo vean como que te vas de gira y la pasás bárbaro con los músicos.
—¿Y cuál es la situación actual de los trabajadores? ¿La mayoría sigue en negro?
—Sí, nosotros tenemos un padrón de afiliados de ochocientas personas, de las cuales sólo el diez por ciento, ochenta, están en blanco. Nuestra lucha principal es regular la actividad, que todo el mundo esté en blanco.
A esta altura de la entrevista vale una aclaración para el lector. Si bien el sindicato nuclea a los encargados escénicos, que ya no son los responsables de cargar, Tobi y sus compañeros se siguen autodenominando plomos. Les gusta la palabra, hasta conocen su etimología popular. Parece que surgió porque un joven siempre le ofrecía al bandoneonista de la orquesta de D’Arienzo llevar su fuelle, aunque este no quisiera. Así que los músicos cada que lo veían exclamaban: “¡Uh, ahí está este plomo otra vez!”
—¿Cuántos plomos calculan que existen en el país y podrían incorporarse?
—Entre los precarizados, los monotributistas, las pequeñas empresas, creo que debemos estar encima de los diez mil. En el interior hay mucha movida y muchos laburando. Nosotros tenemos delegación en Santa Fe, Córdoba, Mar del Plata, Paraná, todos con afiliados en blanco activos. Ahora estamos cerrando San Juan con catorce afiliados.
—La gran mayoría de los gremios recaudan debitando del sueldo de sus afiliados. ¿Cómo hacen ustedes con tan pocos trabajadores registrados?
—Es un trabajo de hormiga, porque como vos decís, casi no tenemos aportes, todo lo hacemos a pulmón, recolectando con algún bono contribución.
—Ustedes forman parte de la CTA de Yasky. ¿Cómo terminan en la CTA y no en la CGT, por ejemplo?
—Cuando armás un sindicato tenés que buscar un apoyo, más nosotros que somos todos técnicos, no tenemos políticos, abogados, entonces tenemos que buscar a alguien que nos asesore. Bueno, estamos en esta CTA como podría ser la otra o la CGT. Se abrió esta puerta por un compañero que militaba y nos dieron bola.
—¿Y te piden algo a cambio?
—Obviamente, el día de mañana te dicen “muchachos, hay una marcha de la CTA” y tenemos que ir. Eso pasa.
—¿Ustedes tienen capacidad de movilización?
—Somos chicos todavía. Sí creo que tenemos un gran poder, porque, ¿Qué se necesita en un acto político en cancha de Ferro o en Plaza de Mayo? ¡Técnicos!
—Me abriste otra puerta. ¿Los políticos también los contratan siempre en negro?
—Durante el gobierno anterior y durante este también. En Tecnópolis, en el CCK, muchos trabajan hace tres años y no están en planta. La forma de no hacerse cargo de nosotros es decir que somos monotributistas, prestadores de servicio, cuando la realidad no es así, en todo caso un prestador de servicio es quien te pone el aire acondicionado, que viene con su equipamiento. Te pone la hora, el día que va a ir, el precio… A nosotros nos dicen a qué hora tenemos que estar, con qué equipo, cuánto nos van a pagar. No tenemos ni voz ni voto. Y han fallecido técnicos, y después a su familia, ¿qué le queda?
—¿Han fallecido muchos técnicos en accidentes?
—Sí, hace poco no falleció pero se cayó un chico del Luna Park. Otro que laburaba en un importante programa de televisión falleció porque se cayó del techo.
—¿Para los shows no contratan Aseguradoras de Riesgo de Trabajo (ART)?
—Tenemos lo mal llamado ART, que en realidad es un papel que dice accidentes personales, y el que cobra ese seguro es el que te lo paga, la empresa, no yo. En el 2011 me fracturé en Cosquín, me caí del escenario estando con Las Pelotas, el día antes del show. ¿Qué pasó? Me tuve que operar y me pusieron una placa. ¿Y quién se hace cargo? Empecé a preguntar y me dijeron que el seguro era por muerte. Todos en el Cosquín Rock estaban asegurados sólo por fallecimiento. Después se hicieron cargo, pero muchos me dijeron que lo hicieron porque era yo, que me conoce todo el mundo, pero si le hubiera pasado a uno que recién empezaba no creo que lo hubieran hecho. Eso marcó un cambio, porque yo me caí porque no había en tamaño festival un acceso para los técnicos.
—¿Cómo que no tenían acceso?
—Cuando llegabas a Cosquín había una rampa de doscientos metros para la entrada de los micros, para bajar los equipos al escenario, pero si venías por el piso caminando, subir al escenario implicaba treparte por los caños, así subíamos los técnicos. A ese tipo de nivel estamos olvidados. Hemos peleado por cosas básicas, porque en un recital de cincuenta mil personas la consola estaba en medio de la gente o porque no había ni baños químicos para nosotros. ¿Qué soy, un mono? ¿Me cago encima? Antes nos hacían llegar a las seis de la mañana para empezar a laburar a las diez, eso con el boca a boca y cierta presión lo fuimos modificando. Impulsamos parar a comer, algo básico, y recién hace cuatro años empezaron a poner en los mega shows el horario de comida.
—¿Han logrado desde el gremio que reconozcan a trabajadores y normalicen su situación? ¿Cómo lo hacen?
—Sí, por ejemplo con los de Fuerza Bruta logramos que después de un año de laburo los pongan en blanco en el centro de Recoleta. El punto parte de la necesidad de los trabajadores que se acercan al sindicato con su problemática, de jornadas, de seguridad, y nosotros los asesoramos. Si están en una empresa y tienen que estar en blanco, les decimos que se lo planteen a quienes los contrataron.
—¿Por qué aceptaron tanto tiempo estar tercerizados y sin derechos?
—Tenemos un problema general: todos pensamos que ganar la plata en negro es mejor que pensar en el futuro. Nosotros hacemos la siguiente cuenta: tengo seis shows este mes, diez el que viene, los otros dos no hay nada. ¿Qué pasa? Como todos nacimos con la de dame la guita, ahora es complicado. La cuestión es ver cuánta guita ganaste en el año y ponerte a hablar.
—¿Tienen delegados gremiales?
—No mucho, de a poco lo vamos intentando. Implícitamente están. Yo, por ejemplo, represento a mis compañeros. Y a la comisión directiva de nuestro sindicato le corresponde lo mismo legalmente que a cualquier delegado.
Como todo plomo de larga trayectoria, Tobi desborda de anécdotas con estrellas del firmamento rockero. En el 92, cuando vino Keith Richards con su banda The Expensive Winos, él fue contratado para el sonido. Antes del show lo llevaron al Sheraton para presentarle al mítico guitarrista y al llegar a su cuarto, custodiado por guardaespaldas, encontró al alma de los Rolling Stones mirando la ciudad con un telescopio. Cuando se percata de su presencia, Keith se acerca con un vodka con naranja para estudiarlo. Tobi se había fracturado un dedo jugando a la pelota, tenía un yeso pero el resto de los dedos libres para trabajar. Richards lo mira, señala su yeso y le pregunta: “¿Un mal trabajo?”, y cuando Tobi cuenta su accidente en las canchas, Keith responde: “Bueno, mirá que si hacés mal el trabajo el otro brazo te va a quedar igual”. La anécdota da pie a la sección musical de la nota.
—¿Cómo es laburar con estrellas de rock? ¿Cómo se relacionan?
—Las relaciones con los músicos son personales, tené en cuenta que somos como una familia en todo sentido. Celebramos cumpleaños, sufrimos fallecimientos de conocidos. Pero no hay que dejar de entender, y ahí viene el problema, que son nuestros empleadores. Es como que mi hermano me contrate para trabajar. ¿Cómo le decís a tu hermano que hay algo que está mal? Muchas veces está el manager en el medio, que es la puerta entre el músico y el técnico.
—Hablemos de reviente rockero. ¿Cómo se maneja en la actualidad y cómo era antes?
—En los ochenta, principios de los noventa, hubo reviente para todos. Pero a medida que pasó el tiempo, muchos músicos también entendieron que es un trabajo y que si no estás bien no lo podés hacer.
—¿Y cómo era el reviente de antes?
—Bardo, alcohol, sin dormir, reviente.
—¿Mucha droga?
—Sí, no es nada nuevo, en esa época era así, todo atolondrado. Después pasa factura el cuerpo, por eso esos músicos ahora son casi empresarios. Entendieron que para tocar hay que estar bien y tranquilo. En el reviente se quemó, algunos la quedaron, y los que siguieron evolucionaron.
—Entre tus compañeros, ¿has tenido que rescatar a quienes se sumaban al reviente?
—Sí, en la actualidad yo soy de los que piensan que si peleamos por nuestros derechos también debemos hacernos cargo de nuestras obligaciones. En una época podíamos hacer shows de una determinada manera, ya no corresponde. ¿Se entiende? Ya está.
—Vos la entendiste, ¿pero no pasa que alguno sigue y tienen que ayudarlo?
—Sí, este trabajo por todas esas circunstancias es en algún punto insalubre, ha dejado a muchos compañeros en malas situaciones, algunos se han suicidado, porque en un momento estás en la cresta de la ola, con trabajo, con pseudo-fama dentro del ambiente, sos el mejor, y de repente no te llaman más. Más allá de las adicciones, hay veces que por cómo venís laburando te crees que estás en un nivel top, y no dejamos de ser simples trabajadores, y cuando viene la camada nueva te va corriendo.
—Eso de creerse top, ¿tiene que ver con que trabajar en el rock da eso de tener éxito con las mujeres, de venderle al mundo tu fantasía y demás?
—¿Cómo se dice eso de “éste garchó porque era músico”? Bueno, nosotros también, en la juventud sacábamos chapa. “Trabajo acá, vení a ver a los músicos”. Después, cuando va pasando el tiempo sólo querés que termine el laburo e ir a tu casa a estar con tu familia. ¿Yo cuánto más puedo trabajar? ¿Cinco, diez años más? Dejo de trabajar y fui. No tengo respaldo, no tengo jubilación, no tengo obra social, no tengo nada. Eso es lo que le pasó a muchos que no lo pudieron soportar y tomaron la peor decisión.
—Dijiste que se establece un vínculo familiar. ¿Qué músicos son tu familia?
—A mí me cargan con Los Ratones, con Juanse íbamos a la cancha juntos a ver a Boca. Y algo que destaco sobretodo: cuando yo me tuve que operar de urgencia de la vesícula, Juanse me dijo que estaba para lo que lo necesite. Cuando me despierto de mi operación lo primero que vi fue a mi mamá y a Juanse. Ahí es cuando decís, pucha, en algún punto le intereso de verdad. Y después Los Pericos son la banda con la que más duré, y pasamos hijos, nietos, muerte de compañeros, fiesta.
—¿Y quién te decepcionó en el ambiente de los músicos?
—Hay artistas con los cuales uno trabajó y compartió, y de repente se ponen en un pedestal que no es. Me ha pasado en festivales donde el ámbito es compartido, que algunos dieran la orden de cerrar todo porque iba a entrar él. No podés pasar porque viene tal. ¿Por qué? Si el camarín es compartido.
—¿Egos muy elevados los de los artistas?
—En este ambiente todos tenemos un poco de ego, tanto los técnicos como los músicos.
La nota llega a su fin, Tobi cuenta que se va a tener que operar la cadera como consecuencia de tanto trajín. “El cuerpo pasa factura”, dice como esperando que sus empleadores históricos lo ayuden a pagarla.
*Por Julio De Bonis para Almagro Revista. Fotos: Mariano Campetella.