Elvira Hernández: “El arte tiene que ser un aguijón de su época»

Elvira Hernández: “El arte tiene que ser un aguijón de su época»
28 junio, 2018 por Gilda

Por Francisca Palma para La Raza Cómica

Declarada adversaria de las máquinas “en la medida que éstas se han convertido en un modelo para el ser humano”, la autora de La Bandera de Chile se refiere a esas aves que aparecen en su más reciente entrega, Pájaros desde mi ventana, ejemplares avistables desde el sutil gesto de mover el visillo o de mirar al cielo, en un escenario de especies ausentes y extintas de la fauna de hoy, donde “los pájaros-drones son el mal absoluto”.

Pájaros insectos, pájaros humanos, pájaros objetos y pájaros panópticos y vigías son los que rondan las páginas de la nueva publicación de Elvira Hernández Pájaros desde mi ventana (Alquimia Ediciones), texto que recoge las observaciones y emergencias de la prolífica poeta en torno a esas especies que cautivan en sus trayectorias.

Flujos y comportamientos que portan estos plumíferos, que muchas veces ignoramos pero que también ejecutamos desde una humanidad dormida, son parte de las líneas de este poemario que reúne creaciones desde el 2012 hasta este año, en un texto que se alza con la libertad del que emprende el vuelo, pero que a momentos se plantea recursivamente como una autodefinición del quehacer literario con el posicionamiento de una artista que, dice, siempre mira el cielo.

“La escritura tiene un grado de automatismo, el cual no se alcanza a pensar, y es mejor que no se haga”, explica sobre su trabajo quien porta el seudónimo de Elvira. “Mi poesía no es una que esté situada”, complementa en esta conversación de una tarde de otoño, donde recorre también las urdimbres de la Bandera de Chile, los anunciados avistamientos del cometa Halley, y las calles de Santiago bañadas por la oleada feminista.

—El trabajo que presentas ahora, en el que las aves son el tópico central, se circunscribe entre el 2012 y el 2018. Antes de eso, ¿qué lugar ocupaba éste en tu poesía? En una parte del libro pones una cita: “un poema siempre debería tener pájaros”.

—Sí, pero pongo también una cita contrapuesta, que dice que es “imposible remontarse con los pájaros”, de Damaris Calderón. Bueno, independiente de lo que las aves son en este libro, la observación de pájaros ha sido algo que siempre me ha interesado porque me siento inmersa como parte de esa misma naturaleza, de ese reino, en el cual siento que somos los más estúpidos, y donde los pájaros como otros animales muestran cosas que son impresionantes. Esos mismos pájaros que yo veo en la naturaleza me sirven de pretexto y entran en el libro de otra manera.

—¿Entran como metáfora, como comportamiento? ¿Hay más bien una personificación de las aves, o una “aveficación” de los comportamientos humanos?

—Yo creo que nos entrecruzamos. La verdad es que cuando se escribe es muy distinto a que cuando a uno le enseñan en el colegio ciertas figuras retóricas, donde uno pareciera que tiene que hacer esa composición de manera muy forzada, como si la búsqueda de la metáfora fuera algo muy difícil en circunstancias en que la lengua está plagada de metáforas que al lexicalizarse se naturalizan, entonces ya no las vemos como tal, si no que entran a significar de otra manera.

Pero claro, cuando uno escribe no está pensando en eso de que necesito construir metáforas: uno está inmersa en otro registro, donde, siendo llevada por esa energía que es la escritura, uno no se detiene a pensar ese tipo de cosas, porque eso, el pensar cada palabra que uno va a poner no es parte de la escritura y del ejercicio poético.

—Sobre la formación que recibimos de que la figuras retóricas son estas, de una forma tan parcelada y tan sumisa de nuestra parte, ¿cómo afecta a ese mismo devenir de la conciencia para la creación artística? ¿Cómo nos impacta esa formación tan rígida?

—Creo que nos impacta brutalmente, porque la educación, más que una liberación, es una especie de encarcelamiento, una serie de normas donde la posibilidad de crear ―que es la esencia del ser humano, crear y recrear en cada momento de su vida― es detenida y fosilizada en cierta situación, y para eso nos detienen y nos impiden reflexionar. Si nosotros estuviéramos permanentemente enlazando ciertas cosas, con seguridad la mujer se hubiera liberado mucho antes.

—Sobre eso mismo, ¿cómo lees esta emergencia y esta urgencia feminista?

—Estoy encantada. Me he sentido muy emocionada. Yo viví una oleada feminista en el año ‘87, que fue como la culminación del movimiento dentro del ámbito literario, pero venía desde antes, después del golpe militar, cuando las mujeres son las primeras en salir a la calle y en organizarse en la búsqueda de sus parientes, en salir a protestar. Luego eso tiene impacto dentro de la literatura, que hace que en el año ‘87 haya un encuentro que tuvo carácter internacional acá en Santiago, y que tuvo la importancia de hacer una revisión de las obras de las mujeres escritoras, valorizar muchas obras que estaban perdidas.

Fue como un impulso que con posterioridad, en los gobiernos de la post dictadura, se fue perdiendo porque la mujer entró en el aparato del Estado, entonces toda esa energía se fue institucionalizando a pesar de que habían problemas gravísimos, mujeres violadas que estaban prácticamente en el total desamparo, porque sorpresivamente muchos de los problemas de la mujer son tratados teóricamente, pero prácticamente permanecen en el statu quo de que eso pareciera que es inamovible. Entonces si bien es cierto se avanzó mucho en términos teóricos, en autoconciencia, en textos de ficción ―lo que tú quieras―,  a nivel básico y cotidiano permaneció un estado opresivo bastante fuerte, si es que no más fuerte todavía porque la mujer en el momento que comienza a incorporarse a este sistema neoliberal ―que es como un anzuelo, pero un anzuelo donde no se va a pescar nada―, empieza a ser vista de manera peligrosa, entonces cae sobre ella una opresión mayor. 

O sea, la expresión feminicidio empieza a circular y no es por casualidad, no es porque signifique algo, sino porque sencillamente aumentan las mujeres que son agredidas gratuitamente, a las que se les destroza la cara, como Nabila Riffo, que no era la primera. Recuerdo que caminando por la zona del Centro Gabriela Mistral vi unos rallados que decían “estamos buscando ojos” y aparece una mujer con los ojos vendados. Eso yo no lo encuentro inocente.

Entonces, al ver todo eso y que sorpresivamente aparezcan estas chicas tomándose la universidad, pidiendo justicia, luchando por la dignidad de las mujeres, me tiene muy emocionada porque creí que no iba a ver algo así. Se está exigiendo algo a partir de esa zona que había sido muy abandonada: los cuerpos sobre los cuales se reclamaba teóricamente. Siento que ante esta nueva situación sin duda que lo que hay que buscar es plegarse a estas fuerzas.

—Que sean chicas jóvenes, secundarias y universitarias, ¿qué oportunidades abre?

—Tienen otra visión. La vida en general ha ido cambiando con demasiada rapidez y yo creo que la mujer ha estado con una sobrecarga de trabajo, de exigencia, que la ha hecho ―contrario a lo que se pueda pensar― incrementar su fuerza. Estas son cosas que la racionalidad no logra prever, porque si una mujer tiene la carga del trabajo al cual se ha incorporado, la carga de la casa que no la puede abandonar, la carga de la crianza, se supone que la mujer debe terminar rendida y no ha terminado así. Pareciera que definitivamente es su tiempo.

—Algo que tiene que ver con las aves es que estas migran. Es parte de su comportamiento y lo es también del humano. ¿Cómo percibes el tema de la migración hoy en Chile?

—Bueno esa es como una ley humana, pero la propiedad privada y los racionalismos excesivos han ido poniéndole cerco a ese movimiento humano que busca una vida mejor, porque nadie se va a otro lugar si no sabe a dónde va a llegar ni lo que le espera, a menos que sea un aventurero, que no es la mayoría. La gente prefiere quedarse en su lugar. Solamente cuando siente que hay una amenaza la gente escapa.

Hoy día hay migrantes porque sus tierras han desaparecido por el avance del mar ―los migrantes climáticos―, por las guerra; o sea todo eso, todos los desastres que nosotros mismos producimos hace que la gente migre, que las familias busquen protegerse y eso pide generosidad.

—Y como sociedad, ¿hemos sido capaces de darla?

—No. Nosotros en ese aspecto, si queremos ponernos nota, tenemos un dos porque no sabemos acoger al que viene, buscamos sacar ventajas del que viene llegando en situación precaria. Eso es miserable.

—También nos han enfrentado a una otredad, a reafirmar lo que queremos ser con estos anhelos de blancura.

—Sí, yo creo que es un poco el delirio de un país que está en el culo del mundo, casi cayéndose al mar, que tiene pretensiones que nos ridiculizan y que nos han quitado la amabilidad.

—La tecnología esta críticamente presente en el libro, tanto en su despliegue destructivo como en tu punto de vista. ¿Qué pasa con eso de las pantallas, con las alarmas, con los drones que nos vigilan? ¿Qué te pasa con eso?

 Yo me siento adversaria de las máquinas en la medida que éstas se han convertido en un modelo para el ser humano. Nos hacen rendir como máquinas porque la máquina no se cansa. La máquina hace los movimientos que necesita hacer y no va a protestar por nada.  Tiene un rendimiento óptimo, entonces, se busca que el ser humano rinda como tal y eso a mí me parece espantoso porque el ser humano es otra cosa.

La máquina ha irrumpido demasiado en nuestra vida. Desde el momento en que el celular empieza a cobrar poder y se terminan las jornadas pero los profesores comienzan a recibir trabajos de sus alumnos en cualquier momento y la gente que trabaja en una empresa tiene que responder el llamado del jefe aun si es un día domingo, es que estamos literalmente traspasados por la máquina.

—Una de las máquinas que describes en el libro es una especie de ave, es el dron, este pájaro vigilante, controlador. ¿Qué opinas de ese uso?

—Es casi como un panóptico. Bueno, eso es lo que se busca. Por lo general todas las cosas que parecieran que están al servicio de la humanidad suelen no ser así. O sea, son proyectos militares que cuando quedan obsoletos pasan a formar parte del acervo civil.

—En un contrapunto con esto de mirar y vigilar desde el panóptico, hay varios poemas que recurren al mirar por la ventana, mover este visillo, algo tan cotidiano y tan íntimo. ¿Cómo puede esa localidad convertirse en una visión más general y más política de las cosas?, ¿cómo dialogan esas dos dimensiones?

—Quizás sea porque yo emigro, emigro desde el espacio íntimo. Mi poesía no es una poesía que esté situada. No soy romántica. El poeta romántico era el que se situaba en su corazón, hablaba de sus sentimientos, de su amor o de sus desengaños; ese era su mundo. La verdad que yo me sitúo en otro lado: me sitúo en un espacio común, civil, y no es que en mi propio espacio haya desaparecido, pero tiene un peso semejante al de otro. No es algo que yo imponga.

—Hablando de tus trabajos anteriores, podemos encontrar caracterizaciones de cómo somos. Hay una frase que dice “el chileno-chileno anuncia minutos de escepticismo”. ¿Hay alguna pregunta por lo nacional en tu trabajo?

—Eso fue escrito en un diario en época de dictadura. Claro, se refleja un poco la situación de esos días, pero sí, tienes un poco de razón en el sentido de que hay gestos nuestros, ciertos hábitos de huida que se mantienen y que no vemos en el sentido de que dilapidamos nuestro tiempo a todo nivel. En nuestra vida cotidiana igual, o sea, nos dejamos llevar por el hábito que está marcado desde fuera con horas de trabajo, con esto, con lo otro, y sorpresivamente la vida ha pasado y la gente siente que no ha hecho nada, esa sensación de pérdida constante. Ahí siento también siento que el ser humano es alguien migrante, un pasajero.

—Otro poemario utiliza la figura del cometa Halley que pasa y que a pesar de los anuncios no es visto, que es casi como una cortina de humo. Más allá de la creación de ¡Arre!, Halley, ¡Arre!, ¿qué te acuerdas de ese momento?

—Bueno, soy alguien que siempre está mirando el cielo, que es una cosa campesina, ese es un gesto campesino de saber si va a llover o no, para saber la hora sin ninguna necesidad de consultar al reloj pulsera o al celular. Yo soy alguien que siempre mira para arriba, que no es la mirada citadina, porque los rascacielos y todo eso los edificios de altura hacen que tu mires para abajo.

Escribí eso en un momento en que me habían echado de mi trabajo, y estaba pasando el Halley y había mucha revuelta. Se suponía que pasaba pero había un grado de contaminación y en las ciudades con el exceso de luz no puedes ver nada: era como un fantasma.

Hay un poema que habla de Plaza Italia porque en un momento en que se suponía en que iba pasando el cometa, hubo una protesta y mataron a un chico en uno de los puentes, que cayó herido allí en el parque Forestal.

—Otro de tus trabajos emblemáticos que se ha reeditado, es La Bandera de Chile. La bandera es una especie de símbolo dual porque representa, en lo nacional, al pueblo y a la élite. También en tu poemario la bandera asciende y cae. ¿Cuál sería esa bandera hoy, como sería tratada esa bandera hoy en esta democracia?

—El 2010 donde escribí un poema que se llama Remiendos a la bandera que correspondía a la bandera que se habían robado gente del MIR y que era de la Independencia. Esa bandera después fue devuelta y llevada a un taller de reparación. Muchos de esos poemas la gente los lee como si fueran de hoy, y creo que por eso se puede leer…

—¿Adquieren una actualidad los textos?

—Sí. Bueno, sobre lo mismo, escribí y recién acaba de salir otro libro que sacó la Universidad de Talca que se llama Pseudoaraucana. Este viene de un taller que hicimos entre poetas chilenos y mapuches, e hicimos una publicación colectiva y yo saqué mi parte y lo publiqué ahora, le di un formato independiente. Le agregué cuatro o cinco poemas que son para la edición, que son sobre las otras banderas y hablo de la bandera mapuche, de la que nadie habla, por supuesto.

—¿Por qué ese olvido y esa no enunciación? Está pero no se dice…

—Porque son pueblos que no están reconocidos y ellos en algún momento se crean esa bandera.

Hay una bandera que tiene muchos colores, que no es la de los mapuches, la Wiphala, que fue izada en el norte y alguien por ahí dijo que eso era ilegal, que no se podía izar otro pabellón que no fuera la bandera de Chile. Lo que pasa es que nosotros hacemos oídos sordos.

—Otro de los temas y de los términos que aparecen, quizás no tan presente, pero también me pareció un poco como declaración de principios o una posición, es el tema del poder, y por ahí el lucro. ¿Cuál es tu relación con eso? En una entrevista que diste al Diario La Época hablabas que los poetas no deberían rondar esos entornos…

—Bueno, ese es un peligro que nos acecha a todos, porque la verdad es que se supone que los artistas tienen un grado de conciencia y de espíritu crítico, pero en la medida en que entras en esas redes en las cuales presentas tu proyecto y te dan un dinero y después tienes viajes, comienza una adaptación a esa suerte de generosidad del Estado y la creación puede empezar a ser algo decorativo, que puede ser exhibido y leído, donde uno haga piruetas estéticas que no tengan mayor sentido que el que uno dice como conocedora de las ultimas posturas respecto del arte y la literatura, pero más allá de eso…

—Al relacionarse así, en esos términos, ¿pierde politicidad?

 Creo que el arte tiene que ser un aguijón de su época.  No puede caer en eso de que la sociedad está dividida en ámbitos estancos donde uno pertenece al ámbito estético, artístico, cultural, donde se puede saber tranquilamente si es competente. Tiene que ser parte de su época, o sea, no puede encerrarse en ese cajón estético.

*Por Francisca Palma para La Raza Cómica.

Palabras claves: chile, Elvira Hernández, literatura, poesía

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